Ángel de la Luna, es la mujer más hermosa que he visto en mi vida; es una niña de alta sociedad y yo solo soy su escolta personal.
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RELATOS DE UN AYER DISTANTE
Había pasado una semana desde el inicio de las vacaciones escolares, Emiliano y Alejandro ocupaban su tiempo aprendiendo a conducir un automóvil; Arturo, quien hacía las veces de profesor, les prestaba su envejecido carro para cumplir con el objetivo. Luna de vez en cuándo le escribía para saludarlo, pero no solicitaba sus servicios como escolta. Por su parte, Isabel no se manifestó durante esos días y Emiliano se abstuvo de contactarla.
En la segunda semana de receso, los jóvenes amigos, viajaron para visitar a los abuelos de Emiliano, vivían en un lugar muy apartado. El domingo a las 5:30 de la mañana compraron el tiquete de tren que los llevaría a un recóndito pueblito, lejos de la ciudad. Caminaron en medio de una frondosa vegetación, el sonido atrayente del cantar de las aves, el zumbido incesante de los insectos y el silbido del viento al chocar con las hojas, constituían un armonioso escenario natural. A pocos metros divisaron la casona de dos pisos, construida en tapia y madera, en el corredor algunas sillas y butacos, las paredes adornadas con cuadros de paisajes y reliquias. El perro a manchas negras y blancas con su latido persistente, les daba la bienvenida.
El abuelo ante el escándalo de su fiel compañero, soltaba las herramientas del trabajo campesino, para apresurarse a llegar donde Emiliano. Sus brazos abiertos lo estaban esperando desde hacía mucho tiempo, la abuela con el delantal sobrepuesto en su vestido estampado de flores, salía de la cocina con los ojitos inundados de lágrimas, ¡mi niño, mi niño, has regresado!, Fundidos en un abrazo que parecía interminable construyeron una de las escenas más conmovedoras de ese año.
Alejandro se presentaba, los abuelos en su inmensa simpatía lo abrazaron con un extraordinario cariño, invitándolos a pasar, se sentaban en los butacos del corredor, deleitando un café endulzado con el melado de la caña de azúcar y pan horneado en fogón de leña. Los chicos animados, contaron sus experiencias dentro y fuera de la universidad, lo positivo y lo negativo en ese lapsus de tiempo. Los abuelitos los veían con demasiada ternura, en momentos con angustia y aseguraban que la vida en la ciudad era difícil. Los jóvenes también apreciaron las historias de las vivencias en el campo. Que tarde tan maravillosa, la combinación de los alimentos preparados en leña, las narraciones que incluían, anécdotas, mitos y leyendas de los abuelos y el tono anaranjado del cielo que se posaba en el alto de los cerros, lo convertían en un momento digno de recordar.
La noche llegaba en absoluto silencio, a falta de iluminación, las estrellas se veían perfectamente en el firmamento, una antítesis de la ciudad tan llena de faroles y ruidos por doquier. Emiliano mas hablador que de costumbre, reconstruía un monólogo de su primera infancia en esas apartadas tierras, jugado con los animales de la finca, los niños de la región con los que asistía a la escuela en el alto de la colina, la recolección de los frutos caídos en el suelo y su interés por los deportes colectivos. Todo cambiaría con la partida de mamá, la timidez y la introversión acecharian con más fuerza, incluso se alejaría de otras personas.
En la madrugada Emiliano en compañía de Alejandro y otros trabajadores de la finca, se alistaron para ayudar en los oficios del campo, ordeñar las vacas, recoger los huevos, alimentar a los cerdos, los caballos, los peces e incluso a los conejos, patos y ovejas. La inmensidad de cultivos entre hortalizas, leguminosas, árboles frutales y plantas aromáticas, era tal, que en verdad había mucho trabajo.
Llegando la tarde, Emiliano le preguntaba tímidamente a su amigo si deseaba conocer a su madre, con su respuesta afirmativa, se encaminaron a una de las habitaciones de la casa, allí encontró un viejo retrato en medio de un altar rodeado de velas y flores.
-Tu madre era muy hermosa, tienes sus ojos, de ese infrecuente tono gris azulado.
Complacido le sonreía apaciblemente, - Me parezco a mamá, aunque también a papá. Ciertamente, su cabello castaño claro ondulado, eran el mismo de su padre, comprobó esto, al ver un retrato colgado de la pared del día de su matrimonio.
Con un ramo de lirios (Las flores que le gustaban a su madre) se encaminó con Alejandro para el cementerio, la lejanía del lugar, los obligó a viajar a lomo de caballo. Cruzaron por una extensa llanura que contenía un sin fin de tumbas, algunas completamente olvidadas cubiertas por malezas y musgos. Emiliano se detuvo frente a una lápida en forma de cruz que sobresalía del suelo, las letras grabadas en color marrón tenían inscritas el nombre de Emilia Herrera y un epitafio que decía:" Mi amor por ti será inmortal y permanecerá conmigo hasta que el último aliento de mi vida expire, después de eso, quizá, podré volver a verte". Se arrodilló a colocar los lirios, un disimulado gimoteo se percibía sutilmente proveniente del sepulcro, sabía que su amigo estaba llorando, aun así, no interfirió con sus emociones, necesario era que desahogara sus pesares y se despidiera una vez más de mamá.
