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Cap 22
Deseó concedido ❣️
Capítulo 22
Aquella mañana, en la fortaleza, cuando Mary entró en la habitación sonrió al ver
a Sofía dormida en la cama. Cerrando la puerta con cuidado, la dejó descansar. Bien
entrada la mañana, y tras curarse la herida del brazo, que estaba bastante mejor,
Sofía salió de su habitación encontrándose apoyado en la pared a Kieran.
—No me miréis con esa cara, milady —susurró sin moverse del lugar.
Megan, al encontrarse de nuevo a solas con él, resopló.
—¿Pretendéis que vuelva a hacer lo del otro día? —preguntó.
Avergonzado, bajó los ojos al suelo y dijo:
—Escuchadme un segundo, milady.
—Sofía —replicó mirándole—. Mi nombre es Megan.
Agradecido por aquella deferencia, prosiguió hablando.
—Megan, quiero pedirte disculpas por mi absurdo comportamiento —dijo
mirándola a los ojos—. No sé qué me pasó, había bebido y me dejaste tan
impresionado por tu fuerza ante esas mujeres que algo en mi interior me incitó a
besarte. —Dando un paso para acercarse a ella, susurró—: Esta mañana estaba
dispuesto a recibir un buen puñetazo por parte de tu marido. Imaginé que le habías
contado lo ocurrido, pero me he sorprendido al ver que sólo me ha indicado que si me
acercaba a ti o a tu hermana me las vería con él.
Kieran sonrió al escucharla y mientras se alejaba con Zac dijo:
—Shelma, dile a tu hermana que una flecha me ha atravesado el corazón.
Al verles marchar, Shelma se volvió hacia su hermana y preguntó:
—¿Qué ha ocurrido aquí?
—No te preocupes —respondió escuchando las risas de Kieran y Zac en la lejanía
—. A Kieran le gusta que le hablen así.
A mediodía, Shelma y Sofía comieron en el salón acompañadas por algunos de
los guerreros que habían quedado en la fortaleza. Después, Shelma se marchó a su
habitación a descansar y Megan, sin poder evitarlo, se acercó a las cuadras. Con el
pretexto de visitar a lord Draco, consiguió a duras penas untarle a Stoirm un poco de
ungüento en las heridas de sus patas.
Tras la siesta de Shelma, decidieron dar un paseo hasta el lago para estirar las
piernas.
—¿Qué tal con Duncan? —preguntó Shelma metiendo los pies en el agua subida
a una piedra.
—Bien —sonrió al sentir en el estómago un extraño ardor al pensar en él—. Creo
que ayer ambos nos sinceramos.
Shelma, al escucharla, sonrió y dijo:
—Me alegro. Al fin habrá un poco de paz.
—¿Sabes? Me hizo prometer que me cuidaría. Dice que me meto en demasiados
líos. ¿Lo puedes creer?
—Pues no —sonrió Shelma—. Lolach me insinuó que nuestro abuelo nos crio
con la cabezonería de un guerrero.
—Tiene razón —asintió Sofía asumiendo las habilidades poco femeninas que
ella misma tenía—. Pocas mujeres que nosotras conozcamos saben hacer las cosas
que sabemos hacer tú y yo.
—¡Gillian! Ella sí —señaló Shelma sonriendo al recordar a su intrépida amiga.
Mirando a su hermana dijo—: ¿Alguna vez has pensado lo diferente que hubieran
sido nuestras vidas si papá y mamá estuvieran aún con nosotras?
—Hace años que dejé de pensarlo —asintió observando los peces que nadaban
con tranquilidad en el lago—. Si te soy sincera, cuando llegamos a Dunstaffnage, no
podía dejar de pensar en nuestra cómoda y preciosa casa de Dunhar. Vivir en la
pequeña cabaña del abuelo era tan diferente, que ansiaba en cierto modo volver a
Dunhar. Pero, tras pasar las primeras Navidades con él, Felda, Mauled, Magnus,
Gillian y la gente del clan McDougall, todo cambió. Me di cuenta de que prefería
tener menos sedas, vajillas de porcelana y tapices, pero más cariño y amor.
—¡Qué bonitos tiempos! —asintió con melancolía Shelma al escucharla.
—Y un día —prosiguió Megan—, me enamoré del color verde de los campos de
Escocia, del olor a brezo en sus bosques, de sus cristalinos y azulados lagos, de su
bruma y hasta de su a veces insoportable humedad. —Sonrió al decir aquello—.
Estoy orgullosa de todo lo que el abuelo y Mauled nos dieron porque eso me ha
enseñado a apreciar la vida de otra forma. Vivir con el abuelo me hizo conocer más a
mamá y no olvidarla, a pesar de que ya no recuerdo su cara. Pero, cuando veo un
precioso álamo o una estupenda puesta de sol, me acuerdo de ella, de cómo me
describía los colores, los sabores y los olores de su amada Escocia.
—Yo tampoco la recuerdo —susurró Shelma.
—Es normal, eras muy pequeña —sonrió Sofía tirándola del pelo, justo en el
momento en que se escuchó un chapoteo en el agua—. ¿Qué ha sido eso?
Ambas se levantaron y corrieron tras los matorrales. De pronto Shelma señaló un
punto.
—Psss… ¡Calla! Y mira quiénes están allí.
Sofía miró hacia donde su hermana le indicaba y se tensó.
