“Mi niña. Una guerrera. Renaciendo.”
Esta no es solo una novela.
Es un grito ahogado convertido en palabras.
Es la historia de una mujer que fue rota…
Charrill no es solo un personaje.
Es cada mujer que ha callado.
Que ha llorado en silencio.
Que ha sentido que no vale nada…
Que ha perdido las esperanzas…
Esta historia duele.
Esta historia también sana.
Es para ti, que alguna vez pensaste rendirte.
Es para ti, que aún luchas por levantarte.
Acompáñame en este renacer.
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1.Mi prisión.
POV. Charrill
Siento la brutalidad de sus movimientos. No hay caricias, solo invasión. Nada en su contacto busca placer compartido.
Es castigo, es dominio, es una rutina más en esta condena que él llama amor.
El miedo no tiene voz, pero grita dentro de mí. Me sacude hasta los huesos, me rompe por dentro.
Y él lo sabe.
Disfruta de mi silencio.
Cada parte de mí arde, pero no por deseo. Es el ardor del sometimiento. De la resistencia quebrada.
Soy un recipiente.
Una cosa.
Un objeto más de su propiedad.
Soy como una muñeca de trapo, sin voluntad, usada una y otra vez para satisfacer sus perversiones.
Mis ojos se llenan de lágrimas y se niegan a ver el rostro del hombre que creo amar.
He caído tan bajo…
Ya no valgo nada.
Maldigo el momento en que me hundí en esta oscuridad.
Dejé de ser aquella chica que soñaba con viajar por el mundo, perderse entre pasarelas y telas exquisitas, admirar el trabajo de los más grandes diseñadores y aprender de ellos.
Ahora solo me pierdo en esta prisión sin puertas, donde las paredes me asfixian y su sombra me acecha en cada rincón.
Antes de aquel día… mi vida era totalmente diferente.
Perdí a mi padre cuando tenía diez años, y aunque su ausencia dejó un vacío en mi corazón, mi madre hizo todo lo posible para que nunca me faltara nada.
Gracias al seguro de vida de mi papá y la buena administración de mamá, pude tener una infancia sin carencias, una educación en las mejores escuelas y la oportunidad de perseguir mis sueños.
Cuando me gradué, mi mamá, con orgullo en los ojos, me regaló un viaje a París.
Quiso que viviera la experiencia de la alta moda de cerca, que viera los diseños que siempre había admirado en revistas y televisión. Que sintiera de cerca la magia de la moda.
Fue uno de los momentos más felices de mi vida… pero también el más amargo.
Todo aquello ahora no es más que un eco lejano, un sueño roto que ya no me pertenece…
Martín al fin termina dentro de mí. Siento su peso sofocante, su aliento a alcohol y cigarrillo en mi nuca.
Me quema la piel el roce de sus manos, el asco se me enreda en la garganta, robándome por unos segundos la respiración.
Toma mi quijada con fuerza, obligándome a mirarlo. Mi labio herido titila de dolor bajo la presión, aún ardiendo por el golpe que me dio antes de arrojarme a la cama.
—Mírame cuando te hablo, estúpida. No me hagas repetirlo —escupe.
Mi cuerpo tiembla, no por el frío, sino por ese pánico helado que me carcome desde dentro.
Vivo bajo el mismo techo con un monstruo. Es el único que ama.
Que me acepta…
Me he acostumbrado tanto a sus golpes, a sus gritos, a sus malos tratos.
Si no lo veo, me impaciento.
He generado una dependencia afectiva, enfermiza…
Porque solo él me puede amar.
Abro lentamente los ojos, y las lágrimas caen sin control.
—La próxima vez que te folle, gime, perra. No te quedes tiesa como un cadáver. ¿O es que ya te aburriste de fingir?
Acaricia mi cabello, enredándolo entre sus dedos con una suavidad cruel. Su forma de recordarme que él tiene el control.
