La historia sigue a un militar sin nombre, en medio de una guerra, al que todos se refieren como Ergo.
El mundo del futuro está en crisis debido a una guerra que ha asolado cada región desde hace años y de la cual parece ser que ningún compañero o militar cercano a Ergo sabe algo.
Un día cualquiera, durante una batalla campal, Ergo es herido y se ve orillado a reparar su extremidad tras acabar la batalla. Luego de su reparación, Ergo descubre a sus altos mandos hablando acerca de él, de su ineficiencia y de como lo eliminarán para traer a otro soldado en su lugar. No obstante y sin poder negarse, es enviado de nuevo en una última misión en los límites del mapa sabiendo que las batallas libradas allí son sinónimo de muerte.
Poco a poco, Ergo irá descubriendo la clase de mundo en el que habita y los secretos que se han ocultado ante el y cualquiera de sus compañeros.
En esta historia el lector se sumerge en un delirio y cuestionamiento filosófico y político acerca de la moralidad.
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XXIII
Simons regreso ese día con sus hombres por la tarde luego de la plática y posterior narración de los hechos y deducciones ante el resto de oficiales en todo el edificio por parte de su superior. Nadie se opuso, nadie se sentía descontento, y todos ardieron en furor.
Sus hombres ya estaban al tanto y le recibieron con halagos por tal acontecimiento, por más que el suceso de la señal hubiera sido mera coincidencia y no algo descubierto por él.
—¿Han encontrado algo?—preguntó Simons recargado en la parte delantera de la Hummer.
—Afirmativo, señor—respondió uno de tres de sus hombres frente a él—. Al parecer, algunos compañeros, en un par de casas más, han encontrado evidencias acerca de nexos con la célula por parte de sus propietarios, y también bastante equipo de la generación pasada: armas, dispositivos y más; afortunadamente, la mayoría de los propietarios han sido atrapados.
En el rostro de Simons se dibujó una sonrisa pequeña y cínica.
—¿Aún no terminan no? Debe haber muchos de esos remedos de... revolucionarios.
—Así es, señor, aún no terminamos—respondió otro de los tres oficiales frente a él—. ¿Tiene algo en mente?
—Iré a ayudar por mi cuenta, ustedes sigan con los presos intentando sacar información. He visto a algunos de sus compañeros usar a la máquina de seguridad para conseguir datos específicos de los presos mientras venía en el camino.
Los tres hombres se quedaron conmocionados en cuanto Simons se retiró pasando entre ellos en dirección a su vehículo. Saco de su guantera, una vez habiendo detectado el vehículo la huella digital de su pulgar, un arma de mano de largo cañón. La miro bajo la luz del sol y su color azul marino le resultaba tan encantador como siempre. Saco el cartucho y una vez comprobó que todo estaba bien, la coloco por la zona lumbar de su espalda y se ajustó el saco parcheado y camino con lentitud e indiferencia, pasando entre los múltiples oficiales, los presos arrodillados con la cabeza baja y entre todas las evidencias que sus hombres dejaban sobre el suelo.
Luego de unos minutos finalmente el cúmulo de personas se veía lejano. Miro alrededor de toda la calle y se decidió a entrar a cierta casa donde observó por el rabillo del ojo una sombra ocultarse desde la ventana.
Llamó a la puerta. No hubo respuesta. Volvió a llamar:
—¿Hay alguien ahí? ¡He visto a alguien por la ventana, abran la puerta!—gritó con voz neutra, sin denotar alguna emoción.
Nadie respondió y Simons, ante ello, intento abrir la puerta, pero noto que había sido cerrada por dentro, se molestó al percibir que claramente alguien estaba dentro intentando resguardarse. Sacó el arma y apunto entre el cerrojo y pomo de la puerta. El sonido le aturdió ligeramente, pero fue suficiente para volar ambos elementos. Empujó la puerta con calma y entro con el arma en mano mirando en todas direcciones.
—¿Hay alguien aquí?—preguntó mientras recorría con cautela la primera planta—. Sal ahora; si eres ciudadano y residente de éste sector entonces no deberías temer nada—concluyó y pensó que, solamente los criminales tienen miedo cuando algún oficial atraca fuera de sus hogares. La mayoría de la gente de hoy en día no les teme porque están seguros y son conscientes de que no han cometido crimen alguno.
Notó una puerta trasera, se acercó, y a través del cristal en medio de la misma, notó que se conectaba con otra calle al pasar unos setos. Pensó con un ingenio maquiavélico que cualquiera podría observar si estuviera allí para ver la sonrisa casi sardónica en su rostro. Abrió la puerta hasta que su sonido fuera lo suficientemente perceptible y espero. No tomo más que una decenas de segundos para escuchar pasos en el segundo piso, cerró los ojos y agudizó el oído. Percibió pasos irregulares y ello le hizo considerar que habría más de una persona arriba. Aprovechó el sonido de los pasos y lentamente subió las escaleras. Replegado al muro noto la sombra de alguien en la última habitación del segundo piso y se acercó hasta estar al costado del marco. Esperó un poco más, y cuando los pasos se detuvieron, entro apretando el arma con fuerza.
Frente a él y de espaldas, había un hombre común y corriente que giro su cabeza hacía él con ojos asustados.
—¿Por qué se oculta, tiene miedo?—preguntó Simons apuntando el arma.
El hombre no respondió, solamente se dejó caer de rodillas y se arrastró lentamente hacía Simons.
—¡Quédate donde estás, idiota!—gritó fingiendo poder, y paralizó del miedo al hombre—. Dime, ¿eres miembro de la célula, no?
—Por favor... Le pido paciencia... No soy un criminal...
