Katerina murió por salvar a una joven. No esperaba despertar en una historia que no era suya... con un destino aún más cruel.
Cuando abre los ojos, ya no está en su mundo. Ha reencarnado como Avery, una noble ignorada por su padre, despreciada por su hermana y condenada a morir junto a su madre en una historia que no escribió. Pero Katerina conoce ese final: lo leyó. Sabe quién mata, quién sobrevive… y quién sufre en silencio.
Solo que esta vez, ella no va a permitirlo.
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Capítulo 13
Una semana ha pasado.
Siete días de planificación meticulosa, de movimiento en las sombras, de decisiones que tejían un futuro que Avery anhelaba moldear con sus propias manos. No tenía intención de permanecer ni un día más del necesario en esa mansión que la había oprimido tanto a ella como a su madre. Su libertad, como la de Eliana y Fania, comenzaba a construirse ladrillo a ladrillo, lejos del control del Archiduque.
Más adelante, llegaría el momento de enfrentar al príncipe heredero... y al mismísimo emperador. De alguna manera, haría que ambos creyeran en ella y en los eventos por venir. Porque si no los detenía, el final trágico que conocía sería inevitable.
Los conocimientos adquiridos en su vida anterior —clases gratuitas de economía y marketing impartidas por una influyente empresaria de su mundo— ahora eran su mayor fortaleza. Gracias a ellos, había logrado estructurar una inversión sólida con Nora, su nueva socia.
ella quería más. Buscaba otra fuente de ingresos, algo innovador y único que nadie en esa época hubiese imaginado. Su mente no descansaba.
Aquella mañana, un sobresalto sacudió la tranquilidad del cuarto que compartía con su madre. Ruidos, gritos y pasos presurosos se escuchaban desde el pasillo.
—¿Qué ocurre? —preguntó Eliana, aún medio dormida, aferrándose a las sábanas.
Fania irrumpió jadeando, con el rostro encendido.
—¡Una carta! ¡Ha llegado una carta del palacio! ¡Una invitación al gran banquete! Toda la nobleza debe asistir.
Avery, que ya había empezado a vestirse, sintió que su corazón daba un vuelco. Sabía que ese momento llegaría. Y sabía también que no podía dejarlo pasar.
—Madre —dijo con calma—, tenemos que ir. Tengo algo muy importante que hacer.
Eliana la miró, horrorizada, como si su hija acabara de hablar en un idioma desconocido.
—¡¿Qué?! ¡No! ¡No, no, no! —dijo llevándose las manos a la cabeza—. Hija, no puedo ir. No sabré cómo actuar. No sé cómo sobrevivir entre esas lenguas venenosas. ¿Qué haré si me humillan?
—Estaré contigo todo el tiempo. Nada malo va a pasar. Y además, no te dejaré aquí, sola, a merced de las sirvientas endemoniadas.
—Puedo encerrarme con llave, no es necesario que…
—Madre, eso no va a pasar. Iremos, y punto. Tenemos vestidos, unas pocas joyas, y zapatos, no son los mejores, de hecho son espantosos… iremos a comprar ahora mismo.
—Hija por favor, no puedo ir, no sé cómo me tratarán, no sé cómo sobrevivir frente a las lenguas venenosas, ¿Qué haré si me dicen algo malo?
—Estaré junto a tí, nada malo pasará, realmente tengo que ir. Por favor, acompáñame.
Ante la determinación de Avery, Eliana se rindió. ¿Cómo negarse? Sonrió con resignación y asintió.
Una hora más tarde. Jacob, como siempre, las esperaba. El leal cochero las llevó a la ciudad, donde adquirieron los zapatos necesarios. El banquete tendría lugar en dos días.
Mientras tanto, en otra ala de la mansión, la archiduquesa Kaenia se sumía en su propia obsesión. Se sometía a rigurosos tratamientos faciales, corporales, y hacía lo mismo con Ágata, su hija predilecta. No permitiría que ninguna joven —y mucho menos Avery— opacara a su niña. La quería brillante, perfecta, deslumbrante.
Exigió a su esposo que prohibiera la asistencia de Avery al banquete.
—El emperador ha solicitado conocer a su futura nuera —respondió el Archiduque, implacable.
Kaenia apretó los dientes, mascullando maldiciones entre dientes. No le quedaba otra opción: debía ejecutar su plan.
La noche anterior al banquete, ordenó a sus doncellas personales que entraran en la habitación de Avery. Les indicó que rajaran cada vestido, uno por uno, hasta volver su armario una pila de trapos inútiles. Esperaba que al amanecer, el grito desesperado de la muchacha recorriera toda la mansión.
Pero el silencio fue absoluto.
Kaenia esperó. Minuto tras minuto. Hora tras hora. Hasta que la impaciencia la venció.
Con el ceño fruncido y el corazón latiendo como un tambor, se plantó frente a la puerta de la habitación de Avery, mordiéndose el pulgar.
La puerta se abrió de pronto.
Avery, impecable, la miró con sus ojos violeta encendidos.
—Oh, archiduquesa. ¿Se le ofrece algo? ¿Acaso esperaba que algo sucediera?
Kaenia apretó los nudillos hasta que se tornaron blancos.
—Te has vuelto soberbia y altanera —escupió con rabia.
—¿Lo soy? Puede que sí. Puede que no. Depende del cristal con que se mire.
—No creas que esto seguirá así por mucho tiempo.
La pelinegra inclinó apenas el rostro, con una sonrisa tan cortante como un cuchillo.
—Permítame preguntarle algo… ¿Le teme a la muerte?
Kaenia se quedó helada.
—¿Qué dijiste?
—Fui clara. ¿Le teme a la muerte?
No obtuvo respuesta. Solo una mirada cargada de confusión y temor.
—Yo no le temo. Y cuando una persona no teme morir... es capaz de cualquier cosa. Si no lo sabe aún... espere. Y lo verá.
Y con esa última frase, Avery giró sobre sus talones y cerró la puerta en su cara.
Kaenia quedó petrificada. Sentía los vellos de la nuca erizados, las piernas pesadas, y un vacío helado en el estómago. Esa mirada... esos ojos.
Regresó a su habitación arrastrando los pies.
—Madre, ¿qué pasó? —preguntó Ágata, inquieta.
Kaenia no respondió. Dio vueltas en círculos, presa de un temor que no sabía nombrar.
—¡Madre, me estás asustando!
La mujer se detuvo en seco. Miró a su hija con ojos desorbitados.
—Tenemos que deshacernos de ella —susurró.
—¿De quién?
—De Avery. Y pronto.
Avanzó hasta Ágata, le tomó las manos con fuerza desmedida.
—Esta noche debes seducir al segundo príncipe. Haz que caiga en tus redes. Usa todo lo que tienes. Si no lo haces... estaremos acabadas.
—¿Qué? ¿Qué está pasando? ¿El plan no funcionó?
—Nada está saliendo bien. Recuerda: si fallas, terminarás casada con un anciano decrepito y cruel. Es tu última oportunidad.
El rostro de Ágata palideció. Tragó saliva con dificultad y asintió.
Esa noche, haría que Ossian cayera. Aunque fuera lo último que hiciera.