Claret es una chica con deudas hasta el cuello que intenta superarse, no descansará hasta encontrar un trabajo y dejar su vida de penurias atrás, en su camino se topará con Cillian un hombre millonario que oculta su vida de mafioso detrás de su apariencia de CEO. ¿Qué sucederá cuando sus mundos se entremezclen? Descúbrelo ya. (+18)
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Capítulo 17
...CILLIAN:...
Caí en la tentación, solo una cucharada bastó para desarmar mi fuerza de voluntad.
Me quedé frente a la puerta de esa habitación, debatiendo mis ganas acumuladas y mi razonamiento. Al escuchar el sonido del seguro decidí marcharme, crucé la línea y ya no había vuelta atrás, mi miembro estaba descontrolado por esa chica, quería más y sabía que pronto lo tendría.
No pude dejar de pensar en el beso que le robé ante la prole de los Lambert. Esa boca estaba hecha para mí, suave, pequeña, carnosa y dulce, inmediatamente la probé, sentí un inmenso deseo que danzaba por salir.
La necesitaba lejos, porque en ese momento solo pensé en tomarla sobre la mesa, sin importar si todos en las oficinas escuchaban lo que estaba haciendo.
En la cena ya mi descontrol pendía de un hilo, al sentirla nerviosa y sonrojada, al darme cuenta de que recorría sus ojos por mi boca.
Ella quería lo mismo, pero a diferencia de mí, desconocía lo peligroso, era inocente e inexperta y yo, un maldito ser corrompido por mi padre, que creció entre muertes, drogas, armas y prostitutas.
Una vez empezaba a desear algo, no me cansaba hasta tenerlo y con Claret ya no podía aguantar.
A la mañana siguiente me levanté temprano, después de darle una sacudida a mi dureza, estaba bastante ansiosa desde anoche y no pude contenerme.
Me coloqué una sudadera de color azul oscuro con capucha.
Sinceramente, no tenía ganas de hacer ejercicio, de lo que sí tenía ganas era de placer, placer con Claret.
Pasé por el gimnasio, con la esperanza de verla allí y para mi buena suerte estaba sobre una colchoneta de yoga, haciendo estiramiento de brazos.
Con un pegado leggins de color rosa y un top gris, estaba descalzas y esos delicados pies pequeños estaban expuestos.
Quería lamer esos pies, quería lamer todo de ella.
Saborear mi postre a gusto.
No pude evitarlo, caminé hacia ella por detrás.
Rodeé su cintura y se sobresaltó.
Se giró rápidamente, tratando de salir de mi agarre.
— Buenos días, Claret.
— Señor — Sus mejillas volvieron a ese rico color rosa.
Me incliné y besé su boca, se tensó, temblando con fuerza cuando tiré de su labio inferior y lo chupé.
Se pegó a mí, rendida, con su respiración débil.
Moví mi boca con hambre, no me gustaba ser delicado, solo podía pensar en devorar con descontrol, tomar y controlar a mi antojo.
Le costó respirar y mover su boca, más cuando se la abrí para saborear con mi lengua dentro de su boca, sentí el roce tímido de la suya.
La tomé de las caderas y presioné contra mí.
Logró escapar de mi boca, jadeando con prisa, temblando, sonrojada y con los labios hinchados.
— Espere... — Suspiró cuando quise volver a besarla, colocó sus manos en mi pecho — Aún no han quedado cosas en claro.
Tracé su cintura, reprimiendo las ganas de tocar en todas partes.
— Ya todo ésta claro, nos deseamos ¿Qué hay de malo en tenerse ganas y dejarse llevar? — Incliné mi cabeza y besé su cuello, su respiración se volvió más agitada, mordí sutilmente su piel y luego lamí, se sobresaltó al sentir el toque húmedo de mi lengua.
— Señor...
— Solo tengo veintiocho — Protesté, observándola — Me habla como si fuese un anciano.
— Es mi jefe — Recordó y la besé, se apartó de nuevo — ¿En qué posición me deja?
— No me hable de posiciones cuando la tengo tan cerca.
Se avergonzó ante mi forma directa de hablar.
— ¿Qué quiere? — Se apartó y casi suelto un gruñido, no estaba acostumbrado a que me rechazaran.
— Pensé que eso había quedado claro. Quiero hacerle el amor a cada instante, si usted me deja, por supuesto.
Su pecho se agitó — ¿Y qué pasará con nuestro acuerdo y con los tres meses?
Me acaricié la barbilla — Olvidemos eso por ahora.
— ¿Olvidarlo? Es mi jefe.
— Eso no lo hace prohibido.
— No es correcto.
— Siempre hay relaciones íntimas entre jefes y empleadas.
— ¿O sea qué usted siempre práctica esto? — Se enojó y me quité la capucha de la sudadera.
