Lazos De Fuego Y Hielo

Al principio, intenté mantenerme firme, inmune a lo que estaba haciendo.

Pero con cada movimiento de sus manos, la tensión en mi espalda se fue disipando, y para mi sorpresa, una sensación completamente diferente empezó a surgir.

Algo que no quería admitir, que me hacía sentir confundida y, de alguna manera, vulnerable.

Sus manos eran firmes, pero había una suavidad calculada en sus movimientos. Cada vez que sus dedos se deslizaban por mi piel, era como si conocieran exactamente cómo tocarme, cómo hacer que mi cuerpo respondiera, aunque mi mente tratara de resistirse.

No quería disfrutarlo, pero algo en mí empezó a ceder, casi sin darme cuenta.

Mi respiración se volvió más lenta, profunda, y sentí cómo mi cuerpo, a pesar de mi voluntad, empezaba a relajarse bajo su toque. Intentaba convencerme de que era solo una respuesta física, que no significaba nada.

Pero mis pensamientos se enredaban con cada roce, con cada vez que sus manos recorrían mi espalda.

La incomodidad inicial se desvanecía, reemplazada por una creciente sensación de calidez.

Cerré los ojos un instante, esperando que, si no lo veía, podría mantener el control. Pero su tacto era insistente, envolvente, y, aunque odiaba admitirlo, estaba disfrutándolo.

Patrick no dijo nada, pero lo sabía. Lo sentí en la forma en que sus manos se movían con más confianza, como si hubiera notado el cambio en mi respiración, en mi postura. Sabía que me estaba gustando, y eso lo complacía.

Una parte de mí quería apartarlo, detenerlo antes de que las cosas fueran más lejos. Pero otra parte, esa parte que había comenzado a despertar bajo su toque, no quería que se detuviera.

Me odiaba por sentirme así, pero no podía evitarlo. No con él, no con la forma en que sus manos se deslizaban por mi piel como si supieran exactamente lo que estaban haciendo.

—¿Te sientes bien, Amber? —preguntó en un susurro, su voz baja y cargada de satisfacción.

Abrí los ojos de golpe, obligándome a salir de ese trance en el que me había sumido. No podía dejar que viera lo que estaba ocurriendo dentro de mí.

Sabía que lo estaba disfrutando, y esa era la peor parte. Lo peor era que él lo sabía también.

—Ya es suficiente —dije en voz baja, tratando de sonar firme, pero mi voz tembló ligeramente, traicionándome.

Patrick soltó una pequeña risa, llena de arrogancia, y retiró lentamente sus manos de mi espalda, como si disfrutara prolongando el momento.

—Lo sabía —murmuró, con una sonrisa ladeada—. Sabía que lo disfrutarías.

Me levanté rápidamente, apartándome de él y dándole la espalda para ocultar el rubor en mis mejillas.

Mi corazón latía con fuerza, y no sabía si era por la vergüenza o por el deseo confuso que aún latía en mi interior.

—Puedes irte si quieres —dijo, como si nada hubiera pasado—. Pero sabes que volverás cuando te llame.

Sus palabras me hicieron sentir atrapada. Y lo peor de todo es que tenía razón. Por mucho que quisiera huir, siempre volvería. No solo porque él me lo ordenaba, sino porque, de alguna forma retorcida, una parte de mí ya estaba enganchada a él.

El frío nos había rodeado por completo, y la nieve caía lentamente sobre el pueblo, cubriéndolo todo con una capa blanca y brillante.

A pesar de lo gélido del clima, mi cuerpo se sentía cálido bajo el grueso abrigo de tela de lobo que Jessica nos había traído. Era un gesto tan suyo, siempre preocupada por nosotros, a pesar de sus propios problemas.

Me sentía agradecida, pero también inquieta, porque su rostro traía consigo una carga oscura.

—Tengo que contarles algo —dijo Jessica, su voz temblando ligeramente, mientras David y yo nos sentábamos junto al fuego, tratando de mantener el calor en nuestras manos.

