El padre mafioso de mi hija

Ella tomó un sorbo de vino y consideró sus palabras cuidadosamente mientras él la miraba intensamente, lo que le causaba un ligero sudor en las manos.

—¿Podrías contarme un poco sobre tu trabajo? —preguntó Sabrina tomando otro sorbo de su vino.

—Poseo numerosas empresas, resorts, comercios y algunas inversiones —respondió Dom Mauricio mientras bebía su vino.

—¿Eso es todo? —indagó Sabrina levantando una ceja.

—Sabrina, ¿qué quieres saber? Sé directa, intuyo que tienes una pregunta en mente —dijo él con seriedad, casi como si pudiera leer sus pensamientos.

—¿Ah sí? Entonces, ¿por qué no respondes si ya conoces mi pregunta? —replicó ella sirviéndose más vino.

—Porque prefiero escucharte hacer la pregunta, adelante —dijo él con firmeza.

—He oído ciertas cosas y quiero saber si son ciertas. Tú... eres... el... líder... de... la... mafia siciliana —preguntó ella tomando aire profundamente.

—Sí, Sabrina. Soy el líder de la mafia siciliana. Me tomó un tiempo comprender por qué no me reconocías o no sabías quién era yo. Si aceptas casarte conmigo, es importante que sepas la verdad —declaró Dom Mauricio mirándola fijamente.

—Te agradezco tu sinceridad, realmente no te conocía y no había imaginado que realmente existiera una mafia en esta ciudad. No puedo arriesgar la vida de mi hija —afirmó Sabrina tomando un poco más de vino.

—Sabrina, comprendo tus dudas y miedos. Soy el líder de la mafia, pero también soy un hombre dispuesto a hacer lo que sea necesario para protegerte a ti y a Mavi. Nadie les hará daño mientras estén bajo mi protección —aseguró Dom Mauricio con seriedad.

—Pero, ¿por qué yo? —preguntó Sabrina, confundida.

—Desde que te conocí, algo cambió en mi interior. Tu fuerza, tu dedicación a tu hija, tu valentía... Me atraes, y no solo físicamente, sino por la persona que eres —confesó Dom Mauricio, buscando las palabras adecuadas.

—Dom Mauricio, necesito ser honesta contigo. Tengo reservas respecto a tu propuesta de matrimonio. Soy una mujer independiente y orgullosa, y no quiero sentirme atrapada o forzada a hacer algo que no sea por amor —dijo Sabrina, cobrando valor.

—Entiendo tu postura, Sabrina. Y no deseo que te sientas presionada en modo alguno. Si te hubiera querido obligar, ya lo habría hecho. Mi oferta de ayudar con la cirugía de Mavi y proponerte matrimonio es muestra de mi compromiso de proteger y cuidar de ustedes. Pero entiendo que es una decisión grande. Ven conmigo a mi despacho —declaró Dom Mauricio levantándose, y ella lo siguió a través de los pasillos de la enorme mansión hasta la oficina donde entraron, y él cerró la puerta. Sabrina sintió un escalofrío al pensar que él pudiera hacerle algo, y se distanció de él.

—No te haré nada, Sabrina, siéntate —dijo él sacando una botella de vino de su frigorífico y llenando tanto su copa como la de ella. Sabrina se sentó en el sofá y él en una silla frente a ella.

—También escogí estar contigo porque eres honesta, humilde, luchadora y muy bella. Pero debo ser franco, tengo un consejo en la mafia que me presiona para tener esposa e hijos, preferiblemente alguien de su elección. No estoy dispuesto a ceder, así que si te casas conmigo, diré que ya estoy casado y dejaré de recibir presiones, mientras te ayudo a salvar la vida de tu hija. Podemos hacer de esto una transacción y un camino mejor para el futuro de ambas partes —explicó Dom Mauricio.

—Pensé que eso solo ocurría en las novelas. Digamos que acepto, ¿cómo seria este matrimonio? —cuestionó Sabrina bebiendo un poco de su vino.

—Si aceptas casarte conmigo, haremos un contrato de confidencialidad de año y medio. No podrás contarle a nadie al respecto, vivirás conmigo y serás una buena esposa durante el periodo de nuestro contrato.

—¿Ser una buena esposa se refiere en el aspecto sexual? ¿Estaré obligada a yacer contigo? ¿Y mi hija cuando salga del hospital? —indagó Sabrina.