— No, no lo acostumbro, de hecho es primera vez que hago algo así.
— No le creo — Se cruzó de brazos — Un hombre como usted.
— ¿Un hombre cómo yo?
Se tornó nerviosa — No se haga, es bastante evidente.
— ¿Qué cosa es evidente? — Arqueé las cejas.
— Es guapo.
Elevé una comisura — Que sea guapo, no quiere decir que sea mujeriego, no me gusta meterme con mis empleadas, mezclar el trabajo con la intimidad afecta los negocios, es una regla auto impuesta, antes de que llegara usted, no la rompía jamás.
— Yo no creo en lo que dice.
Me acerqué, tomándola del brazo la empujé contra mi pecho.
La sostuve de la nuca, enterrando mis dedos en su cabello, volví a besarla.
Tomó aire cuando me aparté un poco, rocé mi nariz en la suya.
— Tan solo hasta ayer me observaba y me trataba con indiferencia — Dijo, evaluando mi rostro — ¿Por qué repentinamente cambia...
Tomé sus mejillas — Nunca fui indiferente a usted, solo quería mantener mi postura de jefe, como dije anteriormente, tratarla como mi empleada era lo más adecuado, estoy acostumbrado a ocultar mis emociones, pero con usted, se me está haciendo muy difícil — Tracé su labio inferior con mi pulgar — Cuando quiero algo solo lo tomo y ya — Se tensó de nuevo — Se que no es profesional de mi parte involucrarme de ésta manera con usted y menos obligarla a que me corresponda, pero... — Mi maldita mente se empeñó en mostrarme a su padre.
Era el peor de los egoísta y un infeliz por ignorar que era la hija de uno de los hombres que asesiné.
Volví a besarla, mientras empezaba a tocar su espalda.
Era el peor de los desgraciados.
Mordí sus labios y tiré de ellos.
Rompió el beso — No podré — Me evaluó con firmeza a pesar de sus ojos brillantes y su agitación.
— No saldrá afectada, piense en ello — Dije, tocando su mejilla — A los ojos de todo es mi prometida, su reputación y su vida pública están resguardada gracias a eso.
Volví a besar su cuello y tembló.
— Déjeme enseñarle, mostrarle que en mis manos, se sentirá de una manera que le hará querer más y más — Dije contra su piel y empezó temblar, con necesidad — Quiero que sea mía. Solo mía — Insistí, regando besos en su piel, sus senos estaban erizados y respiraba agitado cada vez más — Puedo ayudarte a calmar el fuego en tu piel — La observé a los ojos y enterró sus manos en la tela de mi sudadera — Solo imagina, yo tocando y besando justo en el lugar donde se acumula tu necesidad — Soltó un jadeo, di pequeños toques con mis labios en su boca, mi voz se hizo más pesada — Luego entraría lentamente, dentro — Su respiración ya no podía calmarse, se pegó más a mí, muy ansiosa — Primero lento y luego rápido, con profundidad...
— Señor Cillian — Dijo alguien en la en la entrada del gimnasio, Claret se apartó, rojo como un tomate, alejándose lo suficiente.
Giré mi vista con una expresión de asesino.
Jean estaba allí.
— ¿Qué haces aquí tan temprano? — Gruñí, mi mal humor se disparó inmediatamente.
— Le traigo noticias.
— ¿Para eso viniste hasta acá?
— Disculpe, pero si no fuera un asunto de relevancia, no lo hubiera molestado.
Observé hacia Claret — La veo luego.
Asintió con la cabeza, distraída.
Caminé y no hablé hasta alejarme lo suficiente con Jean.
— ¿Cuánto tiempo estuviste parado allí? — Exigí, deteniéndome y dándole una mirada fulminante.
Se tensó — Tranquilo, jefe, solo fueron unos segundos.
— ¿Cuántos segundos? — Crucé mis brazos.
— Tres o cuatro, le aseguro que no escuché ni ví nada.
— Más te vale.
Caminamos hacia la sala.
— ¿No va a cambiarse? — Preguntó.
— Tengo un traje en el auto, si esto es tan urgente como para interrumpirme, entonces no tengo tiempo para cambiarme de ropa.
Entramos al ascensor.
— Jefe, atrapé el espía.
Un supuesto cliente del club fue descubierto hurgando en uno de mis estudios, el muy infeliz creyó que hallaría información valiosa sobre mis negocios y mi identidad, sin saber que yo no ocultaba nada en esos lugares, excepto una cámara.
El imbécil era demasiado estúpido para ser un espía del gobierno.
— Excelente noticia.
— No le gustará nada lo que averiguamos de su boca, después de ser golpeado y torturado, no es un espía ni ningún agente — Contó Jean y me tensé — De ser así, no habría hablado nunca, escaneamos sus huellas y su rostro y le pedimos a Durand que averiguara su identidad.