—Son Sabina, Berta y sus compañeras —susurró Sofía agachándose junto a su
hermana, mientras veía a las mujeres desnudarse para zambullirse en el agua. Tras
observarlas durante un rato, comenzaron a hablar algo que les era difícil escuchar
desde donde estaban—. Ven, tengo curiosidad por saber de qué hablan.
—¡Vale! —sonrió Shelma arrastrándose junto a su hermana para situarse tras unas
rocas muy cercanas a las mujeres Ajenas a las personas que las escuchaban tras las rocas, Berta y sus compañeras
de casa chapoteaban en el agua.
—Esta mañana me visitaron Golap el Cojo y Verted el Bruto —dijo una mujer
rubia.
—¿Gente de James O'Hara? —preguntó con curiosidad Berta mientras se lavaba
el pelo.
—Sí —respondió la rubia con una sonrisa nada sincera—. Y, sin querer, les
informé de que nuestro laird estaría fuera casi con seguridad hasta mañana.
—¡Bien! —rio Berta al saber lo que aquello quería decir.
—¡Qué se preparen las sassenachs! James no es como el guapo de Kieran —rio
Sabina conociendo la aversión que aquél tenía por todo lo que fuera inglés.
—Creo que vamos a divertirnos un poco —sonrió cómplice Berta—. Hasta que
Lolach, Duncan y nuestro señor lleguen, esas dos asquerosas se las tendrán que ver
con O'Hara el Malo.
Con cuidado, Sofía y Shelma se alejaron del lugar, dejando a las mujeres
continuar con su baño y sus confidencias.
—¿O'Hara el Malo? —preguntó Shelma echándose el pelo hacia atrás—.
Deberíamos hablar con Kieran.
—No creo que haga falta hablar con el guapo de Kieran. —Sofía se carcajeó al
decir aquello—. Duncan y Lolach, como muy tarde, llegarán mañana. Le pediremos a
Mary que nos suba unas bandejas de comida a la habitación y evitaremos problemas.
—Luego, cogiéndola de la mano con una sonrisa y mirando a Zac que luchaba con
una espada de madera junto a un divertido Kieran, dijo—: Vayamos a ver a lord
Draco.
Olvidando lo escuchado se encaminaron hacia las caballerizas, donde el caballo
resopló al verlas dándoles la bienvenida.
—Hola, guapo —saludó con cariño Megan, acercando su cara a la de lord Draco
para darle unos cariñosos besos que el caballo acogió con agrado.
—Estás bien cuidado, ¿verdad? —sonrió Shelma pasando su mano por el lomo
del animal con afecto.
—Pronto llegaremos a nuestra nueva casa y te prometo que te sacaré todos los
días a dar un largo paseo —prosiguió hablando en susurros Sofía mientras le
cepillaba con un cepillo que había encontrado en el suelo.
Con curiosidad miró hacia el otro caballo, Stoirm, que al comenzar ella a susurrar
a lord Draco había dejado de relinchar, como si pareciera escucharla.
—Veo que tu compañero es muy guapo. —Al alargar la mano para tocar al
caballo pardo, éste se alejó pateando el suelo—. ¡Vaya! Eres de los que se hacen de
rogar. —Sofía sonrió y volviendo su atención hacia lord Draco le susurró—: Creo
que sabe que es bonito y por eso es arrogante Mientras Sofía seguía hablando con lord Draco, Shelma observaba con
curiosidad y admiraba los sementales que poseía el laird McPherson al tiempo que
conversaba con Rene, el mozo de cuadra, que cada vez que hablaba con ellas se
admiraba de todo lo que sabían sobre los caballos y sus cuidados.
Sofía seguía conquistando al enfadado caballo. Se lo había propuesto y, cuando
ella se proponía algo, lo conseguía.
—Eres un caballo precioso y tu nombre me encanta —susurró Sofía mirando al
semental de largas patas y pelaje brillante que se movía intranquilo cada vez que
alguien pasaba cerca de su cuadra, pero que parecía escuchar y atender lo que ella
decía.
—Milady —advirtió Rene—, todo lo que tiene de bonito, lo tiene de peligroso.
Tiemblo pensar que cualquier día me pueda arrancar una mano.
—¡Qué exagerado eres, Rene! —sonrió Shelma.
—No exagero, milady —contestó el muchacho—. Y, aunque no lo creáis, al único
caballo que esa bestia consiente tener cerca de él es al vuestro.
—Es que lord Draco es un caballo muy bueno —afirmó Shelma haciendo
arrumacos al viejo corcel.
—Debe de ser eso —admitió Rene observando cómo Sofía miraba al semental
—. Todos los caballos que he puesto en la cuadra junto a Stoirm, he tenido que
terminar cambiándolos de lugar. Les ponía nerviosos. El día que llegasteis vos,
provisionalmente dejé a lord Draco en esta cuadra y comprobé cómo Stoirm
rápidamente pataleaba las tablas con el fin de asustarle. Pero vuestro caballo, en vez
de asustarse, lo que hizo fue contestarle pateando las tablas con más fuerza.
—¿En serio? —rio Sofía al escucharle, acariciando con cariño al viejo animal
—. ¡Vaya! No sabía que tuvieras todavía tantas energías.
—Es un excelente caballo el vuestro —asintió el muchacho—. Por eso no le
cambié de cuadra. Lord Draco es el único que consigue calmar a Stoirm y, en pocos
días, digamos que se ha ganado la confianza de esta mala bestia.
