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VEINTICUATRO (BL)

VEINTICUATRO (BL)

Status: En proceso
Genre:Diferencia de edad / Posesivo / Romance oscuro / Mi novio es un famoso
Popularitas:2.4k
Nilai: 5
nombre de autor: Daemin

Lo secuestró.
Lo odia.
Y, aun así, no puede dejar de pensar en él.
¿Qué tan lejos puede llegar una obsesión disfrazada de deseo?

NovelToon tiene autorización de Daemin para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

capítulo 6: La jaula del depredador

Dylan seguía aferrado al volante, los músculos tensos, la respiración hecha un desastre. La garganta le ardía de tanto contener gritos, pero no quería darle el gusto. Nathan seguía ahí, apoyado en la puerta abierta, sonriendo como si la carrera hubiera sido un simple entretenimiento.

—Un trato es un trato —repitió con calma, inclinándose lo suficiente para que su sombra cubriera medio asiento.

El corazón de Dylan latía tan fuerte que casi lo ensordecía, pero no apartó la mirada.

—No voy a ir contigo.

Nathan no discutió. Sonrió, ladeando la cabeza como si un niño rebelde acabara de decirle que no quiere hacer la tarea.

—Claro que sí vas a ir. —Alargó la mano y le quitó las llaves del contacto antes de que Dylan pudiera reaccionar. El motor murió, y con él, su último intento de resistencia.

Dylan soltó un insulto entre dientes y trató de recuperar las llaves, pero Nathan fue más rápido. Se incorporó, caminó despacio hacia su coche y abrió la puerta trasera.

—Súbete.

El tono no fue un grito ni una amenaza. Fue peor: era una orden dicha con una calma que no admitía réplica.

Dylan dudó un segundo, mordiéndose el labio. Podía intentar correr, sí. Pero ¿a dónde? Ya lo había intentado y había perdido. El puente, el motor, la gente mirando… todo había quedado atrás con un solo derrape.

Tragó saliva, furioso consigo mismo, y salió del coche. Pasó junto a Nathan sin mirarlo, los puños apretados, con cada paso gritando humillación.

El chofer del tráfico que había frenado más atrás aún los observaba con la boca abierta, como si no pudiera creer lo que veía. Nathan cerró la puerta de Dylan con calma y, antes de subir, se giró hacia aquel curioso.

Una mirada bastó para que el hombre apartara la vista.

El auto negro arrancó de nuevo. Nathan al volante, Dylan en el asiento trasero, con las manos temblando sobre las rodillas. El silencio era asfixiante. Afuera, la ciudad seguía su rutina: vendedores abriendo puestos, estudiantes con mochilas, ejecutivos corriendo tarde a la oficina. Todos libres. Todos menos él.

Nathan rompió el silencio con una frase seca:

—No vuelvas a intentar escapar.

Dylan apretó los dientes.

—¿Y si lo hago?

Nathan se miró en el retrovisor, encontrando sus ojos. Esa sonrisa volvió a aparecer, lenta, peligrosa.

—Entonces será más divertido.

El silencio en el auto era tan pesado que cada respiración de Dylan sonaba como un grito contenido. Mantenía la mirada fija en la ventana, negándose a cruzar los ojos con Nathan reflejado en el retrovisor.

Pero no podía dejar de pensar en su coche. En esa máquina que había sido su única aliada, su libertad, y que ahora había quedado tirada a un lado del puente como un cadáver abandonado.

Apretó las manos sobre las rodillas, con la rabia hirviéndole en la sangre.

—¿Y mi auto? —escupió al fin, sin mirarlo.

Nathan sonrió con apenas un movimiento de labios, como si lo hubiera estado esperando.

—Lo dejarán ahí.

Dylan giró la cabeza de golpe.

—¿Qué? ¡¿Estás loco?! Ese coche es mío. No voy a—

—Ya no te sirve —lo interrumpió Nathan con una calma venenosa—. Ese auto es la ilusión de que podías escapar. Y las ilusiones… se dejan atrás.

Dylan sintió que algo en su pecho se partía. No solo era un coche. Era todo lo que había construido, cada carrera, cada jodida hora en el taller arreglándolo, cada centímetro de orgullo.

—Eres un maldito —murmuró, la voz rota por la rabia contenida.

Nathan no respondió enseguida. Lo dejó arder, lo dejó morderse la lengua de impotencia. Luego, sin apartar la vista del camino, agregó:

—Si tanto lo quieres, haré que lo traigan a la mansión. Pero recuerda esto, Dylan: lo que me pertenece, nunca vuelve a la calle.

La frase lo golpeó más fuerte que un choque frontal. Dylan se hundió en el asiento, apretando los dientes hasta que le dolió la mandíbula. Quiso gritar, golpear la ventana, saltar del coche en movimiento… pero nada de eso cambiaría la realidad.

El auto negro avanzaba como si la ciudad entera se abriera a su paso. Nadie los detenía. Nadie sospechaba. Nadie podía salvarlo.

