Cuarto libro de la saga colores.
Edward debe decidirse entre su libertad o su título de duque, mientras Daila enfrentará un destino impuesto por sus padres. Ambos se odian por un accidente del pasado, pero el destino los unirá de una manera inesperada ¿Podrán aceptar sus diferencias y asumir sus nuevos roles? Descúbrelo en esta apasionante saga.
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PROMESA
...EDWARD:...
Después de bañarme y cambiarme de ropa bajé al estudio para leer la supuesta misiva de Lean. Hacía ya mucho tiempo que no sabía nada del conde, no desde que fui a su mansión para acabar con nuestra sociedad y me decidí a no acercarme más. Yo no merecía que el conde me recordara y mucho menos que volviera a comunicarse conmigo, era un caballero, a diferencia de mí y aún sabiendo que tuve malas intenciones con su esposa, me trataba como un amigo.
Entré al estudio y tomé la primera carta de la correspondencia.
La abrí y la elegante letra del conde apareció.
— "Saludos, Javier, espero que todo marche bien con el ducado y tu matrimonio, felicidades por ese milagro, me gustaría verte para hablar sobre los nuevos licores que he estado creando, tenías razón, los cambios son necesarios y es por eso que he estado trabajando en sabores diferentes. Como fue tu idea quisiera compartirla contigo y que pruebes mis primeras muestra, espero tu pronta respuesta y una invitación a tu escondida morada en las lejanas tierras de Slindar" — Leí en alto y luego me quedé pensativo.
Lean si se atrevió a tomar mi idea. Sonreí, era muy considerado de su parte, lo justo era no rechazarlo y estaba seguro de que a Daila le iba a encantar tener a su amiga en el palacio.
Caminé tras el escritorio y empecé a escribir una misiva para el conde. Tomé mi anillo del sello y lo plasmé para sellar la carta.
La puerta se abrió y estuve a punto de regañar a Lidia por no tomar en cuenta mis órdenes, pero no era ella, se trataba de Daila, limpia y peinada, con el cabello suelto, atado en la parte superior, dejando sus rizos miel rozando sus hombros, tenía un vestido verde limón.
— Señorita Daila ¿Qué se le ofrece? — Me tensé un poco, tenía que controlar mis impulsos, la señorita me había dado la oportunidad de demostrarle que yo no solo la deseaba, también sentía más, no sabía que era, pero podía averiguar pronto, me gustaba más allá del deseo, me gustaba escucharla, también verla sonreír y cuando se irritaba mucho más.
Jamás había sentido esa atracción hacia esos detalles que no eran carnales.
La observé hasta que avanzó al escritorio, con la carta en mis manos.
— Vine a visitar su lugar de trabajo, mientras está la cena — Observó todo el espacio rudimentario.
— Es un poco oscuro — Dije, siguiendo su mirada — Demasiado aburrido.
— A mí me parece conservador.
— A permanecido así durante varias generaciones — Volví mi vista a los papeles, debía organizar todo.
— ¿Quiere cambiarlo? — Preguntó, sentándose en la silla.
— Sería tedioso mover todo esto a otra habitación.
— Sí, la remodelación puede esperar.
Apoyé mis antebrazos del escritorio.
— ¿Quiere cambiar algo? ¿Su habitación? ¿El vestíbulo? ¿Todo?
— No, me gusta tal cual, aunque se vería más lindo si hubiera lirios y otras flores en los jarrones — Dijo, jugando con una pluma que estaba en el tintero, pasando sus manos por las hebras.
— ¿Lirios?
— Así es.
— ¿Cómo los qué les regalé el día que fui a pedir su mano?
Asintió con la cabeza — Son mis favoritos.
— ¿En serio? — Elevé mis cejas.
— Sí.
— No tenía idea, fue casualidad que le diera esos lirios, me parecieron bonitos.
— Aún así me gustaron — Confesó, con un brillo diferente en sus ojos, me estaba observando con emoción — ¿Esa es la carta que envió el conde? — Señaló, después de un silencio en que nos quedamos observando al otro.
Parpadeé — Es la respuesta, invité a Lean a venir y también a tu amiga Marta.
— Justo estaba pensando en eso, extraño mucho a mis amigas, debería mandar otra carta a mi amiga Roguina — Dijo, emocionada.
— ¿Quién es ella?
— No la conoce, pero ella está casada con O'Brian.
— ¿O'Brian?
Asintió con la cabeza — Sí, O'Brian Adaleón.
Me quedé pensativo, me sonaba el nombre. Abrí los ojos platos cuando me percaté de donde había escuchado ese nombre.
