En la vibrante y peligrosa Italia de 2014, dos familias mafiosas, los Sandoval y los Roche, viven en un tenso equilibrio gracias a un pacto inquebrantable: los Sandoval no deben cruzar el territorio de los Roche ni interferir en sus negocios. Durante años, esta tregua ha mantenido la paz entre los clanes enemigos.
Luca Roche, el hijo menor de los Roche, ha crecido bajo la sombra de este acuerdo, consciente de los límites que no debe cruzar. Sin embargo, su vida da un giro inesperado cuando comienza a sentir una atracción prohibida por Kain Sandoval, el carismático y enigmático heredero de la familia rival.
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08
La tarde había caído más rápido de lo esperado. Kain y Luca se disponían a partir hacia Roma, conscientes de que debían regresar a casa y retomar su vida, intentando ocultar lo que sentían el uno por el otro. Kain se subió a su moto y ayudó a Luca a subirse, entregándole el casco. Una vez listos, partieron sin percatarse de que el trabajador que cuidaba la cabaña estaba ahí desde temprano en la mañana. Él solo se quedó en silencio, observándolos.
En el camino, Luca sentía cómo el aire golpeaba su rostro, una sensación que encontraba enormemente satisfactoria. Amaba esos momentos felices, aunque muy pequeños, junto a Kain. A pesar de las dificultades, cada segundo con él lo hacía sentir vivo.
Pasaron cerca de la costa, y Luca pudo ver el mar a su derecha, extendiéndose hasta el horizonte. La brisa salada y el sonido de las olas chocando contra las rocas le proporcionaron un breve consuelo. Pero al final del camino, a lo lejos, apareció la silueta de la hermosa ciudad que los vio nacer, una señal ineludible de que estaban regresando a casa. Un lugar en el cual no querían estar.
—Kain, ¿no podemos quedarnos un poco más? —preguntó Luca, alzando la voz para hacerse escuchar sobre el ruido del motor.
Kain suspiró, sabiendo que la respuesta que tenía que dar le dolería tanto como a Luca.
—No podemos, Luca. Sabes que tarde o temprano nos encontrarán si no volvemos. Tenemos que ser cuidadosos —respondió Kain, tratando de mantener su voz firme.
Luca asintió, aunque su corazón se hundía con cada kilómetro que se acercaban a Roma. Los momentos que compartieron en la cabaña ya parecían un sueño lejano. La realidad que los esperaba en la ciudad estaba llena de restricciones y peligros.
Finalmente, llegaron a la entrada de Roma. La majestuosa ciudad, con su tráfico y bullicio, los recibió indiferente. Kain sintió un nudo en el estómago, sabiendo que lo que les esperaba no sería fácil. Aparcó la moto en un lugar discreto y ayudó a Luca a bajarse.
—Aquí estamos... —dijo Kain, con voz apagada.
Luca lo miró, sus ojos reflejando una mezcla de tristeza y determinación.
—Sea lo que sea que venga, Kain, lo enfrentaremos juntos —dijo Luca, tomando la mano de Kain con firmeza.
Kain sonrió, aunque sus ojos mostraban una profunda tristeza.
—Sí, juntos —respondió, apretando suavemente la mano de Luca.
Ambos sabían que su amor tendría que permanecer oculto, que cada gesto, cada mirada, tendría que ser cuidadosamente disimulada. Pero en ese momento, bajo el cielo de Roma, encontraron la fuerza en su vínculo, en la promesa silenciosa de que, pase lo que pase, se tendrían el uno al otro.
Kain evitó acercarse a la mansión de los Roche, así que dejó a Luca dos calles más abajo. Después de despedirse de él, siguió su camino a su propia mansión, que no estaba tan alejada de la de los Roche. Llegó y vio a los guardias haciendo rondas de vigilancia como todos los días, solo que esta vez parecía que su padre había aumentado el número de guardaespaldas. Entró por la reja y llevó la moto hasta el garaje de su padre, que estaba lleno de coches de todo tipo, desde los más antiguos hasta los más modernos, además de unas cuantas motos que pertenecían al propio Kain.
Al entrar en la mansión, se armó de valor y escuchó fuertes voces provenientes del salón de reuniones de su padre. Su madrastra, Hana, lo vio y se acercó rápidamente.
—Kain, ¿dónde estuviste todo el fin de semana? —le preguntó, con una mezcla de preocupación y reproche en su voz.
—Le dije a mi padre que iba con unos amigos a la playa, ¿qué pasa? —respondió Kain, intentando mantener la calma.
Hana lo miró aterrada.
—Tu padre está hecho una fiera. Alguien robó un cargamento que llegaba anoche y cree que han sido los Roche.
Kain inmediatamente pensó en Luca y sintió una punzada de preocupación.
—¿Por qué siempre tienen que ser los Roche? Papá es un hombre muy poderoso, tiene más enemigos —dijo, tratando de mantener la neutralidad en su voz.
La mujer asintió.
—Eso le he dicho yo, pero ya sabes cómo es él. Kain, será mejor que no te vea. Puede desquitarse contigo.
—¿Y Javier? ¿Dónde está mi hermano? —preguntó Kain, cambiando de tema.
—Está en su habitación. Le he dado los medicamentos porque ha estado muy alterado con el entrar y salir de personas y los gritos de tu padre lo han puesto mal —respondió Hana, visiblemente preocupada.
Kain se dispuso a subir las escaleras para ver a su hermano, pero en ese momento los hombres comenzaron a salir del salón y Daniel iba detrás de ellos. Al verlo, Daniel lo llamó con voz autoritaria.
—Kain, ven aquí.
Kain miró a Hana y, sin un ápice de miedo, se acercó a su padre. Daniel lo miró de arriba a abajo y le ordenó que entrara en el salón. Kain obedeció, sabiendo que podía esperar lo peor. Una vez dentro, su padre cerró la puerta y lo invitó a sentarse.
—Ya tienes 20 años, Kain, ¿cierto? —comenzó Daniel.
Kain asintió, observando con cautela cada movimiento de su padre.
—Como un adulto, sabrás ciertas cosas —prosiguió Daniel.
—¿Qué quieres que sepa? —preguntó Kain, tratando de mantener la calma.
Daniel agarró el vaso de whisky y lo bebió de un sorbo antes de hablar.
—Hace dos noches esperaba un gran cargamento de armas que entraría por Puerto Seguro. Le pagué a mucha gente para que la encomienda llegara sana y salva a mis almacenes, pero de la nada desapareció. ¿Me dirás qué pasó?
Kain, que nunca se había metido en los negocios de su padre, intentó desviar la sospecha de los Roche.
—Te han engañado esos aliados que crees que tienes, padre. Estoy seguro de que ellos mismos han robado la mercancía para venderla a un mejor postor.
Daniel sonrió, aunque sus ojos mostraban una frialdad inquietante. Kain, aunque temeroso por dentro, mantuvo la calma exterior.
—Creo que tienes razón, y por ser la primera vez que pasa no lo dejaré pasar —dijo Daniel.
Kain se levantó, intentando parecer seguro de sí mismo.
—No te conviene una masacre ahora —sugirió, esperando apaciguar a su padre.
—Hablas como un hombre de negocios, Kain. Muy pronto te llevaré conmigo —respondió Daniel, evaluando a su hijo con una mezcla de orgullo y desconfianza.
Kain asintió, consciente de que su vida estaba a punto de cambiar drásticamente. Mientras salía del salón, su mente seguía con Luca y la preocupación por lo que vendría. Daniel lo observó irse, viendo en su hijo una promesa y un desafío a la vez.