—No creo que seas tan terrible —susurró Sofía al caballo, que parecía mirarla
con sus profundos ojos negros—, y me encantaría que me dejaras acercarme a ti.
—Milady —repitió Rene al ver cómo ella se aproximaba más de lo que nadie se
atrevía a acercarse—. Ese caballo tiene muy malas pulgas y todo el que lo intenta
termina mordiendo el polvo.
Megan, tras mirar a su hermana y ésta mirar al cielo, preguntó:
—Si lo intento, ¿me guardarás el secreto?
Eso no gustó a Rene, que casi tartamudeando dijo:
—Milady, no eres… no creo que debáis hacerlo. Si algo os pasara, no quiero saber
las consecuencias.
—Tranquilo, Rene —dijo Shelma al ver con qué cara se observaban su hermana y el caballo—. Nosotras no diremos nada, si tú no lo dices. Y si se cae, no te preocupes.
Mi hermana, aparte de que tiene la cabeza muy dura, sabe levantarse muy bien,
¿verdad?
—Por supuesto. No te preocupes, Rene —susurró Sofía acercándose más al
caballo pardo, que comenzó a patear el suelo observando la mano de ésta con la
palma hacia arriba acercándose a él—. Ven aquí, muchacho; sé que estás deseando
tanto como yo que seamos amigos.
—Por favor… —comenzó a suplicar Rene con la frente perlada de sudor.
Sofía le ordenó callar.
—Psss…, estamos presentándonos.
Mientras acariciaba al animal con cuidado, Sofía se puso a su lado. Con
precaución, se subió a una madera y, tras tomar un pequeño impulso, saltó al lomo
del caballo. Al sentir el cuerpo de la muchacha sobre él, Stoirm en un principio se
quedó quieto, dejando a Rene sin palabras. Sin apenas respirar, Sofía comenzó a
sonreír. De pronto, el caballo se encabritó y ella salió volando por los aires, cayendo
encima de un montón de paja, lo que provocó la risa de Shelma.
—¡Por san Fergus! —gritó Rene horrorizado por lo que había pasado—. ¿Estáis
bien?
—Tranquilo, Rene —respondió Sofía quitándose la paja del pelo mientras
miraba al caballo con sus desafiantes ojos negros—. Peores caballos he montado.
—Mi hermana es dura. No te preocupes —aseguró Shelma todavía riendo.
Tras aquella primera caída, llegaron muchas más, para desesperación de Rene.
Encharcado en sudor, veía a la mujer de El Halcón volar por los aires sin dar su brazo
a torcer, algo que le estaba consumiendo la vida.
Aquella tarde, Rene aprendió que si el caballo era terco, la mujer de El Halcón lo
era más.
—Ufff…, qué sed tengo —dijo Sofía despeluchada llenándose un vaso de agua.
—Ahora te está buscando —susurró Shelma al ver cómo Stoirm se movía
buscando la voz de su hermana cuando ella bebía agua.
Cansada de tanta caída, Sofía se dejó caer al lado de su hermana.
—Comienzo a sentirme culpable. Le prometí a Duncan que no me acercaría a este
caballo.
—¿Por qué prometes lo que no vas a cumplir? —la regañó Shelma—. Me parece
fatal que le prometas cosas que luego no haces.
—Es que no pude hacer otra cosa. ¡Me lo ordenó! —Al decir aquello ambas se
carcajearon. Miró a Rene, que blanco como la pared estaba sentado en una bala de
paja, y dijo—: Rene, por favor, este secreto debe quedar entre nosotros. En el caso de
que se entere mi marido, yo siempre diré que tú no sabías nada de esto.
—Os lo agradeceré —asintió tomando un vaso de agua que Shelma le entregó. De pronto, al verla de nuevo acercarse al caballo, gritó—: ¿Qué hacéis, milady?
—Psss…, no grites —indicó Megan.
Quitándose los zapatos, volvió a repetir los mismos movimientos de antes,
aunque esta vez no paró de susurrarle palabras amables en gaélico en el momento de
montarlo.
—Abre las cuadras de Stoirm y de lord Draco —ordenó clavando su mirada en
Rene, aunque fue Shelma quien las abrió.
Ambos caballos salieron con tranquilidad al patio, donde, tras dar varias vueltas,
Stoirm comenzó a ponerse nervioso, pero Sofía lo tranquilizó agachándose hacia su
cuello para hablarle con suavidad. A su lado, lord Draco les observaba.
—Bueno, Impaciente —se mofó Shelma viendo la cara de felicidad de su
hermana—, veo que no has perdido tu mano para domesticar caballos.
—¡Mandona! —gritó sonriendo al escucharla—. Sujeta a lord Draco. Voy a dar
un paseo con Stoirm, y no creo que pueda seguirnos.
—Esto suena a carrera —sonrió Shelma.
—¡Por san Fergus! —susurró Rene, incrédulo por lo que estaba viendo—.
Agarraos bien, milady. Esa bestia os la jugará cuando menos lo esperéis.
—Stoirm es un buen caballo —indicó bien cerca de sus orejas para que el animal
escuchara su voz—. No me tirará porque sabe que puede confiar en mí. —Luego,
mirando a Shelma y Rene, dijo—: Abridme la arcada del patio.
—No, no, imposible —negó con la cabeza el mozo, pero Shelma fue más rápida
y, tras sujetar a lord Draco, con un movimiento abrió la arcada del patio. A paso
lento, Sofía la cruzó montando a Stoirm ante las quejas de Rene y las sonrisas de su
hermana.
