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Mariá: Entre Dos Amores

Mariá: Entre Dos Amores

Status: Terminada
Genre:Romance / Fantasía / Comedia / Hombre lobo / Romance paranormal / Harén Inverso / Completas
Popularitas:52
Nilai: 5
nombre de autor: FABIANA DANTAS

MonteSereno es un pequeño pueblo rodeado de montañas, tradiciones y secretos. Mariá creció bajo la mirada severa de un padre que, además de alcalde, es el símbolo máximo de la moral y de la fe local. En casa, la obediencia es la regla. Pero Mariá siempre vio el mundo con ojos diferentes — una sensibilidad que desafía todo lo que le enseñaron como “correcto”.

La llegada de los hermanos Kael y Dylan sacude las estructuras del pueblo… y las de ella. Kael, apasionado por los autos y el trabajo manual, inaugura un taller que rápidamente se convierte en la comidilla entre los habitantes. Dylan, en cambio, con su aire de CEO y su control férreo, dirige los negocios de la familia con frialdad y encanto. Nadie imagina el secreto que ambos cargan: un linaje ancestral de hombres lobo que viven silenciosamente entre los humanos.

Pero cuando los dos lobos eligen a Mariá como compañera, ella se ve dividida entre la intensidad de Kael y el magnetismo de Dylan. Mariá se encuentra entre dos mundos — y entre dos amores que pueden salvarla… o destruirla para siempre.

NovelToon tiene autorización de FABIANA DANTAS para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 1

Mariá

Al abrir los ojos, me enfrento al techo blanco. El tic-tac del reloj antiguo en la mesita al lado de la cama parece más alto hoy. Respiro hondo. Por la rendija de la ventana, haces dorados de sol cortan la habitación, danzando polvo en el aire.

Por un segundo, todo parece calmo. Pero solo por un segundo.

—¡Mariá! —La voz de mi madre resuena desde abajo como un trueno—. ¡Levántate! ¡Vas con Nena al mercado, niña!

Suspiro. Sin más rodeos, echo las piernas fuera de la cama y camino hasta el baño. El azulejo frío me da la bienvenida, y cuando me miro en el espejo encima del lavabo, allí está ella. Esa sensación.

Como si la muerte estuviera cerca, girando a mi alrededor como una bailarina silenciosa, esperando la señal para tomarme entre sus brazos. Tal vez, cuando ella venga, yo solo diga: "¿Por qué tardaste tanto?".

Parece mórbido, lo sé. Diecisiete años y pensamientos como este. Pero, ¿qué es más mórbido: querer morir o vivir una vida donde eres un fantasma de ti misma?

Me quito el camisón despacio, enciendo la ducha... y, claro, el agua se calienta por dos segundos antes de congelarse.

—¡Ahhh! Óptimo. Genial, Dios. Genial —resoplo, encogiéndome bajo el chorro helado.

La ducha termina como un castigo. Salgo sintiéndome más despierta, pero no menos vacía. Elijo un vestido negro cualquiera —entre tantos otros negros que ocupan mi armario—. Combinan conmigo. Son discretos. Invisibles.

Empiezo a vestirme, tranquila demasiado, cuando escucho nuevamente el grito viniendo de abajo:

—¡Mariá! ¡Por el amor de Dios! ¡Tenemos la inauguración del taller esta noche! Sabes que tu padre odia los retrasos. No quieres irritarlo, ¿verdad?

Pongo los ojos en blanco. Claro. No queremos irritar a papá. Ya he sido golpeada lo suficiente para saber exactamente el tono de voz que antecede al castigo. ¿Otra paliza? Sería solo otra marca. Solo otro recuerdo de que vivir, por aquí, tiene un precio.

¿Vivir para qué? Esa pregunta no me deja en paz.

Un golpe suave en la puerta me paraliza. Trago saliva. El miedo es un viejo conocido, y él ni siquiera necesita golpear; él entra sin pedir.

Pero, esta vez, es solo Nena.

Ella abre la puerta despacio, con esa mirada de madre cansada del mundo.

—Ay, hija mía... no irrites a tu madre con tu padre, niña. Ya sabes... las consecuencias.

Yo solo asiento, los ojos ardiendo, ya amenazando con desbordar.

—Lo sé, Nena. Yo solo... necesito ser perfecta. Siempre perfecta. Aunque, para eso, necesite desaparecer de mí.

Ella suspira, se acerca, sujeta mis manos con firmeza y cariño. Como si, por un momento, mi corazón tuviera donde posarse.

—Vamos, mi niña. Vamos a tomar un aire. Te hará bien.

Asiento una vez más y la sigo.

Esta soy yo: Mariá. La niña que camina, pero no vive. Que existe, pero no está. Que nadie notaría si desapareciera... o muriera.

¿Esperanza? Eso es solo un nombre bonito para la mentira que nos cuentan para continuar. Pero yo lo sé. Yo lo veo. La muerte no me parece un fin malo.

No para mí.

Entonces llego con Nena hasta la sala. Mi madre ya está allí, dispuesta, andando de un lado para otro como siempre, como si estuviera a punto de organizar el mundo entero sola. Nunca se detiene. Nunca respira. Porque, en esta casa, nadie tiene tiempo para sentarse y conversar de verdad. Aquí, todo el mundo usa máscaras que brillan en público y sofocan en silencio.

Hablan tanto de Dios… pero ¿el amor de Él? Ese nunca lo sentí viviendo aquí.

—Estoy yendo, madre —digo, sin ningún esfuerzo en fingir ánimo.

