Cuando Légolas, un alma humilde del siglo XVII, muere tras ser brutalmente torturado, jamás imaginó despertar en el cuerpo de Rubí, un modelo famoso, rico, caprichoso… y recién suicidado. Con recuerdos fragmentados y un mundo moderno que le resulta ajeno, Légolas lucha por entender su nueva vida, marcada por escándalos, lujos y un pasado que no le pertenece.
Pero todo cambia cuando conoce a Leo Yueshen Sang, un letal y enigmático mafioso chino de cabello dorado y ojos verdes que lo observa como si pudiera ver más allá de su nueva piel. Herido tras un enfrentamiento, Leo se siente peligrosamente atraído por la belleza frágil y la dulzura que esconde Rubí bajo su máscara.
Entre balas, secretos, pasados rotos y deseo contenido, una historia de redención, amor prohibido y segundas oportunidades comienza a florecer. Porque a veces, para brillar
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Un respiro.
Rubí despertó con un quejido ronco mientras intentaba moverse. Se sentía molido.
Mal movimiento. Su espalda protestó, su cadera crujió. Se llevó una mano a la frente y cerró los ojos. Aún no se acostumbra a Leo.
—Dios mío, creo que he muerto y vuelto a nacer... cuatro veces. ¿Esto es normal?
La puerta se abrió con ese chirrido suave y familiar. Leo entró con una bandeja en las manos y una sonrisa tan grande que a Rubí le dieron ganas de lanzarle una almohada, pero ni fuerza tenía.
—Buenos días, estrella de cine—saludó Leo, dejándole la bandeja sobre sus piernas—. Te traje desayuno: jugo natural, tostadas, frutas, pancakes y mucho amor. Como me dijiste que te vas quise despedirte a lo grande.
Rubí soltó un bufido.
—Mi amor se fue anoche, en la tercera ronda. —Intentó sentarse, pero un calambre lo dejó paralizado—. ¡Ah! ¡Ay, no! ¡Estoy tullido!
Leo se rió, sentándose a su lado.
—Te dije que descanses. No seas dramático.
—¡No quiero descansar, solo quiero irme! —protestó Rubí mientras sorbía el jugo con cara de mártir. ¿Acaso eres una bestia?
Leo le quitó el vaso y lo reemplazó con un beso en la frente.
—Ya entendí, no te enfades, seré más cuidadoso la próxima vez, llamé a tu asistente por ti, pero debes prometerme que vendrás esta noche.
Rubí lo empujó débilmente en el pecho, pero se rindió a los cinco segundos.
—Bien, pero al menos… masajea algo en lo que él llega. Me siento como si me hubiera pasado un tren encima. Y luego retrocedido.
Leo no necesitó más. Le quitó la bandeja, lo acomodó boca abajo y comenzó a masajearle la espalda con aceites calientes. Rubí soltó un gemido de alivio tan largo que Leo se carcajeó.
—¿Eso fue un gemido o un orgasmo contenido?
—No lo sé. No siento ya la diferencia —dijo Rubí, medio dormido, medio extasiado.
Leo le dijo que lo bañaría para que no se fuera lleno de aceite, lo llevó en brazos hasta el baño y lo puso a un lado. El agua de la ducha ya corría y Rubí trató de mantenerse firme, pero sus piernas temblaban.
—Oh no, no... —Rubí se aferró al lavamanos mientras Leo ajustaba la temperatura del agua—. Me caigo y me parto en dos, lo juro.
Leo lo levantó.
—Tú no te caes. Tú flotas en mis brazos.
Ya bajo el agua, Rubí intentó resistirse a los besos mientras le entregaba la espalda, pero Leo tenía la boca más persuasiva del planeta. Lo besó lento, profundo, hasta que Rubí ya no sabía si estaba en el baño o en un sueño húmedo.
—Leo… no otra vez, por favor… Dijiste que me bañarías no que te bañarías conmigo, eso es trampa—suplicas, con la frente pegada a su pecho.