—Volveré enseguida. Y, por favor, Rene, no te preocupes —insistió Megan.
Clavando con suavidad sus pies descalzos en el caballo, este comenzó a trotar a paso
lento—. Muy bien, Stoirm, buen caballo —susurró dándole unas palmaditas
afectuosas con la mano. Luego, dirigiéndose hacia unos árboles, le comentó—: Ahora
que nadie nos mira, enséñame de qué clase es la sangre que corre por tus venas.
Y con esas palabras, le clavó los talones al caballo y éste comenzó a galopar de
tal manera que Sofía creyó que volaba mientras sorteaba los árboles y saltaba
pequeños obstáculos. Por primera vez en muchos días, se sintió libre y disfrutó al
notar el aire fresco contra sus mejillas. El caballo le respondía a todos los
movimientos que ella le exigía y eso le daba la confianza para volar sobre el manto
verde que se presentaba ante ellos. Tras cruzar como un rayo la pradera, subió una
colina desde la que pudo admirar la fortaleza y la aldea. Qué pequeño parecía todo
visto desde allí. Tomando aire junto al caballo, que también resoplaba por la veloz
carrera, señaló:
—Gracias, Stoirm. Me has hecho disfrutar muchísimo. Eres un buen caballo y no mereces estar metido día tras día en la cuadra. Por lo tanto, te aconsejaría que no
mordieras a Rene, que es una buena persona, y sobre todo que suavices tu carácter. —
El caballo resopló moviéndose intranquilo, haciéndola sonreír—. ¡Eh…, es un
consejo! Luego, tú haces lo que quieras.
—Creo que haría bien si siguiera vuestras instrucciones —dijo una voz tras ella,
que le hizo volverse rápidamente para encontrarse con un hombre de pelo cobrizo que
la observaba con sus clarísimos ojos azules. Tras él, varios guerreros la estudiaban
con curiosidad.
—¡Disculpad! Pero no hablaba con vos —respondió mirándole. ¿Quién era ese
tipo para mirarla de aquella manera? Y, sobre todo, ¿dónde había visto antes esos
ojos?
El hombre puso su caballo junto al de ella y la examinó como un lobo que está a
punto de atacar a su presa.
—Hablabais con Stoirm —indicó el desconocido—. Sólo quería deciros que yo
también he disfrutado con vuestra carrera. Ha sido impresionante veros a vos y a él
volar como el viento. Ambos formáis una pareja hermosa e inquietante. —Y, tras
decir esto, tocó a Stoirm que cabeceó como si conociera a aquel hombre—. Sois una
amazona espectacular y tengo que reconocer que vuestra habilidad y vuestro valor
para manejar a este semental me han dejado impresionado, aunque ahora que os
tengo frente a mí, dudo si me impresiona más vuestra destreza o vuestra belleza —
susurró alargando una mano para tocar la mejilla de ella, que rápidamente la esquivó,
haciéndole sonreír.
—Gracias por vuestros cumplidos —dijo Sofía observando con curiosidad al
hombre de ojos azules—. Disculpad, pero he de volver. Me esperan.
—¿Vivís en la fortaleza? Os acompañaré —respondió haciéndola sonreír. Aquello
le recordó cuando Duncan se empeñó en acompañarla—. ¿Qué os he dicho tan
gracioso? —preguntó mirándola con un brillo en sus ojos que la inquietó.
—Oh, nada. Disculpad —respondió sin darse cuenta de la atractiva imagen que
ella ofrecía subida en aquel impresionante caballo.
—¿Dónde están vuestros zapatos? —preguntó señalando los pies desnudos de ella
—. Y ¿dónde os habéis caído para que vuestro pelo esté lleno de paja? —rio quitando
algunas briznas de aquel espectacular cabello oscuro.
—Y, digo yo, ¿a vos qué os importa? —respondió echando la cabeza hacia atrás y
tirando hacia abajo de su falda al percatarse de cómo él le miraba las piernas.
—¿Qué hacéis montando el caballo de mi desaparecido amigo Gabin? Por lo que
sé, desde su muerte nadie lo monta.
Sofía maldijo al saber que él conocía el caballo.
—Sólo estaba dando un tranquilo paseo con él —respondió sabiendo que aquel
absurdo secreto finalmente sería descubierto. —¿Llamáis tranquilo paseo a lo que acabáis de hacer? Pero si corríais como si os
persiguiera el mismísimo diablo —se mofó al responderle mientras la miraba con
deseo. ¿De dónde había salido esa mujer?
—Está bien —sonrió finalmente poniendo los ojos en blanco—. Tenéis razón en
todo lo que decís, pero me daba pena ver privado a este precioso caballo de correr un
poco. Después de ganarme su confianza y de sacarle sin que nadie se percatara —
mintió encubriendo a Rene—, decidí galopar un poco con él. Pero, por favor, tengo
que volver. Si mi hermana ve que no vuelvo, se asustará.
El guerrero, cada vez más hechizado por ella, no estaba dispuesto a dejarla
marchar.
—Podemos ir juntos —volvió a repetir al acecho de cada movimiento de ella,
cosa que a Sofía no le gustó nada—. Llevamos el mismo camino. Mis hombres y yo
vamos hacia la fortaleza.
En ese momento, se acercó a ellos con gesto serio un jinete que resultó ser
Kieran. Después de mirar a Megan, observó con detenimiento a su acompañante. En
ese momento, ella se percató de que el que tenía enfrente era James O'Hara el Malo.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Kieran con gesto adusto, indicándole a Megan
que se callara—. Sabes que a McPherson no le agrada mucho tu compañía.
