En "Lazos de Fuego y Hielo", el príncipe Patrick, marcado por una trágica invalidez, y la sirvienta Amber, recién llegada al reino de Helvard junto a sus hermanos para escapar de un pasado tormentoso, se ven atrapados en una relación prohibida.
En un inicio, Patrick, frío y arrogante, le hace la vida imposible a Amber, pero conforme pasa el tiempo, entre los muros del castillo, surge una conexión inesperada.
Mientras Patrick lucha con su creciente obsesión y los celos hacia Amber, ella se debate entre su deber hacia su familia y los peligros que acarrea su amor por el príncipe.
Con un reino al borde del conflicto y un enemigo poderoso como Ethan acechando, la pareja de su hermana Jessica, enfrenta los desafíos de un amor que podría destruirlos a ambos o salvarlos.
(Historia basada en la época medieval)
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Capitulo 23
La noche había sido un torbellino de emociones y, a medida que los primeros rayos de luz se colaban a través de las cortinas, Patrick se sintió dividido.
En su mente, el recuerdo de Amber acurrucada junto a él lo hacía sentir un calor que contrastaba con el frío que todavía persistía en el aire.
Sin embargo, cuando ella despertó y comenzó a hablar de regresar a casa, un fuego de frustración y ansiedad ardió en su pecho.
El pensamiento de que pudiera alejarse lo llenó de un pánico que no comprendía del todo.
La idea de perderla, de que sus ojos marrones se desvanecieran de su vida, lo hizo sentir como si se le fuera a escapar algo esencial.
—No puedes irte —dijo, la voz tensa, tratando de controlar su propia desesperación.
Ella lo miró, confundida y algo ofendida, pero él no podía evitarlo. La necesidad de tenerla cerca se había convertido en una obsesión, y la forma en que la observaba, con cada movimiento y cada palabra, había comenzado a cambiar.
No solo era su sirvienta; se estaba convirtiendo en su deseo, en su necesidad.
La veía con una mezcla de lujuria y amor, como si fuera la única persona en el mundo que podía llenar el vacío en su alma.
Mientras ella protestaba, Patrick se sintió como un lobo que había encontrado su presa, un instinto primario despertándose en su interior.
La fragilidad de Amber, su inocencia, lo atraía con una fuerza que no podía resistir. Se encontraba atrapado en el contraste entre lo que sabía que debía hacer y lo que realmente deseaba.
—Amber, no quiero que te pase nada —dijo, su voz más suave, pero aún llena de una urgencia que la asustaba—. Quiero que te quedes conmigo.
Sintió cómo la angustia se apoderaba de su corazón al ver su desdén. Pero, en el fondo, sabía que había una conexión entre ellos que iba más allá de su rol como sirvienta y príncipe.
La deseaba en cada nivel posible: como una mujer que lo atraía, como alguien que podía ver más allá de su condición, y como una compañera que podía llenar su vida de significado.
Cada mirada que intercambiaban lo hacía sentir más atrapado en su red, y a cada instante se convencía más de que ella era su salvación y su condena.
La forma en que se sonrojaba, cómo sus labios se curvaban en una pequeña sonrisa, encendía un fuego en su interior que deseaba avivar.
Quería que estuviera con él, no solo por su salud, sino porque ella era la única que podía calmar las tormentas que rugían dentro de él.
Al verla moverse, sintió un impulso casi incontrolable de protegerla, de poseerla, de hacerla suya en un sentido más profundo.
La idea de que podría ser solo su sirvienta le parecía absurda. En su mente, ella era todo lo que él anhelaba, todo lo que había querido y nunca había podido tener.
Cuando finalmente decidió no dejarla ir, una parte de él se sintió liberada, mientras que otra luchaba con la culpa.
¿Era esto lo que realmente quería? ¿La obsesión que sentía por ella no era más que un deseo lujurioso disfrazado de amor?
La idea lo atormentaba, pero la necesidad de tenerla a su lado, de absorber su esencia, se había vuelto su único deseo.
Y así, mientras la observaba, sintió que la oscuridad que había marcado su vida comenzaba a disiparse, reemplazada por la luz que emanaba de ella.
Era un fuego que no solo lo consumía, sino que lo iluminaba. En ese instante, Patrick decidió que no podría dejarla ir, que haría lo que fuera necesario para mantenerla a su lado.
