Idealizado es una novela juvenil que narra la vida de Elena, una adolescente atrapada en un hogar marcado por la violencia doméstica y el abuso psicológico de su padre. A través de su amistad con Carla, un breve romance con Lucas y su propio proceso de resiliencia, Elena enfrenta el dolor, la pérdida de su madre y la búsqueda de justicia. Con un estilo emotivo y crudo, la historia explora temas de empoderamiento, superación y la lucha contra el silencio, culminando en un mensaje de esperanza y amor propio.
NovelToon tiene autorización de criis jara para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
El Paraíso También Se Rompe
Elena despertó ese día con una mezcla de nerviosismo y alegría. Se puso de pie de un salto, revisó que su maleta estuviera lista por quinta vez, y bajó al comedor con el corazón acelerado. Su mamá la esperaba ya vestida, también revisando sus cosas.
No hubo desayuno, solo risas, prendas dobladas a último momento y pequeños olvidos que volvían a meter cosas en las valijas. La emoción era tanta que ni hacía falta comer. El viaje no había comenzado, pero ya se sentía inolvidable.
Unas horas más tarde, el auto estaba cargado, y su papá las esperaba al volante. Increíblemente tranquilo, incluso amable. Durante el camino hacia el aeropuerto, puso música bajita y hasta hizo un par de comentarios graciosos. Elena y su mamá se miraban y reían, compartiendo esa breve tregua de paz que, aunque sabían que no duraría, era real en ese momento.
Al llegar, el papá se bajó con ellas, ayudó con el equipaje y dio un abrazo largo a su esposa, más largo que de costumbre. Luego miró a Elena con ternura, le acarició la cabeza y le dijo:
—Portate bien, mi niña. Te amo.
—Yo también, pa —respondió ella, emocionada por verlo tan diferente.
Apenas él se fue, Elena sacó su celular y le escribió a Lucas:
“Ya se fue, podés venir.”
A los pocos minutos, Lucas apareció entre la gente, con una mochila al hombro y esa sonrisa que hacía que el corazón de Elena latiera más rápido.
—Mamá, él es Lucas —dijo con una mezcla de timidez y orgullo.
—Un gusto conocerte —respondió él con gentileza, dándole la mano a la mujer.
—Encantada —dijo ella, analizándolo con ojos protectores, pero amable.
Durante el vuelo, Lucas se quedó dormido pronto, con auriculares puestos. Elena y su madre compartieron la ventanilla. El cielo se extendía sereno, como si las protegiera en esa nueva aventura.
Entonces, la madre dijo algo inesperado:
—Es un chico lindo. Me hace acordar un poco a tu papá… en sus inicios.
Elena giró la cabeza, sorprendida.
—¿A papá? ¿Cómo era él… antes?
La mujer suspiró, con una sonrisa nostálgica que se deshacía lentamente.
—Era maravilloso. Me hacía sentir la única mujer del mundo. Detallista, dulce, encantador… con él, cada momento parecía mágico. Cuando me miraba, sentía que todo estaba bien. Fue el primer hombre que me hizo creer que merecía ser feliz.
—¿Y qué pasó entonces? ¿Cuándo cambió?
—No lo sé con certeza —dijo bajando la voz, sin mirarla—. Todo empezó después de que nos fuimos a vivir juntos. Al principio, solo eran pequeñas cosas: no quería que saliera tanto, se molestaba si hablaba con alguien más. Luego vinieron los gritos… y las disculpas. Las promesas. Yo lo amaba, Elena, estaba ciega.
Elena tragó saliva, sintiendo un nudo en el pecho.
—¿Y por qué no te fuiste?
—Lo hice. Me cansé. Me fui… y ahí fue cuando descubrí que estaba embarazada de vos. No tenía nada, no sabía qué hacer, y me vi obligada a volver.
—¿Y cambió?
—Sí… un tiempo. Se emocionó. Volvió a ser ese hombre dulce, cariñoso… hasta que nos dijeron que eras una nena. Y todo volvió. Volvieron los gritos. Volvieron las paredes que escuchaban más que nadie. Vos ya sabés lo demás.
Elena la miraba con lágrimas acumuladas en los ojos. Nunca nadie le había contado esa historia. Nunca había entendido del todo el miedo, la tensión diaria, la mirada vacía de su madre cuando él llegaba.
—¿Y ahora? ¿Por qué no lo dejás?
La madre le acarició la mejilla con una ternura que solo se puede tener cuando una mujer rompe por dentro, pero sigue siendo madre.