Cuando por fin atravesaron las rejas de la mansión, Dylan sintió un nudo en el estómago. Las puertas se cerraron detrás de ellos con un sonido metálico que le heló la sangre. Otra jaula.

Los empleados estaban en el jardín y en la entrada, algunos regando plantas, otros limpiando los ventanales. Todos levantaron la vista cuando el coche entró. El murmullo fue inevitable: reconocían a Dylan, el “huésped” que había intentado escapar.

El calor le subió a la cara, no de vergüenza sino de pura furia.

—¿Qué mierda miran? —masculló, bajándose del auto con un portazo.

Nathan ni se inmutó. Bajó con la misma calma elegante de siempre y caminó hacia la puerta principal.

—No los culpes. —Su voz sonó lo bastante fuerte para que los empleados también lo escucharan—. No todos los días ven a un hombre perder una carrera… y su libertad.

Dylan entró sin esperar permiso, con la mandíbula apretada. Se quedó en medio del recibidor, respirando fuerte. Sentía el sudor pegado a la piel y un cansancio que no tenía nada que ver con el cuerpo, sino con la impotencia.

Nathan cerró la puerta detrás de él. Dejó las llaves sobre la mesa y se quitó la chaqueta con la misma calma de siempre. Como si todo lo ocurrido allá afuera hubiera sido un simple trámite.

El silencio se alargó. Dylan lo soportó unos segundos, hasta que explotó:

—¿Qué mierda ganas con esto?

Nathan lo miró de reojo mientras aflojaba los puños de la camisa.

—Ya lo sabes.

Esa respuesta lo encendió aún más. Dylan dio un paso hacia él, señalándolo con un dedo tembloroso.

—No me conoces. No puedes decidir lo que hago con mi vida.

Nathan se giró despacio, ahora sí mirándolo de frente. Su expresión no cambió; no había burla, ni rabia, ni dramatismo. Solo firmeza.

—Y sin embargo, aquí estás.

Dylan se quedó helado. No supo qué contestar. Lo odiaba por esa seguridad. Lo odiaba porque, aunque quisiera gritar, sus propias palabras sonaban débiles en comparación.

Con rabia contenida, lo empujó en el hombro. Nathan no se movió ni un centímetro, pero tampoco reaccionó. Se limitó a observarlo en silencio. Eso lo desconcertó más que cualquier amenaza.

—¿Qué? ¿No vas a hacer nada? —soltó Dylan, con voz áspera.

Nathan arqueó apenas una ceja.

—No necesito.

Esa calma le quemaba más que cualquier golpe. Dylan terminó apartándose, cruzando la sala con pasos rápidos, como si buscara un rincón donde esconder el temblor de sus manos.

Nathan lo dejó avanzar, sin interponerse. Solo dijo, en voz baja:

—De todas formas, no vas a ninguna parte.

Dylan terminó subiendo las escaleras, con la furia aún hirviéndole bajo la piel. No quería verlo, no quería escucharlo. Cada segundo en esa casa era como tener una cadena invisible colgada al cuello.

Nathan lo dejó ir.

Se acomodó en uno de los sillones del salón, encendió un cigarro y lo sostuvo entre los dedos como si acabara de terminar una reunión y no una persecución suicida.

El celular vibró sobre la mesa.

Nathan contestó sin prisa.

—Liu.

—Vaya, primo, ¿así contestas ahora? —la voz sonó con un acento extranjero, relajada pero con un filo oculto.

Nathan sonrió apenas.

—Ethan. Qué sorpresa. ¿Desde cuándo recuerdas que tienes familia?

Del otro lado, una risa seca.

—Desde que el directorio de Hong Kong empezó a mover fichas que no me gustan nada. Pensé que te interesaría saberlo.

Nathan se recostó en el sillón, echando una bocanada de humo.

—Dímelo.

—Hay rumores de que una compañía nueva está entrando fuerte en el mercado de autopartes. No se trata de competencia común, Nathan. Esta gente tiene dinero sucio detrás, y contactos… los mismos que alguna vez jugaban para tu padre.

El gesto de Nathan cambió lo justo: sus labios se tensaron, aunque la calma nunca lo abandonó.

—Entonces no es solo negocio.

—Exacto —respondió Ethan, con un tono más serio—. Y si no lo controlamos, en seis meses estarán en tu pista. O en la mía.

Nathan entrecerró los ojos, en silencio unos segundos. Luego, apagó el cigarro contra el cenicero.

—Manda los nombres. Yo me encargo.

—Sabía que dirías eso —rió Ethan, aunque su voz cargaba una tensión real.

La llamada se cortó.

Nathan permaneció quieto, mirando hacia la escalera donde Dylan había desaparecido minutos atrás.

1
Mel Martinez
por favor no me digas que se complica la cosa no
Mel Martinez
que capitulo
Mel Martinez
me encanta esta novela espectacular bien escrita y entendible te felicito
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