Se sentía atrapado en un ciclo de deseo y necesidad, un ciclo del que sabía que podría no escapar jamás.
El aire en la habitación se volvió denso, cargado de una tensión palpable. Cuando Amber trató de alejarse, Patrick la agarró del brazo con fuerza, una reacción instintiva que la mantuvo cerca de él.
Su mirada se encontró con la suya, y por un momento, el mundo exterior se desvaneció. Fue entonces cuando el movió la pierna, un gesto que lo sorprendió. La sensibilidad que había sentido era un rayo de esperanza en medio de su oscuridad.
—¿Amber? —preguntó, su voz apenas un susurro, todavía atónito por el descubrimiento—. ¿Sentiste eso?
El brillo en sus ojos se reflejaba en los de ella, una chispa de alegría que ambos compartieron. Pero la emoción se desvaneció rápidamente cuando Amber intentó alejarse.
En ese instante, la frustración se apoderó de Patrick. La apretó más fuerte contra él, mirándola con intensidad, sintiendo cómo la necesidad la mantenía prisionera.
—No te vayas —le ordenó, su tono más firme y autoritario de lo que pretendía—. Te necesito aquí.
Ella le agradeció profusamente, pero Patrick no podía pensar en eso; su mente estaba consumida por el deseo de mantenerla a su lado, de protegerla.
La expresión en su rostro se tornó celosa, su mirada fría y dura a medida que se daba cuenta de que ella tenía pensamientos que no incluían su presencia.
—¿Qué te preocupa? —insistió, el temor asomando en su voz—. ¿Por qué quieres irte?
Amber, sintiéndose atrapada entre su gratitud y su deseo de escapar, se detuvo. La atmósfera se volvió eléctrica; cada segundo que pasaba, la tensión crecía.
En un impulso, ella se lanzó hacia él, dejándolo completamente sorprendido. La presión de sus cuerpos se sentía como una colisión de mundos, y antes de que él pudiera procesar lo que estaba sucediendo, sus labios se encontraron.
El beso fue una explosión de emociones reprimidas, un chispazo de pasión que encendió el aire entre ellos. Patrick se dejó llevar, besándola con desesperación, explorando cada rincón de su boca mientras sus manos recorrían su cuerpo.
Era un momento de entrega total, donde las preocupaciones del mundo exterior se desvanecieron, dejándolos sumergidos en su propio universo.
Pero de repente, Amber se detuvo. Patrick, aún perdido en la euforia del momento, se sintió despojado de la calidez de su abrazo.
Ella se apartó rápidamente, dejando un vacío helado en el aire que se tornó espeso y pesado. Su corazón latía con fuerza, y aunque deseaba que ella se quedara, sabía que algo había cambiado en su dinámica.
—Amber, espera —dijo, su voz llena de confusión y deseo mientras ella se alejaba, la mirada de ella aún reflejando una mezcla de sorpresa y temor.
Al verla desaparecer de su vista, una ola de frustración y celos lo envolvió. No podía comprender cómo un solo beso podía cambiar tanto la situación.
La deseaba, y no solo en el sentido físico. Ella había atravesado la barrera que él había construido, y ahora su corazón, su mente y su cuerpo estaban en un estado de agitación.
Patrick se sintió atrapado entre el deseo y la necesidad de control. Nunca había sentido algo así por nadie, y ahora que lo había experimentado, sabía que no podría dejarla ir. La obsesión creció, alimentándose de la incertidumbre que había dejado su repentina huida.
Su mente se llenó de imágenes de Amber, su risa, su fragilidad, y, sobre todo, la forma en que lo miraba con esos ojos marrones profundos. Esa mirada lo seguía incluso en su ausencia, y se dio cuenta de que su vida ya no podía ser la misma.
Ya no podía solo ser el príncipe, tenía que ser algo más, algo que pudiera proteger y retener a la única persona que había encendido su corazón de esa manera.
Mientras su mente se llenaba de planes y decisiones, Patrick supo que haría lo que fuera necesario para mantenerla cerca, para descubrir la profundidad de sus sentimientos.
Y mientras la niebla de la confusión comenzaba a despejarse, se dio cuenta de que estaba preparado para enfrentar cualquier obstáculo que se interpusiera entre ellos, incluso si eso significaba enfrentar sus propios demonios.