Tras un matrimonio, lleno de malos entendidos, secretos y mentiras. Daniela decide dejar al amor de su vida en libertad, lo que nunca espero fue que al irse se diera cuenta que Erick jamás sería parte de su pasado, si no que siempre estaría en su futuro...
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capítulo 5
Al día siguiente, en la mansión Montero
El comedor estaba impecablemente dispuesto. Una gran mesa adornada con flores frescas, vajilla de porcelana y cubiertos de plata ocupaba el centro de la estancia. Mariana se había encargado personalmente de que todo estuviera perfecto. No por vanidad, sino porque intuía que el almuerzo de ese día marcaría un antes y un después.
Daniela, sentada al lado de su abuela Eloísa, mantenía las manos sobre su vientre mientras jugaba nerviosamente con la servilleta. Erick, junto a ella, se mantenía recto pero inquieto. Sebastián y Dylan ocupaban los extremos, alertas. Francisco, al centro como siempre, no había dicho mucho, pero su sola presencia imponía.
A las doce en punto, el mayordomo anunció la llegada de los Martínez.
—Los señores Enrique y Renata Martínez.
Los padres de Erick entraron con elegancia y una actitud que combinaba orgullo y cortesía medida. Renata, alta y de porte distinguido, saludó a todos con una sonrisa diplomática. Su esposo, un hombre de negocios serio y meticuloso, saludó con un apretón de manos firme a Francisco, como si de una reunión de juntas directivas se tratara.
—Gracias por recibirnos —dijo Renata, mirando con aprecio la decoración—. Sabemos que no es una situación sencilla.
—Sencilla no es —respondió Eloísa, con tono neutro—, pero aquí estamos, para poner las cartas sobre la mesa.
Una vez servida la comida, las conversaciones comenzaron de forma cordial, casi demasiado medida. Pero no tardó en aparecer el tema que todos sabían que vendría.
—Supongo que, dada la situación —comenzó el señor Martínez con voz grave—, lo más sensato sería considerar un compromiso formal. Por el bienestar de los niños. Por el honor de ambas familias.
Daniela bajó los cubiertos, con una expresión contenida. Erick también se tensó.
—¿Un compromiso…? —repitió ella, sin levantar la voz.
—Un matrimonio, hija —aclaró Renata con amabilidad forzada—. Es lo correcto. Están esperando gemelos. Erick está dispuesto. ¿Por qué no formalizarlo? No hay razón para seguir postergando lo inevitable.
Eloísa carraspeó con intención, pero no intervino aún. Esperaba la respuesta de su nieta.
—Porque no es inevitable —dijo Daniela finalmente—. Agradezco la intención, pero yo no pienso casarme solo porque estoy embarazada. No quiero repetir errores del pasado.
—Pero ahora es distinto —insistió Renata, algo más tajante—. Esta vez hay niños en medio. Y no estamos hablando de un romance adolescente. Esto es una familia.
—Y yo seré madre —replicó Daniela—. Pero también tengo planes. En cuanto pueda, regresaré a Roma con mis hijos.
El silencio cayó como una piedra sobre la mesa.
—¿Regresar? —la voz del señor Martínez se tornó dura—. ¿Con los niños?
—Sí —afirmó ella—. Es mi hogar. Es donde me siento segura. Donde tengo apoyo, una vida construida. Y mis hijos crecerán allá. No los criaré en medio de la tensión de dos familias que apenas se toleran.
—Eso es inaceptable —dijo Renata, perdiendo la compostura—. ¿Pretendes llevarte a los niños sin su padre?
—No estoy hablando de alejarlos de Erick —aclaró Daniela con firmeza—. Estoy hablando de criar a mis hijos donde yo esté emocionalmente estable. Y ahora mismo, eso es en Roma. Erick es bienvenido a formar parte, pero no condicionarás mi maternidad con una boda ni con expectativas sociales.
Francisco apretó la mandíbula, sin intervenir. Sebastián, en cambio, soltó un “bien dicho” apenas audible. Dylan sonrió por primera vez.
Erick tomó aire.
—Yo sabía que esto iba a pasar —dijo con voz baja—. Se los dije. No vine aquí a forzarla a casarse. Ni a detener sus decisiones. Si quiero estar con ella… primero tengo que estar donde ella esté.
—¿Y vas a seguirla a Roma? —preguntó su padre con desaprobación—. ¿Dejarás todo lo que has construido aquí?
—Si hace falta, sí —respondió él sin titubear.
Eloísa, que había permanecido callada hasta entonces, alzó su taza y habló como quien dicta sentencia:
—Este almuerzo no era para planear una boda, sino para construir acuerdos reales. Daniela no está sola. Y aunque entiendo su desconcierto, señores Martínez, aquí no decidiremos sobre su vida como si fuera un trámite. Si quieren formar parte de esto, será con respeto. No con imposiciones.
