Salomé Lizárraga es una joven adinerada comprometida a casarse con un hombre elegido por su padre, con el fin de mantener su alto nivel de vida. Sin embargo, durante un pequeño viaje a una isla en Venezuela, conoce al que se convertirá en el gran amor de su vida. Lo que comienza como un romance de una noche resulta en un embarazo inesperado.
El verdadero desafío no solo radica en enfrentarse a su prometido, con quien jamás ha tenido intimidad, sino en descubrir que el hombre con quien compartió esa apasionada noche es, sin saberlo, el esposo de su hermana. Salomé se encuentra atrapada en un torbellino de emociones y decisiones que cambiarán su vida para siempre.
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Un momento embarazoso
Me sentía realmente mal, culpable, traidora; en fin, sentía que era la peor mujer del mundo por seguir sintiendo una atracción y un deseo incontrolable hacia mi cuñado.
Alberto, tratando de mediar la situación antes de que empeorara, y más aún después de ese beso que me hizo estremecer nuevamente, intervino diciendo:
— Diego, lamento que esté confundido, pero yo solo estoy en la habitación de Salomé porque vine a curarle la herida de su pie.
— ¡Ah, claro! Ya se me había olvidado que eres médico. Pero qué amable de tu parte, es una gran ventaja tener a un doctor en la familia. ¿No te parece, cariño? —dijo con sarcasmo, mientras me miraba con una expresión que decía claramente que no creía nada de lo que decía Alberto.
— Bueno… yo terminé mi trabajo aquí, los dejo para que hablen a gusto. Con permiso.
Al salir Alberto de la habitación, Diego se sentó a un lado de mi cama mientras tomaba mi mano y me decía:
— Lo siento, cariño, he sido un tonto. Lo que pasa es que te noto muy extraña desde que hiciste ese viaje a la Isla, pero dame un beso, me muero por sentir tus labios.
— Por favor, Diego, no es el momento y mucho menos después de esta escena de celos.
— Pero, ¿por qué no quieres besarme? Esa actitud es la que me hace pensar que algo te está pasando.
Para mí era una situación muy difícil. Alberto acababa de besarme. ¿Cómo se suponía que iba a besar a Diego después de eso? ¡No podía hacerlo! Mi mente, mi cuerpo y mis sentimientos estaban anclados en Alberto.
— Muy bien, Salomé, como quieras. Te lo voy a dejar pasar esta vez, pero recuerda que dentro de un mes serás mi mujer, y cuando eso suceda, tienes que cumplir tus deberes de esposa. ¿Te quedó claro?
Me quedé en silencio mientras una lágrima corría por mi mejilla. Esto era una verdadera tortura; estaba enamorada hasta los huesos de un hombre prohibido y encima estaba a unos días de casarme con otro hombre al que no quería. Pero no podía romper mi compromiso, no podía hacerle eso a mi familia, y más aún después del disgusto que le había causado mi hermana a mis padres cuando se casó con Alberto en secreto.
(…)
Semanas después…
Los días habían pasado inevitablemente con esta tortura que tenía que vivir cada día conviviendo en la misma casa con mi hermana y su marido. En el fondo, tenía la esperanza de que las cosas se calmaran, ya que solo iban a estar unos cuantos días y regresarían a su hogar en México.
Sin embargo, el destino estaba en mi contra, ya que Alberto, de forma inesperada, había recibido una llamada del hospital de México donde se desempeñaba como médico desde hace tiempo, notificándole que habían hecho una reducción de personal en la cual estaba incluido. Por lo que, lastimosamente, había quedado sin trabajo.
Mi padre, aprovechándose de la situación para hacer permanecer a Ernestina por más tiempo en casa, le propuso a Alberto, encontrarle un empleo en una de las clínicas más prestigiosas de toda Caracas, todo con la finalidad de que mi hermana no tuviera que regresar a México.
Estábamos desayunando todos en el comedor, como siempre, y mi padre le dio la noticia a Alberto:
— Es una excelente oportunidad, vas a ganar tres veces más de lo que ganabas en ese hospital de México. Además, así nuestra hija no tendría que separarse nuevamente de su familia.
— La verdad es que no sé qué decirle, señor Armando. Eso implicaría quedarnos a vivir en Venezuela y yo no…
— Sí, ya sé lo que vas a decir, que no puedes pagarle un sitio para vivir a mi hija Ernestina. Pero no te preocupes por eso, se pueden quedar a vivir aquí sin ningún inconveniente; esta casa es lo suficientemente grande para que todos estemos cómodos.
