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En Las Garras De Mi Enemigo

En Las Garras De Mi Enemigo

Status: En proceso
Genre:Futuro / Omegaverse / Hijo/a genio / Reencuentro / Amor eterno / Amor en la guerra
Popularitas:4k
Nilai: 5
nombre de autor: Mckasse

Acron Griffindoh y Cory Freud eran vecinos y fueron compañeros de escuela hasta que un meteorito oscureció el cielo y destruyó su mundo. Obligados a reclutarse a las fuerzas sobrevivientes, fueron asignados a diferentes bases y, a pesar de ser de géneros opuestos, uno alfa y otro omega, entrenaron hasta convertirse en líderes: Acron, un Alfa despiadado, y Cory, un Omega inteligente y ágil.

Cuando sus caminos se cruzan nuevamente en un mundo devastado, lo que empieza como un enfrentamiento se convierte en una lucha por sobrevivir, donde ambos se salvan y, en el proceso, se enamoran. Entre el deber y el peligro, deberán decidir si su amor puede sobrevivir en un planeta que ya no tiene lugar para los sueños, sino que está lleno de escasez y muertes.

NovelToon tiene autorización de Mckasse para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Perdido en el vacío.

En este mundo, lo único seguro era que las cosas siempre se ponían feas.

El transporte siguió avanzando en silencio por un tiempo. El ruido del motor, combinado con el leve traqueteo de la estructura, comenzó a volverse hipnótico. Algunos de los chicos incluso parecían relajarse, como si olvidaran por un momento el lugar en el que estábamos. Pero yo no podía. Mi corazón estaba inquieto, y cada minuto que pasaba sin estar junto a Cory se sentía como un pequeño peso más que se sumaba a mi carga.

Fue entonces cuando lo escuché. Un rugido desgarrador que atravesó el aire como un cuchillo. Me incorporé de golpe, y un segundo después el impacto nos sacudió con una fuerza brutal. Algo enorme y grotesco se abalanzó sobre el transporte, haciendo que chirriara como si estuviera a punto de desmoronarse. El caos explotó a nuestro alrededor.

—¡Nos atacan! —gritó alguien, pero apenas podía escuchar por encima del estruendo.

El metal cedió con un sonido que hizo que se me erizara la piel. El transporte perdió estabilidad y comenzó a tambalearse. Sabía lo que venía a continuación, pero no había nada que pudiera hacer para evitarlo. Cerré los ojos mientras el suelo desaparecía bajo nosotros.

Cuando recuperé la conciencia, todo a mi alrededor era destrucción. El transporte estaba volcado, con partes esparcidas por todas partes. El aire olía a quemado, a sangre, a miedo. Mis oídos zumbaban, pero aún así podía escuchar los gritos y los gruñidos de las criaturas que nos habían atacado.

Me levanté tambaleándome, buscando algo que pudiera usar como arma. Las criaturas eran enormes, más grandes de lo que había imaginado. Sus garras eran capaces de atravesar armaduras con facilidad, y sus ojos brillaban con una ferocidad que parecía antinatural. Cada movimiento suyo era rápido, letal.

—¡Retirada! —gritó alguien, pero sabía que no había forma de escapar. Las bestias nos habían rodeado, y mis compañeros estaban siendo masacrados, uno por uno.

Luche por un buen rato hasta que las balas se escasearon. Pero al ver la verdad tuve miedo.

Corrí. No tenía un plan, solo instinto. Mi corazón latía con una fuerza descomunal, y cada fibra de mi ser gritaba por sobrevivir. Esquivé las garras que intentaban alcanzarme, zigzagueando entre los escombros y los cuerpos caídos. Pero no podía detenerme. No podía pensar. Solo podía correr.

En mi desesperación, no vi el borde del risco hasta que fue demasiado tarde. El suelo desapareció bajo mis pies, y durante un segundo, sentí el vacío absoluto. Luego, la caída. Fue larga y brutal, y cada golpe contra las rocas me robaba el aliento. El último impacto fue contra mi cabeza, y todo se volvió negro.

Cuando abrí los ojos, el frío de las paredes metálicas fue lo primero que me golpeó. Estaba atado a una silla, con las muñecas y tobillos asegurados por gruesas correas. La habitación olía a desinfectante, y la luz artificial era tan intensa que me obligó a entrecerrar los ojos. No sabía dónde estaba ni cómo había llegado allí, pero una sensación punzante en mi cabeza me recordaba que algo había salido terriblemente mal. Aún puedo sentir la sangre en mi rostro con rastros de tierra.

—Despiertas al fin,—dijo una voz masculina, seca y autoritaria.

Levanté la mirada con dificultad y vi a un hombre de mediana edad, vestido con un uniforme gris oscuro, parado frente a mí. Su expresión no dejaba lugar a dudas: estaba acostumbrado a ser obedecido.

—¿Quién eres?—pregunta, inclinándose hacia mí. Su tono era inquisitivo, pero no del todo agresivo. Aún no. Solo sabemos tu nombre por la placa de plata en el collar en tu cuello. Dinos de dónde eres. ¿Eres un espía?