—Estaba cerca y necesitaba unos víveres —respondió sin emoción en la voz—.
¿Y tú qué haces aquí, hermano?
—¡Qué casualidad, James! Apareces cuando McPherson no está —siseó
incrédulo interponiéndose entre Sofía y él.
—¿Acaso eres tú ahora el laird de estas tierras? —rio despectivamente, y mirando
con avidez a Megan, cosa que hizo presentir problemas a Kieran, prosiguió—: ¿Eres
el guardián de esta mujer?
Las duras palabras de Kieran y la mirada de James no gustaron nada a Megan.
—Lo que yo haga aquí no te interesa —respondió Kieran, sorprendiéndola por
aquel tono de voz—. Y, referente a la mujer, digamos que sí. Soy su guardián.
—Demasiada mujer para ti, ¿no crees? —se mofó de su hermano, que no se
movió al escucharle.
Kieran, enrojecido por la rabia, se acercó más a él y le siseó en la cara:
—Escucha, si necesitas víveres no seré yo quien te impida adquirirlos. Pero, en
cuanto acabes, quiero que desaparezcas. —Y mirando a Megan, que había
permanecido muda todo aquel tiempo, indicó—: ¡Volvamos a la fortaleza!
—Creo que tardaré un poco más en marcharme —respondió secamente James—.
Algunos de mis caballos necesitan ser visitados por el herrero.
—No quiero problemas, James —contestó Kieran clavándole la mirada.
Cuando se disponían a marchar, James los paró.
—Un momento —susurró James con rabia. Se acercó de nuevo a ella y, alargando una mano, cogió uno de sus rizos negros hasta que ella, con un movimiento de
cabeza, se lo arrebató. El hombre clavó en ella sus fríos ojos azules y torció su boca
para sonreír—. ¿Me permitiréis saber vuestro nombre?
—Díselo para que podamos regresar —apremió Kieran, inquieto por los
problemas que podría ocasionar su hermano.
—Sofía —respondió maldiciendo al instante. Tras inclinar la cabeza a modo de
despedida, se agarró de nuevo a las crines de Stoirm y comenzó a bajar la colina junto
a un callado Kieran.
—¿Se puede saber qué hacías sola cabalgando con Stoirm? —preguntó sin mirar
atrás. Sabía que James y sus hombres les estaban mirando—. ¿Estás loca?
—No pensé que hubiera ningún tipo de peligro —respondió inquieta al ver la
premura que Kieran llevaba.
Kieran miró de reojo hacia la colma y con gesto fiero gritó:
—Da gracias al cielo que te he visto.
—Pero ¿qué pasa? —preguntó sin entender cuál era el problema y el motivo de
tanta urgencia.
—Ese que dice llamarse mi hermano —explicó Kieran sin dejar de azuzar a su
caballo— es la persona más problemática que he conocido en mi vida. Por lo tanto,
regresemos cuanto antes a la fortaleza.
Tras escuchar aquello, Sofía hundió los talones en los flancos del animal y éste
comenzó nuevamente a volar, ahora si cabe como si el demonio les fuera a coger.
James O'Hara, que los observaba desde lo alto de la colina, soltó una sonora
carcajada cuando vio que la muchacha retomaba su alocada carrera sobre el
impresionante animal. Tras perderlos de vista entre los árboles, levantó su mano y,
junto a sus hombres, continuó su camino hacia la fortaleza sin poder dejar de
preguntarse por aquella morena de ojos negros llamada Megan.
Cuando Sofía y Kieran llegaron a las cuadras, un preocupado Rene suspiró
aliviado. Shelma, por su parte, la saludó con la mano y torció el gesto al ver que el
secreto ya no lo era tanto. Sofía guio a Stoirm. De un salto desmontó del caballo, le
susurró unas palabras cariñosas al oído y le dio un par de palmadas en el lomo para
luego agacharse a recoger sus zapatos.
—Entrad rápidamente en la fortaleza —les indicó Kieran antes de irse a hablar
con sus hombres. Tenía que reforzar la guardia. Su hermano James estaba allí y no se
fiaba un pelo de él.
—¿Qué tal se ha portado esta belleza? —preguntó Shelma acercándose a su
hermana.
—¡Impresionante! —respondió ella mientras se ponía los zapatos y miraba de
reojo hacia los árboles.
—Milady, si os hubiese pasado algo, vuestro marido me habría matado —señaló Rene al cerrar el portón de la cuadra.
—Pero no me ha pasado nada, ¿lo ves? —Sonrió dichosa por la carrera que había
disfrutado con Stoirm—. Ahora tenemos que irnos, Rene. Si alguien pregunta por mí,
¡no me conocéis! Y no sabéis nada de quién paseó esta tarde con Stoirm. —Mirando
a su hermana dijo—: ¡Vámonos, Shelma!
Y comenzó a andar con premura hacia la fortaleza, como le había indicado Kieran
O'Hara.
—¿Por qué tienes tanta prisa? Y ¿cómo es que has regresado con Kieran? —
preguntó su hermana tomándola del brazo.
—¡Démonos prisa! Tengo un mal presentimiento —apremió cogiéndola de la
mano. Shelma, al escucharla, la miró extrañada y Megan, recogiéndose el pelo con un
trozo de cuero, dijo—: Ahora te cuento lo que me ha pasado, ¿vale?
