Gia es una hermosa mujer que se casó muy enamorada e ilusionada pero descubrió que su cuento de hadas no era más que un terrible infierno. Roberto quien pensó que era su principe azul resultó ser un marido obsesivo y brutal maltratador. Y un día se arma de valor y con la ayuda de su mejor amiga logra escapar.
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Capítulo 21 – La calma entre las sombras
Ya había pasado una semana desde el ataque de Roberto. Ya Noa estaba haciendo los trámites para solicitar el divorcio. El domingo despertó con una luz dorada filtrándose por las cortinas del departamento. Era tarde. Desde que Gia había empezado a tomar terapia, había empezado a dormir sin sobresaltos, sin el cuerpo en alerta, sin gritar en sueños.
Esa mañana… en medio del silencio y el sol, caminó descalza hacia la cocina. Sobre la barra, una nota en letra firme:
🗒️"Fui al mercado con tu tía. Volveré con sorpresas para el almuerzo"
^^^Noa.^^^
Gia sonrió. Se preparó un café y lo tomó sentada en la ventana, con las piernas cruzadas y el rostro al sol. Desde allí se veían los edificios de Ciudad Luz, los árboles del parque cercano y el cielo azul, limpio, inmenso.
Por primera vez en años, Gia no sentía miedo. Solo una tranquilidad que no cambiaria por nada. Y ese momento era tan valioso para ella que lo disfrutaba al maximo.
Más tarde, tras una ducha larga y una playlist suave sonando de fondo, tomó una vieja libreta que había traído en su mochila. Entre sus páginas estaban algunos bocetos, palabras sueltas, ideas que alguna vez quiso convertir en arte.
Se sentó en la mesa del comedor, tomó un lápiz y empezó a dibujar.
Primero líneas suaves. Luego curvas más decididas. Un rostro. El suyo. Pero distinto, más fuerte, más libre. Perdió la noción del tiempo.
Cuando Noa y Margaret, regresaron, con bolsas colgando de los brazos y un ramo hermoso ramo de flores, Noa se detuvo en seco al verla. Gia estaba con el cabello recogido en un moño desordenado, la cara iluminada por la luz de la tarde y los ojos fijos en el papel.
—No quería interrumpir —dijo él, sonriendo—. Pero traje tomates frescos y el mejor pan de masa madre de todo el distrito. Declarado por mí, claro.
Ella levantó la vista y le devolvió la sonrisa.
—Hacía mucho que no dibujaba.
—¿Y qué cambió hoy? —pregunto Margaret dándole un beso en la cabeza.
Gia lo pensó un segundo. Luego bajó la mirada al dibujo y respondió con suavidad:
—Creo que… por primera vez, no tengo miedo de lo que salga.
Margaret la abrazo fuertemente.
—Oh mi pequeña, que alegría que estas empezando a salir de ese cascaron.
Luego de que Margaret y Noa prepararon la comida, se sentaron en la mesa y almorzaron los tres en la terraza, entre risas, anécdotas de infancia que contaba Margaret y pequeños silencios que no pesaban. Comieron pan con tomate y aceite de oliva, queso curado, aceitunas, frutas dulces. Una deliciosa lasaña que cautivo el paladar de todos.
Gia se sintió en otro mundo. Uno donde los domingos eran lentos, cálidos, seguros.
Uno donde no había cerraduras dobles ni pasos pesados cruzando el pasillo.
Uno donde la voz que la llamaba no era para gritarle, sino para preguntarle si quería más vino. Uno donde podía hablar cómodamente con su amiga Maleni. Uno donde podía compartir con su tía. Uno donde podía pintar a su antojo. Uno donde podía ser simplemente ella.
Después de comer, Noa se recostó en la hamaca de la terraza con un libro entre las manos. Gia, con la libreta en el regazo, dibujó sus manos sin que él lo notara. Manos que no dolían. Manos que no exigían. Manos que sostenían. Y Margaret estaba horneando la tarta favorita de Gia.
Y en esa tarde de pequeñas cosas, sin sobresaltos ni tensión, Gia entendió algo profundamente poderoso “La libertad no siempre era huir”.