¿Crees en el destino? ¿Alguna vez conociste a alguien que parecía tu alma gemela, esa persona que lo tenía todo para ser ideal pero que nunca pudiste tener? Esto es exactamente lo que le ocurrió a Alejandro… y cambió su vida para siempre.
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La conexión inexplicable
El sonido del teclado resonaba en la habitación oscura. Alejandro, con los ojos fijos en la pantalla de su computadora, navegaba por archivos antiguos en busca de cualquier pista sobre los collares. Frente a él, el objeto descansaba sobre la mesa, su brillo tenue reflejando la luz azul de la pantalla. Luna estaba sentada al otro lado de la habitación, revisando documentos impresos que habían encontrado en una biblioteca local.
—Esto no tiene sentido —murmuró Alejandro, pasando una mano por su cabello despeinado—. Cada vez que creo estar cerca de algo, surge otra pregunta.
—Mira esto —dijo Luna, entregándole un papel amarillento con dibujos intrincados de los collares—. Según esto, los collares pertenecían a una antigua orden que creía en la reencarnación y en ciclos de energía que debían ser completados.
Alejandro tomó el papel, analizando los dibujos.
—¿Orden de los Eternos? —leyó en voz alta—. Esto suena como algo sacado de un libro de fantasía.
—Lo sé, pero... ¿y si es real? —preguntó Luna, acercándose a él. Sus ojos brillaban con una mezcla de emoción y temor—. ¿Y si nosotros somos parte de ese ciclo?
Antes de que Alejandro pudiera responder, su teléfono vibró sobre la mesa. Isabel. Se quedó mirando la pantalla, el peso de su doble vida cayendo sobre sus hombros. Luna lo notó y dio un paso atrás.
—Es ella, ¿verdad? —preguntó en voz baja.
Alejandro asintió, sin levantar la mirada.
—No puedo seguir ocultándole esto, pero... ¿cómo explico algo que ni yo entiendo?
—Quizá no deberías decirle nada hasta que sepamos más —sugirió Luna, pero había un leve temblor en su voz, como si no estuviera segura de sus propias palabras.
Alejandro suspiró, ignorando la llamada.
—Esto no es justo para ella... ni para ti.
Mientras tanto, Isabel estaba sentada en su coche, estacionado frente a una dirección que había encontrado en una nota dentro del bolsillo de Alejandro. "Luna", decía, junto con una dirección que la había llevado a un barrio viejo. Sus manos temblaban sobre el volante.
—¿Quién eres tú, Luna? —murmuró, mirando la casa frente a ella.
Con un último suspiro, salió del auto y caminó hacia la puerta. Golpeó con fuerza, decidida a enfrentar lo que fuera que estuviera ocurriendo.
Cuando Luna abrió la puerta, ambas mujeres se miraron fijamente, el tiempo pareció detenerse. Isabel no sabía qué esperaba encontrar, pero la presencia de Luna la desarmó.
—¿Puedo ayudarte? —preguntó Luna, con voz firme pero cortés.
Isabel la miró fijamente, tratando de controlar su furia.
—¿Conoces a Alejandro?
Luna tragó saliva, pero no mostró sorpresa.
—Sí... lo conozco.
—¿Qué tipo de relación tienen? —insistió Isabel, su tono cortante.
Luna dudó, buscando las palabras correctas.
—Es complicado.
—Complicado no es una respuesta —replicó Isabel, cruzando los brazos—. ¿Qué está pasando entre ustedes?
Antes de que Luna pudiera responder, Alejandro apareció detrás de ella, su rostro pálido al ver a Isabel.
—¿Qué haces aquí?
—Eso mismo te pregunto yo, Alejandro —respondió Isabel, con la voz cargada de emoción contenida—. ¿Quién es esta mujer? ¿Qué está pasando?
Alejandro buscó las palabras, pero todo lo que pudo decir fue:
—No es lo que parece.
Isabel soltó una risa amarga.
—Por supuesto que no. Siempre dicen eso.
Luna dio un paso hacia atrás, dándole espacio a la pareja para hablar. Pero en ese momento, el collar que llevaba empezó a brillar débilmente. Alejandro lo notó y sacó el suyo. Para su horror, ambos estaban emanando la misma luz. Isabel lo vio también, su confusión dando paso al miedo.
—¿Qué demonios es eso? —preguntó, señalando los collares.
Antes de que alguien pudiera responder, un ruido fuerte vino desde la calle. Todos se giraron hacia la ventana y vieron un coche negro estacionado, con hombres vestidos de negro bajando rápidamente.
—Nos encontraron —susurró Luna, agarrando el brazo de Alejandro.
—¿Quiénes son ellos? —preguntó Isabel, pero Alejandro ya la estaba empujando hacia la parte trasera de la casa.
—No hay tiempo para explicar —dijo él, agarrando ambos collares—. ¡Luna, vamos!
Corrieron hacia la salida trasera, con los hombres en negro pisándoles los talones. Mientras huían por un callejón, Alejandro miró a Isabel, quien parecía aterrorizada.
—Te lo explicaré todo, te lo prometo. Pero ahora, confía en mí.
Isabel asintió, aunque la traición seguía reflejada en sus ojos.
Llegaron a un edificio abandonado y se escondieron en una sala oscura. Alejandro y Luna se miraron, ambos respirando con dificultad.
—Esto ya no es solo sobre nosotros —dijo Luna, con voz temblorosa—. Es más grande de lo que pensábamos.
Alejandro asintió, sosteniendo ambos collares en su mano.
—Tenemos que descubrir la verdad... antes de que ellos lo hagan.
Los collares comenzaron a brillar con una intensidad sobrecogedora, como si respondieran a una energía invisible. Alejandro y Luna intercambiaron una mirada cargada de miedo y desconcierto.
—¿Qué está pasando? —preguntó Alejandro, pero su voz temblaba más de lo que esperaba.
Luna no respondió; su atención estaba fija en la puerta. Los pasos se hicieron más fuertes, resonando como un eco que hacía vibrar el suelo. Entonces, un golpe seco rompió el silencio, y la puerta se entreabrió con un crujido lento.
—Han venido por nosotros —susurró Luna, sus dedos aferrándose al collar como si fuera su única protección.
Alejandro dio un paso adelante, decidido a enfrentar lo que fuera que estuviera al otro lado, pero el brillo de los collares se intensificó aún más, envolviéndolos en una luz cegadora.
Y antes de que pudiera dar otro paso, una voz profunda y desconocida resonó en la habitación:
—El destino no puede ser evadido.
Un frío helado recorrió su espalda.