BL.
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Capítulo 18: El comienzo.
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26/05/2025
Realmente se sentía como una bolsa de papas mientras el otro lo cargaba. Su cuerpo pesaba y sus extremidades no respondían; casi sentía como si, en verdad, hubiera sido aplastado por la roca, y lo anterior respecto a Andy salvándolo hubiera sido una mera ilusión.
Las lágrimas silenciosas se derramaron, dejando un rastro pálido al deslizarse por su rostro polvoriento.
Corrieron montaña abajo mientras una nube de polvo se levantaba desde el lugar de la derrumbada cueva. Ya se encontraban en el área en donde siempre era primavera, pero ahora todo estaba marchito, sin vida. El aire ya no era fresco, sino sofocante, por lo cual tuvo que hacer un gran esfuerzo por respirar. No tardaron en llegar a la cerca, estaba rota. A su alrededor había extremidades de guardias, y la sangre creaba charcos en el suelo, donde el cielo se reflejaba en un tono aterrador. Su estómago se revolvió.
Más allá, se dio cuenta de que había una cabina de vigía, esta ahora ardía en llamas que se elevaban unos cuatro metros junto con el espeso humo negro.
Ya no podía pensar si los habían visto ingresar a Moff desde ahí.
—Mi hermano...
¿Dónde estaba?
¿Acaso era alguno de esos tantos cuerpos irreconocibles?
Se apoyó con mucho esfuerzo en el hombro del Ángel y miró a su alrededor; rápidamente, su vista fue tapada por los árboles. En poco tiempo saldrían de ahí. Pero a Alfred ya no le importaba este ser que corría desnudo con él en sus brazos, estaba realmente ansioso pensando en el paradero de Hugo. Su garganta tenía un nudo que le impedía hablar y pensar con claridad.
¿Por qué todo había terminado así?
¿No se supone que solo subirían la montaña y regresarían todos juntos, sanos y salvos?
Se resbaló; su mano tocó sin querer la cicatriz en la espalda contraria y sintió cómo los músculos, ya tensados, se tensaban aún más bajo su palma.
—No te muevas.
—Quiero bajar, tengo que ir por él.
—Tu cuerpo se paralizará —su voz salió entrecortada mientras atravesaba los árboles—. Los hongos...
Alfred lo entendió de inmediato: se dio contra los hongos antes. El micelio de las paredes lo había rodeado, e incluso las esporas lo habían hecho toser. ¿Es por eso que su cuerpo se sentía extraño?, ¿iba a sufrir una parálisis?
—Aun así, ¡no puedo dejarlo!
No podía hacer lo mismo que hizo con Andy.
Al pensar en el joven sonriente, su corazón se encogió y se llenó de amargura.
Intentó moverse, para esta vez descubrir que casi todo su sistema motriz estaba rígido; ya ni siquiera podía apoyarse con esfuerzo en el hombro del Ángel. ¿Así es como todo acabaría?
—¿Voy a morir, entonces? —Hasta su habla era lenta y pausada; entre tanta sacudida, su vista ya comenzaba a adquirir tintes de negro.
—No, esta vez... no lo permitiré —de alguna manera, el agarre del otro en su cuerpo se volvió más fuerte. Alfred quería preguntarle a qué se refería, pero ya no podía emitir ruido. Sus oídos zumbaban, y podía jurar que el otro mencionó algo, pero no logró entenderlo antes de caer inconsciente.
...ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ...
Algo abrió su boca a la fuerza, y un líquido caliente y levemente picoso se vertió en su garganta. Su cuerpo sufrió leves espasmos y tosió mientras abría los ojos. Su garganta se sentía un poco entumecida, por lo cual tragó saliva unas cuantas veces.
—¿Cómo te sientes?
Se giró hacia la voz profunda y lenta, solo para encontrarse con el hombre que hace rato lo cargaba, pasándose el dorso de la mano por sus pálidos labios para quitarse los restos de un líquido oscuro que tenía en la comisura de su boca. Su largo cabello ahora estaba atado en una coleta, e iba vestido con sencillez: un conjunto blanco que acentuaba aún más su palidez.
