⚠️𝗔𝘃𝗶𝘀𝗼 𝗜𝗺𝗽𝗼𝗿𝘁𝗮𝗻𝘁𝗲⚠️
𝗖𝗼𝗻𝘁𝗶𝗲𝗻𝗲:
🔺Faltas de ortografía
🔺Palabras vulgares
🔺Escenas sensibles para algunos lectores
𝙎𝙞 𝙪𝙨𝙩𝙚𝙙, 𝙣𝙤 𝙡𝙚 𝙜𝙪𝙨𝙩𝙖 𝙚𝙨𝙩𝙚 𝙘𝙤𝙣𝙩𝙚𝙣𝙞𝙙𝙤𝙙, 𝙖𝙝𝙤𝙧𝙧𝙚𝙨𝙚 𝙡𝙖𝙨 𝙙𝙚𝙣𝙪𝙣𝙘𝙞𝙖𝙨 𝙮 𝙨𝙪 𝙩𝙞𝙚𝙢𝙥𝙤. 𝙔 𝙨𝙞 𝙖 𝙪𝙨𝙩𝙚𝙙 𝙡𝙚 𝙜𝙪𝙨𝙩𝙖, 𝙗𝙞𝙚𝙣𝙫𝙚𝙣𝙞𝙙𝙤 𝙨𝙚𝙖 ❤
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Una floristería, un perfume y un tal K.
—¡Lo tengo! —gritó Paul entrando al aula como si viniera de atrapar a un criminal internacional.
—¿¡Qué tenés!? —Emil casi escupe el agua que tomaba de la botella, salpicando el cuaderno que ni era suyo.
—¡La traducción del mail de la floristería! —Paul se dejó caer a su lado, agitado pero feliz, como un perro con la lengua afuera.
—¿Y? ¿Qué dice? ¿Que soy el próximo heredero de una fortuna alemana y me voy a despertar de esta pesadilla con millones? —bufó Emil, con el sarcasmo pegado al alma.
—No, pero casi. —Paul le pasó el celular—. Lisa, la chica que sabe alemán, me lo tradujo. Dice: “Pedido número 9136 enviado a Nueva York. Cliente: Kölher AG. Transacción procesada desde Berlín.”
Emil parpadeó varias veces. El apellido golpeó su mente como un ladrillo.
—¿Kölher...? —repitió en voz baja, con el ceño fruncido.
—¿Ese apellido no te suena? —preguntó Paul con una mirada ya demasiado curiosa para su gusto.
—Sí. Es... es el mismo que el de Carl.
Silencio. Paul lo miró.
—¿Carl, tu ex?
—Carl, mi maldito ex —confirmó Emil, más para sí mismo que para Paul.
El nombre lo incomodaba. Ese idiota le rompió el corazón, se burló de su amor, y lo dejó hecho trizas. Y ahora... ¿él podía ser el alfa que lo había marcado? ¿El que lo embarazó? ¿El que había dejado ese ramo que costaba más que su dignidad?
—¿Pensás que fue él...? —murmuró Emil.
Paul no respondió al instante.
—No lo sé, Emil. Pero el apellido, el envío desde Berlín, todo es... raro. Carl vive acá, ¿cierto?
—Sí. Su familia es alemana, pero él estudia acá en Nueva York desde hace años.
Paul se rascó la barbilla.
—¿Conocés a su familia? ¿Alguien de allá?
—No... solo sé que tienen plata. Mucha. Lo conocí en una fiesta universitaria. Nunca supe demasiado.
—Entonces hay que averiguar.
—¿Y si no fue él? —susurró Emil, frotándose las sienes—. ¿Y si solo es una coincidencia?
—¿Y si no lo es?
Emil cerró los ojos. El caos en su pecho aumentaba a cada palabra. No quería pensar que había sido Carl. Y al mismo tiempo... ¿quién más con ese apellido?
Paul abrió su mochila y sacó una pequeña bolsa sellada con una botellita adentro.
—También tengo esto.
—¿Qué es? ¿Tu sudor embotellado por si algún día me muero de nostalgia?
—No, idiota. El perfume. El que venía en el ramo. Fui a una tienda de perfumes importados que trabaja con esa floristería y me dieron una muestra.
Emil lo tomó con cautela. Apenas destapó el frasco, el aroma lo golpeó como un recuerdo enterrado.
—Dios... este olor...
—¿Lo reconoces?
Emil no contestó. Algo en su estómago se contrajo. Sus ojos se nublaron. Ese perfume... era cálido, fuerte, un poco dulce pero peligroso. Como la sensación que le quedó después de la mordida.
—Lo sentí en mi piel —susurró Emil—. Ese día... el olor estaba en mis muñecas, en mi cuello. Era de él.
Paul se quedó en silencio.
—¿Entonces sí es Carl?
—No lo sé. Tal vez... o tal vez no.
La duda crecía como una espina en el corazón.
...****************...
Más tarde, en casa, Nicol se asomó a la habitación sin tocar. Porque claro, ¿para qué respetar la privacidad?
—¿Qué escondés ahí?
—Nada. —Emil guardó el frasquito rápidamente en la almohada.
—¿Perfume ahora? ¿Qué sos, modelo? —Karen apareció detrás, burlándose.
—Andá a tomar sol en el techo, a ver si las neuronas te arrancan.
—¡Emil! —gritó Nicol—. Como sigas así de grosero te voy a sacar el teléfono.
—Sí, y después ¿me vas a cortar el oxígeno?
Cerró la puerta sin dejar que respondan.
...****************...
Esa noche, Emil se recostó, cerró los ojos… y soñó.
Un bosque. Una sombra. Un perfume que lo envuelve. Un cuerpo que lo toma en brazos. Una voz grave, sin palabras. Y esa sensación otra vez: seguridad. Peligro. Deseo.
Se despertó de golpe, jadeando.
—¿Quién carajo eres… y por qué me marcaste?