Imagina un mundo donde lo virtual y lo real se entrelazan, y tu supervivencia depende de tu habilidad para adaptarte.
Aquí conoceremos a Soma Shiro, un joven gamer que recibe un misterioso paquete que lo transporta a NightRage. En este mundo, debe asumir el papel de guerrero, aunque con una peculiaridad, lleva una espada atorada en la boca.
NightRage no parece ser solo un juego, sino un desafío extremo que pone a prueba sus límites y su capacidad para confiar en los demás. ¿Logrará Shiro encontrar la salida, o quedará atrapado en este mundo para siempre?
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Capítulo 21
Empezó con atribuirle 30 puntos a fuerza, elevando su poder de ataque a 310, lo mismo le dio al maná, llegando a 320 puntos, a su vida le otorgó 20 puntos, pasando a 24,000 HP. La probabilidad de Crítico paso de 5% a 15% con 10 puntos de atributo usados, y el último lo uso en la suerte, elevándola a 5,5%, que le ayudaba a encontrar objetos raros en mazmorras.
Después Sagi
comenzó a prestar más atención al entorno mientras caminaban. El paisaje había
cambiado drásticamente, y pronto se encontraron frente a la entrada de un bosque colosal, cuyos árboles eran tan altos y gruesos que el grupo parecía diminuto en comparación.
Sagi se quedó “boquiabierto” al ver el tamaño de aquellos árboles que se elevaban hacia el cielo.
Aphrodi, decidió explicarle la magnitud de lo que estaba viendo.
—Este es el Patio de Atlas. —dijo en voz baja—Este bosque rodea la capital de Lancelott, y debemos atravesarlo durante aproximadamente tres días para llegar. Es un lugar majestuoso, pero también peligroso.
Aphrodi miró a sus Compañeros con seriedad
—Yo me encargaré de guiarlos, pero debemos ser cautelosos. No nos podemos desviar del camino, hay muchas zonas por las que no debemos pasar.
Elizabeth observó los árboles con una mezcla de admiración y presión.
—Recuerdo este lugar... —dijo en voz baja —Cuando era niña, mi padre y yo estuvimos atrapados aquí durante semanas. Nos costó mucho salir —sus ojos se oscurecieron al recordar las dificultades que enfrentaron en su infancia.
Aphrodi asintió.
—Este bosque es utilizado como una prisión natural. —dijo—Algunos criminales exiliados de la capital vagan por aquí, así que debemos tener cuidado. Con esa advertencia, el grupo comenzó su marcha, adentrándose en el Patio de
Atlas. A medida que avanzaban, recolectaron lo que pudieron para prepararse para la noche. Sagi, con su mirada afilada, no tardó en capturar unos cuantos
conejos, exhibiendo una habilidad sorprendente para cazar.
Elizabeth, observaba un poco impresionada y al mismo tiempo asqueada.
—¿Cómo aprendiste a cazar de esa manera? —preguntó, mientras lo veía manejar los conejos con destreza.
Sagi, como siempre, intentó responder con gestos. Movió las manos, mientras
intentaba explicar que había aprendido esa habilidad desde hacía mucho tiempo
en los juegos. Elizabeth parpadeó, un poco confusa, pero pudo comprender algo
de lo que había aprendido desde joven.
—¿De niño? —preguntó, y Sagi asintió con la cabeza, sin querer complicar más la conversación.
La noche cayó sobre el bosque, y el grupo decidió hacer una fogata para cocinar lo que Sagi había cazado. Mientras el fuego crepitaba y el aroma de la comida se esparcía por el aire, una situación curiosa surgió. Elizabeth y Aphrodi se
miraron entre ellas, preguntándose cómo Sagi iba a comer con esa espada en la boca.
—Espera... ¿cómo comes? —preguntó Elizabeth, claramente intrigada por la situación.
Sagi parpadeó, dándose cuenta de que hasta ese momento no había tenido hambre. Intentó explicarse con gestos, pero las chicas, en su preocupación por él, intentaron buscar una manera de ayudarlo a comer, incluso sugiriendo hacerle espacio entre la espada y su boca para darle de comer. Intentaron de todo, pero era imposible. La espada parecía firmemente
incrustada, y Sagi, avergonzado por la situación, no pudo evitar sentirse incómodo. Era una escena tierna y algo cómica a la vez, mientras las dos chicas hacían lo posible por encontrar una solución.
—Tal vez no tengas que comer… —murmuró Aphrodi, riendo ligeramente, mientras Elizabeth hacía un puchero de frustración.
Al rato, después de comer, el grupo decidió descansar. Pronto, las chispas del fuego fueron lo único que se movía en la oscuridad, mientras el bosque envolvía a los tres en un manto de silencio. Elizabeth y Aphrodi cayeron en un sueño
profundo, agotadas por el día, pero Sagi sabía que no podía bajar la guardia.
Aunque parecía que todo estaba en calma, había algo en el ambiente que lo hacía sentirse inquieto. Decidió quedarse despierto, fingiendo estar dormido, y vigiló los alrededores con cautela. Su instinto le decía que no estaban solos.
Y tenía razón.
Desde lo alto de uno de los gigantescos árboles, una sombra humanoide
observaba al grupo. Sus movimientos eran ligeros, casi imperceptibles, y se movía con una agilidad que solo un cazador experto podría tener. Sus ojos estaban fijos en Aphrodi, como si fuera su objetivo principal.
El acechador esperó pacientemente a que el grupo estuviera completamente dormido para moverse. Sagi, aunque no podía ver la figura claramente, sintió un escalofrío recorriendo su cuerpo. Sabía que alguien estaba allí. Esperó, con los músculos tensos, sin moverse ni un centímetro. Finalmente, la figura bajó en silencio, acercándose a Aphrodi, pero Sagi no iba a
dejar que nada les sucediera.
En un rápido movimiento, Sagi usó su habilidad "Impulso", lanzándose contra el intruso con una velocidad abrumadora. El sonido del viento cortando se escuchó, y en un instante, Sagi impactó contra la figura, quien tuvo una reacción casi inhumana. La daga del enemigo chocó con la espada de Sagi, y ambos quedaron atrapados en un tenso forcejeo, con los filos de sus armas chispeando mientras raspaban uno contra el otro.
La figura sonrió, una sonrisa oscura y retorcida, mientras Sagi lo observaba con ojos llenos de determinación. Ambos sabían que este encuentro no sería sencillo. El intruso había subestimado a sus presas, y Sagi estaba listo para defender a sus compañeros a toda costa.
La figura que Sagi había sometido no era un enemigo cualquiera. Era un hombre de mediana edad, su rostro y brazos estaban llenos de cicatrices. Sus músculos marcados se tensaban bajo la presión de la espada de Sagi. Una daga hermosa, tallada con precisión, sujetaba con fuerza, su brillo contrastaba con la oscuridad
que los rodeaba. El hombre esbozó una sonrisa torcida y, con una voz rasposa y gastada por el tiempo, murmuró:
—Interesante... —dijo, con sus ojos estudiando cada movimiento de Sagi—. Es una lástima que no te hayas dado cuenta de que tu amiga... ya no está.
El corazón de Sagi dio un vuelco, y rápidamente giró la cabeza hacia donde Aphrodi debía estar descansando. Aphrodi ya no estaba allí. Y la furia se apoderó de él.