Décimo libro de saga colores.
Después de su tormentoso matrimonio, el Rey Adrian tendrá una nueva prometida, lo que no espera es que la mujer que se le fue impuesta tendrá una apariencia similar a su difunta esposa, un ser que después de la muerte lo sigue torturando.
¿Podrá el rey superar las heridas y lidiar con su prometida? Descúbrelo en la tan espera historia.
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17. El extraño comportamiento
...FREYA:...
— ¿Qué dijo? — Insistió Florence en el camino a nuestras habitaciones, recordé que estaba situada en otra ala y que debíamos separarnos.
— ¿De qué?
— ¿Lo convenciste?
— No, no hablamos demasiado — Corté, eso quería creer, que nuestra conversación solo se limitaba a Polemia y nada más.
El rey se aburrió de la conversación y solo me trató suave para lograr que hablara sobre mi padre, nada más le interesaba.
— ¿Y entonces qué fue todo ese paseo?
— Solo para mostrarnos un poco de la capital.
Florence estrechó los ojos.
— No me parece.
— No hay buenas nuevas, no existe la posibilidad de que el rey ceda — Corté, marchando por mi lado sin esperar que Florence me siguiera.
No estaba de humor, estaba agotada y decepcionada.
...****************...
Las sirvientas me despertaron temprano, me ordenaron que debía levantarme y alistarme, empezaron a prepararme, pregunté varias veces pero no me contestaron.
Cuando estuve lista, me guiaron por el castillo, hacia un salón amplio, pero pequeño.
El rey estaba allí, con una capa blanca y su corona puesta sobre la cabeza.
— Buenos días — Dijo, con formalidad.
— Buenos días.
Observó mi vestido negro, como si desaprobara el color, pero no comentó nada.
— ¿Por qué fui solicitada? — Pregunté, al ver un escenario improvisado, los dos tronos estaban allí, sobre una alfombra dorada, detrás de ella, dos cortinas caían en cascada, con flores y detalles decorativos.
— Nos van a retratar.
— ¿A retratar? — Me sorprendí.
— Es tradición y es un deber.
Su expresión era muy neutral y formal. Su traje dorado, bastante guapo, pero demasiado distante para mi gusto.
— Entiendo.
— Lo que no entiendo es ese color poco vivo — Dijo y me tensé.
— Es un asunto privado.
— No saldrá en el retrato con ese color — Ordenó y me estremecí.
— ¿Por qué no?
— Ordenaré que su ropa sea cambiada, los vestidos que debe llevar deben ser de colores más presenciales y vivos. Por hoy solo pediré que lo pinten con otro tono en el retrato, pero ya no quiero ver que se vista así.
— ¿Qué tiene de malo mi color? — Gruñí, enojada.
— Da un mal mensaje.
Me llené de furia, el rey se alejó y apreté mis manos en puño, sintiendo mis ojos arder.
Las sirvientas me colocaron una capa y un guardia trajo la corona de la reina, yo no me consideraba una verdadera reina así que esa corona no me pertenecía.
Colocó la corona sobre mi cabeza, después de pedir permiso.
Había un hombre hermoso, de piel canela y cabello oscuro, un bigote espeso y ropas pulcras de color café. Estaba cerca del hermoso lienzo, hablaba con el rey.
Me aproximé con cuidado.
— Majestad — Saludó el hombre, haciendo una reverencia galante.
Me evaluó, disimulando su sorpresa.
— Él es el duque Edward Delacroix — Dijo el rey, manteniendo su postura — Es buen retratista, un artista completo.
— Estoy encantado de asumir ésta responsabilidad.
— ¿Retrató la batalla? — Pregunté, sorprendida.
— Oh, así es, veo que conoce mi trabajo — Dijo, sonriente.
— Su majestad se encargó de mostrarme en el museo — Aclaré al ver la mirada de él — Tiene un gran talento.
— Muchas gracias.
— Será mejor que empecemos, estaremos por horas posando para el retrato — Dijo el rey y el duque asintió con la cabeza.
— No demoraré demasiado, solo necesito el tiempo suficiente para capturar los detalles físicos y los semblantes, el resto podré terminarlo sin necesidad de que posen — Dijo, caminando hacia el lienzo, quedándose a la vista para observar más — Ahora, deseo ver posturas firmes, pero no rígidas, expresiones cálidas, pero sin demasiada debilidad.
¿Para qué se molestaba el rey en hacer todo esto? Yo no era una reina, solo un adorno.
Me acerqué a mi puesto y tomé asiento, sopesando las indicaciones.
El rey hizo lo mismo, sentándose a mi lado, parecía estar acostumbrado, se quedó quieto, erguido y firme, con su rostro neutral y serio.
Hice lo mismo.
— Me gustaría que el color del vestido de mi esposa sea diferente — Dijo y volví a enojarme.
El duque observó hacia mí y luego asintió mientras preparaba su carbón para empezar.
