Adrían lo tenía todo lo que un muchacho de 19 años pudiera tener, belleza, protección y un futuro prometedor. Pero, sus hermanos lo traicionaron revelando que es gay a sus padres, sin contemplación lo expulsaron de la casa. No esperaban,sin embargo, que todo rastro de él desaparecería, como si nunca hubiera existido, sintiendo la culpa aplastarlos.
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Desde el primer día que te vi
Adrián esperaba ansioso los fines de semana; era el día en que visitaba a Daniel.
Había perfeccionado el arte de cocinar pan casero y lo llevaba en un bol de vidrio como regalo. Daniel lo esperaba con una mermelada casera de banana y naranja. Juntos, desayunaban y pasaban el día entre charlas, risas, silencios cómodos y golpes suaves en el brazo.
En algunas de esas visitas, Ana se iba con los abuelos. Daniel insistía en que su hija mantuviera siempre el contacto con ellos., temía que si algún día le ocurríera algo, la niña quedara desamparada.
El invierno traía vientos fríos y lluvias tenues, así que se quedaban dentro de la casa, en un ambiente confortable
—Dani, te tengo un regalo —dijo Adrián, con una sonrisa que intentaba disimular su emoción. Le entregó una caja envuelta con papel reciclado, decorada con hilos de lana de colores.
Daniel, ansioso como un niño, rompió el envoltorio. Dentro encontró un amperímetro y un voltímetro, instrumentos que necesitaba para el curso de reparación de electrodomésticos que estaba haciendo.
— ¡No lo rompas, Florencia recicla los envoltorios de regalo! Dijo Chris, pero ya era tarde.
—¡Gracias, Chris! Te quiero mucho —dijo Daniel, y lo abrazó con fuerza, sin pensarlo.
Fue su primer “te quiero” a un hombre. Salió natural, sin temor, directo del corazón. Si su hermana no le hubiera contado el incidente con Darío, tal vez nunca hubiera dicho esas palabras.
Ambos quedaron en silencio unos segundos, procesando lo que acababa de pasar. Daniel lo sentía de verdad y lo mejor, su amor era correspondido.
Adrián se ruborizó. Hasta ese momento solo se comportaban como amigos particularmente cariñosos… salvo quizás por el incidente del beso en el cuello.
Daniel también le tenía un regalo: un shampoo y una crema de enjuague, los más caros que pudo encontrar en la zona.
—Creo que alguien está obsesionado con mi pelo —bromeó Adrián.
Daniel lo atrajo hacia él. Adrián, de menor estatura, encajaba perfectamente bajo su barbilla. Lo apretó contra su pecho y movió el rostro entre su cabello, respirando hondo.
El de ojos azules sonrió.
—Me vas a enredar el pelo, Dani. Dijo simulando un supuesto malestar.
—Si quieres, te aparto —replicó Daniel, fingiendo empujarlo.
Pero Adrián lo rodeó con fuerza con sus brazos.Lo quería para si, sentir la firmeza de su cuerpo y la seguridad de su fuerza.
Quedaron así, abrazados, durante unos segundos, hasta que el estómago de Adrián interrumpió con un gruñido de hambre.
Daniel sonrió y dijo —Preparé cocido, pero tú limpias los cubiertos, Chris.
Durante el desayuno, Adrián untó la mermelada y le pasó una tostada a Daniel, quien la tomó directamente con la boca, sonriendo.
—Podría acostumbrarme a esto, Chris.
—Pues para mí ya es tarde —respondió Adrián, bajando un poco la voz—. Ya me acostumbré.
El desayuno duró mucho más de lo previsto. Las bromas, las miradas largas, los roces casuales... No era un contacto erótico. No todavía.
Después lavaron los cubiertos y se acomodaron en el sofá a ver una película. La luz gris del cielo invernal entraba por la ventana, pero dentro, todo era tibio, por la presencia de un viejo y destartalado calentador eléctrico.
A Chris le llamó la atención, una vez más, la prominente manzana de Adán de Daniel. No era nada sutil. Le confería un aire masculino y fuerte que lo atraía sin remedio. Lo miró como un lobo ve a su presa, apenas capaz de contenerse.
Se acercó lentamente y comenzó a besarlo en esa zona, mordisqueándola con delicadeza.
Lo que no sabía era que no estaban solos.
Una puerta se abrió. Y unos pasos delataron la presencia de alguien más.
—¿Qué hacen, muchachos? —preguntó María, la hermana de Daniel, desde el pasillo.
—Viendo una película —respondieron ambos al unísono, sobresaltados. Mirándose entre si, al ser sorprendidos en una situación comprometedora.
María sonrió. No eran buenos mintiendo. La televisión estaba en pausa. La película ni siquiera había comenzado.
—Díganme, ¿qué son ahora?
—Amigos —dijo Adrián, nervioso.
—Le estabas por comer el cuello a mi hermano. Eso no parece muy de amigos —replicó María, divertida.
Adrián se moría de la vergüenza, ¿qué pensará de él?
Ambos se quedaron callados. No sabían qué decir. Ella se dio cuenta de la incomodidad de ellos y con el fin de darles tranquilidad, dijo
—Estoy feliz de ver a mi hermano sonreír de nuevo. Y aunque nunca pensé que sería un cuñado , quiero decirles que por mí está bien. Ahora les daré la privacidad que necesitan para ver la “pelicula“
Se dio media vuelta y volvió al cuarto, esbozando una sonrisa divertida.
—Ahora sí, veamos esa película —dijo Chris, mientras el corazón le latía fuerte. No sabía cómo podría mirar a la hermana de Dani, después. Lo descubrió justo en el momento.
—Dani… ¿desde cuándo lo sabes? Que te gusto, digo.
—Desde el primer día que te vi. Tienes razón, me encantó tu pelo desde el principio. Luego me sentí mal... o sea, eres un chico. Se supone que soy heterosexual. Pensé en qué diría la madre de Ana si supiera que me gustaba un hombre.
—Parece muy enredado tu pensamiento —comentó Chris, con suavidad.
—Sí, me asusté. Temía decir que me parecías lindo, así que me salió esa frase infame…
—¿Y tú, Chris?
—Yo me sentía muy mal cuando te conocí. No le encontraba sentido a nada. Pero ayudarte, a vos, un hombre viudo, me dio un propósito. No te miré como posible amante o pareja en esos primeros tiempos.
—Vaya —dijo Daniel—. ¿Y entonces qué pasó?
—Poco a poco me di cuenta de que te necesitaba. El solo hecho de verte me alegraba el día. Fue como una droga. Me volví adicto a tu presencia.
—Son inicios diferentes. Interesante —replicó Daniel, pensativo.
—Y luego vino el temor. No quería perderte. Estaba dispuesto a ser tu amigo hasta el fin de los tiempos. Verte feliz con otra persona… conformarme con eso.
—Por eso tuviste miedo cuando te besé. No querías que las cosas se pusieran raras.
—Exacto.
Daniel tomó la mano de Chris y la entrelazó con la suya. El otro apoyó su cabeza en el hombro del moreno.
El silencio que siguió fue uno de esos en los que se escucha todo: la lluvia fina golpeando el vidrio, el eco de las risas de Ana en algún recuerdo, y los corazones latiendo en sincronía.
—Quiero que este momento sea eterno —murmuró Chris.
No lo dijo en voz alta, pero Daniel pensó: si esto es amor, entonces me quedo.
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