Alberto me miraba disimuladamente mientras yo tragaba grueso, tratando de que no me cayera mal el desayuno. Pero Ernestina, por su parte, no dudó un segundo en opinar:
— A mí me parece una estupenda idea. La verdad es que me encanta estar aquí junto a ustedes, y ahora más que han aceptado a Alberto en la familia. —le dio un beso en los labios a Alberto como si no fuera suficiente para mí el tener que soportar verlos juntos cada día.
— Ernestina, hijita, quiero dejar algo muy en claro. No aprobamos que se hayan casado sin nuestro consentimiento; sin embargo, ya el mal está hecho. —exclamó mi padre con seriedad. — Yo solo busco la forma de que tu marido esté a la altura de la familia Lizárraga. Es por esa razón que quiero que trabaje en esa clínica prestigiosa de mi amigo.
— Señor Rincón, soy un hombre digno y puedo darle todo a su hija. No necesito de su dinero para vivir. —replicó Alberto visiblemente molesto.
— Pero sin un empleo digno, ¿qué puedes ofrecer a mi hija? A pesar de que sé que eres un buen médico; no puedes quedarte de brazos cruzados. Mi hija ha sido criada rodeada de lujos.
Las cosas se ponían cada vez más tensas. Yo comenzaba a sentirme algo mareada; en ese momento pensé que se trataba de los nervios al ver toda la situación que se estaba presentando. Así que, sin más esperar, me levanté de la mesa a toda prisa, ante la mirada de asombro de todos, que no entendían qué me había pasado.
Mi madre enseguida fue tras de mí, estaba preocupada por saber qué me pasaba. Entré al baño de mi habitación y devolví lo poco que había desayunado. Me puse fría y las piernas me temblaban; estaba a punto de caer desmayada al piso.
— ¡Salomé! Hijita, ¿qué tienes? ¡Auxilio! ¡Por favor, ayuda! Mi hija no se siente bien.
Mi madre, al verme en ese estado, comenzó a gritar pidiendo ayuda; por supuesto, todos abandonaron la discusión que ya comenzaba a ponerse acalorada y acudieron a ver por qué mi madre gritaba desesperada.
Pero el primero en entrar a la habitación fue Alberto:
— ¿Qué le pasó a Salomé Sra. Marina?
— Se desmayó de repente después de que vomitó. Por favor, Alberto, ayuda a mi hija, examínala a ver qué tiene.
Me tomó en sus brazos y me llevó a la cama para poder examinarme. Todos estaban preocupados; sin embargo, a los pocos minutos ya había reaccionado. Solo había sido un simple mareo, al menos eso era lo que creía en ese momento.
— ¿Qué tiene mi hija, Alberto? —preguntó mi padre muy preocupado.
— Le bajó la presión, pero lo más recomendable es que se realice unos estudios para descartar que esté enferma.
— Ya me siento bien, solo fueron los nervios al verlos discutir en medio del desayuno; solo necesito descansar.
— Nada de eso, hijita. Falta solo una semana para tu boda, tienes que estar en perfecto estado, así que hoy mismo vas con tu madre a la clínica para que te hagan todos los estudios.
Mi padre, cuando daba una orden, era imposible llevarle la contraria, así que le hice caso para evitar un conflicto mayor. Fui con mi madre a ver al médico de la familia, que a su vez iba a ser el futuro jefe de Alberto, ya que justamente era en esa clínica donde mi padre le había encontrado empleo gracias a la amistad que tenía con los dueños.
Mi madre estaba a mi lado cuando el doctor venía con el resultado de los exámenes.
— Salomé, no tienes de qué preocuparte, estás en perfecto estado de salud.
— ¿Pero entonces por qué se desmayó mi hija, Tortolero? —preguntó mi madre ansiosa y muy angustiada.
— Tranquila Marina, no hay de qué preocuparse, es normal lo que le está sucediendo a Salomé.
— Pero no comprendo Tortolero, ya termina de hablar que a la que le va a dar algo es a mi.
— Salomé está fuerte y sana, solo está embarazada.
Para mí fue una noticia impactante; sentí que me había caído un balde de agua helada. Pero la reacción de mi madre fue la que más me sorprendió cuando dijo efusivamente:
— ¡Qué alegría! Voy a ser abuela. No me quiero imaginar la cara de felicidad que va a poner Diego cuando sepa que va a ser papá.
No sabía si desmayarme o salir corriendo del consultorio. De lo único que estaba segura era de que ese hijo que estaba esperando era de Alberto, porque en el tiempo que tenía comprometida con Diego, jamás habíamos tenido intimidad, yo solo había aceptado casarme con él por darle gusto a mi padre.
Pero ahora después de enterarme de mi embarazo, no sabía qué iba a suceder cuando Diego supiera la verdad.
(…)