La Sombra De Ashfall

A pesar de los esfuerzos de Cecil y Gareth no lograban encontrar pruebas contundentes, solo rumores, la gente tenía miedo de hablar, la red de silencio y miedo tejida por el rey era eficaz. Tras confirmar que el Duque Urriaga y el Duque de Andrade eran hombres confiables decidieron enviarles un mensaje confidencial, los días pasaban, transformándose en semanas, pero la respuesta de Ironpeak nunca llegó. El silencio era ensordecedor y preocupante.

Con la boda aproximándose rápidamente, la ansiedad se cernía sobre ellos. Un día antes de la ceremonia, Gareth y Cecil se encontraron en el campo, cabalgando. El viento en sus cabellos, la libertad del galope y la expectativa de su unión los llenaban de felicidad, pero la sombra de la situación del reino se cernía sobre ellos. La inacción de Ironpeak y la falta de pruebas mantenían la amenaza latente.

- Me siento... inquieta, Gareth. Por el reino. Por lo que Lysander pueda estar haciendo. No hemos encontrado pruebas contundentes, y los Duques de Ironpeak no han respondido. Siento que el tiempo se nos agota, y nuestra boda será mañana.

- Lo sé, mi amor. La espera es frustrante, pero no podemos dejar que la preocupación nos consuma justo ahora. Hemos hecho todo lo que hemos podido por el momento.

- Pero Lysander no se detendrá y Orlaith... ella también es un peligro, ahora que sabemos que recuerda todo.

- Precisamente por eso debemos ser pacientes. No nos hemos rendido, Cecil. Solo estamos... en una pausa estratégica. La boda es importante, es un símbolo de nuestra unión, de nuestra fuerza y la utilizaremos.

- ¿Cómo?

- Después de la boda, tendremos más recursos y una posición más sólida. Como marido y mujer, nuestras acciones tendrán un peso diferente y te prometo que seguiremos investigando, con más ahínco si cabe. Encontraremos esas pruebas, Cecil. Y si los Duques de Ironpeak no responden, buscaremos otras vías. Hay muchas formas de iluminar la verdad.

- ¿De verdad lo crees?

- Lo creo firmemente. Tenemos la verdad de nuestro lado, y la memoria del Rey Alexander guiándonos. No permitiremos que Ashfall caiga. Por ahora, solo concéntrate en nuestra felicidad. En nuestro día. Mañana seremos marido y mujer, y juntos, somos imparables.

El alivio inundó a Cecil, el peso de sus preocupaciones aliviado por la fe inquebrantable de Gareth. La boda no era un final, sino un nuevo comienzo para su lucha.

La mañana de la boda de Cecil amaneció radiante, en el Ducado Kaeldron, la atmósfera era de alegría contenida mientras Cecil se preparaba. Sus doncellas la ayudaban a vestirse, cada adorno y encaje de su vestido de novia reflejando la felicidad que sentía, a pesar de las sombras que acechaban. Todos se encontraban alegres, pero conscientes de que debían salir con tiempo hacia el templo para la ceremonia.

Subieron al carruaje nupcial, Cecil acompañada por sus padres, Roric y Briar, mientras sus hermanos, Falkon y Elara, cabalgaban junto a algunos guardias de su Ducado, formando una escolta imponente. Los primeros minutos del viaje transcurrieron en una burbuja de expectativa y promesas susurradas.

Sin embargo, la felicidad se vio repentinamente embargada por el caos. Un ataque brutal y coordinado rompió la serenidad de la mañana. Flechas silbaron, el acero chocó y los gritos de batalla llenaron el aire. El carruaje se detuvo abruptamente, y la promesa de un día perfecto se desmoronó bajo el asalto.

La sorpresa del ataque se transformó rápidamente en un terror helado, la batalla no era sencilla; los agresores no eran simples mercenarios. Eran magos, magos poderosos cuyas hechizos y ráfagas de energía mágica se estrellaban contra los escudos de los guardias del Ducado. Los hermanos de Cecil, Falkon y Xylon, luchaban con una ferocidad inusual, utilizando su propia magia para repeler el asalto, sus movimientos ágiles y sus hechizos iluminando el aire.

