En un futuro distópico devastado por una ola de calor, solo nueve ciudades quedan en pie, obligadas a competir cada tres años en el brutal Torneo de las Cuatro Tierras. Cada ciudad envía un representante que debe enfrentar ecosistemas artificiales —hielo, desierto, sabana y bosque— en una lucha por la supervivencia. Ganar significa salvar su ciudad, mientras que perder lleva a la muerte y la pérdida de territorio.
Nora, elegida de la ciudad de Altum, debe enfrentarse a pruebas físicas y emocionales, cargando con el legado de su hermano, quien murió en un torneo anterior. Para salvar a su gente, Nora deberá decidir hasta dónde está dispuesta a llegar en este despiadado juego de supervivencia.
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Cenizas del viejo mundo
Nora observaba el horizonte con una mezcla de nostalgia y resignación. Desde el mirador de la torre más alta de Altum, se podía ver cómo el mundo se había convertido en una vasta extensión de desolación. El aire se sentía seco, como si las moléculas de humedad hubieran decidido abandonarlo hacía tiempo. Frente a ella, el sol brillaba sin piedad, un astro que alguna vez fue fuente de vida, pero que ahora era testimonio de la catástrofe que había devastado el planeta.
Nora respiró profundamente mientras sus pensamientos se sumergían en los recuerdos del pasado, recuerdos que le habían sido transmitidos por los mayores, aquellos pocos ancianos que aún recordaban los días anteriores a la ola de calor. "El Viejo Mundo" lo llamaban, un mundo donde la tierra estaba cubierta de árboles y el cielo de nubes. Había océanos inmensos, llenos de criaturas que casi nadie de su generación conocía más que por imágenes borrosas y desgastadas. Pero todo eso había cambiado cuando las temperaturas comenzaron a subir sin tregua. Primero fueron los incendios forestales incontrolables, los cuales convirtieron los bosques en páramos carbonizados. Luego, los ríos se secaron, y los océanos comenzaron a evaporarse, dejando un rastro de sal y desesperación.
La humanidad, que siempre había sido tan orgullosa, trató de luchar contra la ola de calor. Crearon enormes refugios subterráneos, intentaron desviar ríos, y algunos incluso intentaron crear sus propios mini-climas controlados. Pero al final, todos sus esfuerzos fueron inútiles. El calor no sólo era implacable, sino que parecía tener vida propia, como si el planeta mismo se hubiera rebelado contra sus habitantes.
Altum, su ciudad, era una de las nueve que había logrado sobrevivir a esa catástrofe. Situada en lo que alguna vez fue la ladera de una gran cordillera, Altum era una de las pocas localidades que, gracias a su elevación, había logrado conservar un poco de agua y algo de vegetación raquítica. Había sido fundada por los que se negaron a rendirse, aquellos que se aferraron a la idea de reconstruir algo sobre las ruinas. Los supervivientes habían erigido barreras alrededor de la ciudad para mantener alejados a los saqueadores, y habían construido enormes cisternas para almacenar cada gota de lluvia que pudieran recoger.
Las otras ciudades también habían encontrado sus propias maneras de sobrevivir, cada una adaptándose a sus circunstancias únicas. Vire, por ejemplo, se encontraba en medio de lo que alguna vez fue un vasto bosque, ahora reducido a un desierto estéril. La gente de Vire había aprendido a cosechar la poca humedad que quedaba en el aire durante la noche utilizando telas finas. Zelus, por otro lado, estaba construida a partir de los restos de una antigua metrópoli. Altas torres de metal oxidado y concreto roto habían sido reutilizadas para crear un sistema de vida vertical, y sus habitantes vivían entre las sombras, protegiéndose del sol.
Para Nora, la vida en Altum no había sido sencilla. Había nacido en el medio de una época convulsa, marcada por la lucha constante por la supervivencia y la presión de los torneos. La elección de un campeón cada tres años era el evento más importante en todas las ciudades. Desde el día en que cumplió diez años, Nora supo que su destino estaba marcado por ese torneo. A su hermano mayor, Eli, lo habían elegido hacía tres años, y aunque Nora nunca llegó a verlo competir, las historias de los que habían presenciado el torneo habían bastado. Sabía que había luchado con todas sus fuerzas, que había llegado hasta la tercera etapa, la sabana, antes de caer. Pero caer no era suficiente. Perder en el torneo significaba perder la vida, y Eli había muerto con honor, o al menos eso era lo que los mayores le repetían a Nora y a su madre.
