Monserrat Hernández es una respetada abogada defensora⚖️. Una tarde como cualquiera otra recibe una carta amenazante📃, las palabras la aterraron; opción 1: observar como muere las personas a su alrededor☠️, opción 2: suicidate.☠️
¿Que tipo de persona quiere dañar a Monserrat con esta clara amenaza mortal?✉️.
Descubre el misterio en este emocionante thriller de suspense😨😈
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(CAPITULO 21) ADIOS SARAH
Después de semanas de trabajar en la librería, rodeada de estantes repletos de historias y sueños, Monserrat había logrado ahorrar suficiente dinero para cumplir su objetivo: viajar a Nueva York. La luz del atardecer se filtraba a través de la ventana, iluminando su rostro determinado mientras contaba los billetes en su pequeño departamento.
Sin embargo, antes de embarcarse en ese viaje, necesitaba tener un encuentro crucial con Julián en la mansión que había pertenecido a Harrison Foster. La ansiedad se agitaba en su pecho al pensar en lo que podría significar ese encuentro para su futuro.
Pero Julián aún estaba fuera de la ciudad, y Monserrat no podía hacer nada más que esperar. La impaciencia la consumía, pero sabía que debía mantener la calma. Su mirada se posó en la foto de John y Emily, las dos personas sin hogar que la habían ayudado cuando estaba empezando a tejer su nueva identidad.
Monserrat decidió aprovechar ese tiempo para visitarlos. Se dirigió al parque donde solían reunirse, caminando entre la brisa suave y el aroma de las flores. La luz del atardecer bañaba el parque, proyectando sombras largas y cálidas sobre el césped.
Al acercarse, vio a John y Emily sentados en el banco, compartiendo una botella de agua y riendo entre sí. Su corazón se aceleró ligeramente al recordar los momentos que había compartido con ellos, momentos que habían sido cruciales en su transformación. Ahora, debía volver a utilizar su identidad como Luna, la persona que ellos conocían y amaban.
Monserrat tomó una profunda respiración y se acercó, sonriendo. "¡John! ¡Emily!" Les dijo, abrazándolos con cariño, mientras se esforzaba por recuperar la esencia de Luna, su antigua personalidad.
— ¡Luna! — respondió John, sonriendo. — ¿Cómo has estado?
— Bien, bien — dijo Monserrat, adoptando el tono y la cadencia de Luna. — He estado trabajando y ahorrando dinero para un proyecto nuevo.
Emily la miró con curiosidad.
— ¿Un proyecto nuevo? ¿Qué es?
— Es un asunto personal — dijo Monserrat, manteniendo la sonrisa de Luna. — Pero pronto lo sabrán.
John y Emily se miraron entre sí, y Monserrat supo que estaban preocupados por ella. Recordaban la vulnerabilidad y la determinación que había demostrado cuando se conocieron.
Después de pasar un rato con John y Emily, la conversación fluyó con naturalidad. Monserrat, aún bajo su identidad como Luna, se interesó por sus vidas desde que se separaron.
— ¿Cómo han estado? — preguntó Monserrat, sentándose junto a ellos en el banco.
— Han sido tiempos difíciles — dijo John, suspirando. — Pero hemos logrado sobrevivir. Encontramos un refugio para personas sin hogar donde podemos dormir y comer.
Emily asintió.
— Y hemos estado ayudando a otros en la calle. Es duro, pero estamos juntos.
Monserrat sonrió, conmovida por su resiliencia.
— Me alegra ver que están bien. ¿Y qué hay de nuevas en sus vidas?
— Pues, conseguimos algunas ropas y objetos en una iglesia local — dijo Emily. — Y John encontró un trabajo temporal en una construcción.
John sonrió.
— Y Emily empezó a dibujar de nuevo. Tiene talento.
Monserrat se emocionó al ver los dibujos de Emily, llenos de vida y color.
— Estos son increíbles, Emily. Deberías exhibirlos.
La conversación continuó, llena de risas y recuerdos. Monserrat se sintió agradecida por ese momento con sus amigos, recordando los momentos difíciles que habían compartido.
Monserrat, con lágrimas en los ojos, sacó de su bolso cuatro paquetes de billetes y se los entregó a John y Emily, dividiéndolos equitativamente entre ellos.
— Quiero que tengan esto — dijo, su voz temblando con emoción. — Es un pequeño regalo por todo el bien que me hicieron durante mi estancia con ustedes.
John y Emily se miraron sorprendidos, sin entender la cantidad de dinero que les estaba entregando.
— Luna, ¿estás segura? — preguntó John, su voz llena de gratitud.
— Sí, estoy segura — respondió Monserrat, sonriendo. — Quiero que puedan tener una vida mejor. Alquilen un departamento decente, encuentren un buen trabajo... Ustedes merecen eso.
Emily abrazó a Monserrat, llorando de alegría.
— Gracias, Luna. Eres un ángel.
John también se unió al abrazo, su rostro lleno de gratitud.
— Nunca olvidaremos esto. Tú siempre serás nuestra amiga.
Monserrat se despidió de ellos, sabiendo que nunca los volvería a ver. Pero también sabía que había cambiado su destino, dándoles una oportunidad para una vida mejor.