—Ay, mi niña… ojalá fuera tan fácil. Él tiene contactos, poder… no es tan simple. Yo no quiero que te pase nada. Prefiero quedarme donde pueda cuidarte.
—No, mamá —dijo Elena con firmeza, sujetándole la mano—. Yo te voy a ayudar. Voy a estar con vos. Vamos a salir de esto.
Ella no respondió. Solo la abrazó fuerte, como si no quisiera soltarla nunca. Y así, en medio del murmullo del avión y el zumbido de los motores, madre e hija se quedaron dormidas por un rato, protegidas la una por la otra. Por primera vez en años, juntas.
...----------------...
El avión aterrizó suave, pero el corazón de Elena latía fuerte. No era solo por el viaje, era por todo lo que traía consigo: su mamá, Lucas, su historia... y ese nuevo aire de libertad que todavía no sabía si era real o solo temporal.
Al bajar del avión, el sol les dio en la cara como un abrazo cálido. No era el calor lo que hacía especial ese lugar, sino la sensación de estar lejos. Lejos del colegio, lejos de Carla, lejos de todo lo que dolía. Por unos días, al menos.
—¡Qué hermoso clima! —dijo la madre de Elena, estirándose mientras bajaban las escaleras del avión.
Lucas, con su mochila al hombro, bajó tras ellas y respiró profundo.
—Este lugar va a ser perfecto, ya verán.
Caminaban juntos, pero la mamá de Elena se detuvo un segundo para mirar el aeropuerto y revisar su celular.
—Voy a buscar las valijas. ¿Me acompañás, Elena?
—Vayan ustedes, yo voy al baño y las alcanzo —interrumpió Lucas con naturalidad.
—Está bien —dijo Elena, mirándolo de reojo.
Él le guiñó un ojo antes de desaparecer en dirección contraria.
Mientras caminaban juntas hacia la cinta de equipaje, la mamá de Elena hablaba sin parar: de lo lindas que eran las palmeras, de lo que podrían hacer en la playa, de si habrían excursiones o ferias de artesanía. Pero Elena, aunque sonreía, estaba pensando en Lucas. En la historia que había escuchado hacía apenas unas horas. En su papá. En lo que significaba crecer en un entorno así.
—¿Sabés qué es lo primero que quiero hacer cuando lleguemos al hotel? —preguntó su mamá, interrumpiendo sus pensamientos.
—¿Qué?
—Tirarme en la cama y dormir como reina —dijo con una risa liviana.
Las dos rieron juntas, justo cuando una de las valijas pasó por la cinta. Elena la agarró al vuelo y enseguida apareció la de su mamá. Todo era más fácil de lo que imaginaban.
Cuando salieron del aeropuerto, Lucas las estaba esperando cerca de la salida, apoyado en un poste, con unas botellas de agua en la mano. Se las alcanzó con una sonrisa.
—Pensé que tendrían sed.
—Qué atento —dijo la mamá de Elena, mientras le guiñaba a su hija en tono de broma.
El hotel estaba a unos diez minutos en taxi. Al llegar, se encontraron con un lugar más lindo de lo que imaginaban: paredes blancas, balcones con flores, olor a mar por todos lados.
Elena y su mamá compartían una habitación con vista al jardín. Lucas, otra al lado. Al dejar las valijas, la mamá se acostó en la cama, tal como había prometido.
—Vayan ustedes, disfruten —dijo cerrando los ojos con media sonrisa—. Yo me quedo acá un rato.
Elena no necesitó más. Salió, tocó la puerta de la habitación de Lucas, y él ya estaba con una remera blanca, protector solar en la mano.
—¿Vamos a la playa? —preguntó.
—Vamos —respondió ella, con una sonrisa.
Salieron juntos caminando por la calle arenosa, con las mochilas livianas al hombro. Lucas le agarró la mano, y por un momento todo fue simple. Risas, viento en la cara, el ruido de las gaviotas. Había algo en él que lograba hacerla olvidar por ratos lo que había vivido, aunque algunas dudas ya estaban sembradas en su pecho.
—¿Te gusta hasta ahora? —le preguntó él.
—Me encanta.
—¿Y tu mamá?
—También. Te miró con buenos ojos —dijo Elena, mientras lo miraba de reojo.
—Eso es porque todavía no me conoce de verdad —dijo él en broma, pero a Elena le costó reír.
Él la abrazó por detrás y le dio un beso en la cabeza.