Una vez en la habitación, le contó lo ocurrido observando desde la ventana la
llegada de un grupo de guerreros comandado por el hombre de encantadora sonrisa,
que enseguida fue recibido por Berta, Sabina y las demás furcias con clara
familiaridad.
—¿Ese es James O'Hara? ¿El Malo? —preguntó Shelma viendo al apuesto
hombre que en ese momento miraba a su alrededor.
—Eso dijo Kieran. Por lo poco que he hablado con él, no le hace ninguna gracia
que su hermano esté aquí —susurró viendo que James se dirigía hacia las
caballerizas.
Tras hablar brevemente con Rene, que negó con la cabeza, volvió a mirar a su
alrededor con cara de enfado. Poco después, apareció Kieran y ambos comenzaron a
discutir.
El resto de la tarde la dedicaron a observar con detenimiento los movimientos de
James, que intentó entrar en la fortaleza, pero Kieran se lo impidió de malos modos.
Mary, con un grupo de mujeres, pasó junto a varios de los guerreros, y sus gritos
y vítores hicieron huir a las muchachas, que asustadas entraron raudas en el interior
de la fortaleza.
La noche caía, y con ella se comenzaron a encender las primeras antorchas. De
pronto, la arcada de la habitación se abrió y apareció Mary.
—Hola, Mary —saludó Shelma—. ¿Qué te dijeron esos hombres para que
corrieras así?
Con gesto turbado ella respondió:
—Oh…, milady. Los hombres a veces pueden llegar a decir cosas escandalosas.
—Tienes toda la razón del mundo —sonrió Sofía al ver aquella traviesa mirada
en la menuda joven, y acercándose a la ventana preguntó—: ¿Quiénes son esos
hombres?
—Guerreros del clan O'Hara —reveló con una rabia que no pasó desapercibida para las hermanas—. Unos brutos que cada vez que pasan por la fortaleza sólo
provocan problemas a las mujeres de la aldea.
—¿Problemas? —preguntó Shelma.
—Sí, muchos problemas —asintió sin mirarlas—. Esos hombres no aceptan un no
como respuesta. Cada vez que vuelven, me dan ganas de envenenar el agua que
toman por todo el daño que hacen.
—Uy —rio Shelma al escucharla—. Si se trata de envenenar el agua, mi hermana
es experta en ese tipo de desastres.
—¡Shelma! —Sofía soltó una carcajada mirando con los ojos muy abiertos a su
hermana—. ¡Qué pensará Mary de eso que has dicho!
—Milady. ¿en serio conocéis alguna pócima? —preguntó con curiosidad Mary,
que vio una pequeña luz ante los problemas que se avecinaban.
—No hagas caso a mi hermana. Nunca he envenenado el agua de nadie. ¡Por
Dios! ¡Qué mal suena la palabra envenenar! Pero sí conozco bastante bien el poder de
las hierbas.
Tomándole las manos, la criada le suplicó:
—Milady, nos sería muy útil que nos indicarais qué hacer para que esos brutos de
ahí abajo no ocasionen muchos problemas hasta que lleguen nuestro laird y vuestros
maridos.
—¿Crees que es necesario? —le preguntó Sofía mirándola a los ojos.
La muchacha asintió.
—Kieran está intentando que James se marche, pero la noche ya llegó y ese
salvaje sigue aquí —respondió sin pestañear.
—Pues no se hable más —resolvió Shelma cogiendo la talega de su hermana—.
Dile a Mary qué hierba debe cocer y echar en la bebida. —Mirando con guasa a la
joven sirvienta dijo—: ¿Qué prefieres? ¿Qué se les vacíen las tripas y les escueza el
trasero, o que caigan dormidos como troncos y al día siguiente les remate el dolor de
cabeza?
—No me tentéis…, no me tentéis… —se carcajeó Mary.
—Creo que será mejor que dejemos tranquilos sus traseros y que los durmamos
—resolvió Sofía riendo por las palabras de su hermana. Sacando unas hierbas color
marrón oscuro dijo—: Toma, Mary, échalas en los barriles de cerveza. Ellas solas se
mezclarán con la cebada y ocasionarán somnolencia. Cuanto más beban, mejor.
—Necesitaré más —suplicó Mary mirando el puñadito que Sofía puso en sus
manos—. Esos highlanders son conocidos por su aguante con la bebida.
—Doble dosis, entonces —rio Sofía divirtiéndose a pesar de lo que iban a hacer
—. Esto tumba a un caballo. Eso sí, avisa a los criados de confianza para que no
tomen ni un sorbo, o caerán ellos también.
Mary, con una encantadora sonrisa, asintió.
Arcada a mi salida.
Poco tiempo después, el sonido de unos nuevos golpes en la arcada hizo que las
tres mujeres se mirasen. Era Yentel, una de las criadas.
—Miladies —dijo con ojos avergonzados—, me envía James O'Hara para
preguntar si le honraréis con vuestra compañía en la cena.
Sofía y Shelma se miraron pero fue la joven criada quien contestó.
—Imposible —dijo Mary dando un paso hacia ella—. Miladies me indicaban en
este momento que están agotadas y desean descansar. Dile a O'Hara que se lo
agradecen, pero que será en otra ocasión. —Una vez que se deshizo de Yentel, Mary
cerró la puerta y apoyándose en ella susurró—: ¿Cómo sabe él que estáis aquí?