El Ángel dejó el cuenco sobre la mesa que estaba en una esquina de la habitación en dónde se encontraban, y caminó hasta la cama. Sentándose a su lado, pasó una mano por la mejilla de Alfred, y este sintió un leve cosquilleo antes de tensarse y apartarlo.
Los ojos verdes del otro se suavizaron y bajó su mano.
—Estoy... bien —se sentó con algo de dificultad; su cuerpo aún estaba un poco entumecido, pero por lo menos ya podía sentirlo. Enterró su cara en las palmas de sus manos, y los sucesos de hace unas horas se repitieron en su mente sin cesar: la cueva, el Ángel, la traición de Bea, la muerte de Andy, su hermano desaparecido—. ¿Dónde estamos? —Ni siquiera eso sabía; en este punto se sentía tan perdido. Sus ojos punzaron con lágrimas que amenazaban con salir. Trató de retenerlas, pero fue inevitable. Sus hombros se sacudieron a la par de sus silenciosos sollozos, y una firme mano acarició su espalda de arriba abajo, tratando de darle algo de consuelo.
En verdad dolía.
¿Por qué Andy se había sacrificado para salvarlo? Debió haber insistido con que se quedara. Quizá así todo hubiera resultado de otra manera.
Se llevó una mano al pecho, tratando de tantear el collar que el chico le había dado, pero ya no estaba.
Jamás podría volver a preguntarle algo.
Su sonrisa se desvanecía en sus recuerdos como el polvo cuando soplaba el viento.
—En una posada, aunque no podemos quedarnos por mucho tiempo. Sea ya la vendió.
—¿Sea? —miró rápidamente al Ángel mientras se limpiaba las lágrimas. ¿Estaban en Kerba? ¿Cómo? Tomó al contrario por el cuello de su remera—. ¿Mi hermano está aquí?
El de cabello largo lo miró por un tiempo, y sus cejas se fruncieron mientras asentía. Alfred sintió una oleada de alivio, así como un poco más de tranquilidad. Apartó al otro e inmediatamente se puso de pie; sus piernas temblaban como gelatina. El contrario se levantó igualmente y le tendió la mano para ayudarlo. Sin otra alternativa, aceptó su ayuda.
—Alfred, deberías descansar. Le diré a tu hermano que venga —lo último salió un poco forzado, mientras que su nombre fue pronunciado con un titubeo. Finalmente, se percató de que el contrario estaba hablando en el dialecto de Layare para que entendiera mejor.
—Ya estoy bien. ¿Quién te dijo mi nombre?
—Tú mismo, ayer.
—¿Eh?
—Estabas inconsciente y murmuraste un par de cosas —el agarre del Ángel se volvió más firme mientras lo guiaba fuera de la habitación, y Alfred se percató de que estaba vestido igual que él. Por alguna razón, se sentía como un recluso discapacitado siendo ayudado por su compañero de celda después de recibir una paliza—. Entre todo eso dijiste tu nombre. Te pregunté si así te llamabas y respondiste que sí.
Genial, ahora hablaba incluso cuando dormía.
Sus mejillas ardieron.
—¿Puedes fingir que no oíste nada? —aclaró su garganta mientras el contrario soltaba una suave risa.
Era extraño. ¿Por qué sentía que el descubrimiento de este Ángel no le había afectado tanto como él creía? ¿Más tarde la realidad lo golpearía?
—Por supuesto. ¿Cómo te llamas? —lo miró de reojo—. Yo soy Elast.
Elast.
Jamás había oído un nombre como tal, y por alguna razón sentía que "Elast" le quedaba muy bien.
—Soy Alfred.
—Es más que un gusto —quedó desconcertado por su tono y mirada, pues sentía que así miraría un amante al otro.
Para este punto, ambos ya se encontraban en el piso inferior. Se sorprendió al ver todo en penumbras. Solo una luz estaba encendida tristemente en el centro del hall principal, y el aire depresivo y opresivo era palpable. Ya sabía a qué se debía.
Sus ánimos volvieron a estar por los suelos.
—¿Sabes dónde está Sea?
—En su habitación con Hugo.
Se crispó desde los cabellos hasta los pies y sujetó aún más fuerte la mano de Elast. ¿Su hermano sería capaz de aprovecharse de una situación así?
