— Mami, estás viva. — Sus ojos verdes igual a los míos me hacen sobre saltarme, imposible. No puede ser, esté niño es...
— Byron. — Podría reconocer esa voz en cualquier lugar. La tengo gravaba en mi memoria cómo si fuera mi maldita canción favorita.
— Papi, encontré a mamá. — Estaba a unos metros del hombre que ame por más de una década, el hombre de 1.87, cabello negro, ojos grises azulados, hombros anchos, labios sexis y rostro apuesto. El era la definición de perfección.
¿Alguna vez le han regalado flores a un hombre? Yo si. Es el que está frente a mí en éste momento.
Lo recuerdo de niño, ¿cómo no me dí cuenta antes? Quizás por qué has estado luchando por olvidar todo de el. Así que no notaste que el pequeño aquí es su viva imagen. Contestó mi voz interior.
— Aléjate de mi. — Ordene a al mocoso. Mi voz antes normal se volvió fría.
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La melliza imperfecta
Lidia.
Maldita sea. ¿Por qué estoy llorando? Verlo fue más fuerte de lo que imaginé. Me fuí de mi ciudad natal para no volver a verlo nunca, sin embargo siguió apareciendo, sigue apareciendo. Sus ojos todavía me ven con esa desaprobación que siempre tuvieron para mí.
¿Pero quién en toda mi vida me ha visto diferente? Mis padres siempre prefieren a Layla, la dulce Layla que no rompe un plato. La estudiante más destacada, la políglota entusiasta, la popular, la buena en los deportes. La princesa del perfeccionismo.
¿Y yo que era junto a ella?
La melliza imperfecta.
La que no sabe más de dos idiomas, la que tenía notas pésimas, la que se pasaba los días acosando a un hombre, con él que jamás debió fantasear.
— Nunca serás nada.
— Tus cuadros nunca costará más de dos pesos.
Eso era lo que mis padres solían decírme. Lloró al recordar lo crueles que fueron conmigo.
Me acusaron injustamente de querer matar al bebé de mi hermana. En venganza quemaron años de trabajo, quemaron mis sueños. Quemaron mi esfuerzo. Quemaron mi yo bondadoso.
Flashback.
Los empleados sacaron todas mis pinturas y las pusieron en el jardín. Dos mucamas sostuvieron mis brazos mientras mis pinturas se reducían a cenizas.
No recuerdo haber llorado tanto en toda mi vida. Ni siquiera cuándo murió mi nana. La única persona que si me amaba.
¿Se saben la frase, "el dolor te hace más fuerte."?
Después de la muerte de mi Nana no fue así. Me desmorone. Había perdido al único humano decente que conocía. Estuve sola en su funeral, ella no tenía familia, a mis padres no les importó que ella hubiera trabajado más de veinte años en su casa, ni siquiera mi hermana fue, nadie estuvo conmigo en ese día tan triste. En mi corazón tenía la esperanza de ver a Luke, quizás yo era una molestia para el, pero mi nana siempre lo trato bien. ¿Por qué no se molestó si quiera en enviar un ramo de flores? Lo encontré en casa al volver, ingenuamente pensé que había ido a darme el pésame.
— Luke. — Abrace al hombre más frío que un iceberg. El no se compadeció de mi dolor. Me echo a un lado.
— No me toques. Eres una verdadera molestia.
— No seas duró conmigo. — Mis ojos seguían derramando lágrimas. — Hoy no podré soportar tu desprecio. Sólo por hoy se gentil, mi Nana...
— No quieras darme lastima. Me fastidian las chicas como tú. Siempre tratando de llamar la atención. Supéralo y sigue adelante. A mí déjame en paz. — Fuí ingenua al pensar que vino a darme el pésame, a apoyarme, a consolarme. Vino por otras razones, ¿pero cuáles eran esas razones? Me enteré unos días más tarde, el y mi hermana estaban en una relación.