— ¡O'Brian! ¿El carnicero de la Reina Vanessa? — Casi pego un brinco — ¡El criminal!
Daila frunció el ceño.
— No le diga así, el Señor O'Brian es un hombre respetable.
— ¿Respetable? ¿Está segura de qué estamos hablando del mismo hombre?
— Si, el fue hermano de esa reina maníaca, pero ya pagó su condena y es un hombre de bien, si viene Roguina, él también lo hará — Dijo, como si estuviera hablando de un santo.
— No quiero a un asesino en mi casa...
— El Señor O'Brian sabe a quien cortarle el cuello a quien no, no se preocupe, será gentil y amigable, al menos que se le ocurra meterse con su esposa, ese no es como el conde, él si lo cortará en pedazos — Hubo un tono de reproche en sus palabras.
Me enmudecí, pero negué con la cabeza.
— Daila, yo no haré eso — Dije, de forma firme — No volveré a insinuarme ante una dama casada, menos a sus amigas. No puedo y no quiero estar con otra mujer que no sea usted.
Su garganta se agitó, me creía, el brillo en su mirada no mentía.
— Eso está por verse, debe demostrarme que me quiere como usted alega — Dijo, muy firme y seria, le sonreí y estiré mi mano para tomar la suya.
— Lo haré.
— ¿Si invitará a mis amigos?
— De acuerdo, pero escriba la misiva, ya que yo no los conozco — Dije, aunque el nombre de ese sujeto seguía causando un poco de pavor, le entregué una hoja y untó la pluma en tinta, empezo a escribir y me perdí en esa sonrisa que dejó al descubierto.
— Le encantará conocerlos, tienen dos pequeñas — Dijo cuando terminó, doblando el papel y me lo entregó para que lo sellara — También debería invitar al Duque Dorian y a su esposa.
Me paralicé, no sabía quien era peor de esos dos, con solo sus nombres el aire se cortaba.
No recordaba que ese duque era cuñado de Lean. No cual de esos dos seres era peor. El Duque Dorian era conocido por su falta de compasión, por su ferocidad al asesinar y su expresión de muerte, O'Brian fue el despiadado general de los ejércitos, hermano de la mujer más peligrosa y temida de Floris, era un psicópata conocido por sus terribles actos de tortura.
Y Daila parecía muy tranquila, contenta de recibir a semejantes sujetos.
Jamás los había visto en personas, pero se decía que podían hacer orinar en los pantalones hasta al más repugnante de los asesinos.
Yo sabía pelear, pero jamás podría a enfrentar a ese par, nunca había matado y esos dos no les temblaba el pulso, si no les simpatizaba me cortarían el cuello.
Y mi esposa quería recibirlos en la casa.
— ¿También es amiga del duque? — Dije, con preocupación.
— El duque es cuñado del conde y también es amigo de O'Brian, la duquesa es amiga de Roguina y es la cuñada de Marta, todos tienen una estrecha relación y sería grosero de mi parte solo invitar a Lean y a Marta — Dijo, colocando la pluma en su lugar — O'Brian y Roguina son personas agradables, son mis amigos, una vez mis padres se negaron a darle hospedaje cuando lo necesitaban, por eso quiero remediarlo, invitando y abriendo las puertas de mi hogar para ellos — Era muy considerada con sus amigas y eso me cautivaba — La Duquesa Eleana también es una mujer agradable, al igual que el duque, ayudó a Lean cuando Marta fue secuestrada.
No conocía los detalles, pero si escuché algo al respecto.
— Entiendo y lo respeto, puede invitar a quien desee.
Sonrió — Muchas gracias, mi lord.
— Lo que sí no deseo es una celebración, mejor es recibirlos en una reunión privada — Dije, tendiendo otra hoja para que escribiera la misiva a los duques.
— No — Se quejó, haciendo un gesto de desaprobación — No quiero celebración, atraerá a muchos metiches.
— Es cierto, pero aunque no quisiéramos, tendremos que hacer unas en el futuro, somos los duques de Slindar y debemos mostrarnos ante la sociedad.
— Olvidaba esa parte — Suspiró frustrada — Pero la sociedad tendrá que esperar unos dos meses más.
— Le aseguro que se están mordiendo las uñas ahora, dado las circunstancias en las que nos casamos, deben haber muchos rumores que debemos callar — Resoplé mientras ella escribía — Olvidaba que nuestro honor dependía de lo que la gente opinara de nosotros — Me froté la sien — Soy malo para tratar con gente tan hipócrita.