A veces sentía que no lo conocía en lo absoluto.
—Volvamos a subir, llévame con ellos.
Elast lo ayudó con lentitud y paciencia. Poco a poco fue recuperando sus fuerzas, sus pasos se hicieron más estables y rápidos. Subieron al tercer piso, en donde solo había una habitación; naturalmente, era la de Sea. La puerta estaba tallada con patrones de enredaderas, y no pudo evitar pensar en las enredaderas de sangre que vio en Moff. Un escalofrío recorrió su espalda mientras el Ángel tocaba la puerta.
Unos segundos después, esta se abrió con un suave crujido. Alfred miró la palidez en la tez alguna vez acaramelada de su hermano. Las profundas ojeras debajo de sus ojos detallaban que no había logrado dormir bien. Sacando su aspecto demacrado, sintió una oleada de alivio al verlo. Se zafó de Elast y envolvió a Hugo en un fuerte abrazo.
Alfred no solía abrazarlo. Hugo se quedó momentáneamente desconcertado; luego, movió una de sus manos y frotó su espalda. Este mero acto hizo que el mayor lo apretara más. Había estado tan preocupado por Hugo que realmente se sentía aliviado.
Cuando se separó, descubrió que los ojos oscuros de Sea lo miraban atentamente. Estos tenían un tinte de rojo en la comisura y estaban un poco hinchados.
—Lo lamento mucho... —no sabía qué palabras de consuelo pronunciar. Él casi se había vuelto loco antes por no ver a Hugo. ¿Cómo se estaría sintiendo Sea en este momento?— Él me salvó.
La expresión de la mujer se desdibujó. Alfred esperaba algún arrebato contra él; estaba dispuesto a aceptarlo, pero no sucedió.
—Andy tomó una decisión, la respeto —su tono era bajo y apagado, como si ya no tuviera fuerzas para dejar salir su mal carácter—. ¿Quién hizo esto?
—Loc y una mujer loca.
—Bea —Alfred miró a Elast—. Así se llama la loca —se apresuró a agregar. Aún sentía esta situación un tanto irreal.
La expresión de la chica se ensombreció, lo que le dio a entender que posiblemente ya conocía a ese tal Loc.
—¿Qué querían? ¿Cuál era su objetivo? —habló; su voz se quebró al final. Lo que Sea preguntó también rondaba por la mente de Alf. Miró al Ángel a su lado, sintiendo que él tenía la respuesta.
—Mis alas.
—¿Tus alas?
—Sí, pero no sé muy bien dónde están...
—¿Para qué las buscan?
—No sé...
—¿¡Acaso sabes algo!? Mierda —este arrebato lo tomó por sorpresa. Elast bajó su confundida mirada y Alfred se posicionó a su lado. Hugo lo miró con una interrogante flotando en su cabeza.
—Sea, sé que no es un buen momento..., para nadie —trató de suavizar su voz y controlarla, ya que sentía que podría quebrarse en cualquier segundo—. Pero Elast no tiene la culpa, lo encontramos, estuvo encerrado. Es natural que no sepa por el momento...
—Entonces dímelo tú —lo cortó ella—. ¿Para qué las buscan?, ¿en dónde están?
¿Pero cómo Alfred podría saberlo?
Miró a Elast, un poco conmocionado por alguna razón. Parece que el balde con agua fría finalmente había caído sobre él. Este Ángel era real. ¿Qué otra cosa podría serlo más adelante?
Una sombra psicológica se apoderó de él. Quería apartarse del hombre de cabello largo, pero usó cada centímetro de su voluntad para no hacerlo.
—Calma, tenemos que analizar bien la situación para proceder con cuidado —todos, excepto Elast, miraron a Hugo, sorprendidos de que por fin dijera algo elocuente. Este se avergonzó—. Sea, ¿qué piensas hacer?
—La posada ya la vendí. En dos días, a más tardar, debemos desalojarla. Luego me encargaré de hacer que los hijos de puta paguen por lo que le hicieron a mi hermano —el odio brilló en sus ojos.
—¿Quieres venganza? —Elast habló, sobresaltando un poco a Alfred que estaba a su lado. Miró los ojos verdes sombríos—. Yo también la quiero.