Un hombre que a puño de espada y poderes mágicos lo había conseguido todo. Pero al llegar a la capital de Valtoria, una propuesta de matrimonio cambiará su vida para siempre.
El destino los pondrá a prueba revelando cuánto están dispuestos a perder y soportar para ganar aquella lucha interna de su alma gemela.
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capitulo 8
El sagrado templo se consumía en un mar de llamas, un rugido que devoraba columnas y techos como si quisiera tragarse el cielo mismo. El calor era sofocante, cada bocanada de aire estaba impregnada de ceniza y magia oscura. Aria lo había visto antes, en sus visiones, y ahora la profecía se cumplía con una precisión cruel. La culpa le oprimía el pecho como un yunque invisible.
—¡Déjenme aquí, huyan! —suplicó, su voz desgarrada por la desesperación.
—Sabes que no podemos hacerlo —respondió Mita, con una firmeza que ocultaba miedo.
—¡Tú sabías que esto ocurriría, tú lo causaste! —bramó Lauren, su rostro deformado por el pánico—. Dijiste que no volvería a llevarte a tu habitación porque sabías que nos matarían a todos. ¡Tú y tu maldita maldición!
En un gesto de furia impotente, Lauren arrancó la máscara que ocultaba su rostro.
—¡¿Qué haces?! —exclamó Mita, lanzándose a cubrirlo de nuevo.
—¡Ya no importa! —escupió él—. Esta mujer nos ha condenado.
Los ojos de Aria se encontraron con los de aquel joven que siempre la había seguido como una sombra. Por primera vez lo veía tal cual era, y el peso de su mirada le atravesó como una daga.
—Es mi culpa… lo vi… es mi culpa… —murmuró, sintiendo cómo el dolor en el pecho se convertía en una presión insoportable. El aire se le escapó, su cuerpo comenzó a temblar de forma incontrolable.
—No puedo… respirar… —susurró, antes de desplomarse.
Mita se acercó con cautela.
—Pronto pasará —dijo con voz controlada, aunque sus ojos delataban la tensión.
Pasaron minutos hasta que los temblores cesaron. Aria se incorporó, exhausta, pero con una determinación silenciosa.
—Debemos irnos… aún no sé adónde, pero debemos huir.— dijo Mita.
Avanzaron por los pasillos, buscando la salida hacia el patio, pero se detuvieron en seco. Una muralla de armaduras negras bloqueaba el paso. En el centro, un hombre de espaldas giró lentamente. Sus ojos avellana se clavaron en ellos con un brillo depredador. El cerco se cerró.
—¡No se acerquen! —gritó Lauren, y de sus manos brotó un fulgor amarillento.
Riven los observaba con una curiosidad helada. Aquellos no eran los magos blancos que había combatido, su ropa y sus rostros ocultos hablaban de otro linaje.
Aria, oculta tras el velo y las sombras de la noche, dio un paso hacia él.
—¡Detente! —ordenó Lauren, sujetándola del brazo.
Un espasmo recorrió al joven al tocarla, soltándola de inmediato, como si hubiera agarrado un hierro al rojo vivo. Sus ojos se abrieron con un temor reverente. Había tocado a la mujer de los dioses.
La tensión estalló en violencia. Una hoja brilló en el aire y, en un parpadeo, la daga de un soldado se hundió en la nuca de Lauren. Su cuerpo cayó con un golpe seco.
Mita vaciló, desbordada por el horror, pero Aria solo susurró.
—Vienen por mí.
—¡¿Qué dices?! ¿Acabas de ver lo que ha pasado? —gritó Mita, poniéndose en guardia.
Aria sabía la verdad, nadie podía tocarla, oírla ni mirarla sin permiso de los dioses. Ese permiso había costado sacrificios a todos… incluido Lauren.
—¿Eres la hija de Silvermit de Valtoria? —preguntó Riven. Aria asintió, lenta y silenciosa.
—Después de todo, tuviste suerte, capitán —rió Andrey con sorna—. No la incineraste.
—Vendrás conmigo —ordenó Riven—. Serás mi prometida.
Las palabras golpearon como un mazazo.
—¿Está loco? —murmuró Mita, apretando los dientes.
—Vendrán por mí de todas formas —susurró Aria—Si vienes conmigo, vivirás… y no quiero perderte.
Mita, con un temblor apenas perceptible, bajó las manos.
—Está bien. Ira. Pero yo voy con ella.—dijo Mita.
—¿Dos mujeres en el viaje? Mejor mátala —dijo Ember con voz hueca.
Riven se inclinó hacia Mita, su sombra cubriéndola como un manto opresivo.
—Si me causas problemas, lo lamentarás.
—¡En marcha! —bramó Andrey.
Y así, Aria y Mita caminaron entre el humo y las cenizas, siguiendo a Riven, dejando atrás el templo que ardía como una ofrenda maldita a los dioses.