Tora Seijaku es una persona bastante peculiar en un mundo donde las brujas son incineradas, para identificar una solo basta que posea mechones de color negro
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Mateo de Asaad
—Solo ha pasado un día aquí… sin embargo, siento que han transcurrido años —murmuró Tora, observando su propio reflejo en un espejo polvoriento colgado en la pared de una taberna.
Su cabello negro, sus lentes y el traje café le devolvían una imagen irreconocible, un disfraz que no solo lo ocultaba de los demás, sino también de sí mismo.
Un brusco golpe lo sacó de sus pensamientos. Un hombre, al pasar apresurado, chocó contra él.
—Me disculpo, no te vi… ¿cómo te llamas? —preguntó aquel sujeto, levantando apenas la mirada.
Tora esbozó una sonrisa que escondía la mentira.
—Me llamo Mateo Asaad.
El hombre alzó su sombrero como saludo y siguió su camino sin sospechar nada.
Con paso firme, Tora —ahora Mateo Asaad— se dirigió a la sede de los cazadores de brujas, un edificio robusto de madera ennegrecida, marcado con símbolos rúnicos en las paredes. Al entrar, el murmullo de hombres y mujeres en armaduras ligeras se apagó por un instante.
—Buenas… quiero un trabajo —dijo Mateo, inclinando apenas la cabeza.
En silencio, pensó para sí mismo: Discúlpenme, chicas… pero creo que tardaré más de lo planeado. Me uniré a la sede para vigilar de cerca su localización.
El hombre detrás del mostrador, de rostro áspero y mirada desconfiada, lo observó con detenimiento.
—¿Qué edad tienes? —preguntó con sequedad.
—Tengo 27 años —respondió sin titubear.
El hombre dudó, pero al final le entregó un estuche metálico. Mateo lo abrió y sacó un arma de fuego. La miró con curiosidad.
—¿Qué es esto?
—Un arma de fuego creada con runas —explicó el encargado, casi con orgullo.
Sin darle más tiempo, lo llevaron al campo de prácticas. Allí lo recibió un instructor, un hombre robusto, no mayor de cuarenta años, con cicatrices en los brazos.
—Este es un invento reciente —explicó mientras le enseñaba a sostener el arma—. Fue creado con un único propósito: cazar brujas.
Mateo Asaad entrecerró los ojos y preguntó con tono neutral:
—¿Y por qué exactamente las cazan?
—Las ofrecemos en holocausto a los espíritus, para que florezca nuestro entorno —respondió el instructor, como si fuese un dogma repetido mil veces.
—¿Los espíritus aceptarían eso? —replicó Mateo, fingiendo ingenuidad—. Pensé que eran aliados de las brujas.
El hombre soltó una risa seca.
—Algunos espíritus lo son. Pero otros… otros desean verlas caer.
Así que existen espíritus de esos… pensó Mateo, ocultando el brillo de sospecha en sus ojos.
En ese instante, una notificación brilló en su visión, superpuesta como un panel invisible.
"Tu camuflaje no es perfecto."
Mateo tensó la mandíbula. Temo que el sistema no me dé suficiente tiempo… y termine delatándome. Es una suerte que me hayan aceptado sin pedirme documentación.
Su máscara estaba funcionando… por ahora.
Mateo Asaad atravesó el pasillo central de la sede, ahora consciente de que aquello no era un simple grupo de aldeanos armados con antorchas. El aire estaba impregnado de disciplina: soldados marchaban en formación, cada paso resonaba con precisión en los corredores de piedra. En las paredes colgaban estandartes con símbolos rúnicos y placas de bronce donde estaban grabados los nombres de los caídos en “actos de purificación”.
Al fondo, un enorme mapa táctico mostraba distintos pueblos señalados con alfileres y símbolos rojos: cada marca era una bruja capturada, ejecutada o aún en la lista de objetivos. La sede funcionaba como un verdadero comando central de operaciones.
Un soldado se acercó con un tono cortante:
—Recluta Asaad, su identificación temporal. —Le colocó un brazalete metálico con inscripciones rúnicas que brillaron brevemente al tocar su piel—. Mientras lleve esto, será reconocido como miembro de esta unidad.
Mateo inclinó la cabeza, fingiendo respeto, mientras por dentro evaluaba cada detalle: runas de rastreo, control de entrada y salida… esto es más complejo de lo que imaginaba.
Lo guiaron hasta un salón amplio donde se alineaban más de cincuenta reclutas. Un capitán, con voz firme y uniforme impecable, caminaba al frente como un general de campaña.
—¡Atención! —su voz retumbó como un martillo—. Ustedes no son campesinos con miedo, ni mercenarios sin disciplina. ¡Son Cazadores de Brujas! Su deber es mantener la pureza de nuestras tierras y ejecutar sin vacilar a quienes alimentan la corrupción espiritual.
El grupo respondió al unísono con un grito militar:
—¡Sí, señor!
Mateo imitó el gesto, aunque su mente estaba en otra parte.
Durante la instrucción, le mostraron no solo el manejo del arma de fuego rúnica, sino también tácticas en escuadrón: formaciones de ataque, señales de mano, y protocolos de captura. Todo estaba meticulosamente diseñado para que ningún enfrentamiento contra una bruja se volviera caótico.
En un momento de descanso, el instructor se acercó a él, con la mirada endurecida por años de servicio.
—Muchos piensan que cazamos por odio o superstición, recluta. No lo olvides: cazamos porque sin sacrificios los espíritus no nos bendicen. Sin su favor, las cosechas se secan, las lluvias se detienen y las ciudades mueren. La bruja no es una persona. Es un precio.
Mateo sostuvo la mirada sin responder, y en su cabeza resonó con fuerza: El precio… son vidas disfrazadas de ritual. Si Syra supiera lo que he visto aquí, lo usaría en contra de ellos. No, debo ser yo quien recopile esta información.
De pronto, el brazalete en su muñeca vibró. Una notificación apareció en su visión, invisible para los demás:
"Infiltración en curso. Camuflaje operativo. Riesgo de exposición: 38%."
Mateo apretó los dientes. El sistema lo vigilaba, incluso dentro de aquel ejército. Tenía que moverse con más cautela que nunca.
Un toque de trompeta interrumpió sus pensamientos. Todos los reclutas se alinearon de inmediato. Un teniente entró con paso marcial, portando una carpeta sellada con runas.
—Nueva misión. Una bruja ha sido detectada en las afueras del bosque de Amsel. El escuadrón beta será desplegado al amanecer.
El capitán señaló hacia Mateo.
—Recluta Asaad, usted se incorpora. Será su primera operación.
Un murmullo recorrió a los demás soldados. Algunos lo miraron con desdén, otros con simple indiferencia. Mateo respiró hondo, ajustó los lentes sobre su nariz y pensó:
Así que el destino no me dará tiempo de acomodarme… Muy bien. Si quieren verme cazar una bruja, veremos quién caza a quién.