—¿¡Dónde están las pruebas!?—gritó, fingiendo nuevamente.
—¡Que no soy uno de ellos! ¡No lo soy...!—respondió el hombre con voz ahogada y seinclinóo sobre el suelo hasta que su frente tocó el suelo. Su brilloso pelo oscuro con algunas canas hacía un contraste ridículo con el ambiente del momento.
—¿Y entonces por qué te ocultaste? ¿Por qué no abriste cuando llame a la puerta?
—Yo solo...
El hombre ahogo sus propias palabras por los nervios y el miedo generado por la figura armada de Simons. Simons noto ello y se acercó al hombre lo suficiente para apuntarle a la cabeza con el arma. Desactivo el seguro del arma y lo volvió a activar para alterar más al hombre.
—Mírame, idiota—dijo Simons con voz áspera.
—De verdad, señor... Lo siento... Le juro que yo no soy miembro de...—intentó decir el hombre preso del miedo ante el sonido intencionado de Simons y su arma.
—¡Que te levantes!
El hombre se levantó lentamente mientras sus brazos temblaban y finalmente volvió a mirar a Simons a los ojos. Era imposible para Simons no notar con lujo de detalle como la impotencia y el terror se posicionaron en los ojos brillantes y húmedos del hombre frente suyo. Le indico que se pegará a la pared y que no apartará la mirada de él, amenazándolo agitando ligeramente el arma en su mano derecha.
—Voy a buscar en la habitación—dijo mientras caminaba de reversa—en busca de pruebas—cerró la puerta de la habitación con su pierna—. No debes temer si dices que no eres uno más de esos idiotas.
Simons desde que entro en la habitación había mirado de reojo sitios de posible sospecha: debajo de la cama, en la mesa de noche al costado de la misma, en alguna parte del tocador o en el closet en la esquina de la habitación. El hombre, pese a su miedo, acato la orden. Simons tenía como objetivo revisar ordenadamente, pero el sonido de algo que cayó dentro del closet le hizo mirar al hombre con una sonrisa.
—Así que allí las escondiste—dijo acercándose al closet—, era demasiado obvio.
Simons estaba a punto de abrir la puerta cuando el hombre gritó que parará y se movió del lugar hacía él. Simons volvió a retomar con fuerza el poder y apunto nuevamente el arma hacia el hombre.
—¿Quién eres tú para negarme una inspección? Rata de...—intentó decir mientras acercaba el arma con furia a la cabeza del hombre.
—¡No!—gritó una voz masculina y aguda detrás de Simons—. ¡Por favor!
Simons se apartó rápidamente creyendo que sería embestido, pero solamente vio a un adolescente asustado y sudado corriendo a abrazar a su padre. Simons quedó impresionado por la presencia del joven, pero al mirar al hombre aún mirándolo con temor, recobro sus fuerzas.
—¿Así que ésto era lo que ocultabas?—preguntó volviendo a su posición relajada y orgullosa.
—Por favor señor... No lastime a papá—rogó el chico poniéndose delante del hombre.
Simons no apartó la mirada del hombre.
—¿Sabes lo que significa esto? Ese crío que tienes ahí intentando defenderte... ¿Es siquiera tu hijo?
—S-sí, es mi hijo—respondió el hombre sujetando el hombro del jóven.
Simons lanzo un fuerte resoplido agachando la cabeza e hizo una mueca de frustración antes de volver a hablar:
—No eres diferente de esos idiotas de la célula, eres igual o peor que ellos. Mira que tener una cosa así—señaló al chico con un movimiento veloz de su mano—es un crímen. ¿Eres consciente de ello? ¿En serio creíste que viviría correctamente aquí? No tiene cabida aquí... Es un ilegal y ni siquiera se puede considerar humano...
—Por favor, es solo un niño—interrumpió el hombre intentando resguardar a su hijo con sus brazos—. Por favor...
—¡No es como nosotros! ¿Crees que él sería feliz? ¿Incluso una vez se entere de que no es como nosotros? ¿Una vez sepa de dónde viene?—atacó Simons y pudo notar la confusión y el labio tembloroso del joven.
—Por favor, te lo suplico... Llévame a mí, no al chico... Él...
—¿Por qué habría de considerar una oferta para preservar a esa cosa? Estás cometiendo acciones ilegales—Simons apunto el arma hacia ambos—. ¿De dónde lo sacaste? ¿Acaso lo robaste cuando era un bebé apenas?
El hombre sujetaba con fuerza y temblor al chico, ambos veían directamente el arma, la cual parecía sustraer su alma como si la muerte misma y dejándolos en la angustia. No hubo respuesta y Simons se hartó de la situación.
—Como sea, la máquina no quiere... Nadie debe interferir en el orden del mundo que ha sido creado, lo siento.
Simons apunto con mayor entereza y finalmente el olor a pólvora y el sonido del disparo retumbó por la habitación. Con precisión aterradora, la bala atravesó el cráneo del chico e incluso el cristal de la habitación. El padre dejo caer el cuerpo debido a la rozadura de la bala en su brazo. El hombre en micro instantes reaccionó, pero el crío ya no tenía salvación alguna. Se dejó caer al lado del cuerpo dejando salir lágrimas y gritos ahogados; y sujeto la cabeza de su cría con calidez mientras la sangre escurría por los agujeros en su cráneo. El hombre ya no indagó en Simons, y solamente lloró con entereza. Simons se convenció de que ahora no había sentido en aquel hogar más que algunos indicios sobre la gravedad que podría tener la célula al poder ofrecer la posibilidad de criar a un hijo para cualquiera que lo deseara, así que se acercó por detrás al hombre y el segundo disparo hizo caer inmóvil el cuerpo del hombre sobre su remedo de hijo.