Ella se gira hacia mí con esa mirada afilada que mide cada detalle de mi postura, de mi ropa, de mi tono de voz. La perfección es lo mínimo.

—¡De ojo en ella, Nena! —dice en un tono más alto de lo necesario—. Y tú, Mariá, ni se te ocurra hacer tonterías. No hables con ningún hombre, ¿entendido? Ningún extraño. ¡No quiero saber de escándalos!

Asiento, apretando los labios, pero las palabras escapan antes de que pueda sujetarlas:

—Claro, madre. Seré invisible como siempre. Tal vez ni siquiera debería existir, ¿no es así?

El silencio después de eso pesa.

Nena, siempre rápida en evitar que lo peor suceda, sujeta mi mano con firmeza, casi como una petición silenciosa: no ahora, mi niña, no ahora.

—Ella estará bien, señora. No tardamos en regresar —dice Nena, tirándome gentilmente hacia la puerta antes de que algo más explote.

Al cruzar el umbral, el sol golpea mi rostro con fuerza, como si el mundo allá afuera intentara probar que él aún existe, aunque dentro de mí todo esté nublado.

MonteSereno despierta despacio. Las casas coloridas esconden más secretos que sonrisas. El mercado queda a algunas cuadras, y el camino hasta allá pasa por plazas floridas, murales religiosos y por las mismas personas que me saludan sin nunca mirarme de verdad.

Mientras camino, siento el apretón de la mano de Nena, y él es la única ancla que tengo en ese mar de silencio que grita dentro de mí.

Las calles comienzan a llenarse con los sonidos de la mañana. Risas adolescentes. Pasos apresurados. Mochilas en la espalda, uniformes coloridos, ojos brillando de quien aún cree en la libertad.

Observo todo a mi alrededor como quien asiste a una película que nunca podrá vivir. Mis ojos siguen a aquellos jóvenes. Amistades. Sueños. Conversaciones bobas. Amor quizás. Y, de repente, algo en mí se parte por dentro con un estallido sordo. Un dolor tan silencioso que casi nadie percibiría, pero que me devora.

Yo nunca voy a saber lo que es eso.

Nunca sabré lo que es sentarse en el banco de una escuela y contarle un secreto a alguien. Reír a carcajadas sin pensar en las consecuencias. Ser... simplemente ser.

¿Pero quién soy yo?

¿La verdad? Ya ni siquiera lo sé.

—No aguanto más, Nena... —susurro, con la voz temblorosa, sin conseguir más esconder las lágrimas que ahora caen, calientes y desesperadas.

Siento mi mano resbalar de la de ella, despacio, como si mi voluntad de permanecer aquí estuviera resbalando junto.

Nena me mira con los ojos aguados, intentando sujetar la fuerza que aún me resta.

—Tú aguantas. Aguantas sí, hija. Tú eres fuerte. Siempre lo fuiste…

Trago saliva. Pero no... No lo soy.

—No lo soy, Nena... —digo entre sollozos—. Estoy cansada. Cansada de fingir. De intentar ser perfecta. De vivir solo para agradar. De no poder equivocarme. Perfecta, Nena... siempre perfecta... No aguanto más. No aguanto...

Doy un paso adelante, ciega por las lágrimas, por la desesperación, y entonces oigo.

¡FRENAAAAA!

Un coche. Un grito. El golpe de mi cuerpo en el suelo. El dolor punzante en la pierna. El susto que me paraliza. La adrenalina toma cuenta. Mis ojos parpadean rápido intentando entender lo que ha sucedido.

Oigo voces apagadas, como si vinieran de debajo del agua.

—¿¡Eh!? ¿Estás bien? ¿Estás bien? ¿Te has lastimado? ¡¿Eh, chica?! ¿Nos estás escuchando?

Dos rostros surgen delante de mí. Uno enmarcado por cabellos castaños desordenados, con una chaqueta de cuero oscura, mirada intensa. El otro de traje, sobrio, con ojos grises y fríos como el amanecer.

Parecen preocupados... pero es difícil oír. Mi respiración está descompasada.

Es entonces que mi mirada cruza la calle… y me congelo.

Allí está él.

Mi padre.

Inmóvil. Brazos cruzados. Pequeño sombrero alineado. La mirada clavada en mí como láminas. Un juicio silencioso que ya conozco demasiado bien.

El frío recorre mi espina dorsal. Yo sé lo que esa mirada significa. Yo lo sé.

Me giro de nuevo hacia los dos muchachos frente a mí. Me levanto de golpe, incluso con el dolor, intentando recuperar el control.

Nena ya está a mi lado, su presencia como un escudo. Ella se adelanta:

—Ella está bien, mis jóvenes. No se preocupen, fue solo un susto.

Intento respirar, pero el aire no entra bien. Nena me tira con cuidado por la mano, y seguimos. Pero antes de dar otro paso, miro hacia el otro lado de la calle.

Mi padre continúa allí. Estatua. Mirada fija. Sentencia marcada.

Entonces, me giro discretamente hacia atrás. Los dos muchachos aún me observan. Y en este segundo en que nuestros ojos se encuentran, yo grito internamente:

"Ayúdenme".

El de chaqueta siente. Yo sé que siente.

Él mira a mi padre, como si pudiera oler el peligro. Después, sus ojos vuelven hacia mí; atentos, oscuros, casi salvajes.

Mis cabellos se mueven con la brisa fría. Y en ese instante, algo dentro de mí susurra:

Ellos no son comunes.

Pero no hay más tiempo para pensar. El dolor en la pierna late. El corazón se dispara. Y la certeza viene cruel:

Lo que me espera en casa... es peor que cualquier accidente.

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