LA VETERANA: ¡NO ERES MI TIPO! ALÉJATE
María Teresa Andrade, dueña de una pequeña tienda de esencias naturales y exóticas para postres, lleva una vida tranquila tras diez años de viudez. A sus 45 años, parece que el amor es un capítulo cerrado...
Hasta que Marcello Dosantos, un carismático repostero diez años menor, entra en su vida. Él es todo lo que ella intenta evitar: extrovertido, apasionado, arrogante y obstinado. Lo opuesto a lo que considera "su tipo".
Es un juego de gato y ratón.
¿Logrará Marcello abrirse paso hasta su corazón?
María Teresa deberá enfrentar sus propios miedos y prejuicios. ¿Será capaz de rendirse a la tentación de unos labios más jóvenes?
¿Dejará de ser "LA VETERANA" para entregarse al amor sin reservas? O, como insiste en repetir: “¡No eres mi tipo! ALÉJATE”
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23. El bombón de las tinieblas.
—¡Hasta que al fin los encuentro! —dice María Teresa, con dos copas en las manos, acompañada de Dante, que no parece querer despegarse de ella.
Roqui rueda los ojos y mira detenidamente a su amiga. El brillo en sus ojos y ese pequeño mordisco en el cuello no pasan desapercibidos.
Se acerca lentamente y, como un sabueso experto, la olfatea descaradamente.
—No me digas que te tocó ir hasta la destilería por el vino —comenta con su característico sarcasmo.
María Teresa muerde su labio inferior, consciente de que a su amigo no se le escapa nada.
—¡Roqui!… —lo llama con un tono temeroso y suplicante.
Marla, captando la tensión, suspira y decide intervenir.
—¿Y quién es este pequeño galán que te acompaña? —pregunta, fijando la vista en Dante para romper la tensión del momento.
El niño, con una sonrisa deslumbrante y la confianza de un adulto en miniatura, extiende la mano.
—Mucho gusto, bella dama. Soy Dante Dosantos.
Marla sonríe, toma la mano del niño y lanza una mirada cómplice hacia su prima. Cree tener una idea de quién es hijo ese jovencito tan apuesto y educado.
—El gusto es mío, guapo caballero —responde con una sonrisa traviesa.
—Creo que alguien tiene mucho que explicar —interviene Roqui, arqueando una ceja mientras mira a María Teresa.
Ella, buscando una salida rápida, decide presentarle al niño.
—Dante, él es mi amigo Roqui, algo así como mi hermano gruñón.
—¡Qué chistosita! Apenas llegas y ya estás con bromas —refunfuña Roqui—. No le hagas caso, niño. Ella vive envidiando mi buen humor.
Roqui observa detenidamente al preadolescente. Esos ojos azules, esa sonrisa coqueta y esa actitud de seguridad le hacen arquear una ceja.
—No hay duda, por las venas de este pequeño corre la sangre del Bombón de las Tinieblas —se dice, entre asombro y diversión.
De repente, las piezas comienzan a encajar. La falta de maquillaje en el rostro de María Teresa, ese delicado aroma a jabón perfumado en su piel y las puntas aún húmedas de su cabello... todo se vuelve claro.
Mientras sigue atando cabos, saca el folleto del bolsillo interno de su chaqueta, lo examina y luego, en un acto teatral, comienza a abanicarse exageradamente con él.
—¡Necesito tomar asiento! Juro que me va a dar algo —declara, con un melodrama digno de diva.
María Teresa lo observa en silencio, pero su mirada queda fija en el folleto que Roqui sostiene. Suspira profundamente. Ya no tiene sentido intentar ocultar la verdad.
Roqui, por su parte, se deja caer en la silla con una sonrisa pícara, cruzando las piernas con toda la elegancia del mundo.
—El mundo definitivamente es un pañuelo —dice, dejando entrever en su expresión ese aire triunfal de "te descubrí".
María Teresa respira hondo, reuniendo el valor para confirmar lo evidente.
—Lo que están imaginando es cierto —admite con firmeza, aunque baja la voz para añadir con cuidado—: Él es el hijo de Marcello Dosantos. Alias “el Bombón de las Tinieblas”.
La última palabra es apenas un susurro, lo suficientemente bajo como para que solo sus amigos puedan leer sus labios.