El Duque Roric, con el rostro contraído por la preocupación, le ordenó a su esposa, Briar, y a su hija que se quedaran en el carruaje.

- ¡No salgan bajo ninguna circunstancia! - gritó, mientras desenvainaba su espada para unirse a la refriega.

La pelea era feroz y desesperada. De repente, la puerta del carruaje se abrió de golpe. Antes de que Cecil pudiera reaccionar, los magos lograron tomar a Briar. A pesar de los esfuerzos desesperados de Cecil por detenerlos, su madre fue arrastrada fuera del carruaje.

Cecil salió tras su madre, el corazón latiéndole a mil por hora. Vio al jefe de aquel escuadrón, un hombre imponente con una mirada cruel, sujetando a Briar con firmeza. La amenazaba con matarla si Cecil no los acompañaba.

Cecil no dudó ni un instante, la vida de su madre era lo único que importaba.

- ¡Me iré con ustedes! - gritó, su voz firme a pesar del miedo -. ¡Pero dejen a mi familia con vida! ¡Júrenlo!

- Lo juro – lanzo un hechizo que paralizo a su familia y a los guardias de su Ducado -, ahora nos acompañara, o desea que mis hombres vayan matando a cada una de esas personas.

- Iré con ustedes como se los dije - respondió Cecil

El hombre le indicó el caballo al que debía subirse. Apenas tuvo tiempo de sentarse antes de que otro hechizo la paralizara, dejándola tan inmóvil como su familia. Los magos la aseguraron al caballo, y el escuadrón se puso en marcha, llevándose a Cecil lejos de su boda, de su familia y de Gareth, hacia un destino incierto.

Cuando por fin Cecil despertó del trance, la cabeza le dolía y sus sentidos regresaban lentamente. Abrió los ojos y pudo ver, a través de una pequeña ventana enrejada del calabozo en el que se encontraba, que la luna ya brillaba en el cielo nocturno. Asimiló con dolor lo que había ocurrido: el día que debía ser el más maravilloso de su vida, su boda con Gareth, ahora era una fecha fatídica, marcada por su secuestro.

Se levantó con cuidado, su cuerpo adolorido pero su mente ágil. El frío de las piedras del calabozo se filtraba en sus ropas. De repente, un llanto débil y entrecortado rompió el silencio opresivo del lugar. Al observar más de cerca su entorno, vio a un niño en la celda de al lado. No pasaría de los seis años, acurrucado en un rincón, sollozando en la oscuridad.

- Hola, pequeño ¿Cómo te llamas? – habla con ternura Cecil. El niño levantó la cabeza, sus ojos grandes y llenos de lágrimas.

- Mi nombre, mi nombre es Max – responde el niño mientras se limpia las lágrimas -, no quise despertarte lo siento.

- No estaba dormida, más bien hechizada - una sonrisa suave apareció en su rostro, aunque el dolor persistía-, no me despertaste, ¿Cuánto tiempo llevas aquí?

- No lo sé, pero extraño mucho a mis papás.

- Te entiendo, yo también extraño a mi familia. Estas temblando debe ser por el frio.

Sin dudarlo, Cecil comenzó a romper una de las delicadas telas de su vestido de novia, tirando con cuidado hasta que se desprendió un buen trozo. Se la entregó al niño a través de los barrotes.

- Ten Max, puede que te sirva para calentarte – Max se pone de pie y toma la tela.

- Pero ahora tendrás frío - dijo el niño, su preocupación genuina.

- No debes preocuparte por mí, este vestido es caliente.

- Vaya, así que lograste calmarlo, que bien me tenía harto – dijo aquel hombre que Cecil suponía que era el líder del escuadrón que la había secuestrado. Su voz sonaba molesta y carecía de toda empatía.