Abrí la boca para responder, pero las palabras no llegaban. Mi mente era un vacío aterrador. Después de unos segundos, logré balbucear: —No lo sé.

El hombre frunció el ceño, claramente no satisfecho con mi respuesta. —¿De dónde vienes? ¿Quién te envió? ¿Estas infectado?

—No lo sé— repetí, con un hilo de voz. Y era verdad. Por más que lo intentaba, no podía recordar nada, salvo la vaga sensación de que algo importante me faltaba. Algo o alguien.

El interrogador chasqueó la lengua, irritado. —Si crees que puedes jugar con nosotros, estás muy equivocado— Hizo un gesto hacia un guardia que estaba cerca, y este se acercó con un dispositivo metálico en la mano. Lo encendió, y un zumbido agudo llenó la habitación. Luego un balde de agua.

Pasaron días, aunque perdí la cuenta exacta en esa celda fría. El espacio era estrecho, con una cama de metal y un balde en una esquina. No había ventanas, solo la luz artificial que nunca se apagaba. El dolor de las primeras sesiones de interrogatorio aún persistía, y mi cuerpo estaba lleno de moretones y cortes. A pesar de todo, esa sensación seguía allí, una mezcla de pérdida y necesidad, como si un fragmento vital de mí estuviera ausente.

La puerta se abrió con un chirrido. Era el hombre que lideraba los interrogatorios, acompañado por dos guardias. En su mano llevaba una carpeta con documentos que parecían oficiales, aunque yo sabía que no encontrarían nada en ellos. Ni siquiera sabía mi nombre.

—Hoy hablaremos de algo más interesante...aquí dice que te llamas Acron —dijo, tomando asiento frente a mí. Su voz era calmada, casi amable, pero su mirada seguía siendo depredadora—. Queremos entender cómo sobreviviste al caos de la linea.

Lo miré sin entender.

—¿Sobreviví?

—No te hagas el tonto. Escapaste de una de las zonas más peligrosas de este maldito planeta, sin armas, sin equipo. Casi nadie lo logra, y los pocos que lo hacen son profesionales entrenados hasta el extremo. Pero tú... tú no llevabas ni un cuchillo y eres muy joven.

Guardé silencio. La verdad era que no tenía respuestas. Recordaba el ataque de las bestias, la desesperación, la carrera frenética. Lo que había sucedido después o antes de eso era un borrón.

—Déjame hacerte esto más fácil —dijo, inclinándose hacia adelante—. Te atacaron bestias mutadas, ¿verdad? Monstruos enormes, más rápidos y fuertes que cualquier cosa normal. Y aun así, sigues aquí. Quiero saber cómo lo hiciste.

Cerré los ojos por un momento, tratando de recordar algo útil. Pero solo vinieron sensaciones: el calor abrasador del sol, el dolor al caer, el rugido de las bestias.

—Corrí —dije finalmente, con voz ronca.

El hombre soltó una carcajada seca.

—¿Corriste? Eso no es suficiente. Algo más debiste hacer. Quizás los mataste.

—No los maté —respondí con firmeza, aunque no sabía si era cierto.

El interrogador golpeó la mesa con fuerza, haciendo eco en la pequeña habitación.

—¡No te creo! Nadie sobrevive solo corriendo.

Los días siguientes, fui sometido a pruebas físicas. Querían medir mi fuerza, velocidad y resistencia. Aunque no entendía de dónde provenían mis habilidades, mi cuerpo respondía con una precisión que incluso sorprendía a los guardias. Esto solo aumentaba sus sospechas. Solo descubrieron por estudios de sangre que soy Alfa.

En las noches, cuando me dejaban en mi celda, mi mente volvía a ese vacío incómodo. Había dejado algo atrás, alguien. Podía sentirlo. Cerraba los ojos y veía un destello: unos ojos amables, un leve susurro que decía mi nombre, aunque no lograba entenderlo.

Un día, una mujer rubia entró en la celda. Era alta, con un porte firme y seguro. Su mirada era diferente a la de los otros; no había crueldad en ella, solo curiosidad.

—¿Te sientes mejor? —pregunta, acercándose con cautela.

—¿Quién eres? —le devolví, sin ánimos de esconder mi desconfianza.

—Soy Lyara. Mi padre es el líder de esta base.

Me tensé al escuchar eso. Si ella era importante, probablemente estaba aquí para extraer algo de información, como todos los demás.

—¿Qué quieres? —pregunté, manteniendo mi distancia.

—Saber la verdad.

Solté una risa amarga.

—Eso mismo quieren todos aquí, maldita sea, pero parece que no les gusta cuando les digo que no tengo respuestas. ¿También me vas a torturar? Mejor mantenme.

Lyara inclinó la cabeza, observándome con interés.

—No eres como los demás que han pasado por aquí. Hay algo en ti... diferente.

No respondí. Su mirada me ponía nervioso, como si intentara descifrar un rompecabezas y yo fuera la última pieza.

