En un reino donde el poder se negocia con alianzas matrimoniales, Lady Arabella Sinclair es forzada a casarse con el enigmático Duque de Blackthorn, un hombre envuelto en secretos y sombras. Mientras lucha por escapar de un destino impuesto, Arabella descubre que la verdadera traición se oculta en la corte, donde la reina Catherine mueve los hilos con astucia mortal. En un juego de deseo y conspiración, el amor y la lealtad se convertirán en armas. ¿Podrá Arabella forjar su propio destino o será consumida por los peligrosos juegos de la corona?
NovelToon tiene autorización de noirstoryteller para publicar essa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 22: En la Sombra de la Traición
Arabella corrió a través de los jardines con el frío de la noche golpeando su rostro y la adrenalina impulsando sus pasos. Cada sombra parecía ocultar una nueva amenaza, y sentía que los ojos de Lord Ashcombe y Lord Pembroke la seguían, incluso cuando no había señales de ellos tras ella. Tenía que llegar al castillo antes de que los traidores tuvieran oportunidad de hacer su movimiento, antes de que el reino cayera en manos de aquellos que se escondían tras una falsa fachada de lealtad.
El sonido de cascos resonó en la distancia, un grupo de jinetes avanzaba con rapidez, y por un momento el terror le heló la sangre. Si Lord Ashcombe había enviado a hombres tras ella, podía estar rodeada en cuestión de minutos. Con la mente girando a toda velocidad, Arabella decidió cambiar de rumbo, corriendo hacia un pequeño bosque cercano, confiando en que los árboles podrían ofrecerle la cobertura suficiente para evitar ser vista.
Dentro del bosque, el aire estaba espeso y los sonidos amortiguados por el manto de hojas. Arabella se movía con cuidado, conteniendo su respiración para no ser delatada. Mientras avanzaba entre los troncos oscuros, una figura emergió de las sombras. Un relámpago de reconocimiento la atravesó al ver el rostro familiar.
—Alexander —dijo en voz baja, aliviada y sorprendida a la vez.
Él se acercó rápidamente, con los ojos llenos de preocupación. —Te he estado buscando —dijo, tomando sus manos—. Cuando supe que te habías dirigido a la residencia de Lord Ashcombe, temí lo peor. ¿Qué has descubierto?
Arabella le contó lo que había escuchado en la biblioteca, la conversación entre Lord Ashcombe y Lord Pembroke, y la confesión velada de sus verdaderas intenciones. Mientras hablaba, podía ver cómo la expresión de Alexander cambiaba de incredulidad a una determinación fría.
—No podemos esperar más —dijo Alexander cuando ella terminó su relato—. Tenemos que alertar a la reina inmediatamente. Si lo que dices es cierto, entonces el peligro es más inminente de lo que pensábamos. Ashcombe podría estar planeando un movimiento para tomar el control de la corte en cualquier momento.
Arabella asintió, pero la angustia se apoderaba de ella. —¿Y si ya es demasiado tarde? ¿Y si están preparando un golpe mientras nosotros hablamos aquí? No podemos dejar que el reino caiga en sus manos. La reina no puede estar segura en el castillo si Lord Ashcombe sigue libre.
—Entonces debemos actuar con rapidez —respondió Alexander, su voz teñida de urgencia—. Vamos, tomaremos el camino más corto hacia el castillo. No te separes de mí.
Llegaron al castillo justo antes del amanecer, cuando la oscuridad comenzaba a desvanecerse. A través de los pasillos silenciosos, avanzaron con rapidez, conscientes de que el tiempo jugaba en su contra. Cuando alcanzaron las cámaras privadas de la reina, encontraron a los guardias en estado de alerta, sorprendidos por su llegada intempestiva.
—Debemos ver a la reina de inmediato —dijo Alexander con autoridad—. Se trata de un asunto de la mayor urgencia.
Los guardias, reconociendo la gravedad en su tono, abrieron las puertas y permitieron que entraran. La reina estaba de pie frente a la ventana, vestida con un elegante manto de terciopelo oscuro. Al volverse hacia ellos, la preocupación surcaba sus rasgos.
—¿Qué es lo que sucede? —preguntó con voz firme, pero en sus ojos brillaba el reflejo de la inquietud.
Arabella dio un paso al frente, su voz cargada de emoción. —Vuestra Majestad, Lord Ashcombe ha estado conspirando con Lady Catherine y otros nobles para derrocaros. Le escuché confesar sus intenciones con mis propios oídos. Planea actuar pronto, tal vez incluso hoy.
