Mi nombre es Alexander Dy Galyz, hijo mayor de Violeta de Dy Galyz, más conocida como "La Rosa Negra", la poderosa y enigmática líder colombiana radicada en Monza, Italia. Soy consciente de que mi historia está entrelazada con la de mi madre, una mujer que ha dejado una huella indeleble en el mundo, tanto en su vida personal como profesional.
A mis 24 años, soy ingeniero de sistemas, y con ello, el sucesor de un legado que mi madre ha construido con esfuerzo, sacrificio y una inteligencia que la ha convertido en una mujer respetada y temida por igual. Mi madre, a sus 41 años, ha logrado lo que pocos pueden imaginar: ha creado un imperio en Italia y ha conseguido un respeto absoluto en los círculos más altos de la sociedad.
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La Revelación en el Contenedor
Alexander Dy Galyz no podía creer lo que veía frente a él. El contenedor estaba lleno de mujeres y niñas, maltratadas, desnutridas, aterradas, apiladas unas sobre otras como mercancías. El aire estaba impregnado con el hedor de la desesperación y el miedo. Nunca imaginó que los carteles del Golfo y Sinaloa llegaran a este nivel de crueldad. Sabía que eran enemigos peligrosos, pero ver con sus propios ojos lo que estaban haciendo lo dejó perplejo y furioso.
Los carteles, conocidos por su tráfico de drogas, ahora demostraban que su maldad no tenía límites. El tráfico de personas era un negocio en el que se habían sumergido con la misma indiferencia con la que distribuían drogas. Las mujeres y niñas que yacían dentro de ese contenedor, sus cuerpos y almas quebrados por el abuso, eran el resultado de su perversión.
Alexander, con el corazón helado por años de violencia y estrategia, se sintió incapaz de apartar la mirada. La rabia se apoderaba de él mientras recorría el lugar, observando el sufrimiento de esas vidas inocentes. Estaba acostumbrado a las traiciones y a la sangre, pero esto era algo que nunca había esperado. La depravación que los carteles habían alcanzado era tan profunda que ni siquiera él, con su experiencia, podía procesar cómo alguien podía llegar a tratar a otro ser humano de esa manera.
Su mente comenzó a trabajar rápidamente. ¿Cómo podía dejar que esto pasara? El peso de lo que había visto no era solo un recordatorio del poder destructivo de los carteles, sino también de la corruptibilidad del mundo en que vivían. Alexander había crecido en un entorno donde la violencia era una moneda de cambio, pero lo que los carteles del Golfo y Sinaloa hacían no tenía justificación. Esta no era una guerra normal, no era solo una cuestión de territorio o dinero. Era la lucha contra el mal absoluto.
"No puedo permitir que esto siga ocurriendo," pensó, apretando los puños. Esta vez no se trataría solo de eliminar a los enemigos. Esto era personal. Las vidas que habían sido destruidas aquí significaban que su deber era ir más allá de una simple guerra criminal. Los Dy Galyz no solo buscarían la venganza o el control, sino que también harían justicia a las víctimas de esa monstruosidad.
“Esto acaba ahora,” murmuró para sí mismo, su voz un susurro de furia contenida. Mientras sus hombres comenzaban a liberar a las mujeres y niñas del contenedor, Alexander sabía que la guerra que se estaba desatando no sería solo una batalla entre familias criminales, sino una cruzada para erradicar el mal.
La familia Dy Galyz siempre había operado con la ley de la supervivencia, pero ahora era el momento de salvar vidas, no solo de destruir. El imperio que su madre había construido con inteligencia y calculadora frialdad debía ser el escudo que protegiera a los inocentes.
El fin de los carteles estaba cerca. Y esta vez, no solo sería por poder, sino por justicia. Alexander Dy Galyz había visto lo peor del mundo y estaba decidido a cambiarlo, empezando con la caída de los carteles que pensaban que podían jugar con la vida de otros sin consecuencias
