"Después de un accidente devastador, Leonardo Priego se enfrenta a una realidad cruel: su esposa está en coma y él ha quedado inválido. Con su hija de 4 años dependiendo de él, Leonardo se ve obligado a tomar una decisión desesperada; conseguir una sustituta de su esposa. Luna, una joven con una vida difícil acepta, pero pronto se da cuenta de que su papel va más allá de lo que imaginaba. Sin embargo, hay un secreto que se esconde en la noche del accidente, un secreto que nadie sabe y que podría cambiar todo. ¿Podrá Leonardo encontrar el amor y la redención en esta situación inesperada? ¿O el pasado y el dolor serán demasiado para superar? La verdad sobre aquella fatídica noche podría ser la clave para desentrañar los misterios del corazón y del destino".
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Un trato peligroso.
Entro a la casa y mi tía está consolando a mi prima, que no deja de llorar.
—Estrella, tienes más pretendientes —le digo.
—No finjas que te importa —me responde.
—Claro que me importa. Quiero que se larguen de mi casa y me devuelvan el dinero que me robaron —le digo, y su celular suena. Ella lo agarra y luego me mira muy molesta.
—Te metiste con mi novio —me grita, caminando hacia mí y mostrándome una foto donde estoy subiendo a su carro ayer.
—Lárgate de mi casa —grita mi madrastra, pero no pienso irme a ningún lado.
Estrella sube a mi habitación y empieza a sacar mis cosas por la ventana. Yo hago lo mismo y voy a su cuarto. Mi madrastra intenta sujetarme, pero me zafa, rompiendo todo.
Estrella entra, ve el desastre que hice en su habitación y se ríe.
—Hazlo, maldita zorra, no me importa. Con el dinero de tu universidad me compraré todo de nuevo —me dice, y eso me hace detenerme para mirarla.
Su madre la agarra del brazo, pero ella se zafa.
—Y no hablo de tus ahorros de mierda, hablo de la universidad que dejó pagada tu padre, para su hijita.
—¿De qué habla? —le pregunto a mi tía, que está blanca como un papel, mirándome.
—Por una vez en tu vida, no mientas y responde.
—Tú no irías a la universidad de todos modos. No solo se trata de pagar la universidad, hay más gastos, y antes de que se perdiera, lo solicité de vuelta.
—Así que tus ahorros en realidad son el dinero que mi padre pagó para mi universidad —digo yo.
—Ayer te invitamos a comer, merecías algo de ese dinero —dice Estrella, riéndose.
—Mañana iré a comprarme más joyas, así que quedamos a mano —me dice, y quiero hacerle tantas cosas... Jamás creí que podría odiar a una persona así como las odio a ellas en este momento.
Camino, salgo del cuarto de Estrella y digo cosas que ni capto. Me las van a pagar, y muy caro. Ir a la policía es en vano, ella tiene más poder que yo, y esto es así.
Entro a mi habitación y saco la tarjeta. Leo su nombre completo: Leonardo Priego. Lo busco, pero hay poca información. Solo sale una foto de él, parado. Si en silla de ruedas se ve imponente, no quiero imaginar cómo se veía antes.
Leo unos comentarios que dicen que está en quiebra, pero no lo parece. No quiero imaginar cómo será con dinero, si así de por sí da miedo.
Marco el número que me dio y tarda en responder.
—Soy Luna Carpio. Acepto lo que me propuso. La condición es que seguiré trabajando.
—Mandaré a mi chofer por ti mañana a las 8 a.m. para llevarte al registro.
—Está bien —le digo, y termina la llamada. Claro que es un trato peligroso, pero no me quedó otra opción.
Duermo poco. A la mañana siguiente me arreglo y bajo con mi bolso. En la sala están mi tía y mi prima, y cuando me ven se quedan calladas.
Salgo, llego hasta el portón y, como dijo, está esperando el chófer. Subo con el corazón latiéndome a mil.
—Luna, ¿qué haces? —me digo a mí misma con tono de regaño—. Por un momento quiero bajarme a mitad del camino.
Cuando llegamos, me abren la puerta y bajo. Me puse un vestido blanco, sencillo, pero al menos no perdí la costumbre.
Llego y lo veo en su silla de ruedas. Solo está él y el juez. Agradezco que sea rápido. Solo nos pregunta si aceptamos y firmamos.
El juez me entrega un anillo que me pongo. Él ya tiene uno puesto.
Suspiro. Él controla la silla y avanza hacia la salida. Lo observo irse y me quedo parada. Es muy temprano para mi trabajo, así que regreso a mi casa.
Apenas entro, veo a una señora tomando medidas a Estrella. Mi madrastra está sentada y me sonríe.
—Hermanita, me caso en una semana. Quién diría que me casaría primero —me dice, y escondo la mano donde tengo el anillo.
—Por fin tendrás la casa que tanto peleas. Al otro día de la boda se te depositará el dinero, pero no quiero verte por el resto de mi vida —dice Estrella.
—¿Quién será la víctima? —le pregunto, y me mira mal.
—Fernando Linares, hermanita. Después de todo, solo fuiste su pasatiempo.
Subo a mi habitación y con las manos temblorosas marco el número del hombre con el que me acabo de casar.
—Señor Leonardo, soy Luna Carpio. ¿Podríamos hablar?
—Habla.
—¿Habrá forma de disolver el matrimonio? Yo pagaré la multa.
Capto su risa y me dan ganas de golpearlo.
—Diga el precio, señorita.
—No se trata de eso. Acepté sin pensarlo, véalo como la decisión de una jovencita que no sabía lo que hacía.
—Demasiado tarde, Luna Carpio. Eres mi esposa sustituta —me dice, y capto el pitido de la llamada finalizada.