—Tranquilo, solo quiero abrazarte… Pero también apliélría por dentro una buena limpiadita—susurra Leo con voz ronca solo para molestarlo.
Lo lleva a la habitación, lo seca y Louve mirando su teléfono sin ropa. Totalmente desnudo, se distrajo y abrió las piernas mientras se recostaba. Leo pudo verlo sin filtro.
Leo se acerca se baja los pantalones y se lanza sobre el.
—Dices que no quieres nada y mira como abres las piernas. No me culpes. Tú empezaste.
—No era mi intención provocarte...
Minutos después, Rubí sintió cómo su alma se iba y venía en cada embestida. Su interior estaba suave. Se aferró a las sábanas, arqueando la espalda, mientras su cuerpo ardía en amor dulce y agotador. No pudo evitar enterrarle las uñas a Leo.
—¡Leo! Me… me voy… —gritó, sin aire.
Eyaculó con fuerza, y el vientre de Leo fue su campo de batalla. Leo lo abrazó y continuó hasta venirse dentro con una risa ronca y satisfecha.
Pero Rubí, apenas recuperando la conciencia, se quejó.
—¡Basta! ¡Ya no puedo! ¡No va a salir más nada de mí! —se agarró a la almohada como si fuera el último pedazo de tierra.
Leo, aún dentro, gimió de gusto.
—Dios, Rubí, eres un manantial. Quiero verte más así. Eres como una fuente.
Rubí quería morirse.
—No lo digas de esa forma
—¿Estás vivo?
—Más o menos…
—¿Dolor?
—En todos los planos de la existencia.
—¿Satisfecho?
—... Maldito seas, sí.
Leo sonrió, besándole la nariz.
John apareció con la ropa una hora despues. Y le anunció de un evento de caridad. Rubí aceptó, solo para salir un momento y descansar genuinamente.
Leo quería ir, pero no lo dejo. Le dijo que se quedara y él volvería en la noche.
Ya en la obra de caridad a media tarde las cosas se complicaron un poco. Estaba de lo más bien. Hasta que sintió una mano conocida en la suya.
—Rubí. Qué sorpresa.
Era Nathan. Alto, elegante, y con la misma sonrisa encantadora de hace días.
—Nathan… wow. Qué casualidad —dijo Rubí con voz de actor mal pagado.
—¿Vienes solo?
—No exactamente… —dijo Rubí, justo cuando sentía una mirada penetrante clavarse en su nuca. Volteó. Leo, en traje negro y copa de vino en mano, lo observaba desde la barra.
No le hizo caso. Así que se apareció con él con la excusa de que puede caerse por lo débil.
Nathan apretó su mano.
—¿Cenamos como antes?
Rubí retiró la mano con elegancia forzada.
—Lo dudo. Ya tengo cena... intensa todas las noches.
Nathan siguió sonriendo.
—¿Con el gorila de la barra?
—Es mi entrenador. Cardio nocturno. A voluntad—murmura—...quiero decir mi novio.
Leo apareció como sombra poderosa detrás de Rubí, apoyando una mano baja en su espalda.
—Hola. ¿Amigo tuyo?
—Cenamos hace días —respondió Nathan—. Él tenía mejor postura en ese entonces. ¿te sucede algo Rubí? Parece que un camión te arrolló.
—Ahora se ejercita más. Se esfuerza mucho… cada día y noche —dijo Leo con sonrisa felina.
Rubí se sonrojó hasta las orejas.
—¡Basta los dos! Vamos a fingir que somos adultos civilizados.
Lo arrastró hacia la mesa de donaciones.
—¿Y después? —preguntó Leo.
—Después me llevas a casa, me das un té y no me tocas.
—Ya tengo las toallas listas —susurró Leo—. Y el modo "suave" activado.
Rubí suspiró. John tendría que extender otra licencia médica.
Y Nathan, desde lejos, lo miraba como quien planea su próximo movimiento.