—No voy a obligarte a acostarte conmigo, pero desearía tener una relación con mi esposa. No tenemos por qué compartir cama, tendrás tu propia habitación. Deseo que tengas las ganas y el anhelo de estar conmigo, así como yo lo siento por ti, Sabrina. Tu hija puede venir a vivir con nosotros, no veo inconveniente.

—Si en año y medio deseo divorciarme, ¿me dejarás en paz con mi hija? ¿Lo prometes? —preguntó ella.

—Sí, te lo prometo —respondió él.

—Entonces acepto, porque necesito salvar la vida de mi hija, pero en año y medio quiero el divorcio. Este es un aviso previo —dijo ella.

—¿Estás segura de que deseas aceptar? No permitiré que cambies de opinión, si prefieres pensarlo un poco más —propuso él tomando su vino.

—No tengo mucho tiempo, debo salvar a mi hija. Si realmente puedes ayudarme, entonces hazlo. Acepto casarme contigo —afirmó Sabrina.

—Me alegra tu respuesta, Sabrina. Ya estoy organizando todo para nuestro viaje y la cirugía de Mavi, incluyendo sus visados —dijo él.

—Gracias, Dom Mauricio, te estaré eternamente agradecida por lo que estás haciendo por mi hija.

—Lo hago por ti, Sabrina. A partir de hoy, puedes compartir tus problemas conmigo; estaré a tu lado para lo que necesites. No necesitas llamarme Don —mencionó él, y ella sintió un escalofrío recorrer su cuerpo.

—Está bien, Mauricio, hay otra cosa: quiero ir al hospital a intentar ver a mi hija, me angustia no poder verla desde que fue internada —dijo ella sinceramente.

—Comprendo. Puedo arreglar para que la veas en la U.T.I. siempre y cuando no haya mayores riesgos. Te llevaré al hospital, ¿no deseas comer algo más? —preguntó él.

—No, estoy satisfecha. Gracias por el almuerzo, fue perfecto —dijo ella con timidez.

—Después puedes agradecerle a Alfred y Marise. Ellos lo organizaron todo —señaló él al levantarse.

—Les daré las gracias —afirmó ella poniéndose de pie.

Dom Mauricio y Sabrina regresaron a la piscina y él llamó a Marise y Alfred para presentarles a Sabrina. Ellos eran empleados de confianza y llevaban mucho tiempo trabajando con la familia.

—¿Dom Mauricio me mandó llamar? —preguntó Alfred cortésmente.

—Sí, quiero que conozcan a mi prometida, Sabrina —presentó Dom Mauricio.

—Hola, quiero agradecerles por el almuerzo, estaba delicioso —dijo Sabrina con cortesía.

—No hay por qué agradecer, señorita. Me complace saber que disfrutó de mi comida —respondió Marise con entusiasmo.

—Estoy a su servicio, señorita —dijo Alfred con educación.

—¿Nos vamos, Sabrina? —llamó Dom Mauricio.

—Claro, hasta luego —Se despidió ella dirigiéndose al coche de Dom Mauricio.

Él le abrió la puerta del coche para que ella subiera y luego se colocó en el asiento del conductor. Condujo hacia el hospital de su familia en el centro de la ciudad con Sabrina a su lado, quien miraba la hermosa vista de la playa por la ventana del coche, reflexionando sobre lo que acababa de decidir.

Al llegar al hospital, Sabrina tuvo que observar a Mavi desde la distancia, ya que no podía entrar en la sala por razones de salud, pero pudo ver a la niña a través de un gran ventanal de cristal. Al ver la situación de su hija, le fue imposible no llorar, sintiéndose culpable por no poder hacer más por su pequeña. No quería que ella tuviera que pasar por todo esto a tan corta edad. Dom Mauricio notó la angustia de Sabrina y puso sus manos en sus hombros de forma reconfortante y la abrazó.

Sabrina quería apartarse, pero no tuvo la fuerza; el abrazo de aquel hombre en ese momento era justo lo que necesitaba para apoyarse y cobrar fuerzas, estaba exhausta de luchar sola y no podía imaginar cómo sería tener a alguien a su lado. Se sintió aún peor al recordar que nunca tendría el apoyo del padre de Mavi.