Con el corazón lleno de emoción, Monserrat se alejó del parque, lista para enfrentar su futuro como Sarah. La ciudad de Nueva York la esperaba, llena de secretos y desafíos.
Después de despedirse de John y Emily, Monserrat decidió caminar hacia el banco donde guardaba sus objetos y documentos más valiosos. La ciudad de Miami se extendía ante ella, vibrante y llena de vida. El sol de la tarde brillaba sobre los edificios de vidrio y acero, reflejando su luz en las ventanas y creando un espectáculo de colores.
La brisa suave del mar llevaba el aroma de las palmeras y el sonido de las gaviotas, mezclándose con el ruido del tráfico y las conversaciones de la gente que pasaba por la calle. Monserrat caminó por las calles empedadas, observando a la gente que se apresuraba hacia sus destinos, algunos con maletas en la mano, otros con niños pequeños de la mano.
La arquitectura de la ciudad era un crisol de estilos, desde los edificios art déco de South Beach hasta los rascacielos modernos del centro. Monserrat pasó por frente a tiendas y restaurantes que conocía bien, lugares que habían sido su refugio en momentos difíciles.
Después de unos 20 minutos de caminata, Monserrat llegó al banco, un edificio imponente de piedra y vidrio que se erguía en el corazón de la ciudad. Entró en el vestíbulo fresco y silencioso, donde la recepcionista, la señorita García, la recibió con una sonrisa.
— ¡Hola de nuevo! — dijo la señorita García. — ¿En qué puedo ayudarla hoy?
Monserrat sonrió.
— Hola, señorita García. Necesito acceder a mi caja de seguridad.
— Por supuesto — respondió la señorita García. — ¿Puedo ver su identificación, por favor?
Monserrat sacó su licencia de conducir, con el nombre de Sarah, y se la entregó a la señorita García.
— Gracias — dijo la señorita García, revisando la identificación. — ¿Cuál es su código de seguridad y puede mostrarme la llave de su caja, por favor?
Monserrat proporcionó el código y le entregó la llave. La señorita García verificó la información en los archivos y asintió.
— Todo parece en orden, señorita Sarah — dijo. — ¿Desea retirar algo de su caja de seguridad?
— Sí, necesito retirar todos los documentos y objetos que tengo allí — respondió Monserrat.
La señorita García la guió hacia la zona de cajas de seguridad. Monserrat abrió la suya y extrajo los documentos que la identificaban como Monserrat Hernández, junto con el resto del dinero que había guardado allí.
— ¿Necesita algo más, señorita Sarah? — preguntó la señorita García.
— No, gracias. Eso es todo — respondió Monserrat.
— Gracias, señorita García — dijo Monserrat, sonriendo. — Que tenga un buen día.
— De nada, señorita Sarah. Que tenga un buen día también — respondió la señorita García.
Después de salir del banco, Monserrat decidió tomar un taxi para dirigirse a la librería donde trabajaba. El taxi se deslizó por las calles empedadas de Miami, pasando por frente a edificios de estilo art déco y rascacielos modernos. La brisa marina se filtraba por la ventanilla abierta, llevando consigo el aroma de las palmeras y el sonido de las gaviotas.
El taxi se detuvo frente a la librería, un edificio de piedra caliza con una fachada acogedora. Monserrat pagó al taxista y salió del vehículo, sintiendo el calor del sol en su piel.
Al entrar en la librería, Monserrat fue recibida por el aroma a papel y tinta. Su jefe, el señor Gómez, la saludó con una sonrisa desde detrás del mostrador.
— ¡Hola, Sarah! — dijo. — ¿Cómo estás?
Monserrat sonrió.
— Estoy bien, gracias. ¿Y tú?
— Bien, gracias — respondió el señor Gómez. — Sabes, el señor Julián ya volvió del viaje.
Monserrat sintió un escalofrío en la espalda.
— ¿Ah, sí? — dijo, intentando parecer indiferente.
— Sí. Dijo que vendrá pronto por el libro que dejó aquí. Quería terminar de leerlo.
Monserrat asintió, sonriendo.
— Bueno, me alegra saber que está de vuelta.
Pasaron las horas y Monserrat se sumergió en su trabajo, ayudando a clientes y organizando estantes. Cuando su turno terminó, se acercó al señor Gómez.
— Señor Gómez, quería hablar con usted — dijo Monserrat, con una mezcla de gratitud y tristeza.
— Claro, Sarah. ¿Qué pasa? — preguntó el señor Gómez.
— Quiero agradecerle por todo. Ha sido un placer trabajar aquí, pero necesito hacer algunos cambios en mi vida. No podré seguir trabajando aquí — dijo Monserrat.
El señor Gómez la miró con sorpresa y preocupación.
— Entiendo. Te agradezco tu honestidad, Sarah. Te deseo lo mejor en tu nuevo camino — dijo.
— Gracias, señor Gómez. Usted ha sido un jefe increíble — respondió Monserrat.
Con una mezcla de emociones, Monserrat se despidió de la librería y salió a la calle, lista para enfrentar lo que venía próximo.