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Nuestro Desastre Perfecto

Nuestro Desastre Perfecto

Status: Terminada
Genre:Romance / Comedia / Amor eterno / Completas
Popularitas:837
Nilai: 5
nombre de autor: HopeVelez

🌆 Cuando el orden choca con el caos, todo puede pasar.

Lucía, 23 años, llega a la ciudad buscando independencia y estabilidad. Su vida es una agenda perfectamente organizada… hasta que se muda a un piso compartido con tres compañeros que pondrán su paciencia —y sus planes— a prueba.

Diego, 25, su opuesto absoluto: creativo, relajado, sin un rumbo claro, pero con un encanto desordenado que desconcierta a Lucía más de lo que quisiera admitir.

Carla, la amiga que la convenció de mudarse, intenta mediar entre ellos… aunque muchas veces termina enredándolo todo aún más.
Y Javi, gamer y streamer a tiempo completo, aporta risas, caos y discusiones nocturnas por el WiFi.

Entre rutinas rotas, guitarras desafinadas, sarcasmo y atracciones inesperadas, esta convivencia se convierte en algo mucho más que un simple reparto de gastos.

✨ Una historia fresca, divertida y cercana sobre lo difícil —y emocionante— que puede ser compartir techo, espacio… y un pedacito de vida.

NovelToon tiene autorización de HopeVelez para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 6 – El sofá no es tan grande

Lucía salió de la ducha envuelta en su albornoz, con el pelo todavía húmedo y una mascarilla facial puesta. Caminaba tranquila hacia su cuarto cuando se dio cuenta de algo terrible:

La puerta estaba cerrada.

—¿Qué…? —probó la manilla varias veces. Nada. Estaba atascada.

Diego apareció en el pasillo, bostezando, con una camiseta ancha y pantalón de chándal.

—¿Qué pasa?

—Mi puerta no abre. Creo que la cerradura se ha roto.

Diego probó suerte, empujando con el hombro. La puerta ni se inmutó.

—Definitivamente está encajada.

—Genial. Perfecto. Maravilloso —murmuró Lucía, cruzándose de brazos—. ¿Y dónde se supone que voy a dormir?

Diego sonrió despacio, ese tipo de sonrisa que siempre anunciaba problemas.

—Siempre puedes compartir mi colchón en el suelo.

Lucía lo fulminó con la mirada.

—Ni en sueños.

—Entonces… el sofá. —Se encogió de hombros—. Pero aviso: yo llegué primero.

Minutos después, estaban los dos tirados en el sofá del salón. Era estrecho, incómodo y obligaba a que sus cuerpos quedaran peligrosamente cerca. El respaldo les clavaba en la espalda, las piernas colgaban de manera ridícula y la manta que encontraron apenas alcanzaba a cubrirlos.

Lucía se acomodó lo más pegada al borde que pudo.

—No me toques.

—Relájate, gruñona. —Diego apagó la lámpara—. Prometo mantener mi lado del… bueno, de lo que queda de sofá.

El silencio llenó la habitación. Afuera llovía con insistencia, y el sonido de las gotas golpeando las ventanas hacía todo más íntimo de lo que Lucía habría querido. Se obligó a cerrar los ojos, pero cada vez que respiraba sentía el calor de Diego a su lado, demasiado cerca para ignorarlo.

Diego se giró despacio hacia ella.

—¿Sabes? No eres tan terrible como aparentas.

Lucía apretó los labios, intentando ignorar cómo le latía el corazón.

—Y tú no eres tan insoportable como me esfuerzo en recordar.

Él sonrió. Podía sentirlo incluso sin verlo del todo. Se quedaron mirándose en la penumbra, a escasos centímetros. Por un instante, el mundo pareció detenerse: solo estaban ellos, la manta compartida y la lluvia como telón de fondo.

Entonces, un trueno retumbó y la luz se fue.

Lucía pegó un brinco involuntario y acabó prácticamente encima de Diego.

—¡Ah! —gritó, con el corazón a mil.

Diego contuvo la risa, aunque sus manos se pensaron un segundo como si hubiera dudado entre sostenerla o dejarla moverse.

—Tranquila, es solo la tormenta.

Ella intentó apartarse, pero el sofá era demasiado estrecho. Cada movimiento la acercaba más a él. Se quedaron así, pegados, con la respiración entrecortada, los ojos adaptándose a la oscuridad.

Diego susurró:

—Si quieres, puedes quedarte así.

Lucía se quedó congelada. El calor subía por sus mejillas, y un pensamiento incómodo cruzó su mente: que no era tan mala idea. Pero antes de poder responder, la puerta del pasillo se abrio de golpe.

Javi salió de su cuarto con una linterna en la mano, despeinado y con voz ronca.

—¿Por qué huele a tensión sexual en el salón? —preguntó con tono burlón.

Lucía se levantó de golpe, tropezando con la manta.

—¡Voy a dormir en el suelo!

Diego, todavía recostado en el sofá, sonrió en la oscuridad. Esa sonrisa tranquila, provocadora.

Sabía que, por mucho que lo negara, Lucía cada vez estaba más atrapada en su caos.

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