"Después de un accidente devastador, Leonardo Priego se enfrenta a una realidad cruel: su esposa está en coma y él ha quedado inválido. Con su hija de 4 años dependiendo de él, Leonardo se ve obligado a tomar una decisión desesperada; conseguir una sustituta de su esposa. Luna, una joven con una vida difícil acepta, pero pronto se da cuenta de que su papel va más allá de lo que imaginaba. Sin embargo, hay un secreto que se esconde en la noche del accidente, un secreto que nadie sabe y que podría cambiar todo. ¿Podrá Leonardo encontrar el amor y la redención en esta situación inesperada? ¿O el pasado y el dolor serán demasiado para superar? La verdad sobre aquella fatídica noche podría ser la clave para desentrañar los misterios del corazón y del destino".
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Confusión y Pasión.
Intento tocar su cara, pero él sujeta mi mano, deteniendo el beso.
Con pena, miro por la ventana del carro y no puedo creer que me haya besado. ¡Mi primer beso y fue con Leonardo! Sobre todo, me he dado cuenta de que no le soy indiferente. No sé a qué se deba que a veces me quisiera ahorcar, pero hace rato esa mirada me decía otra cosa.
—¿Cuánto es tu sueldo en el bar? —me pregunta, sacando su chequera. Entiendo que esté en bancarrota y apenas empezando con sus negocios, pero ofrecerme un pago se me hace demasiado.
—No dejaré de trabajar, lo siento, pero no pienso dejarlo. Cuando su esposa despierte, usted seguirá con su vida y yo hasta sin trabajo quedaré.
—Te pasaré una pensión.
—Yo creo que no.
—¿Por qué eres tan terca? —me dice, sujetándome del mentón de nuevo. Sus labios me vuelven a llamar. Lo dudo, pero esta vez soy yo quien lo besa. Su lengua entra en mi boca y no sé qué hacer en un momento así. Muerdo su labio cuando me quedo sin aire, y él se aleja tocando dónde lo mordí viéndome mal.
—Lo siento —le digo. Noto que ya llegamos a casa. Me bajo con la cara roja de la vergüenza y entro, dejando la puerta abierta. Entro directo al baño y me pongo la bata. Salgo lista para dormir y él está esperando para entrar al baño.
Me acomodo en la cama y escucho un ruido en el baño. Me levanto rápido, preocupada de que algo le haya pasado. Lo llamo y, al no recibir respuesta, entro. Hay sangre en el lavabo y noto que hay una cuchilla de afeitar manchada.
—¿Qué ocurrió? —le pregunto. Él enjuaga la navaja de afeitar, se limpia el cuello y noto que se cortó poco. Diviso la caja de primeros auxilios en la parte de arriba y me paro de puntas, alcanzándola. Lo bajo y mojo un pedazo de algodón con alcohol, intentando ponérselo, pero no se deja. Aleja mi mano, e insisto hasta que se deja.
—Ya está —le digo, después de todo, él me curó cuando me corté el dedo.
Intento salir, pero él sujeta mi mano y volteo a verlo. Siento que son dos personas diferentes: el que me ve ahora y el otro que siempre está molesto, no sé por qué. Su agarre me provoca nerviosismo y, no sé por qué, le sonrío.
—¿Quieres que te ayude en algo más? —le digo, y él no dice nada, pero sigue sin soltarme. Los nervios empiezan a traicionarme. Camino hacia él, agachándome, y veo su herida.
—Muchas veces la sangre es muy escandalosa... —le digo, pero no me deja terminar, ya que vuelve a besarme. ¿Pero qué ocurre este día? Toco su rostro y él sujeta mis manos, pero insisto, ya que me gusta sentirlo. Suena su celular y eso nos hace separarnos. Salgo del baño, dejándolo solo, y me acuesto en la cama. Este día, en especial, me he sentido muy diferente, mi cuerpo lo siento diferente.
Me fuerzo a dormir hasta que escucho la puerta abrirse y finjo estar dormida, ya que sé que está mal lo que estoy sintiendo. Cuando su esposa despierte, yo tendré que irme y no quiero salir lastimada.
A la mañana siguiente, me levanto y escucho que tocan la puerta. Abro asomándome y veo al supuesto abogado.
—Hola, Luna. Me llamo Ricardo, soy amigo de Leonardo —me dice. Asiento, ya que me siento incómoda sin haberme cepillado. Me hago a un lado y él entra. Camino al cuarto y Leonardo ya está cambiado.
—¿Quién era?
—Tu supuesto abogado.
—No es mi supuesto, en realidad es mi abogado.
—Como sea —le digo, caminando al baño. Me cepillo y me lavo la cara. Salgo, cruzándome de brazos, observando cómo se peina y después se pone perfume.
—Arréglate, te veo afuera —me dice y sale. Me meto a bañar y, cuando termino, saco el vestido con las zapatillas. Me los pongo, me peino, me maquillo y, cuando creo estar lista, respiro hondo, saliendo. Leonardo, junto con el abogado, me miran.
Salimos juntos y Ricardo se va en su carro, mientras Leonardo y yo subimos al carro con el chófer, que como siempre, levanta la ventanilla de privacidad. Miro a Leonardo y noto que la corbata está un poco chueca. Acerco mis manos y se lo acomodo. Él saca algo de su saco y me lo ofrece. Lo abro y noto que es un collar. Me lo quita y le doy la espalda, recogiendo el cabello para que me lo ponga. Puedo sentir las yemas de sus dedos acariciando mi cuello. La piel se me eriza y él termina de abrocharlo. Siento su respiración en mi cuello, seguido de un beso.
—Gracias, me encanta —le digo, viéndolo, y él solo mira hacia enfrente, como si se estuviera absteniendo de decir algo.
Llegamos y los nervios aumentan al mil. Observo la casa que mis padres compraron con mucho orgullo y ahora es el nido de esas víboras. Bajamos con Leonardo y entramos juntos. Mi prima está con su vestido blanco y hay mucha gente a su alrededor. Ella está llorando y no entiendo qué ocurre. Ella camina hacia mí, enojada.
—¡Por tu culpa Fernando no vino, me dejó plantada! —me grita, enojada, y mi tía la agarra cuando se me quiere venir encima.
—Señorita Estrella, le pido respeto para mi esposa —dice Leonardo, y la cara de todos es de sorpresa y asombro.