Hiroshi es un adolescente solitario y reservado que ha aprendido a soportar las constantes acusaciones y burlas de sus compañeros en la escuela. Nunca se defiende ni se enfrenta a ellos; prefiere pasar desapercibido, convencido de que las cosas nunca cambiarán. Su vida se vuelve extraña cuando llega a la escuela una nueva estudiante, Sayuri, una chica de mirada fría y aspecto aterrador que incomoda a todos con su presencia sombría y extraña actitud. Sayuri parece no temer a nada ni a nadie, y sus intereses peculiares y personalidad intimidante la convierten en el blanco de rumores.
Contra todo pronóstico, Sayuri comienza a acercarse a Hiroshi, lo observa como si supiera más de él que nadie, y sin que él se dé cuenta, empieza hacer justicias.
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La nueva ingresada
—¿De verdad crees que puedes conmigo, humano? —su voz era grave y gélida.
Mis piernas temblaban, pero no podía retroceder ahora. Levanté la barbilla y lo miré directamente a los ojos.
—No puedes matarme.
El demonio alzó una ceja, su expresión se torció en incredulidad.
—¿Por qué no habría de poder?
Dudé un segundo, pero luego me acerqué a él, ignorando el susurro urgente de Sayuri detrás de mí que me pedía que me detuviera.
—Porque necesitas un permiso para hacerlo —dije con firmeza, y vi cómo su expresión cambiaba ligeramente. Algo de lo que decía lo incomodaba—. Para que tú, o cualquier demonio, mate a un humano, necesitamos dar el permiso. Un deseo de muerte, ¿no?
El demonio apretó los dientes, pero no negó mis palabras.
—Sin ese permiso, no puedes tocarme. —Mis palabras salieron con más confianza de la que realmente sentía—. Al igual que tú no puedes usar esa espada contra mí.
La tensión en el aire se hacía cada vez más pesada. El demonio rió, un sonido bajo y burlón que resonó como un eco en la sala.
—Quizá no pueda matarte ahora, pero siempre hay formas de conseguir lo que quiero.
Aproveché el momento de distracción para acercarme un poco más, ignorando las miradas de advertencia de Kou y Claude.
—Y además —agregué, dejando que una pequeña sonrisa se asomara en mis labios—, esa espada que sostienes solo sirve para matar a otros demonios.
Esa declaración pareció enfurecerlo. Dio un paso hacia mí, pero en ese mismo instante hice algo que ni yo mismo creía que era capaz de hacer. Con un movimiento rápido y desesperado, golpeé su muñeca con toda mi fuerza, logrando que soltara la espada.
El arma cayó al suelo, deslizándose lejos de su alcance.
—¡Hiroshi! —gritó Claude, pero ya era tarde.
El demonio reaccionó con furia, extendiendo una mano para invocar algún tipo de magia oscura, pero Dante no perdió tiempo. Con una velocidad impresionante, se lanzó contra él, bloqueando su ataque. Ambos comenzaron una pelea feroz, llena de golpes y movimientos que apenas podía seguir con la vista.
Mientras tanto, yo corrí hacia donde había caído la espada. La recogí con ambas manos, sintiendo el frío metálico que parecía atravesar mi piel. Era más pesada de lo que esperaba, y su energía me recorrió como un escalofrío.
—¡¿Qué estás haciendo?! —gritó Kou, intentando acercarse a mí, pero Sayuri lo detuvo.
—Déjalo.
Sin saber cómo, mis ojos encontraron el frasco que contenía el alma. Lo había visto antes, pero esta vez parecía más brillante, como si reaccionara a mi presencia. Lo tomé con mi otra mano, y su calor me recorrió, contrastando con el frío de la espada.
El demonio logró empujar a Dante con un golpe, y su mirada se posó en mí. Su rostro estaba lleno de rabia, pero también había algo más. Algo que no pude identificar de inmediato.
—¿Qué vas a hacer, humano? —preguntó, tratando de recuperar su compostura.
Sostuve el frasco con fuerza y di un paso hacia adelante, apuntándolo hacia él.
—Es hora de que vayas a ver al diablo. —Mi voz salió firme, pero por dentro estaba aterrado.
El demonio se quedó inmóvil por un segundo, su expresión cambió a una mezcla de sorpresa y pánico.
—¡No te atrevas!
—¿Por qué no? —dije, apretando más fuerte el frasco. Sentí que la energía dentro de él respondía a mi voluntad, como si supiera lo que estaba por venir.
Antes de que pudiera hacer algo más, Dante volvió a lanzarse sobre el demonio, esta vez logrando inmovilizarlo. Kou y Sayuri se colocaron a mi lado, formando una barrera protectora.
—Hiroshi, tienes que hacerlo ahora —dijo kou, su voz era más suave de lo que esperaba—. No lo dudes.
Respiré hondo y levanté el frasco. Sentí cómo algo dentro de mí temblaba, una parte de mi humanidad que me suplicaba que no siguiera adelante. Pero también sabía que esto no se trataba solo de mí.
Con un movimiento decidido, invoqué las palabras que Sayuri me había enseñado en algún momento, un idioma que no entendía pero que parecía resonar en mi alma. El frasco comenzó a brillar intensamente, y la energía en su interior pareció explotar en un destello cegador.
El demonio gritó, pero no podía hacer nada. La luz envolvió todo a nuestro alrededor, y por un instante, sentí que el tiempo se detenía.