—Si hicieras lo que te digo, no tendría que castigarte… Pero te es tan difícil satisfacerme.
Sus palabras no son rabia, son hielo…
Frías.
Lentas.
Como si repitiera un libreto.
—Debes aprender a complacer de verdad a un hombre —escupe con desprecio—. Ya sé que solo te gusta cuando hay varios… Quizás si invito a unos amigos… ellos te hagan recordar cómo se hace. Te abrirán de una vez todos los agujeros. A lo mejor así dejas de fingir ser una santa. De lo cual estás muy lejos.
Bajo la mirada. Mis labios tiemblan mientras suplico en un murmullo:
—Per… perdón…
Su sonrisa es una mueca maliciosa, cargada de un goce perverso. Disfruta viéndome hecha trizas, como si mi dolor fuera su más exquisito éxtasis.
Su mirada me estudia, como si buscara algún atisbo de resistencia en mí.
No lo encuentra.
Lo ha destruido todo.
Aprieta uno de mis pezones entre sus dedos hasta que siento el punzante ardor. El dolor es la única forma que me recuerda que sigo viva... y rota bajo su merced.
No hago ruido. Él odia el llanto. Solo cierro los ojos y me aferro al colchón como si eso pudiera absorber la humillación.
—Ponte en cuatro. Hoy se me antoja tu culo.
Obedezco sin pensar. Me muevo sin alma. No porque quiera, sino porque ya no sé hacer otra cosa.
Intento gritar, pero no hay sonido. Mi voz está muerta. Asfixiada por el tiempo, por el sometimiento y el miedo.
Sus manos me aprietan la cintura. Sus embestidas son un recordatorio constante de mi derrota.
Me quiere rota, y lo ha conseguido.
Me quiere sumisa, y lo soy.
Porque si no lo soy, muero.
Y aún no tengo el valor de morir.
Sus jadeos son asquerosos, y cada vez que dice que me ama mientras me destroza... por dentro algo en mí se quiebra un poco más.
No hay placer, solo dolor disfrazado de deseo.
Y cuando termina, se aparta como si yo no fuera más que una servilleta usada. Me deja tirada, desnuda, temblorosa, mientras él se viste como si nada hubiese pasado.
—Muévete. Hoy tengo invitados. Quiero una buena cena. No la basura de pobre que sabes preparar.
Me levanto como una sombra. El cuerpo me duele, pero no me pertenece. Lo uso como quien usa ropa prestada.
Cualquier palabra o sonido podría provocarme otra golpiza.
Su voz fría, seca y perversa, interrumpe mis pensamientos.
—Mi tío me llamó hoy. Quiere saber cómo vamos con la venta de la casa de tu madre —dice, recordándome que estoy a punto de dejar a la mujer que me dio la vida en la miseria.
Mi madre… Ella no sabe que está a punto de perderlo todo por culpa mía.
Yo firmé. Yo entregué.
Yo quise creer.
Cierro los ojos.
“Me merezco este infierno. Este es mi castigo por fallarle a mamá. Por haber sido tan ingenua”
Martín me trajo los papeles para reclamar la casa de mi madre, argumentando que es mi derecho, mi herencia por parte de mi padre.
Él solo quiere el dinero para un nuevo proyecto… uno que, según dice, esta vez sí le dará frutos.
Pero han sido tantas las veces que ha iniciado el gran proyecto de su vida… y tantas las veces que ha fracasado. Pobre, no ha contado con suerte.
Ya le he dado todos los ahorros de mi vida. Incluso el dinero que mamá había apartado con tanto esfuerzo para mi especialización. Después vendí el apartamento que ella me entregó… y también se lo di.
Ahora su carácter está peor. Hago todo por complacerlo: soy su esclava sexual, su sirvienta, quien sostiene la casa… y también sus caprichos. Doblo turnos solo por verlo feliz, pero nunca es suficiente.
El dinero nunca alcanza. Nunca.