"Por el honor de Altum", se decía. Aquella frase resonaba cada vez que mencionaban los nombres de los campeones caídos. Pero para Nora, la palabra "honor" había perdido su significado hacía mucho tiempo. Ella no quería morir por honor. No quería que su madre tuviera que sufrir otra pérdida. Sin embargo, la decisión no era suya. Había sido elegida hacía meses, y desde entonces su vida se había convertido en un ciclo interminable de entrenamiento y preparación. Su cuerpo estaba lleno de cicatrices y sus manos eran callosas por las horas que había pasado luchando, escalando y aprendiendo a sobrevivir en condiciones imposibles.
El Torneo de las Cuatro Tierras no era solo una prueba física, sino también una prueba mental y emocional. Era una competencia diseñada para quebrar a los participantes, para hacer que dudaran de sí mismos y de sus propias habilidades. Solo uno podría salir victorioso, y ese uno debía ser capaz de cargar con el peso de la esperanza de toda una ciudad. No había margen para el error, ni para la debilidad.
Nora se apartó del borde del mirador y se dirigió hacia las escaleras de la torre. El viento caliente soplaba contra su rostro, y el sol, que ahora empezaba a descender en el horizonte, bañaba la ciudad con un brillo naranja intenso. En las calles, la gente se movía lentamente, tratando de evitar el calor mientras llevaban a cabo sus tareas diarias. A medida que bajaba, Nora podía escuchar a los niños jugando, sus risas contrastando con la atmósfera pesada del lugar. Los niños aún no entendían el peso de lo que se avecinaba, aún no comprendían lo que significaba ser seleccionada.
Cuando llegó a la base de la torre, Nora se encontró con Lena, una mujer mayor que había estado encargada de su entrenamiento desde el día en que fue elegida. Lena era una mujer dura, con una piel curtida por el sol y unos ojos que parecían ver más allá de la carne, como si pudiera leer los pensamientos de la gente. Ella había sido una campeona en su juventud, y aunque no había ganado el torneo, había sobrevivido lo suficiente como para regresar y servir a su ciudad como entrenadora.
—¿Estuviste pensando en tu hermano otra vez? —preguntó Lena sin siquiera mirarla.
Nora se encogió de hombros, intentando parecer despreocupada.
—Es difícil no pensar en él cuando estoy aquí arriba —respondió—. Eli siempre decía que el mirador era el único lugar donde podía respirar.
Lena asintió y luego señaló hacia el horizonte.
—Mira bien, Nora. Todas esas tierras eran nuestras. Antes del calor, antes de la devastación, toda esa extensión pertenecía a Altum. Cada centímetro que perdimos fue por perder en el torneo, cada fracaso nos costó una parte de lo que éramos. Ahora, lo que queda de Altum pende de un hilo, y tú eres la única que puede evitar que perdamos más.
Nora tragó saliva. No era la primera vez que Lena le decía aquello, pero cada vez que lo hacía, el peso de sus palabras parecía ser mayor. No era solo su vida la que estaba en juego; era el futuro de toda su ciudad. A su alrededor, los habitantes de Altum vivían sus vidas con la esperanza de que ella pudiera hacer lo que su hermano no logró. Pero la esperanza era peligrosa. Podía darles fuerza, pero también podía destruirlos si fallaba.
—No pienses en el honor —le dijo Lena, como si hubiera leído sus pensamientos—. No pienses en lo que tu hermano habría hecho o en lo que los demás esperan de ti. En el torneo, la única ley es sobrevivir. Tienes que ser egoísta, Nora. No habrá lugar para dudas ni para misericordia. Si alguien se interpone en tu camino, lo eliminas. Solo así tendrás una oportunidad.
Nora asintió, aunque en el fondo, no estaba segura de poder hacer lo que Lena le pedía. El torneo comenzaría en pocos días, y el miedo era algo que intentaba suprimir a toda costa. Pero cuando las luces de la ciudad se apagaban y ella estaba sola en su cama, los pensamientos sobre la muerte, la de su hermano y la suya propia, llenaban su mente.
Lena se acercó y la tomó del hombro, obligándola a mirarla directamente a los ojos.
—Eres fuerte, Nora. Más fuerte de lo que crees. No estás sola en esto, y no estás luchando solo por honor. Luchas por la vida de cada persona en esta ciudad. Cada niño, cada anciano, cada uno que aún cree que vale la pena vivir aquí. Cuando estés en ese torneo, recuerda eso. Recuerda por qué luchas.
Nora asintió de nuevo, y esta vez sintió algo diferente en su pecho. Una chispa. No era exactamente esperanza, pero era algo cercano. Era una promesa de que, al menos, haría todo lo posible para que el sacrificio de su hermano no hubiera sido en vano.