Mi lengua quería moverse, intenté frenarla, pero no pude.
— A mí me gustaría conservar el color del vestido. No veo necesario un cambio.
El duque se debatió, el rey me observó de reojo.
— Considero que el color negro no es apropiado para nuestro retrato real, así que su excelencia, use un tono azul — Ordenó él.
— Considero que el negro combina con el traje dorado de su majestad — Espeté, con las manos en mi regreso.
— Yo difiero, el negro es parte del luto y no permitiré que de un sentido diferente a lo que se desea mostrar.
Lo fulminé con la mirada.
— ¿Piensa mostrarlo a toda la plebe?
Él apretó su mandíbula.
— Pueden decidir después, por ahora solo empezaré con el carbón — Dijo el duque, algo tenso — No se muevan por favor.
Me mantuve quieta o eso intenté.
Observé reojo hacia el rey, lo encontré observando con irritación.
¿Qué problema tenía? Hasta hace poco, no había mencionado mis vestidos y su repentina molestia con el color, ahora pretendía hacerlo.
Volví mi vista al frente.
— Relajen sus expresiones — Dijo el duque — Se notan tensos, necesito que sean cálidos y agradables. No queremos dos tiranos.
Me relajé en seguida, me iba a parecer más a la tirana si seguía enojada. Sonreí débilmente incluso.
— Su majestad, eso es perfecto — Dijo él, trazando el carboncillo.
El rey se mantuvo neutral, por un tiempo, solo se escuchó el roce del carbón sobre el lienzo. Las miradas del retratista en los dos, concentrado en su trabajo.
— Su excelencia, tómese su tiempo — Dijo el rey, casi sin mover sus labios.
— ¿Harían el favor de darse la mano? — Preguntó, deteniendo el carboncillo.
— ¿Por qué? — Preguntó Adrian.
— Sería un símbolo de unión, me parece necesario, unos reyes unidos dirigen el reino con más fuerza — Sugirió el duque, ambos nos observamos, no quería darle la mano, no de nuevo.
Por suerte, llevaba guantes.
Él extendió su mano, por encima del reposa brazos, hice lo mismo y tomó mi mano.
Me tensé y me ardió el rostro.
— ¿Así está bien? — Preguntó el rey.
— Perfecto, muy hermoso el rubor de sus mejillas, su majestad, le da un aire más cálido— Dijo el duque, observando hacia mí.
Me avergoncé más.
El rey se acomodó en su trono.
— Por favor, ignore las arrugas — Dijo el rey y me desconcertó — No quiero que se vean plasmadas en el retrato.
El duque asintió a la orden y siguió trabajando.
— ¿Qué arrugas? — Pregunté, pero él ignoró mi pregunta.
El rey aflojó su mano, pero la apreté de vuelta.
Estuvimos posando por tanto tiempo.
— Ya es suficiente — Dijo el duque y me relajé.
— ¿Podemos verlo? — Me emocioné un poco.
— No hasta que este terminado — Dijo el rey, los sirvientes acudieron a él para despojar la capa y la corona.
Las sirvientas hicieron lo mismo conmigo.
Me aproximé al retratista sin hacer caso al rey, observé el lienzo y me sorprendí de ver los bocetos, eran muy parecidos.
— Es maravilloso.
— Gracias, aún no está terminado.
— Pero, el rey no parece él sin esas marcas de expresión — Bajé la voz y el duque observó — No le haga caso, se verá mejor con ellas.
— Su majestad estará disgustado.
— No, puede cambiar el tono de mi vestido como ordenó, así no se sentirá disgustado.
— Está bien — Dijo y me alejé sonriendo.
El rey me observaba.
— Su excelencia, cumpla con las órdenes.
Una mujer de cabellos miel entró al salón, era pequeña, muy hermosa, hizo una reverencia ambos, saludando con cortesía y luego se acercó al duque.
— Es la esposa del duque — Dijo, contestando a mi pregunta silenciosa.
— Ambos son hermosos.
— Ya puede volver a su habitación — Cortó, parecía disgustado.
— No quiero.
— Yo estaré ocupado — Se marchó.
No iba a quedarme de brazos cruzados.
Apreté mis puños y lo seguí sin que pudiera verme.
Llegó a su estudio y entró.
Los guardias me vieron pasar, pero no me detuvieron cuando entré.
El rey me lanzó una mirada mientras se acomodaba en la silla de su escritorio.
— Se atreve a seguirme.
— ¿Qué le ocurre? — Exigí, enojada — No comprendo sus cambios de humor y a decir verdad no pienso tolerar esto.
— No entiendo a que se refiere — Frunció el ceño.
— ¿Quiere que se los explique con bolas de nieve?
— ¿Cómo? — Parpadeó confundido.
No entendió mi expresión Polema.
— Primero su cortante actitud y ahora su mal humor, sus críticas hacia mi vestido... No entiendo.
