BAJO LA PROTECCIÓN DEL MAGNATE

... HIELO Y CHISPAS...

April despertó en una azotea.

Había dormido bajo una lona, rodeada de cajas de cartón y el ruido de ventiladores industriales. Sus huesos crujieron al levantarse, pero estaba viva. No tenía idea de dónde estaba Emma. La última vez que la vio, corrieron en direcciones contrarias para despistar a los matones del puerto.

“Mantente con vida, y nos reencontramos”, le había dicho Emma antes de desaparecer entre los contenedores.

—Fácil para ti, ninja —murmuró April, sacudiéndose el polvo del abrigo.

Bajó del edificio con sigilo, robando panecillos y un café a medio terminar de una cafetería que recién abría. No era una criminal… solo una artista de la supervivencia en práctica. Caminó por calles abarrotadas, con un mapa turístico arrugado en la mano, buscando sin cesar pistas, alguna señal de Emma.

La ciudad era un caos de gente apurada, taxis ruidosos y rascacielos intimidantes. April encajaba como una patineta en una sala de ballet. Pero su desparpajo y su sonrisa encantadora la ayudaban a conseguir favores, comida, información… y a evitar preguntas.

En una de sus rondas por la zona financiera, escuchó rumores en un puesto callejero:

—Dicen que una chica se metió anoche en la limusina de Adrian Blackwood…

—¿El Blackwood?

—Sí. Se encerró con ella. Nadie sabe por qué.

April se congeló.

No tenía forma de confirmar si era Emma… pero sonaba como algo que ella haría. Si alguien podía atraer el caos con solo existir, era su mejor amiga.

Con el corazón renovado y una dirección probable en mente —la famosa Torre Blackwood—, April se coló por un estacionamiento subterráneo con el objetivo de subir por alguna de las rutas de mantenimiento.

Pero un detalle arruinó su plan: un sensor de movimiento la delató, y una voz metálica activó una alerta.

—Genial… —gruñó April mientras huía por los pasillos de cemento.

Giró una esquina y chocó, de frente, contra un muro. Solo que el muro tenía forma humana.

Ella cayó sentada con un quejido.

—¡Auch! ¿Qué…? ¿Una pared con brazos?

Él la miró desde lo alto. Impecable. Traje negro, corbata recta, postura marcial. Alto, elegante y con una expresión que podía intimidar a un oso polar. Pómulos definidos, cabello oscuro peinado con precisión militar y unos ojos gélidos que la atravesaron como rayos X.

El guardaespaldas… ¿O algo más?

—¿Quién eres? —preguntó él, sin mover una ceja.

April se sacudió el polvo y se puso de pie.

—Una turista con pésimo sentido de la orientación —respondió con una sonrisa ladeada.

Él no respondió. Solo observó.

—¿No te gusta hablar mucho, verdad? —añadió April—. ¿Eres de los que asustan con la mirada?

Él alzó una ceja.

—Estás invadiendo propiedad privada. No deberías estar aquí.

—Sí, bueno, si tuviera un dólar por cada vez que alguien me dice eso… tendría, no sé, cinco dólares. Pero bueno, ¡la intención cuenta!

La mirada del hombre no varió. Sacó su teléfono, probablemente para llamar a seguridad.

April levantó las manos.

—Espera, espera. Busco a alguien. A mi amiga. Puede estar aquí. Se llama Emma Moretti. ¿Te suena?

Silencio.

—Entró en una limusina anoche. algunos hombres la perseguía. Me dijeron que terminó en esta torre. Si está aquí, solo quiero saber que está bien. No busco líos. Bueno… no más de los que ya me busco usualmente.

Por un segundo, algo pareció moverse en los ojos del hombre.

—¿Tienes alguna prueba?— aunque solo lo preguntaba por preguntar, ya que hace unos minutos había entregado un informe bastante detallado de Emma moretti a su amigo- jefe, y allí aparecía la hermosa rubia.

April sacó de su mochila una pulsera. Hecha de hilo, desgastada, pero con las iniciales “A&E”.

—La hicimos juntas. No vale nada… excepto todo.

Él la miró fijamente durante unos segundos eternos. Luego, sin decir palabra, se giró y empezó a caminar.

—¿Eso fue un “sígueme”? —preguntó April—. Porque podrías, no sé, usar palabras. Aunque sea un “ven”.

Él no respondió. Solo avanzó.

—¡Me gusta tu estilo, Terminator silencioso! —exclamó ella, trotando detrás.

Subieron por un ascensor privado. El hombre no hablaba, no gesticulaba, no reaccionaba. Era un bloque de hielo. Pero April, siendo April, no podía evitar hablar.

—¿Tienes nombre? Porque me siento tonta llamándote “el guapo sin alma”.

Él suspiró muy, muy bajito.

—Ethan.

—¡Ethan! Vaya, hablas. ¡Es un milagro! ¿Y qué haces, Ethan? ¿Juegas al ajedrez con francotiradores en tus ratos libres?

—Seguridad privada. Jefe de operaciones para Blackwood Enterprises.

—Oooh. Así que eres el tipo que parte cráneos con una sonrisa invisible.

Ethan no respondió.

El ascensor se detuvo en un piso intermedio. No era la cima, pero tampoco un nivel público. Era como una estación intermedia entre la superficie y el cielo. Se detuvo frente a una puerta de vidrio con escáner.

—Ella está a salvo —dijo él finalmente—. Pero aún no es momento para que la veas.

April frunció el ceño.

—¿Y quién lo decide?

—Adrian Blackwood.

—Claro, porque los CEO multimillonarios saben mucho sobre amistades femeninas.

Ethan la miró sin inmutarse.

—Tu amiga está en el centro de un conflicto peligroso. Si apareces sin cuidado, podrías empeorar las cosas.

—¿Y si me quedo aquí, molesta, parlanchina, pegada a ti hasta que me dejes verla?

Un leve destello cruzó los labios de Ethan. ¿Una sonrisa? No. Imposible. ¿O sí?

—Tú decides —dijo él—. Pero si planeas quedarte cerca, más vale que no seas un estorbo.

April sonrió de oreja a oreja.

—Ethan… creo que esto puede ser el inicio de una bellísima relación de tolerancia mutua.

Él negó apenas con la cabeza, giró y empezó a caminar de nuevo.

Ella lo siguió, silbando.

La diferencia entre ambos era tan marcada como el día y la noche, pero mientras se alejaban por el pasillo, algo quedó claro: lo que comenzó como una colisión accidentada, estaba a punto de transformarse en una conexión inesperada.

Una chispa había saltado entre el hielo y la luz. Y ninguno de los dos lo había visto venir.

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HOla hola, saludos 👋.

Espero que les guste está nueva novela, iré subiendo capítulos según me dé el tiempo...

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