Mi hermana estaba de novia con el hombre que yo había amado desde los siete años. ¿Cómo? ¿Cuándo empezó eso? ¿Se gustaban desde siempre y nunca me dí cuenta? No lo sabía.
Ella se disculpó conmigo. ¿Pero por qué lo haría? ¿Qué derecho tenía yo de recibir una disculpa?
Luke la eligió a ella. Todo el mundo la elegía a ella. ¿Por qué me sorprendería? No sé. Quizás era por qué ella nunca hizo nada para ganarse su afecto. Quizás por qué era mi bendita hermana y tenía que ayudarme en lugar de seducir al hombre que yo amaba.
— Tienes a todos los chicos de la escuela enamorados de ti. ¿Por qué tenías que aceptarlo a él? — Todo en mi se estaba rompiendo. No podía lidiar con esto también.
— Luke me gusta.
— ¡Luke le gusta a toda la puta escuela! — Grite frustrada. — Pensé que el no te gustaba, todo el tiempo estuviste fingiendo. Fingiste que me apoyarme cuando en realidad lo querías para ti. Lo que hiciste no tiene justificación.
Me encerré en mi estudio, los pinceles en mis manos no se movían. El cuadro frente a mi estuvo vacío por semanas. No podía pintar, el dolor me estaba matando más lento que un veneno.
Dormía en mi estudio, me bañaba, comía y cenaba en el. Ese era mi lugar seguro. Un día decidí salir. La falta de luz solar me estaba haciendo daño. Lo veía en mi espejo.
Hubiera deseado no cruzar la puerta, hubiera deseado que mi yo del futuro me detuviera, todo había estado tranquilo en la casa, nadie me molestaba, creó que habían olvidado que yo existía.
Sólo quería tomar el sol y un poco de limonada.
— Al fin sales de tu cueva. — Dijo Layla al verme. La Ignore y tome mi vaso. — ¿Me das un poco?
— Sirve tu misma. — Ella me arrebato mi vaso. En cuestión de minutos se empezó a sentir mal. Mi madre llamo una ambulancia y se la llevaron al hospital. Quizás era una traidora, pero seguía siendo mi hermana, estaba preocupada por ella. Espere a que mamá volviera.
— ¿Qué pasó? ¿Cómo está Layla? — Recibí una fuerte bofetada. — ¿Qué te pasa? — Nunca me había pegado, regañado y gritado si, pero golpeado jamas, no importa lo enojados que estaba, nunca recibí un golpe de mis padres.
— ¿Cómo pudiste? ¿Estás tan celosa de ella?
— No entiendo de que hablas. — Luke se unió, sus ojos tenían fuego, parecía que quería matar a alguien, era a mi, no tenía que ser muy inteligente para deducirlo. — ¿Qué pasa? ¿Por qué me ven así? — La situación era confusa.
— Si algo le pasa a Layla, o a mi hijo, vas a pasar el resto de tus días en la cárcel.
— ¿Layla está embarazada? — Un golpe más a mi pequeño corazón. Así de seria se había vuelto su relación. ¿Ya habían tenido sexo? Era obvio que si, ella no quedó embarazada del espíritu santo. Imaginé a ellos dos en la cama y me dieron ganas de vomitar, mi hermana y el hombre que ame por años tuvieron intimidad, apuesto que el fue el primero, por qué ella no había tenido novio.
— No finjas que no lo sabes. — Luke me agarró de los hombros. Puso tanta presión en ellos que casi me los rompe.
— Me estás lastimando. Suéltame.
— Te lo advierto Lydia. Mi bebé no será el único en morir.
No podía entender nada. ¿Por qué me estaban culpando a mi? ¿Qué se supone que le hice a la princesa de la perfección?
... Me encontraba en mi estudio pidiéndole a Dios una señal.
