Bianca solo tiene un deseo: poder y respeto. Dante se lo concederá. La convertirá en su esposa y lo que en un inicio fue por conveniencia se transformará en algo mucho más fuerte.
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¿Interrogatorio?
BIANCA
La enfermera vuelve a revisarme el brazo y me da indicaciones de los siguientes cuidados. Soy la única de los Corsi que ya puede salir de aquí. Estoy loca por irme, ya que no quiero ver a papá. Sé que intentara culparme de todo y golpearme nuevamente.
—¿Puedo entrar?
Se asoma por la puerta Estefan y me alegro de verlo. Le digo que, si y él entra en una silla de ruedas, le doy un beso en la mejilla y me siento en el sofá para estar a su tamaño.
—¿Cómo te sientes?
—Bien, pero ya quiero irme. Sabes que no me gustan los hospitales—me contesta—.Sé que ya te vas a Calabria y quise venir agradecerte. Escuche que tu esposo me ayudo solo porque se lo pediste, sino fuera por ti ahora estaría al lado de Loretta, pero sin que nadie me llore.
—Eres mi hermano, estoy para ayudarte—acaricio su mano—¿Todo en casa estará bien?
—Saldremos adelante. Estoy seguro—suspira—.Antes que te vayas quiero hacer algo.
Estefan con dificultad se pone de pie. Lo ayudo tomándolo de los brazos y cuando está parado, se aleja de mis toques.
—Fui el único que no se arrodilló ante ti anoche—se puso de rodillas y una pierna la mantuvo arriba—.Gracias por todo, señora Rossi. El apellido lo tienes bien merecido.
—Estefan—lo ayudo a levantarse—No quiero que vuelvas hacerlo. Tú no.
Volví ayudarlo a sentarse en su silla y estuve con él un rato más. Papá tampoco ha ido a verlo, pero eso no le importa. Loretta siempre fue a la única que quiso, de una extraña manera, pero lo hizo y es porque es muy parecida a la señora Alice.
Antón tocó la puerta y entro avisando que es momento de irnos. Llevé a Estefan a su habitación y me despedí de él.
—Cuídate. Te estaré escribiendo.
—Pronto iré a verte. Creo que me será bien alejarme de aquí por un tiempo.
Le sonreí y asentí. Me encantará tenerlo nuevamente en casa. Me despedí con un fuerte abrazo y salí de su habitación.
—¿Dónde está Dante, Antón?
—Afuera. Debemos irnos, señora.
Baje junto a Anton y otros guardias que llevan mis cosas. Vuelvo acomodar el abrigo verde cuando siento que el frío aumenta al cruzar la salida del hospital y encuentro a Dante hablando por teléfono.
Me acerco a él y lo tomo del brazo. Termina la llamada y se acerca acariciarme la cara.
—Bianca, tendré que quedarme.
—¿Qué? ¿Por qué?—fruncí el ceño.
—Hay algunos asuntos respecto a mis padres que tengo que verificar aquí—los guardias empiezan a meter dentro del auto mis cosas—.Antón te cuidara y otros guardias más. Estaré en casa en un par de días.
—¿Qué tienen que ver tus padres aquí?
—Al parecer los traidores que tengo no son los únicos, hay alguien aquí. Antes quisiera entregarte algo—de su abrigo saca una pequeña daga, tiene el protector y lo deja entre mis manos—.Antón estará contigo en todo momento, pero no dudes en atacar si intentan hacerte daño.
—Sé defenderme—hago una pausa y se lo digo por fin—¿Debo preocuparme por algo?
—No, todo está bien y tú estarás segura en casa.
Me acerque a abrazarlo y guarde su olor en mi memoria. Su rostro, sus ojos oceánicos y su cabello oscuro.
—Nos vemos en un par de días.
Antón abre la puerta del auto y subí. A mi lado va Antón y adelante dos guardias. Empezaron a conducir y poco a poco nos alejamos del lugar. Guarde la daga en los bolsillos de mi abrigo.
El lapso del vuelo fue corto. Tardamos un poco más de una hora en llegar a Calabria y en todo momento no me separe de la ventana y Antón no ha quitado su vista de mí. Su protección y guardia ha crecido y no me molesta. Sin Dante, es lo que más necesito. En otros asientos van los demás guardias y algunos socios de mi esposo.
El avión aterrizó en Calabria y el frío aumentó. Cerré el abrigo y empecé a bajar del avión. Antón bajo primero y yo tras de él. En la pista de aterrizaje me esperaban ya casi una docena de hombres. A algunos los conocía del funeral de los señores Rossi y a otros no.
—Buenas tardes, señores—hablé—.Desconocía que mi esposo había mandado a una guardia real por mí.
—Bianca Corsi, debe de acompañarnos para un interrogatorio.
Ese apellido y mi nombre junto no lo escuchaba desde hace ya mucho.
—¿Mi esposo sabe de esto?
—Sí.
—¿Y qué ha dicho?
—Eso no le interesa. Solo debe de venir con nosotros.
Sentí el miedo recorrer cada parte de mi cuerpo cuando vi a dos hombres acercarse a mí. Antón se adelantó y se preparó para la amenaza. Son 12 hombres y nosotros solo 4. Es claro que perderemos la batalla. Pero ellos no me harían daño, son los aliados de Dante y no harían nada de esto sin consultarlos.
—No Antón—lo tomé del hombro—.Los señores solo quieren hablar ¿Verdad?—asintieron—Estaré bien.
—Señora... no.
—Estaré bien—traté de demostrar seguridad en mis ojos porque sé que, si me ve asustada, hará algo. No puedo joder más las cosas—Solo... solo llámalo ¿Sí—bajé la voz.
Antón asintió y los hombres vinieron y me tomaron de los brazos. No hubo fuerza y tampoco luche. Caminé a su misma sintonía y cuando estábamos por llegar al auto me detuve. Tengo miedo. Tengo mucho miedo y las lágrimas en mis ojos se acumularon.
—Señora—hablo uno de ellos.
Volví a caminar y subir al auto con el corazón bombardeando a mil por hora. Si ellos hacen esto, es porque lo sabe Dante y Dante no haría nada para lastimarme. Debo de confiar en él. Mire por la ventana como Antón subía al avión y poco a poco nos alejamos del lugar.