Esa noche, el interrogatorio cambió de tono. En lugar de amenazas y dolor, el padre de Lyara, un hombre corpulento con cabello gris y una presencia intimidante, tomó las riendas.

—Mi hija cree que no mientes —dijo, sentándose frente a mí con calma—. Es por eso que todavía estás vivo.

Lo miré, intentando entender sus intenciones.

—No estoy mintiendo —dije finalmente, con voz baja.

Él asintió lentamente.

—Eso está por verse. Pero debo admitir que tu caso es... intrigante. Pocos hombres han sobrevivido a un ataque de bestias mutadas, y ninguno de ellos sin un arma. Hasta ahora no has presentado síntomas de mutaciones.

No respondí.

—Quiero hacerte una oferta —continuó—. Si pruebas tu valor, si demuestras que realmente eres útil para nosotros, y si nos enseñas como te defendiste de esas bestias, consideraremos darte un lugar aquí.

—¿Qué significa eso?

—Significa que tendrás que luchar —dijo, con una sonrisa que no llegó a sus ojos—. En nuestra arena.

—No lo voy a hacer.

—Cuando te decidas avísame.

El tipo salió por donde vino.

Llevaba días siendo arrastrado a esa misma habitación de interrogatorios. Era un ciclo interminable de golpes, descargas eléctricas y preguntas que no podía responder. Mi cuerpo estaba agotado, cada músculo dolía, y mi mente estaba al borde del colapso. Pero lo peor era esa sensación persistente, esa falta de algo que no lograba identificar.

Cuando el hombre, mi verdugo habitual, entró de nuevo, algo dentro de mí se quebró. Su sonrisa burlona y sus comentarios mordaces encendieron una chispa que llevaba tiempo acumulándose.

—¿Otra vez con lo mismo? —dijo, arrojando una carpeta sobre la mesa frente a mí—. ¿Por qué no lo haces más fácil para todos y confiesas quién eres en realidad? ¿Porqué no quieres luchar?

No respondí. Había aprendido que las palabras no llevaban a ninguna parte con él.

—Muy bien, el método difícil entonces —continuó, haciendo un gesto hacia uno de los guardias.

El guardia avanzó y tomó una barra metálica con puntas afiladas. Iban a empezar otra ronda de tortura, pero antes de que pudiera tocarme, sentí cómo algo se encendía en mi interior.

Era como un fuego, un instinto primitivo que no podía controlar. Mis músculos se tensaron, y un gruñido profundo escapó de mis labios. Pude sentir la sangre correr más fuerte por mis venas.

—¡Déjenme en paz! —grité con una fuerza que resonó en las paredes.

El aire en la habitación pareció cambiar. Sentí cómo una energía densa se acumulaba a mi alrededor. Mis manos, que estaban atadas con esposas reforzadas, se movieron sin esfuerzo, y el metal cedió bajo mi fuerza, cayendo al suelo con un sonido metálico.

Los guardias retrocedieron instintivamente, pero no les di tiempo para reaccionar. En un movimiento fluido, tomé al primero por el cuello y lo lancé contra la pared. El impacto lo dejó inconsciente. El segundo intentó atacarme con la barra metálica, pero la esquivé con facilidad, giré, y con un golpe certero en la sien, cayó al suelo.

El verdugo quedó paralizado, con los ojos abiertos de par en par. Por un momento, pensé en atacarlo también, pero algo en su expresión me hizo detenerme. Su miedo no me daba satisfacción, solo aumentaba mi cansancio.

Con los hombres inconscientes, me dejé caer en una esquina de la habitación. Mi pecho subía y bajaba con rapidez, y mis manos temblaban.

—¡No sé quién soy! ¡Demonios!—grité, con mi voz rompiéndose en el proceso—. ¡No sé qué quieren de mí!

El silencio que siguió fue ensordecedor. El interés de la alfa rubia incremento en ese momento sin que yo lo supiera.

Los días siguientes fueron una mezcla de interrogatorios, hambre y soledad. Me mantenían atado la mayor parte del tiempo, aunque ocasionalmente me llevaban a una celda más amplia para "evaluaciones físicas". Era evidente que querían saber de dónde venía y por qué era tan resistente.

Fue en una de esas evaluaciones cuando la vi por segunda vez. Era alta, de cabello rubio y ojos verdes que parecían perforar cualquier fachada. Su porte era firme, pero su mirada mostraba algo diferente: curiosidad.

—¿Aún no recuerda quien es?—preguntó al guardia que me escoltaba.

—Asi es señorita Lyara—respondió el hombre. —No sabe nada... o eso dice.

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LG
Gracias por seguir actualizando
Lourdes Moscoso Bernel
interesante trama
LG
Amiga no nos dejes a medias de leer
lydia gil añon
Excelente
Anjel josue Mendosa jimenes
es muy bueno y deja pensando mucho
Yessica Otaku-nii
Jajaja No encuentro falla en su lógica/Chuckle/
Mckasse Escritora: jajaja si verdad. Gracias por comentar
total 1 replies
Yessica Otaku-nii
Buen comienzo/Smile/
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