—Pero ustedes también deberían considerar lo que es mejor para los niños —añadió Renata, aún indignada.
—Lo mejor para ellos —dijo Mariana por primera vez— es una madre sana, segura y en paz. Y no hay paz cuando la obligan a quedarse donde no quiere estar.
La mesa quedó en silencio otra vez.
Erick, con la mirada fija en Daniela, rompió la tensión final.
—Si ella decide irse, yo iré también. Lo importante ahora no es cómo nos ven los demás. Es lo que les damos a nuestros hijos.
Y con eso, el almuerzo llegó a su punto más claro: no habría boda forzada. No habría acuerdos que ignoraran lo esencial.
El señor Martínez al ver que a su hijo prácticamente lo estaban forzando a tomar decisiones apresuradas agregó.
— Lo siento hijo, pero creo que no estás pensando con claridad. Comprendo que quieras estar en la vida de tus hijos y que estés aceptando las condiciones que te están imponiendo por el bien de ellos, pero... irte a Italia solo porque ella te lo impone, no me parece que estés pensando claramente. Tú también tienes una vida aquí, te has esforzado por años para tomar el liderazgo de la empresa familiar e incluso gracias a tu buen manejo y grandes negocios nuestro patrimonio ha crecido. ¿Qué se supone que iras hacer allí?
— No lo sé padre, luego veré... lo importante aquí son mis hijos...
– Y es ahí donde quiero llegar, a ellos les interesa el bienestar de su hija, pues a mí me interesa el tuyo.
La abuela Eloísa al oír las palabras del señor Enrique entendió por un momento su punto de vista y agregó.
—Señor Martínez, comprendo su preocupación —intervino Eloísa con tono sereno, pero firme—. Usted es padre, como yo soy abuela. Queremos lo mejor para los nuestros. Pero le recuerdo que lo mejor para un hijo no siempre es imponerle el camino, sino acompañarlo en el que elija, incluso si no lo entendemos del todo.
Renata bufó con disimulo, y Mariana le lanzó una mirada que no pasó desapercibida.
—Es que esto no se trata solo de acompañar decisiones impulsivas —replicó Enrique—. Erick no está solo. Tiene responsabilidades aquí. Una carrera, una familia, una empresa que mantener. Y ahora va a dejarlo todo... ¿por una mujer que lo dejó?
El golpe fue seco, y aunque nadie alzó la voz, todos sintieron la tensión subir.
Erick se inclinó levemente hacia la mesa, conteniendo su enojo.
—Esa mujer es la madre de mis hijos —dijo con calma contenida—. Y sí, me dejó, pero nunca me abandonó. Fue más valiente que todos nosotros al irse. No huyó, se salvó. Si hoy está aquí sentada, es porque eligió enfrentar todo esto de frente. Y si tengo que elegir entre quedarme por lo que “construí” o seguirla para construir algo nuevo con ella y con mis hijos, no tengo dudas de lo que prefiero.
Daniela lo miró, sorprendida por la claridad en sus palabras. No era el mismo Erick que conoció antes. Este hablaba con convicción, no con orgullo.
—Y además —añadió Eloísa con delicadeza—, nadie está diciendo que se irá mañana. Daniela está en su último mes de embarazo. Tiene tiempo para pensar, para adaptarse. Lo que ha dejado claro es que no quiere ser obligada a quedarse. Esa libertad también es parte del bienestar de sus hijos.
Francisco, que hasta entonces solo había observado, finalmente habló:
—Yo tampoco estoy de acuerdo con muchas cosas que han pasado. Pero respeto la decisión de mi hija. No voy a repetir errores del pasado. Ya le impuse un matrimonio una vez. No lo haré de nuevo. Si ustedes están aquí para ayudar, bienvenidos. Si están para dictar condiciones... entonces sobramos todos.
Hubo un silencio largo. Enrique Martínez intercambió una mirada con su esposa. Ninguno dijo nada más.
Eloísa se levantó, con la calma de quien ha vivido demasiado como para temer a la incomodidad.
—Este almuerzo termina aquí. No porque haya un conflicto —añadió—, sino porque cada uno ha dejado clara su postura. Los invito a reflexionar antes de que la soberbia nos quite más de lo que ya se ha perdido.
Se retiró de la sala, seguida por Mariana. Dylan fue el primero en soltar un suspiro, y Sebastián tomó su copa de vino como quien quiere tragarse el mal rato. Erick miró a su padre con pesar, luego bajó la vista.
Daniela se levantó con una lentitud medida, alisando su vestido con una mano mientras la otra descansaba sobre su vientre.
—Gracias por venir —dijo sin sarcasmo, pero con una dignidad imposible de ignorar—. Yo también reflexionaré... pero sobre cómo empezar una nueva vida sin volver a perderme en los deseos de los demás.
Y salió del comedor sin mirar atrás.