— ¡Aaaaahhhh! —grité aterrorizada. Mi cuerpo reposaba en la cama ensangrentada. ¿Cómo es posible si yo estoy aquí?
— ¿Por qué me haces esto? ¡Termina de mostrarte de una vez por todas! ¿Qué es lo que quieres de mí? ¡Te divierte jugar conmigo! —grité con todas mis fuerzas, pero no hubo respuesta alguna, solo un silencio perturbador.
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¿Acaso no tengo la libertad de hacerlo?
— No había tenido la oportunidad de preguntar: ¿está lista nuestra alcoba? —inquirió Madeleine con curiosidad, mientras ambos aguardaban ser anunciados para ingresar al salón.
El duque casi se atraganta con su propia saliva, pero logró mantener la compostura.
— Sí, hay suficiente espacio para ambos. Si algo no es de su agrado, puedes solicitar un cambio —respondió el duque con serenidad. La remodelación de la habitación había sido un considerable desafío, dado el escaso tiempo disponible para que estuviera completamente lista y en perfectas condiciones.
— No es necesario, confío en tu buen gusto. La remodelación requiere mucho tiempo, sin mencionar la selección de telas para la decoración —a Madeleine se le erizó la piel al solo pensar en el proceso de remodelación.
— Su gusto es indudablemente más refinado que el mío; su vestido es verdaderamente hermoso. ¿Podría decirme dónde lo adquirió? — inquirió el duque, mostrando un interés minucioso por cada detalle de la prenda.
— Es un pequeño secreto que le revelaré mañana con más tranquilidad; por ahora, es momento de ingresar. — El duque levantó una ceja, intrigado, aunque no insistió más. Tomó la mano de Madeleine y juntos se dirigieron al salón.
— Los duques Cárter han llegado. — Las miradas se centraron rápidamente en ellos.
— Saludos al sol y la luna del imperio; que la gracia siempre esté a su favor. — Ambos duques respondieron al unísono, como si hubieran ensayado previamente el saludo, aunque esto era simplemente el resultado de su excelente educación.
— Duque, duquesa Cárter. Que su unión conyugal sea próspera y perdurable — manifestó el emperador, otorgando su aprobación al matrimonio.
— Agradecemos sinceramente sus buenos deseos, majestad — respondieron ambos al unísono, compartiendo una sonrisa cómplice.
Era evidente que entre ellos se estaba tejiendo una red de complicidad implícita.
— Duquesa, su vestido es verdaderamente hermoso; ¿quién ha diseñado tal obra? — inquirió la emperatriz Mónica, mostrando gran expectación.
Madeleine comprendió que había llegado el momento de revelar su secreto más valioso, uno que contribuiría a elevar el estatus de los Cárter.
—Pertenece a las confecciones del ducado Vitaly. Ha sido elaborado con las telas más finas del ducado Cárter; cada detalle ha sido meticulosamente cuidado, ya que deseaba que mi vestido fuese único en todo el imperio —manifestó Madeleine, orgullosa de su creación.
—Es hermoso, Duquesa. Me gustaría que usted se encargara de la confección de mi vestido de bodas. ¿Cree que podrá hacerlo en tan poco tiempo? —inquirió la Segunda Princesa Victoria, dejando a más de uno atónito.
—Sería un honor que la Segunda Princesa utilizara un vestido de mi creación. Estará listo una semana antes de su partida —aseguró Madeleine con entusiasmo; no esperaba que su amiga la apoyara tan pronto, pero le complacía contar con su respaldo.
Ambos duques se retiraron hacia la pista de baile, ignorando las miradas curiosas que los rodeaban. Muchos se preguntaban cómo había conseguido el duque la mano de la joven en matrimonio.
—Mi señora, ¿me concede esta pieza? —El duque no era un hombre aficionado a los bailes, pero su suegra le había informado que a su hija le encantaba danzar. Con un dato como ese, decidió acercarse así a su esposa.
—Con gusto, mi señor —respondie Madeleine sonriendo.
Ambos se abrieron paso entre los presentes y comenzando a bailar.
— No tenía conocimiento de que el duque poseía habilidades destacadas en el arte de la danza —afirmó Madeleine, esbozando una sonrisa.
— En efecto, no me considero un experto, pero es sencillo seguir el compás; usted es una joven de pasos ligeros —comentó el duque, concentrado en la mirada enigmática de la joven.
— Desde muy pequeña he aprendido a bailar; siempre ha sido una de mis pasiones —confesó Madeleine, sin perder su sonrisa.
— Ignoraba que también se dedicara al diseño; posee un talento innato. ¿Acaso hay algo en lo que no sobresalga? —dijo el duque en un tono relajado, asombrado por las múltiples habilidades de su joven esposa.