—No lo sabía —maldijo Sofía al ver cómo ahora James y Berta miraban hacia
su ventana—. Pero la arpía de Berta ya le informó.
—¡Maldita mujerzuela! —apostilló Mary.
Desde la ventana, Shelma vio a Kieran llegar con paso decidido hasta su hermano
y las mujeres.
—Creo que os estáis asustando demasiado, Mary —sonrió Shelma—. Lolach y
Duncan llegarán en cualquier momento. Además, varios de nuestros guerreros siguen
aquí. No creo que se atrevan a hacer nada.
La criada, tras suspirar con gesto grave, murmuró:
—Milady, los hombres beben en ocasiones demasiado y pierden la cabeza.
—Tranquila, Mary —señaló Sofía percatándose del peligro que habría pasado
horas antes si Kieran no hubiera aparecido—. Las hierbas que te he dado nos
ayudarán. De todas formas, atrancaremos la puerta en cuanto traigas a Zac. No
saldremos de aquí.
Aquella noche, dormir en la fortaleza se convirtió en algo imposible. El ruido
ensordecedor que los hombres hacían al reír, cantar o luchar borrachos ponía el vello
de punta. Sofía observó cómo Kieran, cada vez más torpe, llenaba la jarra de
cerveza de su hermano, que reía a carcajadas con Berta en su regazo.
Oculta tras las sombras de su habitación, miró cómo se desarrollaba la fiesta que
habían organizado en el patio de la fortaleza, y se quedó impresionada al ver lo que
aquellos hombres eran capaces de beber sin descansar, aunque sonrió al comprobar
que algunos comenzaban a sentarse y adormilarse.
Con remordimiento, vio también que varios de los hombres de Duncan y Lolach,
que reían y bebían junto a los recién llegados, cayeron derrotados al suelo. Y los
pelos se le erizaron al observar a varias de las criadas desaparecer con algunos de
ellos tras los muros de la fortaleza. ¿Acaso no sabían el problema que les crearía?
Estaba tan abstraída con el espectáculo que el patio ofrecía que, cuando sonaron
unos golpes en la puerta, pegó un salto.
—¿Quién es? —preguntó Shelma, adormilada junto a Zac encima de la cama de su hermana.
—Milady —reconoció la voz de Yentel—, James y Kieran O'Hara quieren que
bajéis para brindar por vuestras recientes bodas.
—Decidles de mi parte —gritó Megan, que hizo una seña a su hermana— que les
rogaríamos que fueran considerados y nos dejaran descansar.
—Milady —insistió la muchacha, asustada—, han dicho que si en breve no bajáis,
miréis por la ventana.
—Por favor, Yentel, hazles llegar mi mensaje —suspiró Megan.
Una vez que la criada se convenció de que ellas no bajarían, sus rápidos pasos se
alejaron.
—¿Qué quiere ese idiota? —se desperezó Shelma.
—Seguro que nada bueno —se quejó Sofía al ver a Yentel acercarse con temor a
James; éste, tras escucharla, comenzó a reír a grandes carcajadas junto a Berta, que
sentada encima de él se restregaba como una gata en celo mientras bebía de la jarra
que de nuevo Kieran le llenaba.
—Te juro que me dan ganas de bajar y…
Pero no pudo terminar la frase. De las cuadras, un borracho grandullón sacó a
lord Draco y a Stoirm. Con una antorcha comenzó a asustarlos, haciendo que los
caballos relincharan de miedo.
—¡Eso sí que no! —gritó Sofía al sentir cómo la sangre le bullía de rabia por lo
que veía—. ¡No se lo voy a consentir por muy O'Hara el Malo que sea!
—¿Qué pasa? —susurró Shelma levantándose asustada de la cama. Se quedó de
piedra al ver lo que ocurría—. Pero ¿qué están haciendo esos imbéciles?
—Cavando su propia tumba —rugió Sofía cogiendo su carcaj de cuero.
Furiosa y sin pensárselo dos veces, cogió una de las flechas, apuntó con maestría
hacia el borracho y disparó.
Momentos después, el borracho gritó de dolor. La flecha que había lanzado
Sofía se le clavó en la mano que llevaba la antorcha, la cual cayó al suelo. Eso hizo
que todos callaran y miraran hacia la ventana.
Kieran, divertido por aquello, reía a grandes carcajadas, intentando no caer
desplomado por todo lo que estaba bebiendo. James intentó distinguir la figura de
Sofía a través de las sombras, pero la oscuridad de la noche le hacía difícil
conseguirlo. Sin pensar en Berta, se levantó bruscamente, cayendo ésta despatarrada
al suelo, algo que a la fulana molestó al escuchar risas a su alrededor.
A su llegada a la fortaleza, James había buscado a la mujer morena, pero
únicamente logró encontrarla cuando Sabina y Berta le informaron de que buscaba a
la esposa de El Halcón, ese presuntuoso guerrero que siempre le hacía sombra ante
Robert de Bruce. Con la vista borrosa por la bebida, James observó en la oscuridad.
No la veía, pero la excitación por aquella gitana de ojos desafiantes le decía que había
Sido ella, la sassenach, la que había lanzado la flecha.
Con intranquilidad, Mary se acercó a la mesa, donde comenzó a llenar de nuevo
las jarras de cerveza, mientras observaba cómo James el Malo miraba hacia la
ventana. A su alrededor, los hombres dormían como troncos tirados por el patio;
incluso Sabina yacía encima de un guerrero respirando con tranquilidad. Se fijó en
Berta, que la miraba con una tonta sonrisa en la boca. «¡Bien!», pensó Mary con una
media sonrisa que se le borró al notar cómo una mano la agarraba y tiraba de ella.
