— Advertencia —
La historia está escrita desde la perspectiva de ambos protagonistas, alternando entre capítulos. Está terminada, así que actualizo diariamente, solo necesito editarla. Muchas senkius 🩷
♡ Sinopsis ♡
El hijo de Lucifer, Azaziel, es un seducor demonio que se obsesiona con una mortal al quedar cautivado con su belleza, pero pretende llevársela y arrastrar su alma hacia el infierno.
Makeline, por su lado, carga con el peso de su pasado y está acostumbrada a la idea del dolor. Pero no está segura de querer aceptar la idea de que sus días estén contados por culpa del capricho de un demonio.
—¿Acaso te invoqué sin saberlo?
—Simplemente fue algo... al azar diría yo.
—¿Al azar?
—Así es. Al azar te elegí a ti.
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Ajetreo desmedido
Tenía turno completo en Fresde. Me encontraba frente al mostrador atendiendo a la multitud de clientes que entraban y salían. Supuse que Azazel estaba cerca, imperceptible a mi vista. O desaparecido, como había estado haciendo.
Los fines de semana lógicamente era cuando las personas más hacían uso de su tiempo, con su familia o con parejas. Por ende, era el día más cargado –especialmente hoy, que la gente celebraba a los niños y el lugar estaba repleto de criaturas revoltosas que gritaban y pedían cosas a sus padres–.
Sentía el sudor acumulándose debajo de la ropa, incomodándome al hacer movimientos. El caos del ambiente tampoco es que ayudara mucho. Miraba el reloj del computador cada tanto, lamentándome al descubrir que el dígito apenas avanzaba. El barullo de personas me estaba atormentando. Cada grito se sentía como una pequeña aguja en la cabeza.
Jodie estaba atendiendo una de las pocas mesas del local, en tanto yo me encargaba de los pedidos externos y el cobro. Por suerte, el establecimiento era pequeño; de no ser así, no habría sentido los brazos de tomar esa cantidad de órdenes, ni las piernas, por estar tanto tiempo de pie.
Terminé la atención de un cliente cuando Jodie se acercó, tenía el teléfono en la mano y un aspecto de preocupación que no pude ignorar. No me gustó su expresión en lo absoluto. Me miró con súplica antes de hablar. Respiré hondo y le indiqué, con la mano, que procediera.
—Hubo un problema en la universidad con respecto a la entrega de mi tesis —dijo, mostrándole un correo en el teléfono.
Cuando Jodie se ausentaba, significaba una retribución extra para mi cuenta bancaria, y normalmente eso me habría subido un poco el ánimo, de no ser porque justo ahora, dejarme sola terminaría de matarme.
—Pero solo somos tú y yo hoy. Y los sábados, particularmente hoy —recalqué—, hay mucha gente. ¿En serio vas a dejarme sola?
Pude ver lo culpable que se sentía, pero aun así, insistiría con esto.
—Solo serán treinta o sesenta minutos. Lo prometo. Igual te lo compensaré —la miré, sabiendo internamente que no me negaría, pero me costaba aceptar esa decisión con el bullicio de fondo llenándome los oídos. Jodie se sacó el mandil y lo puso en mis manos por encima del estante—. Por favor.
—De acuerdo —tomé el mandil para dejarlo guardado debajo—. Pero trata de volver lo antes posible, ¿sí? —ella asintió y se fue.
La gente seguía aglomerándose y empecé a sentir que mis brazos no podían más. Tenía que atender las mesas y al mismo tiempo intentar cobrar. Me resultaba imposible manejar ambas tareas a la vez. El dolor de cabeza empezaba a instalarse y la desesperación de los clientes no hacía más que intensificar mi ansiedad.
Al finalizar el pedido de una mesa, fui al almacén a buscar vasos, ya se habían acabado. Tiré una caja por los nervios que tenía encima, pero la dejé estar, la recogería después cuando las personas no estuvieran descosiendo los hilos de mi calma. Regresé a la caja, había dejado a una clienta detrás de la vitrina mientras esperaba un café americano y tres sándwiches que se estaban calentando. Abrí la puerta del microondas, sintiendo el vapor en mi rostro, y me apresuré a colocar el contenido en un recipiente.
Lo terrible era que, junto a esa señora, se encontraba un niño de aproximadamente tres años que no dejaba de gritar, levantando los brazos hacia su madre. Su impaciencia comenzaba a ser palpable. Pero desde luego, era del tipo de persona que desquitaba su frustración con los que tenía a su alrededor. Sus ojos centelleaban con desagrado.
—¿Qué tanto estás demorando?
Habló en forma grosera, tratando de tomar ambos brazos del niño que estaba con ella, para que dejara de saltar. Pero su energía era inagotable y parecía ajeno a la tensión de la situación.
—Lo siento. Tenía que buscar los vasos descartables en el almacén.
Dejé su envase con el pedido dentro del mostrador, para que la mujer lo pudiera tomar. Procedí a escribir los productos en el computador lo más rápido que mis articulaciones me permitían.
—No se supone que debas estar holgazaneando. Me tienes esperando como estúpida desde hace un buen rato.
Regresé para mirarla. No tenía tiempo de discutir con personas que ni siquiera conocía. Pero no soportaba que me tratasen de esa forma sin una justificación real.
—No estoy holgazaneándo. ¿Sí se da cuenta de que soy la única en el turno, no? —mis palabras salieron firmes—. Además, solo fui un par de minutos. No sea exagerada.
La mujer se sorprendió ante la respuesta. Sacó su teléfono del bolsillo y se lo dio al niño para que la dejara tranquila.
—Bájame ese tonito —dijo, intentando ser autoritaria, pero a mí no podía importarme menos—. Deberías cuidar más la forma en cómo te diriges a mí.
No dije nada. Solo tomé la cafetera y llené el vaso, luego se lo extendí, ignorando la frustración que se me iba acumulando. Después, tomé la libreta para guiarme de lo que debería llevar ahora, y el número de mesa al que dirigirme. Sin embargo, ella chasqueó los dedos al ver que no le había hecho caso.
—Mírame cuando te hable. No puedo creer que te estás atreviendo a tener esa actitud conmigo —guardó los sándwiches y cogió el café.
—No tengo porqué aguantar las groserías de gente como usted. Deje de quitarme el tiempo.
Me coloqué el bolígrafo entre la oreja, asegurándolo con un trozo de cabello para que no se cayera. Me volteé para empaquetar dos batidos.
—¿Quién crees que eres para estar hablándome así? ¿Quieres que te reporte? No creo que a tus jefes les guste tener a una tipa que se comporte de esa manera.
Tomé la tapa y los sorbetes para colocarlos en el vaso de plástico, los puse en una bandeja pequeña junto a un platillo con otras cosas. Con cada acción me esforzaba por mantener la calma. Levanté la cabeza y sonreí falsamente.
—Hágale como quiera, pero en serio, no me haga perder el tiempo con tonterías.
Tomé la bandeja y me dispuse a salir hacia las mesas, entonces vi de reojo cómo impulsó el vaso lleno de café caliente hacia mí cara.