nix es la reina del reino más prospero y con los brujos más poderosos pero es engañada por su madrastra y su propio esposo que le robaron el trono ahora busca venganza de quienes la hicieron caer en el infierno y luchará por conseguir lo que es suyo
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capitulo 3
El aire del bosque era denso y húmedo, cargado con el aroma de la tierra y las hojas en descomposición. Nix avanzaba despacio, cada paso enviando un tirón de dolor a través de su costado, recordándole lo frágil que aún estaba su cuerpo. Pero su espíritu, como siempre, se mantenía indomable. A su lado, Ivar se movía con la gracia silenciosa de alguien acostumbrado a viajar sin ser visto, escaneando el terreno con ojos atentos y una expresión seria.
–Si seguimos este ritmo, no llegaremos al Valle de las Sombras antes del anochecer –comentó él finalmente, con un tono que oscilaba entre la preocupación y la impaciencia.
–Prefiero llegar viva –respondió Nix, su voz firme pero carente de reproche.
Ivar suspiró y se detuvo, girándose hacia ella.
–Escucha, majestad. El valle no es un lugar cualquiera. Los viajeros hablan de sombras que parecen vivas, de ecos que susurran secretos al oído y de criaturas que devoran a los incautos. Si queremos cruzarlo, necesitamos estar en nuestra mejor forma. Y eso significa no arrastrarnos al borde del agotamiento antes de llegar.
Nix lo observó por un momento, calibrando su sinceridad. Aunque no le gustaba la idea de detenerse, tenía que admitir que Ivar tenía razón. Por más que su orgullo le gritara que debía seguir adelante, sabía que enfrentarse a un lugar como el Valle de las Sombras sin estar preparada era un suicidio.
–Bien –cedió finalmente–. Pero no más de una hora.
Mientras Ivar buscaba un lugar seguro para descansar, Nix se dejó caer sobre una roca cubierta de musgo, el aliento escapando de sus labios en un suspiro tembloroso. Cerró los ojos por un momento, dejando que los sonidos del bosque la envolvieran: el susurro de las hojas, el murmullo distante de un arroyo, y algo más… un murmullo apenas audible, como si las mismas sombras estuvieran cantando.
–¿Lo escuchas? –preguntó de repente, abriendo los ojos y mirando a su alrededor.
Ivar, que estaba encendiendo un pequeño fuego, levantó la vista con el ceño fruncido.
–¿Escuchar qué?
–Voces –dijo ella, bajando el tono, como si temiera que hablar demasiado alto pudiera hacerlas desaparecer–. Son… como un canto, pero no puedo entender lo que dicen.
Ivar la miró por un momento, luego volvió su atención al fuego.
–Es el bosque –dijo con indiferencia–. Estas tierras están llenas de ecos y murmullos. Trucos de la mente. Es mejor no prestarles atención.
Nix frunció el ceño, pero no insistió. Sin embargo, no podía ignorar la sensación de que esas voces no eran un simple juego de su imaginación. Había algo profundamente antiguo y poderoso en ellas, algo que la llamaba, como un faro en la oscuridad.
Cuando la hora de descanso terminó, continuaron su camino, internándose cada vez más en el corazón del bosque. A medida que el día avanzaba, la atmósfera se volvía más opresiva. Las ramas formaban un dosel tan denso que apenas dejaba pasar la luz del sol, y el suelo parecía absorber el sonido de sus pasos, envolviéndolos en un silencio casi sobrenatural.
–Estamos cerca –anunció Ivar finalmente, deteniéndose en el borde de un claro. Frente a ellos, un estrecho desfiladero se abría paso entre dos paredes de roca oscura.
El Valle de las Sombras.
Nix sintió un escalofrío recorrer su columna mientras miraba hacia el pasaje. Aunque no podía ver más allá de la entrada, algo en el aire había cambiado. Era más frío, más pesado, y estaba cargado con una energía que hacía que los vellos de su nuca se erizaran.
–¿Estás segura de que quieres entrar? –preguntó Ivar, rompiendo el silencio.
Nix lo miró con determinación.
–No he llegado hasta aquí para darme la vuelta.
Sin más palabras, avanzaron hacia el valle.
El interior del Valle de las Sombras era como un mundo aparte. La luz parecía desvanecerse, reemplazada por un tenue resplandor grisáceo que no tenía una fuente discernible. Las sombras bailaban en las paredes del desfiladero, moviéndose de maneras que desafiaban la lógica. A veces, Nix creía ver figuras humanas entre ellas, pero cuando giraba la cabeza, no había nada allí.
