La historia sigue a un militar sin nombre, en medio de una guerra, al que todos se refieren como Ergo.
El mundo del futuro está en crisis debido a una guerra que ha asolado cada región desde hace años y de la cual parece ser que ningún compañero o militar cercano a Ergo sabe algo.
Un día cualquiera, durante una batalla campal, Ergo es herido y se ve orillado a reparar su extremidad tras acabar la batalla. Luego de su reparación, Ergo descubre a sus altos mandos hablando acerca de él, de su ineficiencia y de como lo eliminarán para traer a otro soldado en su lugar. No obstante y sin poder negarse, es enviado de nuevo en una última misión en los límites del mapa sabiendo que las batallas libradas allí son sinónimo de muerte.
Poco a poco, Ergo irá descubriendo la clase de mundo en el que habita y los secretos que se han ocultado ante el y cualquiera de sus compañeros.
En esta historia el lector se sumerge en un delirio y cuestionamiento filosófico y político acerca de la moralidad.
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X
Subieron al fin las escaleras después de haber cruzado entra todo el conjunto de hombres que se apretaban y empujaban unos a otros. Las escaleras eran cómodas, pero gracias a su anchura la gente podía entrar a montones en cada escalón. Desde arriba la gente se veía ligeramente pequeña.
—¿Cómo te sientes? ¿Todo bien?—preguntó Ludwig a Ergo mientras continuaban subiendo.
—Sí, siento una sensación agradable en mi cuerpo—respondió y miro hacia abajo a la gente que aún seguía caminando en dirección a las escaleras o que salían de ellas.
—Bien, sigue así, porque a dónde iremos habrá bastante más emoción... Seguramente estará abandonado a estas horas—dijo Ludwig ya en el último escalón de las escaleras.
Ambos se mantuvieron juntos luchando contra los empujes de la gente que iba y venía; Ludwig lo jaló de la ropa y los direccionó hacía la caseta para comprar un par de boletos. Ergo, por su parte, se recargó en la caseta esperando a Ludwig mientras una larga fila se iba formando detrás de él.
Volvieron a caminar a la par hasta que Ergo pudo notar como la gente iba descendiendo en opulencia y dejaba al descubierto la zona: muros con mosaicos azulados y blanquecinos, la enorme zona de las vías y el gran túnel que le recordó a las entradas de los domos. Antes de las vías, había una larga línea de color azul.
Ludwig dejo a Ergo observar lo que quisiera y se dirigió a la máquina expendedora color plata que estaba en la esquina. Inserto un par de monedas y aleatoriamente escogió un par de bebidas de limón.
—Toma—estiro la botella de plástico con el líquido—, te va a gustar.
Ergo tomo la botella y la miro con curiosidad. Toda su vida estuvo acostumbrado a tomar agua o un remedo de cerveza junto a sus compañeros en el comedor, pero un refresco como ese jamás. Ni siquiera sabía que era.
—¿Qué es?—preguntó mientras descifraba la forma de la tapa y como quitarla.
—Un refresco. Es de limón. ¿Sabes que es eso?
Ergo abrió la botella dejando salir un sonido explosivo a causa del gas.
—Sí, si teníamos de esas frutas en los comedores—fue acercando la botella a su boca y bebió.
Los ojos de Ergo junto a su semblante se contrajeron en una mueca en respuesta ante el gas y sabor cítrico concentrado en la bebida. Sus ojos se llenaron de pequeñas lágrimas y lanzó un pequeño eructo al mismo tiempo que el agudo y estridente sonido del tren marcaba su presencia detrás de él.
El enorme transporte estaba allí al fin, mostrando su figura redondeada y extensa de color plata. Las líneas azuladas hicieron un clic metálico y se levantaron del suelo. Eran una especie de rejas reforzadas ligeramente altas, usadas para evitar suicidios; al mismo tiempo el tren disminuyó su velocidad.
—Vamos—dijo Ludwig a Ergo una vez el tren se detuvo por completo y las rejas volvían hacia el suelo.
Sonó algo similar a un clic nuevamente y de las puertas ahora abiertas del tren descendieron decenas de personas, unas detrás de otras. Ludwig jaló a Ergo para dejarlo frente suyo y que entrara en el tren en cuanto la gente salió completamente de allí. Después de ello, nadie más entro además de ellos dos.
Ergo entro con total curiosidad, vio asientos metálicos de brillo plateado y acojinados para el culo y la espalda. E igual que en el exterior, el interior era de un brillante plateado; había barandales horizontales y verticales para sostenerse y un par de pantallas ligeramente pequeñas en lo alto del interior: una marcaba la hora y la temperatura mientras había un hombre bien vestido hablando con hojas en mano; la otra estaba completamente negra y en ella pasaban letras digitales y rojizas con la misma cita: "Da parte de ti a la máquina. Estaremos agradecidos".
Ergo tomo asiento a lado de Ludwig.
—Es increíble, es demasiado cómodo—dijo Ergo palpando su asiento.
—Aún falta bastante que ver, deja que avance—dijo Ludwig con una voz frustrada.
El tren hizo un retroceso acompañado del mismo sonido agudo y estridente antes de comenzar a moverse con velocidad. Ergo golpeó ligeramente el cuerpo de Ludwig al no poderse sostener adecuadamente en el asiento, pero a él pareció no importarle.
—Mira—dijo Ludwig en cambio, y señaló con la mirada los asientos vacíos frente a ellos.
La parte detrás de los asientos, en los muros plateados del vehículo, fueron abriéndose en su extensión lentamente y dejando entrar la luz: eran ventanas. La luz de la tarde paso y a través de todo ese vagón y dejaba ver por fuera como era el resto de la ciudad durante el viaje. El calor en la espalda de Ergo confirmo que también la parte detrás de ellos era una ventana y como niño pequeño, encontró la forma de estar en su asiento mientras echaba el ojo por la ventana.