— Ja, ja, ja —exclamó Madeleine, soltando una risa sonora; nunca antes había recibido tal cumplido.
— Su risa es verdaderamente hermosa —confesó el duque con sinceridad. No había tenido el tiempo de observar a una mujer con detenimiento, pero, irónicamente, su joven esposa había captado su atención de manera notable.
— Si continúa así, comenzaré a pensar que está coqueteando conmigo —expresó Madeleine con una sonrisa ladeada.
— ¿Acaso no tengo la libertad de hacerlo? —inquirió el duque con sinceridad.
— No sería lo apropiado; hemos establecido un acuerdo y hay muchos aspectos de mi persona que aún desconoce. No soy perfecta; detesto cocinar, aunque debo admitir que no lo hago mal. Sin embargo, reconozco que no es mi actividad preferida —confesó Madeleine, sonrojándose.
— Los acuerdos pueden evolucionar —respondió el duque, sonriendo con calidez.
La expresión de desconcierto en el rostro de Madeleine era digna de un poema; no esperaba tales palabras por parte del duque.
— Ja, ja, ja — El duque no pudo contener su risa ante las expresiones de su esposa.
— No sabía que el duque podía reírse. — ¿Quién podría imaginar que un hombre tan serio, que le ofreció un matrimonio sin amor, pudiera estar sonriendo tan cómodamente a su lado?
— Yo tampoco sabía que mi esposa se veía tan encantadora al sonrojarse. Hay aspectos que iremos descubriendo con el tiempo; tendremos toda una vida para conocernos — afirmó el duque, ante la mirada incrédula de Madeleine.
— Tendrás personal a tu disposición para que te preparen tus platillos favoritos. Cocinar es un pasatiempo que disfruto, pero desde que asumí el cargo de duque, no he vuelto a poner un pie en la cocina — confesó el duque con cierta timidez; su afición por la cocina era un secreto que solo conocía su madre.
— Sería un gran honor, mi señor, que en algún momento me permitiera degustar sus exquisiteces —expresó Madeleine con sinceridad.
— Dedicaré un día a mi familia —respondió el duque sin vacilar.
Mientras los recién casados danzaban con alegría, ajenos a la evidente química que existía entre ellos, Antonieta experimentaba un profundo sufrimiento al contemplar su felicidad. Aquellas que no perdieron la ocasión de burlarse de ella fueron sus detractoras.
— Así que usted es la dama que acosaba al prometido de Lady Vitaly; es realmente audaz de su parte presentarse aquí. Si tuviera un mínimo de decoro, ya habría abandonado el salón —comentó una de las jóvenes que se acercó a Antonieta.
— Por eso el duque nunca la cortejó, ya que estaba comprometido con otra dama, y era usted quien ejercía presión para conseguir un hombre de buena posición a la fuerza; ¡qué desfachatez! —añadió otra joven con malicia.
— No obstante, ella se jactaba de su matrimonio con el duque Cárter —expresó otra dama con desdén.
— ¿Qué se puede esperar de una mujer que intentó ser la amante del duque mientras él estaba casado y su esposa se encontraba en estado de gestación? La vergüenza es un concepto que esta mujer parece desconocer —comentó una rubia, quien era amiga de la difunta duquesa.
— Son meras patrañas; la difunta duquesa nunca amó al duque, pues estaba enamorada de otra persona. Solo utilizaba al duque; quién sabe a quién pertenecen sus hijos. Fue Lady Vitaly quien interfirió en mi compromiso. ¡Quién sabe qué artimañas habrá empleado para atar al duque! O...
Una contundente bofetada impactó la mejilla de Antonieta Lee, interrumpiendo así sus palabras maliciosas.
— Existen formas de amor más elevadas que las suyas; observe cómo el duque se muestra feliz junto a su esposa, algo que usted jamás podría experimentar. La próxima vez que la escuche denigrar a mi tía, la duquesa Carter, me veré obligada a imponer un castigo ejemplar que le enseñe a conocer su lugar. Además, debería respetar la memoria de los fallecidos y abstenerse de difundir calumnias sobre la descendencia del duque, pues tales acciones podrían acarrear graves consecuencias para su familia —expresó Bianca con severidad.
— Excelencia...
— ¡Silencio! Será retirada de inmediato, antes de que cambie de parecer —advirtió Bianca con firmeza.
Antonieta no tuvo más opción que retirarse, pues no podía enfrentarse directamente a un miembro de la familia real.
— Excelencia, ha actuado correctamente. Lady Lee intenta manchar la reputación de la duquesa Carter debido a su incapacidad para casarse con el duque —comentó una de las damas presentes en la pequeña confrontación. Todas las damas coincidieron en que Antonieta Lee albergaba una obsesión desmedida por el duque Carter.