— No tiene nada que entender, el color negro no se usa para posar en un retrato. Si está de luto lo lamento, pero no puede presentarse así en eventos y obligaciones, así que espero que sea la última vez...
— No hará una diferencia, mi apariencia es suficiente para escandalizar.
— Entonces no le sume un motivo más — Bramó, levantándose.
— Pensé que eso ya no era un problema.
— Sigue siendo un problema.
Sentí un nudo en la garganta.
— Renuncio a la corona — Dije, apretando los puños.
— No puede hacer eso.
— Ya lo hice, en el acuerdo que firmé no me prohibió renunciar — Me crucé de brazos.
— Si usted renuncia se van a complicar las cosas.
— No creo que sea más grave que mi presencia — Dije y soltó una larga respiración.
— Usted no se va.
— No entiendo — Resoplé, cansada — ¿Qué rayos quiere?
Rodeó el escritorio y retrocedí.
Se detuvo y me evaluó.
— No... No me haga decirlo — Dijo, la nuez de su garganta se agitó.
— Majestad, no voy a tolerar más sus arranques.
Caminé hacia la puerta.
Tomó mi brazo y tiró de mí.
Estaba muy cerca de él, tanto que su calidez y fragancia eran más fuertes, me quedé inmóvil, conteniendo la respiración, con la mirada baja.
Su agarre siguió firme.
Mi corazón latía a prisa.
Elevé mi rostro.
El rey me observaba con intensidad.
Esas marcas de expresión en la esquina de sus ojos y labios, en la frente solo lo hacían más guapo, los mechones se le deslizaron al inclinarse.
No quería hablar, no quería arruinarlo.
Mi respiración se volvió más pesada.
El rey parecía estar en el mismo estado que yo, se aproximó otro poco y me estremecí.
Su cuerpo estaba a un centímetro de rozarme y cada latido era más fuerte. Sentía mi piel erizada, mi cuerpo tembloroso.
Se inclinó hacia adelante.
Acercando su rostro al mío.
Cerré los ojos, jadeando.
¿Quería besarme?
Sentí su respiración en mi rostro.
Un poco más.
Mis labios se abrieron.
Todo terminó.
Abrí mis ojos y me sentí como una tonta.
El rey tomó distancia y se aclaró la garganta.
Me giré, salí del estudio.
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Después de días sin tener acercamientos con el rey, casi pude olvidar que nunca recibiría un primer beso, porque él no quiso dármelo.
El ocio solo me hacía enojar, me la pasaba paseando por el castillo, comiendo y leyendo, nada más me entretenía.
Estaban decoraron el castillo con extraños adornos de papel.
Me mantuve caminando con Florence, ella no se molestaba en disimular su aburrimiento.
— ¿Para qué son los adornos? — Pregunté a una sirvienta que iba pasando.
— Para el festival.
— Oh, debe ser el festival del que nos habló el rey — Dijo Florence, más animada.
— No te emociones, tal vez ni nos invitan — Lo comenté en Polemo para no ser grosera.
— ¿Cuándo será? — Preguntó Florence a la sirvienta.
— Hoy en la noche.
Nos cruzamos con la princesa Ania.
— ¿Listas para el festival?
— No lo sé, no nos han mencionado nada — Dije y se desconcertó.
— Pensé que mi hermano las había invitado.
— No lo ha hecho.
Resopló — No necesitan invitación, mi hermano tiene tantas obligaciones que seguramente lo olvidó.
Esperaba que ese fuese el motivo.
El ser rechazada me estaba dejando una desagradable sensación que no quería tolerar por más tiempo.
— ¿Donde será ese festival?
— En el salón real, pero no estará aburrida, el rey lleva a cabo un festival completamente familiar y poco formal, hay entretenimiento, mucha bebida y comida, fuegos artificiales, entre otros espectáculos.
— ¿Fuegos artificiales? ¿Qué es eso?
— Son espectáculos visuales que están hechos de pólvora, ya lo verán en su momento, así que vayan a alistarse, pasaré por ustedes en unas tres horas — Nos animó.
Mi closet estaba lleno de vestidos coloridos, agradecí que respetaran mis ropas negras y no las echaran a la basura.
Decidí colocarme un vestido azul brillante.
Me sentí extraña al tenerlo puesto, el color me hacía lucir diferente, incluso mi piel parecía más colorida.
Tomé un abrigo a juego y Florence me peinó, dejando mechones de cabello sueltos abajo.
— ¿Crees qué esa buena idea abandonar tu luto?
— Es una festividad, por hoy haré la excepción.
Florence llevaba un vestido color rosa, de los mismos que estaban en mi armario.
Nunca me topé con el rey en el pasillo, hoy tampoco pasaría. No planeaba prestarle el mínimo de atención, no después de su rechazo.
Ania pasó por nosotras, llevaba un vestido color perla, no parecía la princesa rebelde.
Bajamos al salón.
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