Melisa Thompson, una joven enfermera de buen corazón, encuentra a un hombre herido en el camino y decide cuidarlo. Al despertar, él no recuerda nada, ni siquiera su propio nombre, por lo que Melisa lo llama Alexander Thompson. Con el tiempo, ambos desarrollan un amor profundo, pero justo cuando ella está lista para contarle que espera un hijo suyo, Alexander desaparece sin dejar rastro. ¿Quién es realmente aquel hombre? ¿Volverá por ella y su bebé? Entre recuerdos perdidos y sentimientos encontrados, Melisa deberá enfrentarse al misterio de su amado y a la verdad que cambiará sus vida.
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Un día entre juegos, tentaciones y un desayuno letal
Melisa se fue a cambiar de ropa, con la idea de que tendría un día entero con Alexander antes de su turno nocturno en el hospital. Después de la conversación, seguía preocupada. Si alguien realmente lo había secuestrado y él había logrado escapar, eso significaba que, en cualquier momento, podrían estar buscándolo.
La idea la inquietaba. Amaba su vida tranquila y rutinaria. Su pequeña casa, su trabajo, su gato Michiru… todo en su mundo era predecible y seguro. Pero ahora, con un hombre misterioso en su hogar, su vida empezaba a parecer un drama de telenovela.
Se acostó en su cama y se arropó con las sábanas y suspiró.
¿Y si realmente estoy metiéndome en un problema?
Pero luego, su mirada se perdió en el techo y su mente se desvió a otro pensamiento más… travieso.
Alexander era un hombre guapo. Muy guapo, de hecho. Tenía un aire rudo, pero al mismo tiempo, esa vulnerabilidad de alguien perdido en el mundo. Y bueno, su pequeña flor llevaba en sequía casi medio año.
—No estaría mal una probadita, ¿verdad, Michiru? murmuró, girándose en la cama para mirar a su gato, que la observaba con indiferencia desde su rincón.
Michiru parpadeó con desgano.
—Tú no sufres, amigo, porque estás castrado continuó, suspirando. Pero yo… yo sí sufro.
Se cubrió el rostro con la almohada y se sintió boba.
¿Qué demonios estoy diciendo?
Justo en ese momento, escuchó unos golpes en la puerta de su habitación.
—Melisa, te preparé el desayuno anunció la voz de Alexander desde el otro lado.
Ella se sentó de golpe, parpadeando sorprendida.
¿Alexander cocinando? Oh, Dios…
Se puso una bata y salió de la habitación. En la mesa, había un vaso de jugo de naranja y un par de panes con queso y mantequilla.
—Te preparé jugo con pan dijo Alexander con una sonrisa. Para que empieces el día bien alimentada y tengas energía para todo el dia.
Melisa sonrió con cierta sospecha y tomó el vaso. Le dio un sorbo y de inmediato sintió cómo su boca se llenaba de un sabor insoportable.
—¡¿Qué demonios…?! exclamó, corriendo al fregadero y escupiendo el líquido.
Alexander la miró confundido.
—¿No te gustó?
Melisa se enjuagó la boca y tomó un poco de agua antes de girarse hacia él con los ojos entrecerrados.
—¡¿Qué le pusiste a este jugo?!
—Dos cucharadas de esta azúcar.
—¡Eso no es azúcar, Alexander! ¡Es sal!
Alexander parpadeó y luego frunció el ceño.
—¿Sal? No puede ser…
Melisa suspiró, resignada, y tomó un pedazo de pan para salvar la situación. Le dio un mordisco y…
Puaj.
Era una combinación de mantequilla excesiva y un trozo minúsculo de queso.
Este hombre me va a matar.
Se aclaró la garganta, tratando de no sonar demasiado cruel.
—Alexander… cariño… tienes muchas virtudes, pero cocinar no es una de ellas.
Alexander se cruzó de brazos.
—Bueno, al menos lo intenté.
—Sí, y lo agradezco respondió ella, sonriendo con dulzura. Pero si sigo comiendo lo que preparas, terminaré en el hospital como paciente en vez de enfermera.
Alexander resopló, pero se rindió.
—Está bien, no cocino más.
—Gracias respondió Melisa con alivio.
Después del fallido desayuno, pasaron el día haciendo diversas actividades sin salir de casa.Se reían con facilidad, hacían bromas y hablaban de temas triviales como si fueran viejos amigos.Melisa sabía que la incertidumbre de su identidad aún seguía sobre Alexander.
Por la tarde, mientras descansaban en la sala, Alexander la miró con expresión seria.
—Melisa, quiero pedirte algo.
Ella alzó una ceja.
—Dime.
—Quiero que me prestes tu laptop y algo de dinero.
Melisa lo miró con sorpresa.
—¿Para qué?
—Me siento un mantenido aquí, sin hacer nada. Quiero invertir en la bolsa de valores.
Ella parpadeó.
—¿Invertir en la bolsa?
Alexander asintió.
—Sí. No sé cómo lo sé, pero siento que tengo conocimientos en finanzas. Si empiezo a trabajar con inversiones, puede que mi memoria regrese. Y además, si gano algo, te depositaré todo en tu cuenta.
Melisa se quedó pensativa por un momento. No era que tuviera una gran fortuna en su cuenta bancaria, pero tampoco es que Alexander estuviera pidiéndole millones.
—Está bien respondió al final. Pero si pierdes, no quiero que te sientas frustrado, y tendrás que hacer esclavo de mi gato para que me pagues lo que te preste , ¿eh?
Alexander sonrió.
—Trato hecho.
Cuando Melisa le entregó su laptop y una tarjeta con algo de dinero, Alexander se puso manos a la obra. Apenas encendió la computadora, sus dedos comenzaron a moverse con velocidad en el teclado, navegando entre gráficos, noticias económicas y valores del mercado.
Melisa lo observaba desde el sofá, impresionada.
—Definitivamente, sabes lo que estás haciendo…
Alexander frunció el ceño, concentrado.
—Eso parece.
Pero había algo que lo inquietaba. Mientras revisaba las empresas en la bolsa.
¿Por qué siento que he visto esto antes?
Había algo en su instinto que le decía que el mundo de las finanzas estaba más ligado a su pasado de lo que imaginaba.
Melisa lo observó en silencio. La forma en que Alexander se comportaba frente a la pantalla, con seguridad y precisión, la hacía preguntarse…
¿Y si realmente era alguien importante antes de perder la memoria?
Pero antes de que pudiera seguir pensando en ello, su alarma sonó.
Era hora de irse al hospital.
—Tengo que irme dijo, levantándose.
Alexander la miró y asintió.
—Nos vemos luego.
Melisa tomó su bolso y se dirigió a la puerta, pero antes de salir, giró la cabeza para verlo una última vez.
—No hagas nada que me haga arrepentirme de haberte dado mi laptop y mi tarjeta, ¿de acuerdo?
Alexander sonrió con diversión.
—Prometo no arruinarte la vida financiera.
Ella rodó los ojos y salió de su casa.
Pero mientras cerraba la puerta detrás de ella, tenía preocupación por lo que fuera a pasar más adelante, al fin se fue al hospital con su carrito viejito..