— ¿Qué clase de rata es?
— Estuvo preso por robos menores y conducir bajo efectos de alcohol y drogas.
— ¿Y qué averiguaron?
— Le estaban pagando por descubrir tu identidad.
— ¿Quién? — Gruñí, al borde de mi paciencia.
— El Sir de la mafia.
Le lancé una mirada a Jean.
— Eso no es posible, ese infeliz está muerto.
— Por supuesto que lo está, pero ese idiota no dejó de repetir eso una y otra vez.
— ¿Comprobaron que no estuviese dopado?
— Claro, estaba en conciente, no lo torturamos lo suficiente para que alucinara del dolor.
— ¿Aún está vivo?
— Por supuesto, no lo mataría sin tu autorización y sin que le des una visita primero.
Las puertas del ascensor se abrieron y salí disparado hacia el auto.
Entré rápidamente y salimos del edificio, justo a las afueras de París hacia una de las propiedades más prudentes en una zona rural.
...****************...
— ¿Estudiar? — Se mofó mi padre cuando me presenté en su estudio — ¿Te haz vuelto loco?
Tenía doce años y ya estaba harto, quería escapar de ese mundo horrible en el que estaba metido.
— Pienso que una persona con tanto intelecto como yo puede llegar muy lejos — Dije, sacando algo de mi bolsillo— Construí un prototipo de un micrófono, capta los sonidos y los graba, tiene un tamaño pequeño para esconderse fácilmente, luego podrías escucharla en el ordenador, con el puedes... — Intenté enseñarle lo que tenía en mis manos.
Se levantó con ímpetu y avanzó hacia mí, me golpeó las manos y mi micrófono cayó a la alfombra, lo pisoteó hasta hacerlo trizas.
Me tomó del cabello y tiró de él.
— No pierdas tu tiempo con estupideces.
Me dió una bofetada.
Me acaricié la mejilla y temblé.
— Sigue practicando con el arma, mata a alguien, haz algo productivo.
— Ya sé manejar el arma... Disparé esa vez a aquel hombre... Me he portado como pediste, déjame estudiar...
— Mejor háblame ¿Te gustó la chica que te di para tu cumpleaños? — Preguntó, sonriendo con lujuria — ¿Ya te la follaste?
Pobre chica, estuvo llorando toda la noche en mi habitación, asustada porque fue secuestrada por extraño y obligada a permanecer encadenada junto a mi cama.
No la toqué, pero tal vez otros lo harían.
Quería liberarla, pero mi padre volvería a golpearme como cuando derramé el polvo blanco de su escritorio sobre la alfombra y luego le vertí agua para tratar de limpiarlo.
— La quiero solo para mí, déjala en mi habitación — Dije, mintiendo para tratar de protegerla.
¿Cómo podía pensar en eso cuando yo solo tenía doce años?
— ¿Para qué? Luego ya estará muy usada — Rió el infeliz, fumando otro cigarro mientras se sentaba al borde del escritorio — Conoces las reglas, mantenerla será muy costoso y sino produce nada es un estorbo. La enviaré a uno de los prostíbulos, allí si es útil.
Encajé mis uñas en las palmas de mis manos.
— Me servirá a mí.
— ¿Qué te dije de las mujeres? — Se aproximó — Mírame a los ojos — Elevé mi mirada hacia el rostro cruel de mi padre — Solo sirven para usar y desechar, no te obsesiones o saldrás perdiendo, ejemplo claro, tu madre, me traicionó y te alejó de mí. ¿Cuantas veces tengo que recordarte?
Las puertas se abrieron y la chica que estaba en mi habitación fue arrastrada hacia nosotros.
La pobre sollozaba, temblando, con el labio roto por el golpe que le dieron.
— Dijiste que la enviarías a otro sitio ¿Por qué la sacaste de mi habitación?
— Para enseñarte que con sentimetalimos, solo se pierde.
— No le hagas daño... Déjala...
— ¿Crees que es inocente? — Sacó su arma — La infeliz solo es una mujerzuela, te traicionará si la conservas — Ella me observó, con los ojos llorosos, mi padre colocó el arma contra su cabeza — Es solo un recurso, utilizable, es un negocio, como ella hay miles — La pobre sollozó, suplicando con su mirada.
— Espera, por favor, una noche más...
Mi padre disparó sin contemplaciones y el cuerpo de la chica cayó frente a mí.
— Limpien esto, maldición, ya ensució mi alfombra, cambien todo.
Contuve las lágrimas y la furia, el dolor en mi pecho.
— Mañana tendrás otra mejor — Dijo el infeliz, posando su mano en mi hombro — Sabes, si fábricas una bomba o algún arma, te dejaré estudiar, pero sino, olvídate de jugar al ingeniero.
Mi mirada se quedó perdida en la chica muerta.
A la que prometí ayudar.