Madelein una madre soltera que está pasando por la separación y mucho dolor
Alan D’Agostino carga en su sangre una maldición: ser el único híbrido nacido de una antigua familia de vampiros. Una profecía lo marcó desde el nacimiento —cuando encontrara a su tuacantante, su alma predestinada, se convertiría en un vampiro completo. Y ya la encontró… pero ella lo rechazó. Lo llamó monstruo. Y entonces, el reloj comenzó a correr.
Herido, debilitado y casi al borde de la muerte, Alan llega por azar —o destino— a la casa de Madeleine, una mujer con cicatrices invisibles, y su hija Valentina, demasiado perceptiva para su edad. Lo que parecía un encuentro accidental se transforma en una conexión profunda y peligrosa. En medio del dolor y la ternura, Alan comienza a experimentar algo que jamás imaginó: el deseo de quedarse, aún sabiendo que su mundo no le permite amar como humano.
Cada latido lo arrastra hacia una verdad que no quiere aceptar…
¿Y si su destino son ellas?
¿Madelein podrá dejar
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capitulo 19
—No llores, por favor... me duele verte llorar —dijo una voz detrás de mí.
Me giré, asustada. Alan estaba de pie, sin camisa, con el pecho vendado. ¿En qué momento se había despertado?
—¿P-pe... pero en qué momento te despertaste? —pregunté, aún sorprendida.
—Hace un minuto. Te vi llorar... y se me apretó el corazón. No lo hagas, me lastimas —respondió con sinceridad.
—Lo lamento —murmuré, bajando la mirada.
—¿Quién es el hombre que está afuera? —preguntó, con una expresión que no supe descifrar.
—Es el papá de mi niña —contesté con voz baja.
—Entonces... ¿eres casada?
—No. Llevamos siete meses separados —expliqué.
—¿Por qué lo dejaste?
—No lo dejé yo. Él me dejó. Me dijo que no me quería y que me dejaría libre, para no hacerme perder el tiempo —sentí que las palabras me dolían más al decirlas.
—Entiendo... Entonces él no merece tus lágrimas.
Desde la sala, la voz de Valentina se escuchó a la distancia:
—¿Con quién conversas, mamá?
—¡Con nadie, papá! Siéntate y habla conmigo —contestó ella rápido, intentando cubrirme.
—Madeleine, ¿dónde estás? —la voz de José sonó más cerca.
—¡Deja de ser así, papá! —replicó Valentina, firme—. Se supone que no la quieres... entonces déjala en paz. Aun si mi mamá tuviera otra persona en su vida, tú ya no tendrías nada que ver con eso. Tú mismo la dejaste libre.
¡Plaa! El sonido de la puerta abriéndose de golpe me hizo sobresaltarme.
—¿Qué se supone que estás haciendo, José? —le dije con rabia contenida.
—Así que... esto es lo que escondías, ¿no? —espetó, mirando a Alan.
—Yo no tengo por qué darte explicaciones. Así que déjame en paz. Alan, recuéstate en la cama, déjame revisar tus heridas.
—No. Quiero que se vaya. No lo quiero cerca de esta casa —respondió Alan, con los puños apretados.
—Yo te dije que te acostaras. No es problema tuyo lo que está pasando. Y tú —me giré hacia José—, ¡largo de mi casa! Se suponía que venías a hablar con tu hija, no conmigo. Lo que yo haga o deje de hacer no te incumbe.
—¡Por el amor de Dios, Madeleine! ¿Tienes a un hombre viviendo en la misma casa que tu hija? ¿Acaso eso no es algo que a mí me incumbe? —gritó, fuera de sí.
Mi respiración se hizo pesada. Sentía que el mundo se me venía encima, pero ya no era la misma mujer que él había dejado.
—¿Pues no dijiste que no me incumbía lo tuyo así que lo mío tampoco debe incumbir? —espeté con firmeza, sintiendo cómo la rabia hervía en mi pecho—. Esta es mi vida, mi casa... y yo decido quién entra y quién se queda. ¡Así que ahora, lárgate!
José entrecerró los ojos, dando un paso al frente.
—No me voy a ir de aquí. Y si me voy... —su mirada se volvió fría— me llevo a mi hija conmigo.
—¡No! ¡Tú no puedes llevártela! —repliqué, alzando la voz con el corazón en la garganta.
—Te dije que te largues de la casa ahora mismo… o te saco yo —intervino Alan, con voz grave, erguido a pesar de las vendas en su pecho.
—¡Alan, por favor! No puedes hacer fuerza, acabas de despertar. ¡Acuéstate! —le rogué, intentando detenerlo.
—¡No lo toques, Madeleine! —gritó José, fuera de sí—. ¡Tú eres mía y siempre lo serás! ¡Ahora mismo te vienes conmigo… tú y nuestra hija!
—¡Aléjate de ella! —gruñó Alan. Sus ojos, que hasta entonces parecían humanos, se tornaron de un rojo profundo, como brasas vivas. Su sombra se alzó detrás de él, oscura y amenazante—. Ella es mía, y no permitiré que nadie me la arrebate... menos tú, que solo quieres hacerle daño.
Con un movimiento firme, Alan apartó a Madeleine de José, colocándola detrás de él, protegiéndola.
—Alan... tus... tus ojos... —murmuró ella, sin poder apartar la mirada.
—FUERA —tronó la voz de Alan, con una fuerza que helaba la sangre.
—Papá... por favor vete —suplicó Valentina, asomándose desde la sala, sus ojos grandes y tristes—. No le hagas más daño a mamá...
José respiró con dificultad, pero aún no se rendía.
—Me voy... pero ella se viene conmigo —gruñó. Y sin esperar respuesta, jaló bruscamente a Valentina del brazo.
—¡No, no quiero ir! —gritó la niña, forcejeando—. ¡Lucien, ayúdame! ¡No quiero ir!
Y entonces, como si su nombre lo invocara, un hombre apareció en la entrada.
Vestido de negro, de carne y hueso, con una mirada cortante y determinación inquebrantable. Se movió rápido, separando a Valentina de José y colocándola detrás de él con un gesto protector.
—No te preocupes —dijo Lucien con voz serena, pero firme—. No dejaré que te separen de tu madre. Fuera de aquí. Soy el guardaespaldas de la niña. Y si ella no quiere ir contigo… no te la puedes llevar.
José se quedó mudo, temblando de furia.
—Te amo, papá… —dijo Valentina con lágrimas en los ojos— pero por favor… vete. No quiero ver a mamá llorando otra vez por ti.
Hubo un silencio espeso. Finalmente, José bajó la cabeza.
—Está bien… me iré. Perdóname, mi niña… —murmuró—. Cuídala mucho, ¿sí?
—Lo haré. Pero por favor, cuídate tú también... Te quiero —respondió Valentina con la voz quebrada.
José se dio media vuelta y salió sin mirar atrás.
La puerta se cerró tras él. Solo entonces Valentina corrió a abrazar a su madre.
—Gracias, Lucien —susurró Valentina , con un nudo en la garganta.
Lucien no respondió. Solo asintió... con esa mirada que sabía más de lo que decía.