—Tranquila, princesa. Acá, todo va a estar bien.
Caminaron un rato más hasta llegar al mirador de la playa. Se sentaron en una de las barandas y miraron el mar en silencio.
Elena, sin darse cuenta, apretaba su libreta contra el pecho. La había traído en su bolso, como si algo dentro le dijera que este viaje iba a necesitar ser escrito.
El sol comenzaba a bajar y el cielo se pintaba de tonos naranjas y rosas. La brisa del mar soplaba más fresca y algunas personas ya recogían sus cosas en la playa. Elena miró la hora en su celular, algo inquieta.
—Ya se está haciendo tarde… —dijo, bajando la mirada hacia sus pies, enterrados en la arena húmeda.
Lucas, que estaba sentado a su lado, giró y le tomó la mano con suavidad. Luego la besó despacio, mirándola con ternura.
—Esperá un ratito más —susurró—. Solo un poco más de este momento perfecto.
Elena no pudo evitar sonreír. Ese “momento perfecto” le calaba hondo. Lo estaba viviendo. Era real, aunque algo dentro de ella siempre parecía tener un pie en la orilla y el otro listo para correr.
—Ya vamos… —dijo finalmente.
Lucas bajó la mirada un segundo, como buscando el valor para decir algo más. Luego respiró profundo y la miró otra vez.
—¿Y si esta noche… dormimos juntos?
Elena se quedó en silencio. El mar seguía chocando con la orilla con su vaivén constante. Ella lo miró, sin apartar la mano de la suya.
—Lucas… aún no estoy lista.
No había vergüenza en su voz, ni temor. Solo una firmeza tranquila.
Lucas asintió de inmediato, sin molestarse, sin presionarla. Se inclinó hacia ella y le rozó la frente con los labios.
—Está bien. No pasa nada. No quiero apurar nada que no sientas.
Ella sonrió con alivio. Y sin esperarlo, Lucas le dio un pequeño empujón con el pie, salpicándole agua con arena.
—¡Lucas! —gritó ella, riéndose.
—¡Correte, princesa! —dijo él, saliendo corriendo por la orilla.
Elena se levantó en medio de una carcajada y corrió tras él. El mar se les metía por los tobillos y los obligaba a tambalearse mientras se perseguían entre risas, como dos adolescentes que por un instante se olvidaban de todo lo demás. Como si fueran los únicos en esa playa.
Y por un rato, lo fueron.
...----------------...
Cuando llegaron al hotel, el olor los recibió antes de cruzar la puerta. Algo se cocinaba, algo rico, casero… especial.
Al entrar, vieron a la mamá de Elena en el balcón privado de la habitación, con una mesa lista: luces cálidas, una botella de jugo con hielo, ensalada fresca, arroz con camarones y pan caliente.
—¡¿Y esto?! —preguntó Elena, con los ojos brillosos.
—Una cena de bienvenida —dijo la madre con una sonrisa cómplice—. Se notaba que iban a llegar con hambre.
Cenaron entre risas, anécdotas y pequeños brindis con jugo de mango. La madre de Elena hacía bromas sutiles sobre la juventud, el amor y “los paseítos al atardecer por la playa”, a lo que Lucas respondía con una sonrisa torpe y un carraspeo que lo delataba.
—Bueno, me retiro, princesas —dijo Lucas luego de terminar su plato—. Mañana nos espera otro día de playa, ¿no?
Se levantó y se acercó a la madre de Elena.
—Gracias por la cena. Fue deliciosa.
—Gracias a vos por tratar tan bien a mi hija —respondió ella, dándole una palmadita en el brazo.
Lucas se volvió hacia Elena. Se miraron un segundo, como si hubieran vivido mil cosas en ese solo día. La besó en la mejilla primero, luego en los labios, corto y tierno.
—Dulces sueños, mi princesa.
—Hasta mañana —dijo ella con una sonrisa, mirando cómo se alejaba hasta perderse en la puerta contigua.
Elena se quedó de pie un momento. Miró el balcón, luego el cielo estrellado, y pensó en todo lo que había sentido ese día: risa, duda, ilusión, amor... ¿será esto lo que llaman felicidad?
—¿En qué pensás? —preguntó su mamá desde la mesa, levantando los platos.
—En lo irónico que puede ser la vida… —dijo Elena, medio en broma—. Te vas de vacaciones para despejarte… y terminás pensando más que nunca.
La madre rió.
—Bienvenida al mundo real, hija.