Trabajo en una pequeña compañía como diseñadora, pero no tengo derecho a hablar con nadie. No puedo entablar amistad, ni siquiera cruzar palabras que no sean estrictamente laborales.
No puedo llamar a mamá… ni a mi hermano…
Tampoco tengo cara para hacerlo.
Me pesa la vergüenza.
Me ahoga la culpa.
El día que lo intenté… ese día... Martín me miró con su sonrisa cruel y dijo que los bebés son frágiles. Que un accidente le puede pasar a cualquiera.
Apretó mi muñeca.
Y yo lo entendí.
No puedo arriesgarme.
No puedo permitirlo.
También amenazó con ese secreto… ese que solo él sabe.
Ese que podría terminar de destruir a un alma que solo camina porque no le queda otra opción… más que seguir purgando sus culpas.
—¿Qué te quedaste pensando que no te mueves? Tengo hambre. Mueve tu puto culo.
El sonido de su voz rasposa me hace reaccionar de inmediato.
Y como una autómata me visto.
No tengo tiempo para llorar.
Para procesar mi desdicha.
Este es mi mundo real.
Mi prisión y mi condena.
Tomo un suéter de cuello alto y manga larga, mi segunda piel, la única barrera entre el mundo y las marcas que me recuerdan lo que soy ahora: un cuerpo roto que se esconde en las penumbras.
Un pantalón ancho. Lo que menos deseo es llamar la atención de sus pervertidos amigos.
(…)
Amanece y comienzo con mi rutina diaria. Me alisto para ir al trabajo, pero antes recojo el desorden que dejó Martín.
El olor a alcohol, comida rancia y cigarro está impregnado en cada rincón del departamento, haciendo que mi estómago se revuelva.
Siento náuseas, pero alguien como yo no tiene permitido ni vomitar. Me obligo a respirar hondo y seguir adelante.
Preparo su desayuno en silencio, con el corazón encogido. Mientras lavo los platos, mis manos tiemblan sin control.
No puedo permitirme romper ni uno… el más leve estruendo podría despertarlo.
Y si se levanta de mal humor, lo sé, lo inevitable ocurre.
No puedo dejar que mi torpeza le arruine el día. Porque eso lo obligaría a castigarme.
Y entonces, yo sería la culpable… la que abrió la puerta al infierno una vez más.
Tomo una tostada y un café para salir corriendo.
El aire frío de la mañana me golpea el rostro cuando cruzo la puerta, pero me aferro a la tela de mi suéter como si con eso pudiera esconderme del mundo.
Debo caminar varias cuadras hasta la parada del autobús.
Martín perdió mi automóvil en una de sus apuestas… No fue su culpa, la suerte simplemente no estuvo de su lado.
Pobre, él solo quería que tuvieramos una mejor vida.
Miro mi reloj, comienzo a correr, no puedo llegar tarde. Ya tengo un par de memorandos por ello y no puedo perder el trabajo.
Tengo muchos gastos.
Martín tiene muchos gastos...
La suerte no le quiere sonreír…
Las calles están apenas despertando. El ruido de los motores, el murmullo de la gente, el aroma del café que se escapa de una panadería cercana… todo me resulta ajeno.
Un tiempo atrás, este camino me llenaba de ilusión. Soñaba con diseñar… con ver mis ideas plasmadas en telas de todos colores y texturas… con escuchar los aplausos en una pasarela.
Ahora solo camino con la mirada baja, con los hombros encorvados por un peso que ya no sé si es real o solo está dentro de mí.
Lo único que deseo es que hoy sobreviva, porque soy tan cobarde que le tengo miedo a la muerte…
A encontrarme con papá y decirle que fallé… A ver en sus ojos la decepción que soy...
Viva o muerta, he decepcionado a todos los que me aman... No tengo salida... No tengo escapatoria... Estoy condenada…
(…)
¿Cuántas mujeres estarán pasando por lo mismo?
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