Abigaíl, una mujer de treinta años, quien es una escritora de novelas de amor, se encuentra en una encrucijada cuando su historia, la cual la lanzó al estrellato, al sacar su último volumen se queda en blanco. Un repentino bloqueo literario la lleva a buscar a su hombre misterioso e intentar escribir el final de su maravillosa historia.
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capítulo 22
La mañana en la empresa transcurría con la calma típica después de un gran proyecto, pero eso no significaba que las tensiones hubieran desaparecido por completo.
Abigaíl caminaba por el pasillo principal, revisando algunos informes en su tableta, cuando una voz aguda y cargada de veneno la detuvo.
—Vaya, vaya... —dijo Camila, una de las secretarias de administración, famosa por su insistente "devoción" hacia Erick—. No sabía que para ascender en esta empresa bastaba con... *acomodarse* en los brazos del presidente.
Algunas miradas se volvieron curiosas.
El comentario había sido lo bastante alto para que varios lo oyeran.
Abigaíl alzó la vista, sin dejar traslucir en su rostro más que una fría compostura.
Caminó hacia Camila con paso lento y seguro, deteniéndose a poca distancia de ella.
—¿Sabes, Camila? —dijo, con una sonrisa educada y un tono amable que, sin embargo, cortaba como un bisturí—. Lamento que pienses así. Quizá sea porque tú no has conseguido destacar por tu trabajo… ni en la sala de juntas, ni fuera de ella.
Hubo un pequeño murmullo en el pasillo.
Camila abrió la boca, indignada, pero Abigaíl continuó, implacable:
—Te sugiero que inviertas tu tiempo en perfeccionar tus habilidades profesionales. Créeme, la competencia aquí no es tan "cómoda" como tú imaginas.
Y sin darle más importancia, Abigaíl siguió su camino con la frente en alto, dejando a Camila pálida de rabia y a varios empleados ocultando sonrisas detrás de sus escritorios.
En su despacho, tras cerrar la puerta, Abigaíl no pudo evitar sonreír un poco para sí misma.
**No necesitaba que nadie la defendiera.
No esta vez.**
***
Horas más tarde, el ambiente en la empresa se tensó repentinamente.
Desde la recepción, una asistente nerviosa corrió hacia el despacho de Erick.
—Señor Black... —dijo, apenas tocando la puerta—. Su padre está aquí. No quiso anunciarse... y viene bastante alterado.
Erick frunció el ceño, dejando a un lado los documentos que revisaba.
Se levantó de su asiento justo a tiempo para ver al imponente señor Black ingresar sin pedir permiso, como era su costumbre.
—¿Qué demonios está pasando contigo? —espetó su padre, cerrando la puerta tras de sí de un portazo.
—Buenos días, papá —respondió Erick con una calma gélida.
—¿Buenos días? —repitió su padre, furioso—. ¡Me entero por terceros que hubo una crisis en el proyecto de Cancún y que, en vez de resolverlo tú mismo, te fuiste a... *vacaciones*!
Erick apoyó las manos en el escritorio, mirándolo directamente.
—La situación ya estaba controlada cuando llegué. Y para tu información, tengo derecho a tomarme unos días. La empresa no se cayó por eso, ¿o sí?
Su padre resopló, enfurecido.
—No es solo eso. Llevas meses sin aparecer por casa. Ni una cena, ni una reunión familiar. Y para colmo, los Montez siguen esperando la fecha del compromiso.
Erick cerró los ojos un instante, respirando hondo antes de hablar.
—No voy a casarme con Elena Montez. Ya lo dejé claro.
—¡Es una alianza importante para la familia Black! —rugió su padre—. ¡No puedes deshacerte de esa responsabilidad solo porque te encaprichaste con una asistente de cuarta!
Erick, esta vez, golpeó la palma de su mano contra el escritorio con fuerza.
—Cuidado con lo que dices, papá —advirtió en voz baja, peligrosa.
El padre de Erick se tensó al ver la chispa en los ojos de su hijo. Sabía que había cruzado un límite.
—No te atrevas a meterte con Abigaíl —continuó Erick, su voz baja pero firme como una roca—. No tienes idea de lo que ha pasado... y aunque la tuvieras, no cambiaría nada.
Esta vez no cederé.
Ni por ti, ni por los Montez, ni por nadie.
El señor Black lo miró largo rato, como si intentara intimidarlo.
Pero lo único que encontró fue determinación.
Finalmente, con un gruñido, se dio media vuelta y salió del despacho, azotando la puerta tras de sí.
Erick se recargó en su silla, pasando una mano por su cabello.
Sabía que las cosas no serían fáciles.
Pero ya había tomado su decisión.
**Esta vez, lucharía por lo que quería.
Por ella.**
***
Erick no tardó en buscarla.
Todavía tenía el pulso acelerado, no solo por la discusión con su padre, sino por todo lo que representaba enfrentarse a su propio mundo por ella.
La encontró en su despacho, revisando unos documentos, ajena al huracán que acababa de azotar el edificio.
Erick no llamó a la puerta.
Simplemente entró y cerró detrás de sí, sin apartar la vista de ella.
Abigaíl levantó la mirada, sorprendida por la intensidad que vio en sus ojos.
—¿Todo bien? —preguntó, dejando a un lado los papeles.
Erick no respondió de inmediato.
Solo caminó hacia ella, despacio, como si cada paso afirmara una decisión irrenunciable.
Cuando estuvo frente a ella, la atrajo suavemente de la cintura, apoyando su frente contra la suya.
—Te amo, Abigaíl —susurró, con una sinceridad que hizo que su corazón se detuviera un instante—. No me importa lo que piense nadie. No me importa mi apellido. No me importa la familia Montez, ni sus alianzas, ni sus amenazas.
Solo me importas tú.
Abigaíl sintió cómo el nudo que llevaba semanas apretando su pecho comenzaba, por fin, a deshacerse.
Le acarició la mejilla, incapaz de contener las lágrimas que asomaron en sus ojos.
—Yo también te amo, Erick... —susurró, apenas audible.
Él sonrió, esa sonrisa torcida y dulce que solo le mostraba a ella, y la besó.
Un beso lento, profundo, cargado de promesas.
La cargó entre sus brazos como si fuera el tesoro más preciado, y cerrando con llave la puerta del despacho, la llevó hacia el sofá.
Allí, entre besos y caricias, se amaron como si el mundo entero se hubiera reducido a ese pequeño espacio.
No había dudas.
No había miedos.
Solo ellos dos, reconstruyéndose en los brazos del otro, prometiendo sin palabras que esta vez, sería diferente.