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Amor En Exilio

Amor En Exilio

Status: En proceso
Genre:La Vida Después del Adiós / Reencuentro
Popularitas:2.1k
Nilai: 5
nombre de autor: KeliindA RojanO C.

Soy Salma Hassan, una sayyida (Dama) que vive en sarabia saudita. Mi vida está marcada por las expectativas. Las tradiciones de mi familia y su cultura. Soy obligada a casarme con un hombre veinte años mayor que yo.

No tuve elección, pero elegí no ser suya.

Dejando a mi único amor ilícito por qué según mi familia el no tiene nada que ofrecerme ni siquiera un buen apellido.

Mi vida está trasada a mí matrimonio no deseado. Contra mi amor exiliado.

Años después, el destino y Ala, vuelve a juntarnos. Obligándonos a pasar miles de pruebas para mostrarnos que no podemos estar juntos...

NovelToon tiene autorización de KeliindA RojanO C. para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Decisión

Toda la noche fue un torbellino de emociones. Las lágrimas se secaron en mis mejillas, pero el dolor no disminuyó. Las cartas de Emir, esparcidas a mi alrededor, eran un testimonio mudo de una verdad que me había sido negada. "No me olvides", resonaba en mi mente, una y otra vez. Él no me había olvidado. Él había regresado. Y yo... yo lo había esperado.

La rabia hacia mi padre se mezclaba con una punzada de esperanza. Si Emir no me había olvidado, si había regresado por mí, entonces la vida que nos fue robada aún podía ser recuperada. No importaba Ozan, no importaba el contrato, no importaba el tiempo. Mi corazón siempre había sido de Emir.

Con cada hora que pasaba, una convicción se arraigaba en mi interior: tenía que hacer lo correcto. Tenía que decirle la verdad, toda la verdad, antes de que fuera demasiado tarde. Tenía que confesarle que mi amor por él nunca había muerto, que cada día que pasaba a su lado era una agonía, una mentira. Y lo más importante, tenía que revelarle el secreto que nos unía de la forma más profunda e innegable: Senre. Nuestra hija. Nuestro amor materializado.

La decisión estaba tomada. No podía esperar un día más. Mañana temprano iría a verlo, sin importar que fuera domingo. Esto era más importante que cualquier día de trabajo, que cualquier convención social. Esto era sobre nuestras vidas, sobre nuestra verdad.

El amanecer se filtró por la ventana, encontrándome aún en el suelo, entre las cartas, los ojos hinchados y el alma exhausta pero resuelta. Me levanté con lentitud, sintiendo el peso de la noche en cada músculo. Recogí las cartas con reverencia, las doblé con cuidado y las guardé en lo más profundo de mi clóset, donde nadie más pudiera encontrarlas. Eran mi tesoro, mi prueba, mi motor.

Salí de la habitación y me dirigí al baño. El espejo me devolvió la imagen de una mujer agotada, con ojeras profundas y los ojos rojos e inflamados. Necesitaba borrar las huellas de la noche, necesitaba lucir fuerte, decidida. Me di una ducha larga, dejando que el agua caliente relajara mis músculos tensos y, por un momento, lavar el dolor. Me maquillé ligeramente para disimular la hinchazón y me vestí con algo ligero y cómodo: un pantalón de lino y una blusa sencilla. Necesitaba sentirme libre, sin ataduras.

Antes de salir, tomé mi teléfono y llamé a mi asistente.

—Señora salma, ¿Necesita algo?—

—Sí, necesito la dirección de la casa de Emir, por favor— le pedí, con mi voz sonando más firme de lo que me sentía. —Necesito que me firme unos documentos urgentes—

—Si gusta señora salma, yo podría llevarlos por usted—

—No hace falta, gracias. Yo necesito explicarle algunos errores que veo en las plantillas de la obra, y ya sabes. Hay que alistarla para mañana a primera hora, por eso necesito aclarar eso con él—

La excusa era para mí, una pequeña red de seguridad si las cosas salían mal, una forma de justificar mi presencia allí si la verdad no era bien recibida.

No sé porque pienso así. Pero cuando siento esto es por algo.

Después de colgar la llamada. Bajé a desayunar. Ozan y Senre ya estaban en la mesa. Mi pequeña, mi luz, sonreía y hablaba animadamente, sus ojos brillaban con la inocencia de la infancia. La saludé y le di un beso en la frente, mi corazón se apretó ante la idea de que pronto sabría la verdad.

Ozan me miró, con una ceja arqueada. —Salma, ¿estás bien? Por qué no fuiste a dormir a la habitación anoche—

Lo miré a los ojos, una extraña calma me invadió —Sí, Ozan. Estoy bien. De hecho, estoy mejor que nunca— Tomé un sorbo de café, sentí que la cafeína me dio un pequeño empujón. —Voy a salir a solucionar una confusión. Cuando regrese, hablaremos. Y te prometo que todo quedará claro—

Su expresión se volvió de desconcierto, pero yo no esperé su respuesta. Me levanté, tomé las llaves de mi auto y salí de la casa después de despedirme de ellos. El sol de la mañana era brillante, prometedor. Me subí al coche y puse la dirección de Emir en el GPS.

Conduje con una mezcla de nerviosismo y euforia. Mi corazón latía con fuerza, pero ya no era por el dolor, sino por la expectativa. Iba a decirle a Emir toda la verdad. Que lo amaba, que nunca lo había olvidado, que mi matrimonio con Ozan era una farsa, un contrato sin amor. Que yo seguía siendo suya, en espíritu y en corazón. Y que Senre... Senre era nuestra hija, el fruto de nuestro amor, la prueba viviente de que nuestro vínculo nunca se había roto.

Llegué a su casa. Era una casa hermosa, moderna, pero con un toque de calidez. Mis manos estaban sudorosas mientras tocaba el timbre. Estaba ansiosa, pero también decidida, con una fuerza que no sabía que poseía.

La puerta se abrió.

Y mi sonrisa, que había estado luchando por aflorar, se congeló en mis labios. Mi corazón, que latía con la fuerza de mil tambores, se detuvo.

Una mujer muy atractiva me miraba desde el umbral. Su cabello castaño estaba ligeramente desordenado, como si acabara de levantarse de la cama. Llevaba puesta una camisa de hombre, una camisa que reconocí al instante como de Emir. Su mirada era curiosa, y un poco somnolienta.

Ella se aclaró la garganta, y yo apreté con tanta fuerza los documentos en mi mano que los nudillos se me pusieron blancos. —Buenos días— logré decir, con mi voz apenas en un susurro. —¿Esta es la casa del señor Emir?—

Ella asintió, con una pequeña sonrisa formándose en sus labios. —Sí, es aquí—

En ese preciso instante, Emir apareció detrás de ella. Estaba sin camisa, con solo unos pantalones de chándal que colgaban holgadamente de sus caderas. Sus ojos se encontraron con los míos, y la sorpresa, la confusión, y luego una sombra de algo indescifrable cruzó su rostro.

Mi expresión, sin embargo, ya no existía. Se había muerto.

Entendía perfectamente lo que estaba pasando.

No habría explicación vacía que bastará...

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Alisson
Esta interesante 😌
Isabel...
Me gusta, tiene un inicio atrapante😍😊
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