Sabía que lo que fuera que tuviera que decir no sería fácil. David y yo nos miramos, tensos. La nieve seguía cayendo afuera, pero dentro de la casa, el ambiente se volvió aún más pesado.

—Estoy embarazada.

La confesión cayó como un trueno. Me quedé inmóvil, sintiendo un torbellino de emociones. David, sin embargo, reaccionó de inmediato. Se puso de pie de un salto, su rostro endureciéndose con ira.

—¿Dejaste a Ethan y ahora estás embarazada? ¿Qué piensas hacer? —gritó, su voz resonando en la pequeña habitación.

Jessica, con los ojos llorosos, nos explicó que había dejado a Ethan, pero que quería tener al bebé. David, enfurecido, comenzó a advertirle sobre las consecuencias.

Ethan no era cualquier hombre; era un mercader poderoso que no dejaría que esto pasara sin más. Sabíamos lo que era capaz de hacer, y mi hermano no podía aceptar que Jessica estuviera poniendo su vida y la nuestra en peligro.

—No lo haré, David —dijo Jessica, su voz temblando, pero decidida—. No voy a perder a este bebé.

La situación escaló rápidamente. David, cegado por la frustración, empezó a lanzar cosas por la habitación, algunas de las cuales Jessica apenas logró esquivar.

Sentí una punzada de dolor en el pecho al ver a mi hermana derrumbarse en el suelo, llorando asustada.

Me apresuré a abrazarla, tratando de calmarla mientras le susurraba que todo estaría bien, que lo resolveríamos de alguna forma. David, furioso, salió de la casa, dejando tras de sí un silencio insoportable.

—Se irá —me susurró Jessica entre lágrimas—. Sé que se irá por el niño. Y tengo miedo.

Yo también tenía miedo. No sabía qué nos deparaba el futuro, pero una cosa era segura: nuestras vidas estaban a punto de volverse aún más complicadas.

Cuando llegué al castillo esa mañana, envuelta en mi abrigo de tela de lobo, mis pensamientos seguían atrapados en la disputa familiar.

El príncipe Patrick me miró con curiosidad, sorprendido por mi apariencia. Su mirada recorrió mi figura, y noté cómo sus ojos brillaban con una mezcla de admiración y deseo, aunque trataba de disimularlo.

—Te ves diferente hoy —dijo, su voz cargada de esa arrogancia habitual.

Pero yo no tenía energía para responderle. Ni siquiera pude encontrar las palabras para una réplica mordaz como de costumbre.

Solo me quedé en silencio, con la mirada perdida en el fuego del salón, sin importarme nada de lo que él decía. Mi mente seguía con Jessica, con el bebé, con lo que sería de nosotros ahora.

Patrick se dio cuenta de mi falta de atención, lo sentí en su irritación creciente. Pero, en lugar de enfurecerse de inmediato, se quedó en silencio, observándome más de cerca.

—¿Qué te sucede hoy, Amber? —preguntó, su tono menos altivo de lo habitual.

No le respondí. No podía. No quería darle el gusto de saber lo que estaba pasando, de mostrarle que algo me estaba afectando.

Pero mi tristeza y mis preocupaciones eran evidentes, y, aunque no lo admitiera, eso lo desconcertaba.

Durante todo el día, Patrick intentó fastidiarme, lanzándome comentarios que normalmente habrían provocado alguna respuesta de mi parte.

Pero hoy, nada de eso importaba. Estaba atrapada en mis pensamientos, y no le presté atención.

Al final, incluso él pareció darse cuenta de que algo estaba mal, y aunque no lo admitiría, su frustración se mezclaba con una especie de curiosidad que lo impulsaba a mirarme más de cerca.

Cada vez que lo hacía, yo simplemente seguía limpiando, fingiendo que no lo veía, que no me importaba.

Pero sabía que lo estaba observando, sabía que su mirada era más intensa que de costumbre. Y eso solo añadía más confusión a mi ya revuelto estado emocional.

El príncipe Patrick, a pesar de su arrogancia, parecía darse cuenta de que algo había cambiado.