La reina se quedó en silencio por un instante, como si las palabras de Arabella tomaran forma en el aire a su alrededor, llenando la habitación con una verdad dolorosa. Después, respiró profundamente y miró a sus dos leales súbditos.
—Esto es más grave de lo que anticipamos —dijo finalmente—. No me sorprende del todo que haya traidores en la corte, pero Lord Ashcombe… él era uno de mis consejeros más confiables. La traición duele más cuando viene de aquellos a quienes hemos confiado tanto.
—No podemos permitirnos titubear, Vuestra Majestad —dijo Alexander con voz firme—. Debemos actuar antes de que Lord Ashcombe y sus aliados ejecuten sus planes. Necesitamos arrestarlo de inmediato y asegurarnos de que no tenga tiempo de reorganizar a sus seguidores.
La reina asintió lentamente. —Convocaré una reunión del consejo. Si está dispuesto a traicionar la corona, lo enfrentaremos con pruebas irrefutables. La lealtad no es una cuestión de palabras, sino de actos, y quienes han elegido el lado de la traición deberán pagar el precio.
Mientras el castillo despertaba a la actividad, Arabella y Alexander supervisaron los preparativos para la reunión del consejo. Había un aire cargado de anticipación en los pasillos, y los murmullos de los cortesanos se mezclaban con el eco de las pisadas apresuradas. Sabían que los próximos momentos serían decisivos.
Cuando la reina entró en la gran sala del consejo, los nobles se pusieron de pie en silencio. Lord Ashcombe ya estaba presente, con la expresión imperturbable de quien se siente seguro en su posición. Sin embargo, cuando sus ojos se encontraron con los de Arabella, ella pudo ver un destello de reconocimiento, una chispa de lo que parecía ser ira contenida.
—Lord Ashcombe —comenzó la reina con voz serena, aunque cargada de autoridad—, he recibido informes que sugieren que habéis conspirado contra la corona, en colaboración con Lady Catherine y otros nobles. Arabella de Montclair ha sido testigo de una conversación que implica vuestra participación directa en actos de traición. ¿Tenéis algo que decir en vuestra defensa?
El silencio que siguió a las palabras de la reina fue sofocante. Lord Ashcombe dio un paso adelante, sus labios curvándose en una leve sonrisa irónica.
—Majestad, debo decir que estoy profundamente ofendido por tales acusaciones. Después de tantos años de servicio leal, me resulta doloroso ver que mi devoción sea cuestionada por rumores infundados y testimonios dudosos. —Sus ojos se fijaron en Arabella—. Lady Arabella, ¿puedo preguntaros qué motivos tendríais para espiar en mi residencia, y cómo podéis estar tan segura de lo que creísteis escuchar en una conversación privada?
Arabella sintió que la mirada de todos se clavaba en ella, pero no vaciló. —Estaba en vuestra residencia porque buscaba respuestas sobre la red de traición que había en la corte. Y escuché claramente vuestra intención de actuar en contra de la reina. No osáis negar lo que sabéis que es verdad.
—¿Verdad? —replicó Lord Ashcombe con una carcajada seca—. La verdad es que siempre he buscado proteger al reino, incluso cuando aquellos en el poder no lo han hecho. Si he tomado medidas fuera de los canales convencionales, fue porque la seguridad del reino lo requería. La historia juzgará mis actos, y espero que lo haga con la sabiduría que parece faltar en este consejo.
La reina se levantó de su asiento, y su voz resonó con fuerza. —La historia no os juzgará. Seré yo quien lo haga. Lord Ashcombe, por la gravedad de las acusaciones y la evidencia presentada, ordeno vuestra inmediata detención. Seréis llevado a juicio por traición a la corona.
Los guardias avanzaron, y en un último y desesperado acto, Lord Ashcombe desenfundó una daga oculta en su cinturón, lanzándose hacia la reina con un grito feroz. Pero antes de que pudiera acercarse, Alexander se interpuso, desarmándolo con un movimiento rápido y arrojándolo al suelo.
Mientras los guardias lo arrastraban fuera de la sala, la mirada de Lord Ashcombe se encontró por última vez con la de Arabella. —Esto no ha terminado —dijo con una sonrisa cruel—. Hay otros, y ellos no se detendrán.
Arabella observó cómo lo llevaban lejos, sabiendo que las palabras de Lord Ashcombe no eran una mera amenaza vacía. La conspiración no había sido completamente erradicada, y la lucha por el futuro del reino continuaba. Pero ella también sabía que había ganado una batalla importante, y que seguiría luchando hasta el final, sin importar cuán oscuros se volvieran los días por venir.