–No te detengas –advirtió Ivar, notando su desconcierto–. Estas cosas se alimentan de dudas y miedos. Si les das poder, te consumirán.
Nix asintió, apretando los dientes mientras seguía adelante. Su herida le ardía más con cada paso, pero se obligó a ignorar el dolor. Su objetivo estaba al otro lado de este lugar maldito, y no iba a dejar que nada la detuviera.
A medida que avanzaban, las voces que Nix había escuchado antes se hicieron más claras. Ahora podía distinguir palabras, aunque no en un idioma que reconociera. Era una lengua antigua, cargada de un poder que parecía resonar en sus huesos.
Finalmente, llegaron a un espacio más amplio, una especie de cámara natural tallada en la roca. En el centro de la sala, sobre un pedestal de piedra negra, descansaba una espada.
La Espada de Lyra.
El arma parecía estar hecha de luz sólida, su hoja brillante pulsando con un suave resplandor plateado. Nix dio un paso hacia adelante, pero Ivar la detuvo, colocando una mano en su brazo.
–Espera –dijo con seriedad–. No confíes en nada aquí.
–¿Qué sugieres? ¿Que la deje? –respondió ella, sacudiéndose su agarre.
–Sugiero que tengas cuidado –insistió Ivar, su tono bajo pero firme–. Estas reliquias suelen estar protegidas por pruebas o guardianes. Nada se entrega gratis.
Nix asintió lentamente y avanzó con cautela, manteniendo su espada desenfundada. A medida que se acercaba al pedestal, las sombras alrededor de la sala comenzaron a agitarse, como si hubieran cobrado vida.
Cuando finalmente tocó la empuñadura de la espada, el mundo a su alrededor se desvaneció.
Se encontró en un paisaje completamente diferente, un vasto vacío iluminado por una luz suave y dorada. Frente a ella, una figura emergió de la nada: una mujer de cabello plateado y ojos que parecían contener estrellas.
–Eres valiente al buscar mi arma –dijo la mujer, su voz resonando como un eco eterno–. Pero el valor no es suficiente para blandirla.
–¿Quién eres? –preguntó Nix, aferrando la espada con fuerza.
–Soy Lyra, la forjadora de esta espada y guardiana de su poder –respondió la figura–. Y tú, Nix de Lumea, debes demostrar que eres digna de portarla.
Antes de que Nix pudiera responder, la luz a su alrededor se intensificó, y de repente, estaba rodeada de sombras que avanzaban hacia ella con garras extendidas.
En el mundo real, Ivar observaba con preocupación cómo el cuerpo de Nix permanecía inmóvil, sus ojos abiertos pero vidriosos. Las sombras alrededor del pedestal se habían vuelto más agresivas, moviéndose como si quisieran alcanzar a la reina caída.
–Date prisa, Nix –murmuró, desenvainando su propia espada mientras adoptaba una posición defensiva.
Sabía que si las sombras lograban tocarla, todo estaría perdido.
En el vacío dorado, Nix luchaba con todo lo que tenía, desenvainando su espada contra las criaturas que la atacaban. Pero por cada sombra que caía, dos más surgían en su lugar.
–No puedes vencerlas con fuerza bruta –dijo Lyra, su voz resonando por encima del caos–. El poder de esta espada no reside en la violencia, sino en la claridad de propósito.
Nix se detuvo, jadeando, mientras las sombras la rodeaban. Cerró los ojos y se concentró, buscando dentro de sí misma la razón por la que había venido. No era solo por venganza, sino por justicia, por su pueblo, por restaurar lo que había sido robado.
Cuando abrió los ojos, la espada en su mano brillaba con una intensidad cegadora. Las sombras se desvanecieron en un instante, y Lyra asintió con aprobación.
–Eres digna –dijo la guardiana, desapareciendo mientras el vacío dorado se desvanecía.
Nix volvió a la realidad, la Espada de Lyra firmemente en su mano. Las sombras del valle se retiraron como una marea, dejando la cámara en un silencio inquietante.
–Lo lograste –dijo Ivar, bajando su espada con una mezcla de alivio y admiración.
Nix asintió, sus ojos aún brillando con la luz de la espada.
–Esto es solo el comienzo –respondió ella.
Y aunque su viaje estaba lejos de terminar, por primera vez desde su caída, sintió que la balanza comenzaba a inclinarse a su favor.
reina y tiene algo q ofrece y te invita a seguir leyendo.me gusta buen libro gracias