Algunas pasiones no nacen para ser compartidas… nacen para poseerlo todo.
Alice siempre fue diferente. Bajo su apariencia dulce y su mirada de miel brillante, esconde un alma indomable, rebelde y peligrosa, capaz de amar hasta los extremos más oscuros. Desde el instante en que lo vio —al heredero más temido de una de las mafias más poderosas—, su mundo dejó de girar de manera normal. No era una elección... era una obsesión silenciosa, un lazo invisible que ella no estaba dispuesta a soltar.
Entre secretos, traiciones y sentimientos que rozan la locura, Alice demostrará que algunas sombras no buscan protección… buscan controlarlo todo.
En una historia donde la pasión y la obsesión se entrelazan con el peligro, el amor no es un refugio: es un campo de batalla.
¿Hasta dónde llegarías por convertirte en la dueña de su sombra?
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Capítulo 18 – Ojos que se clavan, corazones que se cierran
Alice estaba recostada en su cama, con las luces apagadas excepto por la tenue iluminación del celular que sostenía sobre su rostro. Sus ojos miel, abiertos de par en par, recorrían una y otra vez el perfil oficial de Ben en redes sociales. Su cabello caía en ondas, sobre la almohada, y su pecho subía y bajaba con emoción contenida.
No era como otras veces que veía artistas o chicos guapos en la televisión. Esto era distinto. Había algo en Ben… su seriedad, sus ojos vacíos, la manera en que parecía cargar un mundo que no le pertenecía.
Había hecho zoom a una foto en la que él estaba junto a una limusina, vestido de negro, con expresión cortante. En los comentarios, todos hablaban sobre su juventud, su elegancia, su fortuna. Pero Alice no leía eso. Solo veía su rostro.
—¿Qué estarás pensando? —susurró, acariciando la pantalla como si pudiera tocarlo.
Después, deslizó hacia otra imagen donde él salía en una gala, con los labios apenas curvados en una sonrisa casi inexistente. Y esa fue la que guardó en su galería. Luego otra. Y otra. Para cuando se dio cuenta, ya tenía más de veinte fotos suyas en una carpeta que nombró “B”.
—Estoy loca… —dijo entre risas suaves, enterrando la cara en la almohada, pero sonriendo como si estuviera enamorada de alguien real.
Y aunque nunca lo había visto en persona… ya sentía que lo conocía.
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Al otro lado de la ciudad, el sol apenas comenzaba a asomar cuando Ben ya estaba entrenando. Su cuerpo golpeaba el saco de boxeo con precisión, sin perder el ritmo. Cada golpe era una forma de liberar lo que no decía con palabras.
Cuando terminó, sudoroso y con el torso descubierto, se limpió con una toalla y se sirvió un desayuno simple: huevos, jugo natural, pan tostado. Su rutina era controlada, medida, casi mecánica. Nada sobraba. Nada era impulsivo. Solo él, el control… y la empresa.
Al llegar a la sede principal del Grupo Anval, el silencio lo recibió con respeto. Todos los empleados sabían quién era. Sabían lo que había hecho su padre… y lo que probablemente haría él.
Vestido con traje oscuro, sin corbata, Ben caminó hasta su oficina en el piso más alto. Al entrar, lo que vio lo hizo detenerse un segundo.
—Abuelo… —dijo, sin emoción.
El viejo estaba sentado cómodamente en el sofá de cuero frente al ventanal. Tenía el cabello gris perfectamente peinado, un bastón elegante y una sonrisa que nunca llegaba a los ojos.
—¿No ibas a invitarme a celebrar tu primer día? —preguntó con voz suave pero venenosa.
Ben se mantuvo firme.
—No pensé que le interesara. Siempre ha estado más ocupado en criticar lo que hago que en apoyarlo.
—Tienes razón —dijo el abuelo, levantándose lentamente—. Pero hoy me siento generoso. Quería verte… en tu trono. A ver si te queda grande.
Ben apretó la mandíbula. Cada palabra de su abuelo era un dardo envuelto en terciopelo. Lo detestaba. Sabía todo lo que ese hombre había hecho, y lo que había permitido.
—Lo que vea hoy… no cambiará nada —dijo Ben, abriendo discretamente la puerta de su oficina.
El abuelo captó el gesto y rió entre dientes.
—Eres más parecido a tu padre de lo que crees.
Y con eso, salió.
Ben cerró la puerta con firmeza, conteniendo la rabia. Caminó hasta su escritorio, encendió el ordenador y comenzó a leer los informes del día.
Una voz suave interrumpió sus pensamientos.
—Señor Ben, aquí están los papeles para revisar el acuerdo de inversión con Fuenka Tech.
Alzó la vista. Frente a él, su nueva secretaria lo miraba con ojos brillantes y una sonrisa delicada. Era una mujer hermosa: piel dorada, labios perfectos, cabello recogido en una coleta impecable. Su perfume era sutil, elegante.
Cualquier otro hombre se habría distraído.
Ben solo asintió.
—Déjalos en el escritorio.
Ella parpadeó, un poco sorprendida por su indiferencia, pero obedeció.
Ben no la volvió a mirar. Abrió los documentos y comenzó a leer como si no hubiera nadie más en la habitación.
Para él, ese era su mundo ahora: papeles, planes, sangre, y la venganza que aún no estaba completa.
Y en algún rincón de la ciudad… una chica seguía viendo su rostro en la pantalla de su celular, convencida de que su destino estaba escrito con su nombre.