— ¿Acaso mis padres nunca me amará? Dime. ¿Por qué aman a mi hermana y a mi no? ¿Por qué si somos mellizas? Dios por favor salva a su bebé. No quiero ir a la cárcel. — Conocía muy bien a Luke, si el se lo proponía yo podía pasar el resto de mi vida en ese sitio, su familia era la más poderosa del país, un chasquido de sus dedos y mi vida estaría arruinada para siempre. — Dios salva a su bebé. Por favor. Y déjame ser feliz. Déjame encontrar mi propósito de vida. — Estando de rodillas, rezando, escuché cómo la puerta de mi estudio se rompía. Mi padre entró y dió una orden clara.
— Saquen todo.
— Papá, ¿qué estás?
— Tu ya no tienes padre. Me equivoqué al tenerte.
— Papá. — Su mano fue a dar a mi mejilla. Esa había dolido más que la de mi madre. El solía ser frío conmigo, pero de vez en cuando notaba cierta calidez en sus ojos. A diferencia de mi madre que sólo me miraba con desaprobación.
— Desde hoy, no eres más mi hija. No más privilegios para ti señorita. — El dolor no me importo. Al ver que se llevaba mi pintura favorita, sólo quería saber una cosa.
— ¿A dónde llevan mis cuadros?
— A dónde pertenecen. — No entendí. Perseguí a los hombres para darme cuenta del infierno que había en el jardín. Mi primer cuadro, el que pinte a los tres años, y el último de hace un año se volvieron cenizas. Sólo quedaba el de mi Nana conmigo, era el más importante, mi favorito, el más valioso, todavía recordaba el día que lo hice, ella estaba viéndome y felicitándome por lo bonito que yo pintaba.
— Por favor no quemen ese. Papá por favor. — Las lágrimas no dejaban de caer. Mis ojos parecían nubes en precipitación. — Déjame conservarlo. Sólo ese papá. Te lo ruego. — Vi a Luke en una esquina. — Luke por favor. Dile que no lo haga. — Suplique. El me vió como si estuviera disfrutando mi dolor. Mi papá hizo un gesto con la mano, uno de esos hombres lo tiró al fuego vivo. — ¡NO! — Grite llena de dolor mientras veía arder el último recuerdo de la persona que amaba, y que me amaba de regreso.
— Tú dolor no se compara a lo que está sufriendo Layla. — Escuchar su nombre movió algo en mi interior. Algo que había estado creciendo con el pasar de los años. Envidia, resentimiento, rabia, dolor, odio. Hasta ese día supe que tenía todas esa emociones atoradas en mi pecho, las reprimi por años, pensando que un día todos me amarían cómo la amaban a ella, pero ver mi trabajo arder fue la gota que derramó el vaso.
— Ella es la única que te importa. — Estando de rodillas levanté la cabeza, lo vi con tanto odio qué por un momento sentí que logré intimidarlo. Me puse de pie, hice que las sirvientas me soltaran. Seque mis lágrimas, acomode mi ropa y aclaré mi voz. — Acabo de perder años de trabajo, años de esfuerzo, pero planeó recuperarlos. Haré cuadros más bonitos que se venderán en millones. — Lo mire con una determinación que no sabía existía en mi. — No quemaste mis sueños. Me quemaste a mi. Acabas de perder a tu hija. Y grábate bien esto. — Aparte mis malditas lágrimas. — Nunca me vas a recuperar. — Sonreí. — Tu no renuncias a mi. Yo renunció a ti. A mi madre. Y toda esta maldita familia. — Su mano de nuevo se levantó para golpearme. No se de dónde saqué la fuerza, pero logré sostenerle el brazo. — No. — Lo empuje. — Nunca en tu vida me volverás a poner una mano encima. — Dirigí mi mirada a Luke. — Te di un amor que jamás nadie te dara. Lo despreciaste por una larga década. Así que nunca esperes nada de mi. Nunca te cruces en mi camino. Ustedes ya no son nada en mi vida, no significan nada. Los odio a todos. — Le di la espalda y corrí, corrí con todas las fuerzas que me quedaban.