— Ni me lo diga — Daila puso los ojos en blanco — Tuve que morderme la lengua varias veces en las celebraciones — Dobló la misiva — La mayoría de los caballeros son como su primo y sus madres peor.
— No me recuerde a mi primito o vendrá a molestar — Sellé el sobre — Mañana los mandaré con el mensajero.
Daila asintió con la cabeza.
— ¿Por qué su primo no lo quiere? — Preguntó y suspiré pesadamente.
— Por mi forma de vivir.
— ¿Por ser un mujeriego?
Me encogí de hombros — Imprudente en ser un mujeriego, la mayoría de los nobles tienen amantes, pero si son discreto nadie lo cuestiona.
— Él dijo que usted destruyó a su padre.
Me tensé sobre el asiento, Daila me evaluó.
— ¿Cuándo le dijo eso?
— Cuando supo de nuestro compromiso ¿A qué se refería con eso? — Apoyó su codo y descansó la barbilla en su mano.
— Piensa que soy el culpable de su muerte — Entorné una expresión neutral, por dentro mi incomodidad se agitaba.
— ¿Por qué piensa eso?
— Porque mi padre vivía cuestionando mi forma de ser, tuvo un infarto y Erick se empeñó en que la causa fue la angustia que mis actos le provocaban — Dejé la carta en la correspondencia por entregar y empecé a registrar las carpetas.
No iba a decirle que minutos antes de su muerte tuvimos la peor discusión de todas nuestras confrontaciones y que le dió un infarto cuando le grité todo lo que estuve callando todos esos años de desprecio y severidad.
— Pero, culparlo a usted no es coherente, el corazón falla por múltiples razones.
— Algo similar le dije, pero para él soy el único mal que tenía mi padre — Gruñí, sintiendo el enojo que eso me producía.
Se quedó pensativa, observándome hurgar en los papeles.
— Señor Edward ¿Por qué tomó esa vida tan libertina?
Dejé de hurgar en mis papeles y la observé.
— Mero entretenimiento, quizás.
— ¿No le parece que ese entretenimiento es mal sano? — Tantas preguntas me tenían como si estuviera en un confesionario.
Tenía expresión curiosa, no de indignación o desprecio.
— En el pasado no, pero ahora se que no era un entretenimiento, sino un vicio. Todo en exceso es malo y tomarme un tiempo de abstinencia me hizo darme cuenta de ello.
— ¿Es cierto que estuvo en una orgía?
Tensé mis hombros — Supongo que eso también se lo dijo mi primo.
— Solo quiero conocerlo, para eso cambiamos el acuerdo — Entrelazó sus manos — ¿Le gusta esa clase de cosas?
— ¿Sabe lo qué es?
— He oído que es como una fiesta donde la gente busca placer de unas formas un tanto desagradables — No pudo evitar su gesto repugnante — Y libertino.
— Exactamente, pero yo le llamaría más bien una aberración, una inmoralidad que hasta a mí me revolvió el estómago — Sentí el mismo desagrado cuando me vinieron imágenes.
— ¿Por qué se metió en ese lugar?
— Porque era un promiscuo y quería experimentar algo nuevo, pero cuando entré a ese sitio de pecado supe que todo tiene límites y que no deben de cruzarse, esos actos no tienen sentido, solo para ensuciar y pervertir la mente, nada más. Mejor ya no hablemos de esas cosas, mi vida libertina es lo que usted más conoce, me gustaría que viese en mí más que eso, yo soy más que un mujeriego — Rebusqué dentro de uno de los cajones, encontrando el cofre con el anillo de mi madre.
— De acuerdo, pero solo quería aclarar esto, saber que no es un depravado al que le gustan esos actos, me alivia — Suspiró y me levanté, rodeé el escritorio para sentarme en la silla junto a la de ella.
Abrí el cofre — El anillo, es el inicio de mi cortejo hacia usted.
Bajó su mirada, observando el rubí que estaba en el cofre.
— ¿Cortejo?
— Claro, mi lady, yo la voy a cortejar para merecer tenerla como esposa — Dije y se sonrojó ante mi mirada atenta, sonrió, saqué el anillo — Esperemos que el rubí de mi madre le quede como guante y voy a tener que llamar al joyero.
— ¿Es de su madre? — Extendió su mano.
— Sí, es una reliquia.
La deslicé en su mano y suspiró cuando le quedó.
— Es hermoso.
— Es suyo ahora, como yo, soy suyo, Daila — Juré, observándola a los ojos y sus pupilas se agitaron.
Me incliné y la besé.