Ella creyó en el amor, pero fue descartada como si no fuera más que un montón de basura. Laura Moura, a sus 23 años, lleva una vida cercana a la miseria, pero no deja que falte lo básico para su pequeña hija, Maria Eduarda, de 3 años.
Fue mientras regresaba de la discoteca donde trabajaba que encontró a un hombre herido: Rodrigo Medeiros López, un español conocido en Madrid por su crueldad.
Así fue como la vida de Laura cambió por completo…
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Capítulo 22
El sol se alzaba lentamente sobre Madrid, tiñendo el cielo con tonos anaranjados y dorados. La luz se filtraba por las amplias ventanas del ático de Rodrigo, anunciando el primer día oficial de esa nueva etapa de la vida de Laura, Duda y doña Zuleide.
Un aire fresco y ligero entraba por el balcón, mientras los sonidos de la ciudad aún despertaban de forma gradual, como si Madrid respetara el tiempo de las cosas importantes.
En la cocina espaciosa, Mercedes, la cocinera, ya estaba con el delantal puesto y manos a la obra. El aroma de café recién hecho se mezclaba con el olor de pan fresco, huevos revueltos y frutas cortadas. Inés, la limpiadora, circulaba por la sala de estar, arreglando cojines, organizando flores frescas en los jarrones y dejando todo listo para la primera mañana de esa familia improvisada.
Rodrigo fue el primero en aparecer, vestido de forma impecable. Sus ojos recorrieron el ambiente con satisfacción. Luego, doña Zuleide apareció con Duda en brazos, la niña aún un poco somnolienta, pero curiosa con cada nuevo rincón de la casa. Laura vino por último, con el cabello suelto y una blusa clara que realzaba su figura.
Se sentaron todos a la mesa, donde Mercedes los sirvió con una sonrisa contenida, pero cordial. Rodrigo inició una conversación ligera, evitando cualquier tensión. Era como si ese momento tuviera que ser saboreado con delicadeza.
Durante el desayuno, le entregó a Laura un pequeño sobre blanco.
—Una tarjeta. Con acceso ilimitado a la cuenta que preparé para ti. Para comprar lo que necesites, tanto para ti, como para Duda o para la señora Zuleide. Úsala también para decorar el cuarto de Duda, no escatimes. Puedes hasta cambiar la decoración del apartamento... quiero que se sientan como en casa.
Laura miró la tarjeta, vacilante. No tenía idea de cuánto podría valer esa tarjeta.
—Rodrigo, esto es demasiado...
—No, es lo mínimo. Tú salvaste mi vida.— Su mirada era penetrante — Recuerda: estoy aquí por ustedes. Aprovechen. Haz compras con calma. El chofer y los guardaespaldas estarán a su disposición. Dejaré a Carlos responsable de ustedes, él es de total confianza. Si es necesario, él las protegerá con su propia vida.
Zuleide, con un trozo de pan con mantequilla en las manos, solo observaba con una sonrisa discreta. El cariño que Rodrigo demostraba por Laura y, principalmente, por Duda, ya era demasiado evidente para ignorar.
Después del desayuno, Rodrigo salió a cumplir con sus compromisos. Dejó un beso ligero en la frente de Duda, que jugaba con un trozo de fruta, y otro en el rostro de Laura, que se sonrojó con el gesto inesperado, pero necesario para dar seguimiento a la farsa.
Horas más tarde, ya en el centro comercial de Madrid, Laura, Duda y Zuleide paseaban entre las tiendas con los ojos atentos y encantados. Los guardaespaldas mantenían una distancia respetuosa, pero visiblemente atentos. Solo Carlos Sánchez se acercaba para auxiliarlas con lo que necesitaran.
Laura, incluso con la libertad para comprar lo que quisiera, impuso algunos límites a su hija. Muchos de los juguetes que Maria Eduarda elegía, la madre los rechazaba. Ella sabía que no podría mimar mucho a su hija, el futuro era incierto, por más que Rodrigo lo haya prometido, ella sabe que una promesa no tiene valor.
Cuando Rodrigo llegó, los pies de Laura ya le dolían por la falta de costumbre de usar calzados tan delicados.
—¿Se están divirtiendo?
—Yo quería un osito del tamaño del mundo, pero mamá dijo que no...— la voz de Duda era llorosa.
—Dime dónde está ese oso. — Él habló, agachándose frente a Maria Eduarda. — Yo lo compro para ti.
Duda no pensó en nada, solo tomó la mano de Rodrigo y lo llevó hasta el oso.
No sirvió de nada que Laura le dijera que no mimara a la niña. Rodrigo salió de la tienda con Duda en uno de sus brazos y en el otro, un oso color rosa, tres veces más grande que la niña.
Carlos sonrió de lado al ver esa escena tan improbable.
—Tengo hambre...
Bastó que Duda se quejara y los planes de Rodrigo López cambiaron...
Entraron juntos en un restaurante elegante y refinado en el “shopping”, con amplias ventanas de vidrio que dejaban que la luz del sol bañara suavemente el ambiente. El maître los condujo a una mesa reservada al fondo del salón.
Incluso entre tantos, Rodrigo mantenía a Duda en brazos, alimentándola con pequeños trozos de patatas, haciendo muecas para que ella riera, mientras Laura observaba en silencio, con un apretón en el corazón que no sabía explicar.
Ella agradeció con una mirada contenida lo que Rodrigo hacía por su hija, pero sin demostrar demasiado. Ya no se sentía desplazada como antes. La ropa nueva le daba confianza, pero era más que eso, era la sensación de pertenecer a algo, que estaba siendo respetada.
Zuleide, encantada con los sabores españoles, hacía preguntas al camarero sobre cada plato. Animada, la señora observaba el ambiente con curiosidad, elogiando en voz baja la decoración y el aroma de las comidas que se esparcían en el aire.
Laura abrió la servilleta con ligereza y la colocó sobre su regazo. Tomó los cubiertos correctamente, con desenvoltura. Rodrigo lo notó. Sonrió de lado, discretamente.
—Sabes comportarte bien en estos lugares.— comentó, inclinándose un poco hacia ella. — Impresionante.
Ella prefirió callar. No quería exponer su falta de cuidado al perder todo lo que su familia había dejado...
Durante el almuerzo, Duda ganó toda la atención. Ella no quiso sentarse en su propia silla y acabó quedándose en el regazo de Rodrigo, que ayudaba a la niña a alimentarse, como si ya estuviera acostumbrado a eso.
La naturalidad de los gestos sorprendía hasta a Carlos, que, como siempre, acompañaba discretamente a cierta distancia.
El plato principal era ligero: salmón a la plancha con verduras al vapor y arroz negro. Laura saboreaba cada bocado con calma, su mirada se perdía de vez en cuando por la ventana, recordando que en la mesa de sus padres, el salmón era un plato corriente.
Después del postre, un helado artesanal con frutos rojos, Rodrigo se levantó y, arreglándose el cuello del saco, dijo:
—Vamos. La clínica que encontré para Duda está a pocos minutos de aquí.
Fueron en el coche blindado seguido por otros coches con guardaespaldas personales.
Laura no entendía el porqué de tanto cuidado, pero notaba que Rodrigo López no era una persona sencilla.