James el Malo, atrayéndola hacia él, la besó. Al ver aquello, Kieran intentó ayudarla,
pero al moverse lo único que consiguió fue caer derrotado al suelo.
Mary se zafó como pudo del beso, pero la fuerza del hombre le impedía librarse
de sus manos, y un extraño escalofrío le recorrió el cuerpo cuando le escuchó gritar
con voz pastosa:
—Sassenach, veremos si esto lo atajáis con otra flecha.
—¡Desnúdala, James! —bramó Berta—. Mary es la criada de la sassenach.
—Eres peor que una bruja —gritó Mary, que se alegró al ver cómo aquélla caía
contra la mesa.
Desde la ventana, Sofía respiraba con dificultad. Lord Draco, seguido por
Stoirm, desapareció por la arcada de entrada hasta perderse en la oscuridad. Pero
cuando vio que James intentaba volver a besar a Mary y ésta luchaba, gritó
acercándose a la ventana con el rostro desencajado por la rabia:
—¡Soltadla, James O'Hara! Bajaré a brindar con vos.
—¡No, milady! —chilló Mary al escucharla—. ¡Esperad!
—¡Cállate, mujer! —la abofeteó torpemente él al oírla.
En su prisa por salir de la habitación, Sofía chocó con Shelma.
—¿Qué se supone que vas a hacer?
—No voy a permitir que ese bruto haga daño a Mary —replicó poniéndose
encima de la ligera camisa de hilo que utilizaba para dormir una bata larga azulada,
anudada con dos cintas bajo el pecho. Antes de salir, tocó su pierna derecha y se
cercioró de que su daga estaba en su lugar. También cogió su espada.
Shelma tomó su espada y, una vez que se cubrió el cuerpo con otra bata verde, sin
despertar a Zac salió y dijo:
—Te acompañaré, aunque con la cantidad de brebaje que han bebido esos bestias,
poco creo que puedan hacer.
James se quedó impresionado cuando Sofía apareció más radiante de lo que la
recordaba. La luz de las antorchas hacía que su pelo negro la volviera más salvaje,
más etérea; parecía una ninfa del lago. Aquella sassenach le miraba con ojos
desafiantes, y por la rigidez, de su mandíbula intuyó que la furia o la risa la estaba
consumiendo. Anonadado por su belleza, soltó a Mary, que corrió hacia Megan. Una vez que intercambiaron unas palabras, la gitana de ojos oscuros la ocultó tras ella.
—Bien, O'Hara. Aquí estoy —dijo mirando a su alrededor, donde los hombres
roncaban plácidamente—. ¡Qué animada fiesta!
—La fiesta comenzará ahora —susurró él andando con cierta dificultad hacia ella.
—Por vuestro bien, no os acerquéis más —señaló Sofía extendiendo su espada
ante ella, viendo cómo los rudos guerreros caían sin fuerzas a su alrededor.
—¡Vaya! —susurró Shelma con su particular sentido del humor—. Tus métodos
asesinos son infalibles. Doy gracias que seas mi hermana, porque cualquiera se fía de
ti.
Aquello las hizo reír.
—Pero… —dijo de pronto James al percatarse de que uno tras otro sus hombres
se desplomaban inconscientes y él notaba que su visión se borraba—. ¡Brujas
inglesas! ¿Nos habéis envenenado?
Mary y Shelma continuaban riendo.
—Digamos —bajó Sofía su espada al verle doblar las rodillas y caer de bruces
contra el suelo— que hemos adelantado el fin de la fiesta. ¡Felices sueños!
El golpazo de aquel guerrero contra el suelo sonó mal, muy mal.
—Oh, por Dios, milady… ¡Qué golpe! —se horrorizó Mary mientras se tapaba la
boca para no reír.
—¡Por san Fergus! —rio Shelma señalando al hombre despatarrado—. Creo que
mañana cuando despierte le faltará algún diente.
—¡Mejor que le falten a él y no a nosotras! ¿No creéis? —dijo Sofía con una
carcajada.
Tras asentir las tres, varios de los criados McPherson y mujeres de la aldea que
habían permanecido ocultas comenzaron a aparecer. El susto se leía en sus caras al
comprobar que en el patio había hombres inconscientes en el suelo, sobre las mesas,
en las sillas. Megan, Shelma y Mary reían a carcajadas sentadas en el centro de todo
aquel caos. Cuando lograron dejar de reír y todos se tranquilizaron, con cuidado
recogieron a Kieran y lo echaron a descansar sobre una piel en el salón.
—Volvamos a nuestras habitaciones, necesitamos dormir —sugirió Sofía tras
recuperar a Stoirm, que como un cordero seguía a lord Draco. Con una sonrisa en los
labios dijo a los criados y a las mujeres de la aldea—: Recordad. Aquí no ha pasado
nada. Ellos llegaron, celebraron una fiesta y no molestaron a nadie. Vuestro laird y
nuestros maridos están al llegar y no deseamos problemas con estos brutos.
—¿Y si no llegan pronto? —preguntó Yentel, asustada.
—Llegarán —afirmó Sofía intentando aportar seguridad. Aunque algo en ella le
decía que, si no llegaban, cuando despertaran aquellos brutos las cosas se pondrían
muy, muy difíciles.