—Necesito su ayuda para encontrarlo. No me siento cómoda dejándolo solo aquí, rodeado de tantos adultos.
Dante, que odia que lo traten como un niño, frunce el ceño en un gesto que intenta parecer intimidante.
—¡No soy un bebé! Soy un hombre grande —protesta, cruzando los brazos y mirando a los adultos con un evidente aire de disgusto.
Marla, quien tiene experiencia con adolescentes gracias a su propio hijo, sonríe con comprensión.
—Tienes toda la razón, galán —dice, su tono amable y conciliador—. Solo que este lugar está lleno de personas desconocidas, y seguro tu papá debe estar preocupado por ti.
El halago logra bajar el enojo del pequeño que se relaja por el halago de la Rubia.
María Teresa mira a sus amigos, en espera de una respuesta.
—Prima, no tienes que decirlo dos veces —responde Marla, acercándose a Dante—. Vamos a buscar al papá de este jovencito.
El pequeño observa a los tres con interés, percibiendo la buena química entre ellos. Quizás podría necesitarlos para sus planes de Cupido.
—¿También puedo ser su amigo? —pregunta con una sonrisa radiante.
Sin necesidad de hablar, Marla y Dante cruzan una mirada cómplice, pensando exactamente lo mismo: unir a Marcello con María Teresa.
—Por supuesto. ¿Quién no querría ser amigo de un hombrecito tan guapo y caballeroso? —dice Marla con naturalidad.
—Bienvenido al Club de los Invencibles —añade Roqui con entusiasmo.
—¡Campeón! Te estaba buscando —interrumpe Marcello. Su tono es firme, y sus ojos se posan en los acompañantes de su hijo.
Sus ojos se detienen en María Teresa, y el recelo en su expresión es evidente. A ella no le pasa desapercibido, pero decide ignorarlo.
Dante, con su astucia e inteligencia observa la batalla de miradas, sin pensarlo interviene para romperlas.
—Papi, ¿por qué eres tan maleducado y no saludas?
Marcello respira profundo, reprime su molestia y finge una sonrisa.
—Tienes razón, campeón. Perdón. Mucho gusto, soy Marcello Dosantos —dice estrechando la mano de Roqui.
A Marla le da un beso en la mejilla y, cuando llega a María Teresa, aprovecha para susurrarle al oído:
—Me debes una explicación... Y no vuelvas a acercarte a mi hijo.
La furia en los ojos de María Teresa se aviva. ¿Quién se cree ese hombre? ¿Ella es buena para estar entre sus piernas, pero no para acompañar a su hijo?
Además, ella solo lo estaba cuidando y ayudándolo a buscarlo justo a él.
—No fue mi intención, señor Dosantos, y no se preocupe. No volverá a pasar —responde con una voz helada antes de dar un paso atrás.
—Dante, ha sido un gusto conocerte, pero es hora de irnos —anuncia mientras dirige una mirada a sus amigos.
Ellos captan la señal de inmediato.
Roqui, sin perder la oportunidad de dejar las cosas claras, se acerca a Marcello con su mejor sonrisa sarcástica y, con su lengua afilada, le suelta:
—Fue un placer conocerlo, señor Dosantos. Qué pena que su personalidad agria... —acentuando el tono en esa palabra—. Arruine la elegancia y los exquisitos sabores del lugar.
Con eso, María Teresa, Marla y Roqui se retiran, dejando a Marcello aún más irritado.
Él se inclina a la altura de su hijo, tratando de recuperar algo de control en la situación.
—Campeón, ¿dónde quedó lo que te he dicho sobre no hablar con extraños?
Dante deja escapar un suspiro pesado.
Definitivamente, los adultos son complicados.
—Papá, no te logro entender. Ella estaba contigo en la oficina. Simplemente me la encontré cuando regresé por mi celular —explica, con calma pero firmeza.
Marcello lo escucha en silencio, y Dante decide aprovechar.
—Ella fue muy amable al ofrecerse a acompañarme para buscarte porque no le pareció bien que estuviera solo entre tantos adultos… ¡Pero claro! Tú lo tomaste mal.
Marcello se queda sin palabras. Tiene que admitirlo, se pasó de la raya y lo sabe…