La última noche en la finca, el abuelo sentado en las butacas del corredor conversaba con Alejandro, en la cocina la abuela y si nieto preparaban pan.
-Alejandro, cuida de mi nieto, es un chico frágil, después de la muerte de mi hija y el abandono de su padre, se volvió ensimismado y solitario, pero creo que ahora es un poco mas fuerte y es gracias a ti.
- Disculpe mi intromisión abuelo Tomás, pero... ¿Su hija por qué tomo esa decisión?
-No lo sé con exactitud, no creo que pueda encontrar una respuesta a esa pregunta, tal vez no supe criarla adecuadamente. Emilia era la segunda de cuatro hermanos; se enamoró perdidamente de un joven del pueblo cercano, pero él tenía un compromiso con alguien más, eso no le importó y siguió insistiendo, nosotros no hicimos nada para evitarlo. El chico se interesó fugazmente por Emilia y de un encuentro furtivo concibieron a un niño. El compromiso previó se rompió y las familias decidieron que aquel chico debía casarse con Emilia y así pasó, celebramos una boda, mi niña parecía tan feliz, pero su joven esposo no tanto. Al cabo de unos años, su relación empezó a desmoronarse, él decidió que lo mejor era separarse, pero Emilia se aferraba a ese vínculo. Las discusiones se intensificaban y mi niña todos los días parecía un poco mas decaída y triste. El abuelo cerro los ojos por un instante, recordar traía de vuelta el dolor de la perdida, luego de un suspiro, continuo con su relato. Después de eso, bueno... Ella decidió acabar con su vida. Emiliano y yo la encontramos en su habitación, la casita de ellos quedaba al lado de esta, ya no existe, decidimos destruirla. En los meses posteriores el padre de Emiliano reanudó su compromiso y se marchó con su eternamente amada, dejándome al niño.
Los panes recién horneados llegaban de la mano de Emiliano y la abuela, quienes gentilmente les ofrecían para que degustaran sus habilidades culinarias. Alejandro probando el pan, no apartó la vista de su amigo, detrás de su tímida sonrisa, sé escondía un pasado desolador. "Para algunas personas la vida se atravesaba caminado únicamente sobre afiladas rocas"
Luna tocaba la puerta del despacho, el momento de hablar con su padre había llegado, un semestre postergándolo era suficiente. Entro con cautela y se acomodó en el sillón. Cristián cerró su computadora y se dispuso a escuchar a su hija. Ambos se miraron con intriga, compartían el mismo color de iris, un bellísimo tono azul cielo.
-Se puede saber que necesita la niña que le robo los ojos al papá.
- Papá, ¿me amas?
- Sabes que te amo, ¿por qué lo preguntas?
-¿Me perdonarías si te decepcionara?
- Ángel de la Luna, necesito que me hables con la verdad, ¿qué esta sucediendo?
Ella empezó contándole sobre el cambio de carrera, explicó que la medicina era la mas sublime de las profesiones y desde siempre quizo estudiarla para salvar la vida de otras personas. Odiaba decepcionarlo y por eso lo había escondido por tanto tiempo.
Cristián con un gesto adusto, posaba su estricta mirada en su hija y con voz de mando, bastante autoritario le respondía a su confesión.
-Lo he sabido desde siempre, ¿acaso creíste por un segundo que no me enteraría? No seas tan ilógica, espere el momento propicio en que te dignaras a decirme la verdad, sin embargo, seguías comportándote como una niñita inmadura e infantil. Podría cambiarte de carrera o enviarte a estudiar lejos, aun así no lo haré, lo que sí es seguro, es que no volverás a desobedecerme, acatarás mis palabras tal cual sean pronunciadas. Espero que lo hayas entendido.
Luna en silencio aceptaba la severidad de la reprensión, no miraba directamente a su padre, porque tenía los ojos encharcados. Descarto la idea de comentarle sobre el acoso de su profesor, se decepcionaria aun mas, podría parecer una mentirosa, a decir verdad, Alberto no le había lastimado, ¿con que evidencias podría validar su información?
- Lo siento mucho papá, me abstendre de volver a desobedecerlo, me retiro.
Después de abandonar el despacho de Cristian, Angélica quién se encontraba escuchando la conversación tras la puerta, se acercó a él.
-No tenías por qué ser tan severo con ella, aunque tenga 18 años, hay cosas que todavía no entiende.
-Angélica, yo amo a mi hija pero no puedo permitir que me desobedezca cada que pueda, deseo que su futuro sea brillante y exitoso.
-Entiendo tus intenciones, pero deberías ser mas amable, te dejo para que sigas con tus labores. A punto de abrir la puerta para retirase Cristián la llamaba, ella tan bella como distante se volteaba para él.
- Angélica, ¿ me amas?
-Eres mi esposo, por supuesto que te quiero.
- Mmm, yo si te amo... pero eso ya lo sabes.